/ una entrevista de Ada Soriano /
Conocí a Verónica Aranda, poeta y traductora madrileña, en Orihuela a finales de 2016, puesto que ese año recibió el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana por su libro Épica de raíles, publicado en Devenir: «Si fallaban las brújulas,/ si en un ardor de cal le cegaba la luz,/ ella asumía el riesgo de quedarse atrapada/ en una ciudad ajena». Estos versos, de su poema titulado «Mapas», dicen mucho de Verónica, mujer emprendedora y valiente, poeta que viaja y bebe de la luz y los colores de diferentes ciudades y países.
Y ya que hablo de la luz y del color, he de decir que, en 2020, Cénlit Ediciones publicó su poemario Cobalto oscuro, centrado en cuadros de mujeres pintoras. Sentí el pulso del arte pictórico en las palabras de Verónica. Pongo como ejemplo unos versos de su poema basado en un cuadro de Paula Modersohn-Becker: «[…] y todas las escalas de naranja,/ del pálido al rojizo,/ avivan la solemne sobremesa,/ la fuente donde aguardan/ jugosas nectarinas».
De esta prolífica escritora, he leído recientemente su poemario Humo de té, galardonado con el Premio Leonor 2020 y editado por la Excma. Diputación Provincial de Soria. En el poema que abre el libro, «Ceremonia del té», Verónica vuelve a dejar constancia de su pasión por el arte: «Admirad el dibujo de los cuencos, nos dice la anfitriona,/ poco antes de escanciar el té espumoso». En su laboriosa búsqueda, muestra cada detalle de «los rituales de la aldea flotante»: «He amanecido dentro de la luz de alabastro,/ muy dentro de sus láminas, y busco esa otredad/ en este estudio de escultor/ donde cuelga resina/ de los cuernos de un ciervo», dice en «Elegía en agosto».
Verónica Aranda no es una turista, sino que siente la necesidad de explorar otros lugares, como tantos escritores hacen y han hecho a lo largo de la historia para después poder decirse y decirnos, a su regreso, palabras tan bellas como estas: «Cené sola y libre/ bajo el cuarto creciente».

Verónica, cuando leí tu poemario Cobalto oscuro, anterior a tu libro Humo de té, me detuve un momento en estos versos finales del poema «Bodegón de los ajos», porque sentí así tu implicación en la poesía: «Por encima de todo,/ la voluntad estética./ Por encima de todo,/ la introspección,/ la rosa contra el lino». ¿Así la poesía, «la rosa contra el lino»?
Sí, esos versos conforman toda una poética que resume ese estado de profunda concentración e introspección durante el proceso creativo y la importancia concedida a la plasticidad. «La rosa» puede ser una alegoría de los instantes fugaces de plenitud que se trasladan al texto. Trato de que mis poemas transmitan sensaciones, cromatismo. Por otro lado, en poesía, al trabajar en un espacio reducido, minimalista, simbolizado en el lino, es importante que cada palabra tenga su propio peso. Todo debe encajar, por lo que nuestra labor se puede parecer a la del orfebre y a la del pintor figurativo, de ahí que el cultivo de la écfrasis me resulte bastante natural.
Voy ahora al poemario que nos ocupa, a Humo de té, al embrujo de los paisajes y las costumbres de los países orientales, protagonistas indiscutibles de una buena parte de tu obra. ¿De dónde esa tendencia a visitar lugares lejanos?
