La peor consecuencia de la guerra de Bosnia, además de sus 100.000 muertos, 35.000 desaparecidos y más de un millón de desplazados, fue la consolidación de un país dividido en tres comunidades étnicas y la desaparición de la noción de multietnicidad, el tesoro más preciado de «la pequeña Yugoslavia», como se la conocía, por ser una reproducción a escala del estado creado por Tito. Veinticinco años después del inicio del conflicto, Joan Salicrú desmonta en Bosnia: la guerra que no nos contaron, un ensayo publicado por la editorial catalana Apostroph, el mito que dice que esta fue una guerra étnica. Y también, de hecho, la propia existencia de tres pueblos con grandes diferencias entre sí, la supuesta causa para justificar el «conflicto inevitable». Salicrú defiende que el elemento étnico fue el pretexto de las élites provenientes del sistema yugoslavo para perpetuarse en el poder, aunque fuera al precio de desatar una guerra civil. Lo que sigue es un extracto de la obra.

Que hoy en día casi todos los habitantes de Bosnia se identifiquen con […] tres categorías étnicas no significa que estos grupos étnicos sean realmente etnias tan diferenciadas y mucho menos que tuvieran que colisionar ante la imposibilidad de vivir juntos a causa de sus múltiples diferencias, que es la tesis que mantuvieron los radicales serbios alzados en armas y más tarde los ultranacionalistas croatas. ¿Hasta qué punto las diferencias son lo bastante grandes como para mantener la idea de grupos distintos? ¿Hasta qué punto esta diferenciación es una construcción incentivada por los que provocaron la guerra? Durante los últimos años estas cuestiones han recibido respuesta de trazo grueso que sin duda merecen algunas matizaciones, sobre todo teniendo en cuenta que los elementos objetivos que constituyen una etnia son, en general, una lengua, un territorio y una religión. En una encuesta de 2007 elaborada por el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (UNDP) en Bosnia, el 57% de los encuestados se identificó en primer lugar bajo una designación étnica, aunque un 41% escogió una identidad de tipo dual y sólo un 14% vinculada a un solo grupo étnico o un credo religioso, mientras que un 43% optó por la opción «ciudadano de Bosnia y Herzegovina». En esta línea, un 75% de los encuestados respondió positivamente a la pregunta: «Además de pensarse a sí mismo como un [bosníaco, croata, serbio], ¿también es usted un ciudadano de Bosnia-Herzegovina?».
¿Cómo se vivían las etnias antes de la guerra?
Trasladémonos al período inmediatamente anterior a la guerra y formulemos la siguiente pregunta previa: ¿existía, durante la década de los ochenta, una vivencia multiétnica/postétnica de la sociedad bosnia, una conciencia de ciudadanía que superara a la de nacionalidad? ¿Ya predominaba la pertenencia étnica? Disponemos de gran cantidad de datos que nos ayudan a situar sobre el papel esta conciencia multiétnica/postétnica de la sociedad bosnia, es decir, a si asumían que, a pesar de proceder de una tradición cultural determinada podía llegar a primar ser ciudadano de un país diverso. Enrique Criado, autor de El paraguas balcánico, en una entrevista en E-noticies, afirma: «Tampoco me gustaría caer en la llamada yugonostalgia ni en frivolizar sobre el carácter dictatorial del régimen de Tito, pero sí me parece relevante la concepción de una comunidad política unida por una ciudadanía común, superpuesta al tapiz de legítimos sentimientos identitarios, de naturaleza religiosa o de otro tipo».
Debemos tener en cuenta que antes de la guerra hasta un 20% de los bosnios se referían a sí mismos como «yugoslavos», llegando a borrar su trazabilidad étnica, aunque otros indicadores rebajan estas cifras al 7,9% en 1981 y 5,6% en 1991. Eran los llamados pingüinos, en una expresión recuperada en nuestro país por el periodista de La Vanguardia Enric Juliana, un concepto usado para señalar su singularidad. El de yugoslavo sería un concepto de pertenencia más ideológico que étnico, promovido explícitamente por el régimen de Tito. Este porcentaje de población confirma que, al menos durante unas cuantas décadas, la división étnica de la sociedad estaba más o menos apaciguada; la escritora Slavanka Drakulić declaraba, en 2017, en una entrevista para El Confidencial: «En la antigua Yugoslavia se tardó al menos cinco años en que cuajase la propaganda nacionalista y la homogeneización de la población, la división entre nosotros y ellos que preparó los conflictos sangrientos después».
Es obvio que la concepción posnacional que promovía el régimen al intentar inscribir todos estos sentimientos bajo una idea iugoslavizante no ayudaba a que estas identidades flotaran con naturalidad. Pese a todo, según la antropóloga Tone Bringer, en Bosnia existía una
«[…] cultura transétnica singular que incluía cada etnia y hacía que las diferentes religiones, incluidas la cristiana y la islámica fueran “sinérgicamente inter-dependientes”. […] ni las identidades bosnia, croata o serbia pueden ser totalmente entendidas si sólo se hace referencia al credo islámico o los credos cristianos respectivamente, sino que deben ser considerados en una forma específica dentro del contexto bosnio que ha resultado en una historia […] compartida en los trasfondos tantos islámicos como cristianos».
