Poéticas

Versos de guerra, mar y hampa

Carlos Alcorta reseña la antología, recién editada por Renacimiento, 'Versos de guerra, mar y hampa', del poeta santanderino José del Río Sainz, «Pick» (1884-1964).

/ una reseña de Carlos Alcorta /

A pesar de no ser un poeta de primera fila, no porque se ponga en cuestión su calidad poética —aunque también—, sino por su fidelidad a una estética ya entonces un tanto trasnochada, la figura de José del Río Sainz, Pick (Santander, 1884; Madrid, 1964) regresa con cierta frecuencia a los estantes de las librerías, y no solo en el ámbito, más doméstico, de las publicaciones regionales. Ediciones de enorme prestigio nacional como La Veleta también se han ocupado de su obra poética: no es baladí recordar que, por ceñirnos al ámbito de las letras, además de poeta, nuestro autor fue también un afamado periodista. De su mano vio la luz en el año 2000 Poesía, una edición preparada al alimón por Luis Alberto de Cuenca y José del Río Mons. Ahora le toca el turno al poeta Juan Antonio González Fuentes, que he preparado una selección de los poemas del poeta del mar, apelativo con el que se le conoce en su ciudad, para la prestigiosa colección de antología de la no menos prestigiosa editorial Renacimiento, que cuenta, en este caso, con la colaboración de la Fundación Gerardo Diego.

José del Río Sainz, Pick

González Fuentes traza un relato, no siempre lineal, de los principales avatares de la vida y la obra de Del Río. Nacido en 1984, en una familia relacionada con el periodismo y con el mundo de las letras, su firme dedicación a la escritura sucedió, sin embargo, de un modo accidental, ya que su profesión era la de marino: «Marino de vocación y formación, navegó principalmente por el Báltico y el Mar del Norte, hasta que un accidente de trabajo y el naufragio de su barco lo llevaron al periodismo profesional». Hasta entonces, estamos hablando de 1907, solo había colaborado esporádicamente con pequeñas crónicas viajeras. La propagación de la gripe en la ciudad y la consiguiente baja de profesionales propició su incorporación al periódico La Atalaya de manera continuada. En dicho periódico «aprendió el oficio primero como reportero y luego en la redacción, hasta que el director, el empresario teatral Eusebio Sierra, empezó a encargarle artículos de fondo», unos artículos que, bajo el título de «Aire de la calle», trataban de temas de actualidad, «procurando —como escribe González Iglesias— trascender la rutina de la vida provinciana». Pasados los años, en 1922, llegaría a ser director de dicho periódico. Tiempo después, en 1927, nació el periódico La Voz de Cantabria, y José del Río Sainz fue nombrado director mientras colaboraba en otras cabeceras de la época como El Imparcial, La Esfera, El Pueblo Vasco o Ahora. El golpe de Estado de julio de 1936 y la posterior contienda encuentran en la voz de Del Río una permanente llamada a la concordia, algo que no gusta ni a un bando ni a otro. «Tras la guerra —seguimos de nuevo a González Iglesias— ningún medio quiso darle un trabajo estable. No fue hasta 1958 cuando comenzó a colaborar como articulista en Informaciones con la columna “Apuntes de un peatón”. Tenía setenta y cuatro años». Como se ve, un hecho suficientemente ilustrativo de la prolongación de la venganza.

