Narrativa

Reencuentro feliz con la narrativa breve de Horacio Quiroga

Menoscuarto actualiza su edición de «Cuentos de amor de locura y de muerte» del autor uruguayo

/ una reseña de Angélica Tanarro /

Reencontrarse con la narrativa breve de Horacio Quiroga es volver a escuchar la voz del maestro. Maestro es un término que entre los escritores de cuentos suele acompañar como un apellido postizo el nombre del escritor uruguayo, nacido en Salto en 1878 y muerto en Buenos Aires en 1937, con la ayuda del cianuro que puso un atajo al cáncer avanzado que padecía.

La editorial Menoscuarto nos facilita el reencuentro. No es la primera vez que los Cuentos de amor de locura y de muerte jalonan el catálogo del sello palentino, que siempre ha mostrado su admiración por el autor de El crimen de otro, su primera incursión en el género, en el que brillaría como un sucesor de Edgar Allan Poe. La primera edición data de 2004, cuando la editorial estaba dando sus primeros pasos, por lo que la aparición del cuidado volumen de estos cuentos era toda una declaración de principios.  Posteriormente publicaría del mismo autor Anaconda y el regreso de Anaconda y el volumen de novelas cortas El devorador de hombres. Esta segunda edición de los cuentos, aparte de algunas correcciones, solo cambia la portada, en consonancia con el nuevo estilo de la editorial. Mantiene todos los atractivos que hicieron de la primera aparición un hito en el campo de la edición de narrativa breve: en primer lugar, desoyendo la ya lejana voz del escritor, incluye al final los cuentos que el autor suprimió del libro en la última edición aparecida cuando aún vivía. Para los estudiosos de la obra de Quiroga y en general del relato y su evolución, no deja de ser una valiosa información conocer cuáles eran los que el autor consideró que debían apartarse, aunque a los ojos del lector mantengan el vigor y la precisión de los que permanecieron en esa última mirada de su autor.

Contiene también los dos apéndices en que Quiroga, entre teórico e irónico, aconsejaba sobre la escritura del relato. Son el Manual del perfecto cuentista y el Decálogo del perfecto cuentista. En éste conviven máximas como: «Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia», con otras aparentemente contradictorias como «Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea».

Y, en tercer lugar, pero no menos importante, acierta en mantener el ensayo preliminar en el que Andrés Neuman, destacado cultivador del género, nos da claves precisas sobre estas piezas que iluminan por sí solas las características de la obra de Quiroga.

Como acertadamente advierte Neuman en su ensayo, no se debe entender el título como una reunión de escritos de tres temáticas distintas. Amor, locura y muerte parecen tres ingredientes inevitables; algo así como un destino ineludible en el desarrollo de unos personajes arrastrados por unas fuerzas invisibles o no tan invisibles como la atmósfera que los rodea. La atmósfera de la naturaleza implacable de la selva que el escritor conocía bien. Si su temprana vocación literaria fue compatible desde el primer momento con intereses tan distintos y aparentemente dispares como el ciclismo, la filosofía, la fotografía o la mecánica, la atracción por la selva marcó su vida y su obra. Una de sus primeras incursiones en la selva argentina cuando ya era profesor de castellano en el Colegio Británico de Buenos Aires fue propiciada por su amigo Leopoldo Lugones en una expedición a la provincia de Misiones para estudiar las ruinas de las misiones jesuíticas, en la que hizo valer sus conocimientos de fotografía. Años después, Quiroga quiso tener su propia chacra, por lo que junto a su amigo Vicente Gozalbo compró 185 hectáreas de tierra en Misiones, en el Alto Paraná, para cultivar los yerbatales de los que se extrae el mate. Allí trasladó a su esposa, la joven Ana María Cires y allí nacieron dos de sus hijos, a los que intentó inculcar desde su nacimiento el amor por la vida salvaje y el contacto con la naturaleza.