Sea como fuere, y siguiendo el hilo que apuntábamos: ¿el 90% de ciudadanos que se identificaba en los censos como pertenecientes a grupos de referencia —serbios (30%), croatas (18%) y musulmanes (43%)—, se vivían a sí mismos como miembros de etnias diferenciadas? ¿De comunidades etnicolingüísticas separadas entre sí? No está nada claro que se viviera de una forma intensa, definitiva, sino más bien de una manera prácticamente anecdótica, en muchos casos. Especialmente en el caso de los musulmanes/bosníacos/bosniomusulmanes. Como Anthony Loyd dice en Mi vieja guerra, cuánto te echo de menos…:
«Generalmente, los croatas de la Bosnia central, igual que los serbios antes que ellos, bebían con más facilidad del cáliz envenenado del nacionalismo que los musulmanes. Había muchas razones que explicaban el porqué de este hecho. En primer lugar, es más fácil reavivar la angustia del nacionalismo en un pueblo que tiene una conciencia nacional definida que en uno que carezca de ella. Tanto los líderes croatas como los serbios podían hacer uso de imágenes de la persecución que su gente sufrió en el pasado y su pretérita “gloria” militar para conseguirlo».
En este sentido es muy interesante recordar cómo hasta 1960 el Estado yugoslavo proponía a los habitantes de Bosnia y Herzegovina tres formas de autoidentificarse cuando se registraban como ciudadanos: serbios, croatas o indeterminados. El concepto musulmán como expresión de una supuesta etnia diferenciada, de una nacionalidad distinta a la de serbios y croatas, no fue oficialmente contemplado como categoría hasta el censo de 1961 y la Constitución de 1963. Se introdujo para introducir definitivamente un grupo étnico tapón que calmara los anhelos expansionistas de Croacia y Serbia, y no tanto por una demanda de los sectores musulmanes más nacionalistas. Tal como Taibo y Lechado afirman en Los conflictos yugoslavos: «En opinión de los representantes serbios, la nacionalidad “musulmana” había sido una creación de Tito, no en vano los musulmanes eran realmente serbios (algo parecido pensaban, en su beneficio, muchos croatas)».
Difícilmente se puede sostener, pues, que los eslavos de confesión musulmana se vieran a sí mismos como tales si la creación de la nacionalidad musulmana no fue reclamada por ellos de forma mayoritaria, sino que más bien fue una propuesta maquiavélica del propio Tito, o con voluntad de romper la dicotomía entre serbios y croatas, si tenemos más simpatía por el personaje.
En general, no parece que se percibieran como etnias claramente diferenciadas a tenor de, por ejemplo, el elevado número de matrimonios mixtos existentes antes de la guerra, entre un 25% o 30% en el conjunto de Bosnia, según la síntesis de diversas fuentes. También es difícil que el principal elemento definitorio fuera el de la trazabilidad étnica. En todo caso, queda confirmado que la convivencia fue ejemplar hasta finales de los años ochenta como mínimo, y los Juegos Olímpicos de Invierno de 1984 en Sarajevo nos mostraron esa imagen.
Hay que tener en cuenta la existencia de estadísticas que muestran que en lugares como Sarajevo las parejas formadas por miembros de las supuestas distintas etnias suponían hasta el 45% de las uniones; según Raül Romeva, en Bosnia en paz, el 42% de la población era descendiente de matrimonios en los cuales la etnia del padre y la madre no coincidían. Según el censo yugoslavo del año 1981, había en Yugoslavia 640.000 matrimonios mixtos serbocroatas («Adiós a Yugoslavia», revista Semana, 1992). En Sarajevo, según Noel Eduardo, se calcula que estos matrimonios alcanzaban el 35% del total.
En Mostar, la capital de la región geográfica de Herzegovina, este porcentaje habría alcanzado solo el 10% antes de la guerra según el censo de 1991. Nueve años después, de ciento setenta y seis matrimonios certificados en Mostar, ninguno de ellos era una pareja entre un bosnio y una croata o al revés. Un modesto incremento se registró en 2004, cuando aproximadamente el 0,7 por ciento de los matrimonios fueron entre bosnios y croatas. Este porcentaje se incrementó al 1,6 por ciento en 2008. Actualmente un grupo representa el 47%y el otro el 48% de la población, unas 100.000 personas cada uno.