Por lo que respecta a su poesía, podemos acceder a ella de un modo un tanto descabalgado, puesto que una gran parte de su obra se publicó en los periódicos y las recopilaciones en libro no eran muy pródigas al respecto. Entre 1912 y 1953 publicó siete libros, de los cuales tres eran recopilaciones. Cinco de ellos los publicó en un periodo muy corto, entre 1922 y 1926, lo que los hace estrictamente contemporáneos de algunos de los libros de la Generación del 27. Teniendo en cuenta la dificultad que entraña recuperar todos esos poemas dispersos, «la presente antología es una selección solo de los poemas que Del Río incluyó en sus libros». El primero de ellos, Versos del mar y de los viajes (1912), comienza con un ofrenda en la que se percibe el tono entre burlón y desmitificador, muy en la senda de cierto posmodernismo cuya cabeza más visible reconocemos en Manuel Machado: «A todas las mujeres que he querido/ con un amor fugaz…», para continuar escribiendo «a todas les dedico hoy este libro…/ y al evocarlas como un arpa vibro…/ ¡mi propia juventud es lo que evoco!». Son poemas, en su gran mayoría, dedicados a sus experiencias como marino, al mar, a quine le debe todo,  «escuela de la vida, templo y atrio/ en que el vivir cosmopolita y pícaro,/ al alejarme del terruño patrio/ me dio la alada decisión de un Ícaro». No podía faltar, entre esas querencias, la ciudad que el vio nacer, protagonista frecuente de sus versos: «Otra vez, Santander, aquí me tienes,/ descansando en la paz de tu bahía;/ ¡dame, para ponérmela en las sienes,/ la corona de tu melancolía!».

Su siguiente libro es La belleza y el dolor de la guerra (1922). Los temas, inexorablemente, tienen que ver con la primera guerra mundial. Así comienza el poema «La guerra»: «Sobre los campos de trigo,/ promesa de amor y vida,/ galopa el fiero enemigo/ con una tea encendida. // Todo arte,/ todo crepita a su paso,/ todo es muerte y vilipendio,/ y, al declinar de la tarde,/ finge un incendio el ocaso/ sobre el horror de otro incendio». De Hampa (1923), el libro más controvertido del autor y al que el propio Pick no deseaba dar publicidad, se recogen algunos poemas que bastan para ver el tono satírico y de denuncia que no sentó nada bien a las mentes más conspicuas de la sociedad de la época. Veamos algunos ejemplos: «Los ricos de Bilbao guardan a sus queridas/ en unas casas claras con aires de chalets/ y de noche las sacan, ricamente vestidas,/ y con ellas recorren todos los cabarets». O estos otros, con los que finaliza el poema «La apelación»: «Ellas, las que han vencido por gracia del Señor/ a las que fueron débiles y faltó la virtud/ comprenderán mejor/ que el frío pensador,/ que la hosca multitud,/ y verán que no es este un libro pecador».

Una, por lo visto, necesaria justificación para un hombre que, en ese momento, disfrutaba de una estable posición económica (no olvidemos que era director de un rotativo), o quizá esa fue la razón de tal descargo. Su poema «¡Y esto fue un hombre!» retrata a alguien muy consciente de la fugacidad y de la inutilidad de las vanidades del mundo: «El olor de la carroña lo delata./ Todo es una asquerosa gusanera;/ una monda osamenta se recata/ en un podrido paño de guerrera.// Esto fue un hombre, y en un día bello/ como este en que vivimos, los despojos/ tuvieron forma humana y un destello/ de luz de juventud sobre los ojos». Gerardo Diego, que lo incluyó en la edición de 1934 de su famosa antología, le dedicó un poema que finaliza con estos versos: «Capitán de tus barcos. Capitán de tus versos./ Tus versos y tus barcos nunca naufragarán./ Por mares y por tierras, bajo cielos diversos,/ que te acompañe siempre tu musa, Capitán». Así sea.

IMAGEN DE PORTADA: The restless sea, de Warren Sheppard (1908)


Selección de poemas

Alba

… y mi padre me dijo, mostrando mi equipaje,
este pobre equipaje de humildes cosas lleno:
—Abrázame, hijo mío; sal a tu primer viaje,
empieza ahora tu vida, sé valeroso y bueno.

Y salí por el mundo; dejé mi casa clara,
subí a un tren y a lo visto apenas daba crédito;
era como de un sueño la perspectiva rara
de los nuevos paisajes y el panorama inédito.

Bilbao, ese gran puerto, llenó mi alma de asombros;
parecía que el mundo gravitaba en mis hombros
y me sentí vencido con ganas de llorar.

El barco, el primer barco, fue como un calabozo.
El capitán me dijo:
—Hay que ser hombre, mozo.
Y me pareció aquella la enorme voz del mar.