El temprano suicidio de Ana María sería una de las muchas tragedias que marcaran su biografía. Su padre había muerto de un disparo accidental cuando el escritor apenas contaba dos meses. Su padrastro se suicidó, dos de sus hermanos murieron de fiebre tifoidea, su mejor amigo murió a causa de otro disparo accidental propinado por el autor (lo que le costó una detención varios días de calabozo hasta que se esclareció el suceso)… No es de extrañar, pues, que todas estas desgracias, el ambiente implacable de la selva, las dificultades para llevar a cabo las distintas empresas que acometió en su vida, dieran nervio y consistencia a su literatura. Sus constantes lecturas y su capacidad para abrir nuevos caminos a la narrativa hicieron el resto. Cuentos de amor de locura y de muerte apareció en 1917 tras el regreso, ya viudo, a Buenos Aires. Fue un éxito inmediato. Pero Horacio Quiroga tuvo que acostumbrarse a compartir el prestigio de su nombre en los círculos literarios con la precariedad vital, de la que solían sacarlo a duras penas sus muchas amistades. Volvería a Misiones varias veces, volvería a enamorarse de jóvenes cuyos padres pondrían fin a las relaciones y volvería a casarse, esta vez con una compañera de colegio de estudios de su primogénita, María Elena Bravo, con la que tendría su tercera hija. Ambas acabaron abandonándole en la selva poco antes de su muerte.

En los cuentos que motivan este artículo, la naturaleza se resiste a ser explotada por el hombre. Los animales en ocasiones tienen voz, con más acento de fábula que de realismo mágico (como en La insolación, uno de los más brillantes del volumen) y anticipan el que sería otro de sus éxitos literarios, los Cuentos de la selva, protagonizados por animales y destinados a un público infantil.

El calor se describe de una forma tan vibrante que puede traspasar las páginas: «Una gallina, el pico abierto y las alas apartadas del cuerpo, cruzó el patio incandescente con su pesado trote de calor» (p. 105). A veces esa relación difícil del hombre con su entorno natural al que pretende domesticar se convierte, en la estela de su admirado Poe, en un cuento de terror, como en El almohadón de plumas. Aunque también el amor ofrece momentos de alivio al destino: «Yo tengo alguna idea, como todo hombre, de lo que son dos ojos que nos aman cuando uno se va acercando a ellos» (página 213, «La meningitis y su sombra»). Este relato, con el que se cierra el libro y se abre el apéndice de los tres cuentos desechados, es como la puerta abierta al aire fresco que Quiroga ofrece a un lector al que ha hecho acompañar por la crueldad de la locura, de la enfermedad y la muerte, del calor y la humedad implacables, de la terquedad del destino. Y es también un ejercicio no exento de humor, de metaliteratura.

El realismo naturalista y ciertos ecos del modernismo que fue el primer amor literario el autor conviven en estos cuentos imprescindibles para conocer el origen de la narrativa actual en castellano.


Cuentos de amor de locura y de muerte
Horacio Quiroga
Menoscuarto, 2014
296 páginas
14 €

Angélica Tanarro es periodista y escritora, licenciada en ciencias de la información por la Universidad Complutense de Madrid y doctora en periodismo por la de Valladolid, en cuyas aulas ejerció la docencia. Es especialista en información cultural. Ejerce la crítica de arte, literatura y cine. Ha sido jefa de Cultura en El Norte de Castilla y coordinadora de su suplemento literario, La Sombra del Ciprés. Es autora de los libros de poesía Serán distancia y Memoria del límite. Participa en jurados de premios relacionados con la literatura y las artes plásticas, como las becas de creación artística de la Fundación Castilla y León, a cuyo comité asesor pertenece. Coordina para la Fundación Miguel Delibes el ciclo Cronistas del siglo XXI, en el que se dan cita periodistas y escritores de reconocida trayectoria. Imparte conferencias y seminarios en cursos como el que organiza la Cátedra de Cine de Valladolid y es habitual de citas literarias como el Hay Festival, en Segovia.

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