En este marco étnico se plantea la siguiente duda: ¿donde deberíamos situar a los hijos de parejas mixtas? ¿A qué etnia se supone que pertenece, por ejemplo, el periodista Boban Minić, residente en España, que se confiesa ateo y tiene apellido de padre montenegrino y madre musulmana? ¿De qué etnia será su hijo, nacido de su relación con Dina, musulmana? En Bosnia la convención social atribuye a los hijos la nacionalidad del padre, de forma que aquellos que lo son de parejas mixtas no acaban contando como tales. Si lo hiciéramos, todavía hallaríamos mayor porcentaje de habitantes del país que no podríamos clasificar claramente en ninguna de las tres comunidades mayoritarias actuales.
No parece que la vivencia como etnias diferenciadas hubiera calado del todo en la segunda mitad del siglo XX en Bosnia; tampoco parece, además, que la pertenencia a una u otra fuera determinante y los bosnios convivieron sin ningún problema durante la década anterior a la guerra, probablemente porque tampoco se veían tan diferentes. Que el miedo y el odio «no eran endémicos en la sociedad bosnia, quedó claro durante el brote de activismo civil durante el preludio de la guerra», asegura Mary Kaldor en Las nuevas guerras. La autora recuerda que en agosto de 1991 una concentración pacifista organizada en Sarajevo por la televisión yugoslava Yutel congregó 100.000 personas. Y lo remacha mencionando la manifestación que congregó entre 50.000 y 100.000 per-sonas, de nuevo en Sarajevo el 5 de abril, para reclamar la dimisión del gobierno y la creación de un protectorado internacional. Francotiradores serbios causaron la primera muerte de la guerra al disparar contra una estudiante de medicina de 21 años, Suada Dilverović, que había venido de la ciudad croata de Dubrovnik.
En términos muy prosaicos y según el testimonio de Edin Kapić, español nacido en Mostar, un niño de Bosnia y Herzegovina solo podía enterarse de la vinculación de un compañero de clase a uno de los actualmente consolidados grupos etnicolingüísticos por el nombre de pila y por las tradiciones vinculadas a la religión que celebraba. Muchas veces uno no sabía si tal compañero era musulmán, croata o serbio. La misma fuente corrobora que si no había esta mínima vivencia religiosa, los elementos objetivos de diferenciación eran prácticamente irreconocibles a simple vista. A veces, de una forma que cuesta creer a raíz de la realidad que se ha impuesto, el desconocimiento era sobre la propia familia: «Nosotros vivíamos en Sarajevo, dentro de la zona musulmana. Tenía diez años y entonces supe, a raíz de aquello [que estaba pasando, la guerra], la religión que teníamos, y que no habíamos practicado nunca: la ortodoxa», ha explicado Tijana Postić, catalana nacida en Sarajevo, respecto a su propia experiencia.
El único elemento de diferenciación indiscutible, por lo tanto, serían las fiestas tradicionales celebradas por cada grupo, a menudo no en términos religiosos sino culturales, del mismo modo que muchísimos españoles celebran la Navidad sin asistir a ceremonia religiosa alguna. Hay que tener en cuenta que, aunque teóricamente una gran parte de la población de Bosnia es musulmana, en realidad el islam funciona como el catolicismo en España: para la mayoría de las personas, sobre todo las más jóvenes, es más un background, una tradición cultural, que una práctica religiosa.
Al menos en gran medida hasta el conflicto bélico de 1992-1995, está claro. Tal como Borja Lasheras, autor de Bosnia en el limbo, comentaba en una entrevista a El Confidencial: «Yo soy muy crítico con esa visión étnica, porque en Bosnia son todos eslavos, solo que algunos de ellos resultan ser ortodoxos, otros católicos y otros musulmanes. Pero el énfasis étnico y religioso tiene un gran éxito entre las elites políticas de Bosnia. Y la comunidad internacional está presa de este prisma».
Predrag Matvejević, de origen croata y ruso, nacido en Mostar, escribía el 2001 en El País:
«Mis colegas y amigos, procedentes de familias islámicas, que hablaban el mismo idioma que los croatas católicos o los serbios ortodoxos y eran conscientes de compartir con nosotros los mismos orígenes, nos visitaban con motivo de las fiestas cristianas: comían cerdo y bebían raki tanto o más que nosotros. Una fracción relativamente reducida de ancianos cumplía, con cierta rigidez, los ritos prescritos por su fe, en ocasiones bajo la ironía de sus propios correligionarios».

Joan Salicrú
Apostroph, 2021
144 páginas
16 €
Joan Salicrú, nacido en Mataró en 1981, es periodista. Es promotor, con Eloi Aymerich, Ariadna Vázquez, Georgina Altarriba, Manuel Arenas y CristinaMadrid, de la productora mataronense de documentales Clack, y codirector de la revista Valors con Maria Coll. Es miembro de la Associació de Publicacions Periòdiques en Català y exjefe de informativos de Mataró Ràdio y del diario digital capgros.com y sigue la política local mediante el blog LaRiera48, con Ramon Radóy Toni Rodon.
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