La bahía de Santander

Las luces, tras el velo de la escarcha,
tienen como un temblor de lentejuelas
en un fondo de raso, mientras marcha
el vapor lentamente,
marcando cien estelas
en la azul extensión resplandeciente.
Y al rasgarse los velos de la noche,
como si un hada hubiese roto el broche
que los tuvo compactos y tupidos,
se abre paso el milagro matinal:
¡los campanarios blancos y bruñidos,
como si fueran torres de cristal!
Sus cándidas siluetas ciudadanas
a la primera luz de las mañanas
tiene un resplandor bello y extraño;
húmedas por la lluvia y el rocío
nos parecen muchachas que del río
salen después del matutino baño.
Y las campanas blandas y suaves
con que se llama a la primera misa,
suenan igual que el trino de las aves
que del jardín lejano trae la brisa.
Aún envueltas en niebla están las rúas,
se deslizan por ellas vagas sombras;
—locomotoras, fábricas y grúas
despiertan soñolientas—,
y en un prócer balcón con las alfombras
parece que saludan las sirvientas.
Lo sublime se junta a lo grotesco,
todo muy pintoresco,
muy optimista, muy grato, muy gentil,
y vista desde el barco que se aleja,
la bahía parece una bandeja
llena de figuritas de marfil.
Se ve todo en preciosa miniatura,
borrosos y esfumados los perfiles;
las casas, de soberbia arquitectura,
son como torres de ajedrez y alfiles.
Y el sol que se desliza
encima de las aguas luminosas,
las fachadas blanquísimas matiza
con tonos de violetas y de rosas.
Los tejados bermejos
tienen fosforescencias y reflejos,
¡cada tejado es como un ígneo haz!
Conforme se navega,
el inmenso abanico se despliega
y el corazón se anega
en un baño de paz.
¡Oh, la bella ciudad encantada
como joya en joyero, encerrada
en aúreo recinto!
Cada luz de una nueva alborada
nos presenta un semblante distinto.
Una amada mujer nos recuerda
cada vez que la vemos distante;
es un arpa que cambia de cuerda
cuando cambia de viento el cuadrante.
Al perderla de vista parece
que el sol se ensombrece;
mas dentro del ser,
reliquia sagrada,
se lleva plasmada,
cual la de una amada,
tu sonrisa de luz, Santander.

Para ti

Sé que eres imposible, sé que no he de ver nunca
la gloria de tus ojos bajo los ojos míos;
pero es mi amor un árbol que el vendaval no trunca
y que da nuevas flores en todos los estíos.

Cuando a buscar su sombra vengan tus pies felices
y sientan el deseo de descansar aquí,
podrás decir mirando sus hondas cicatrices:
El viejo tronco sufre y da flores por mí…

Nada más necesito yo para mi reposo;
las cifras que grabaste en el tronco rugoso
cubiertas por el musgo no se pueden leer.

Pero queda una savia que mi tronco alimenta
y esta savia, al regarlas, a las ramas les cuenta
una historia romántica de una bella mujer.

Y tú serás dichosa. En el fondo cristiano
de tu hogar rodeándote tus hijitos leerán;
un calor de familia te dará su verano
y el amor de otro hombre el descanso y el pan.

Ya el pasado dramático de belleza ilusoria
se borró en tu recuerdo; ya no puede tornar,
y el mayor de tus hijos te dirá de memoria
unos versos de un libro que cogiera al azar.

Tú te pondrás muy pálida al oír esas rimas;
un volcán se reenciende de improviso en las cimas
que cubría la nieve. Tú aterrada le ves…

Pero pronto volviendo a tu unción recoleta
les dirás a tus hijos: Conocí a ese poeta
hace mucho, hace mucho… Y el silencio después.

Los soldados ciegos

Sombríos, callados,
llevando en sus ojos súplicas y ruegos,
iras y amenazas, pasan los soldados,
los soldados ciegos.

Fue en un triste día;
su última mirada
se llenó del claro fulgor que encendía
la patria adorada.
Vieron devastados los bellos jardines
de los que huyó el amor;
clamaban intrépidos los roncos clarines;
tronaba el tambor.

Ante las hileras de fieros guerreros
pasó el comandante;
se erizó la línea de miles de aceros,
se gritó ¡adelante!
¡Y marchó adelante como catarata,
igual que un torrente que su agua desborda,
que ruge, que hiere, que rompe y que mata,
la bárbara horda!

¡Oh, aquella inefable
visión postrimera,
cuando, en alto el sable
y tras la bandera,
por la senda larga,
sin muro ni abrigo,
marchaban veloces a paso de carga
contra el enemigo.

¡Oh, el cuadro sangriento de matices rojos!
¡Oh, la sinfonía de bárbaras notas!
¡aún lo ven llenando sus vacíos ojos,
sus órbitas rotas
como un espectáculo
que no olvidarán!,
y apoyados sobre su mísero báculo
por el mundo van.
Marchan los soldados,
los soldados ciegos,
y en sus ojos, por siempre cerrados,
se reflejan iras, se traducen ruegos.
Les dicen las gentes:
—¡Triunfó nuestra fe
Ya luce el gran día de los combatientes.
¡Ya luce! Levantan los ojos dolientes.
¡Ninguno lo ve!

Detrás del frente

La trompa apocalíptica de los juicios finales,
con su clamor de muerte, estremece la tierra;
y en las góticas torres de viejas catedrales,
entre tallas monstruosas de diablos y de efebos,
la lechuza sombría de la guerra
va incubando sus huevos.

El cielo es una hoguera en los tristes ocasos,
y el sol, en vez de vida, parece una amenaza;
en los pueblos desiertos el eco de los pasos
resuena como el ronco estruendo de una maza.

Nadie cruza las calles perdidas en tinieblas,
sólo unos perros flacos ensayan sus aullidos…
¡Oh, el dolor de esas pueblas,
Albert, Soissons y Royes,
por las que sólo cruzan los heridos
en trágicos convoyes!

Se huele a cloroformo. Detrás de esas oscuras
ventanas entornadas el drama se presiente;
se siente el dolor hondo de las primeras curas
sobre sucios camastros;
se ve de las camillas la procesión doliente
que deja rojos rastros.

Aquí es donde la lucha más bárbara se muestra,
aquí es el dolor frío, agudo y lacerante.
¡Felices esos pueblos que están en la palestra
mirando al enemigo magnífico delante!

Lo horrendo es este drama, el drama sordo y ciego,
entre silencios hoscos y fúnebres presagios,
de los pueblos situados tras la línea de fuego,
cual playas que recogen reliquias de naufragios.

No hierve aquí la sangre igual que en las trincheras,
no pasan los dragones altivos y soberbios,178
no dan su vuelo al aire las mágicas banderas
ni se crispan los nervios.

Aquí es el dolor frío, la sensación de asco
de la carne llagada que entre trapos se esconde;
es la muerte alevosa que viene sobre un casco
de granada, caído de no sabemos dónde.
Se siente el dolor sordo y la cruel agonía
que hay de los hospitales en las fúnebres salas;
se ve a la cirugía
ensanchar las heridas abiertas por las balas.
Aquí esos mismos héroes probados en cien lides
pasean abatidos, y llevan en su cara,
no el gesto legendario de Ayaxes y de Cides,
sino el cansancio impreso,
como si la tragedia sus hombros abrumara
con un horrendo peso.

A nuestra espalda suena un sordo fragor. ¿Oyes,
corazón? ¡Son las ruedas de los tristes convoyes
que llevan los heridos!
En vano es que preguntes; no habrá quien te conteste;
el alma de la guerra es cual la de la peste,
que ejecuta sus fallos sin dar una razón.
¿Conoces algún drama que se compare a éste?
¡Responde, corazón!


Versos de guerra, mar y hampa
José del Río Sainz
Renacimiento, 2021
260 páginas
12,90 €

Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas (2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como ClarínArte y ParteTuriaParaíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel PuenteMarcelo FuentesRafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.

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