Desde mi primer poemario, «Poeta en India», aparece esa tendencia como una atracción por las culturas que preservan tradiciones milenarias. Porque cambiar radicalmente nuestra rutina, los paisajes conocidos (Europa puede ser bastante uniforme) es lo más parecido a vivir otras vidas. Mi conexión con Asia es algo que ha estado presente desde mi infancia. Cuanto mayor es la extrañeza que produce el viaje y el país visitado, más contribuye al autoconocimiento, a sondear nuestros límites, así como al escapismo. Pienso que en Asia se avivan los cinco sentidos como en ningún otro continente. Ofrece una forma de viajar mucho más lenta, diría épica, que nos traslada a otras épocas (pienso en los trenes indios lentísimos, en las locomotoras de vapor con asientos de madera que suben a las poblaciones de los Himalayas). Además, los contrastes y esa sensación de inmensidad y masificación al mismo tiempo hacen que pasemos por todos los estados de ánimo en un día. Sentirnos completamente extranjeros, aislados en algunos momentos, impulsa la necesidad de escribir. La India me ha regalado tantas imágenes insólitas que he ido anotando a vuelapluma en forma de haikus, de apuntes fragmentarios por los cuadernos de bitácora, que, a la hora de incorporarlas a los poemas, hacen que el proceso de construcción y edición del poemario sea muy estimulante. Y, por último, está el reto de no caer directamente en el tópico, lo que nos obliga a profundizar en otras culturas, religiones, sistemas filosóficos con humildad, a través de una mirada respetuosa para tratar de descodificar algunos ritos y lugares visitados en el poema, siendo conscientes de nuestras limitaciones.
Recientemente has declarado en una entrevista: «El viaje es el gran motor que impulsa mi escritura». ¿Qué sueños albergas antes de la partida? ¿Qué sientes en cada regreso?
Antes de la partida me empapo con bastantes lecturas sobre el país que voy a visitar y deseo que me sorprendan los lugares, llegar a esa comunión total con los paisajes y ciudades donde estamos de paso o paramos un tiempo. Esos pequeños instantes de plenitud que pueden darse, por ejemplo, a través de la contemplación profunda de la naturaleza, de la gastronomía, en un café local, recorriendo ruinas, ríos o entrando en algún templo. En cada regreso suelo sentir nostalgia («¡Viajar, perder ciudades!», escribió Fernando Pessoa), a la par que gratitud y una agradable sensación de tiempo dilatado que se prolonga durante unos días.
La conocida y aclamada cineasta Isabel Coixet, basándose en su viaje a Japón, dejó escrito: «Siempre he pensado que, al descubrir un país nuevo, uno oscila entre la extrañeza y el sentimiento mezclados: nos gusta sentir sorpresa y nos gusta también descubrir una cierta familiaridad en los territorios ignotos». ¿Piensas tú lo mismo?
Estoy de acuerdo. Sentir sorpresa es una de mis grandes motivaciones del viaje, me recuerda al aware de los haikus. Y también es inevitable comparar con lo ya conocido, buscar algunos aspectos que nos hagan sentir un poco en casa y reduzcan la sensación de lejanía. Pero, para que el viaje sea completo es conveniente dejarse llevar hasta el extrañamiento, conectar con otras imágenes y emociones.
¿«La distancia/ también es reescritura»?
En el sentido de que poniendo distancia, reescribimos cosas, detalles de nuestro día a día o reflexiones que estaban allí, pero que apenas percibíamos. La literatura combinada con el viaje amplía nuestro ángulo de visión, nos permite salir del estado de enajenación que es la rutina para reescribir algunas certezas.
¿Te resultaría difícil escribir poesía sin moverte físicamente de la ciudad en la que resides?
Sí que me resulta difícil. Ha supuesto un cambio y un reto grande para mí, pues ya me había habituado a la dinámica: viaje físico-anotaciones-escritura-regreso-completar y corregir los poemas. El confinamiento ha hecho que modifique la temática de mis poemas y el punto de partida; me ha obligado a sacar a mi imaginario de sus zonas de confort. Por eso me refugié en la pintura, algo que requería también un proceso de investigación previo a la escritura. Así escribí Cobalto oscuro durante los meses duros de confinamiento: un poemario construido a partir de cuadros de mujeres pintoras. Pero, también desarrollé una poética de interiores, de quietismo, de observación de los objetos. La verdad es que tuve que tachar unos cuantos poemas que no tenían ningún vuelo. Los encontraba anodinos, me faltaba la algarabía del viaje. Pero, fui aprendiendo a buscar otras imágenes y mayor profundidad psicológica. Además, me volqué mucho en la lectura y en la traducción. Pienso que es bueno no amoldarse y no repetirse en cada poemario, aunque las obsesiones y símbolos personales formen una especie de poema continuo.
¿Qué te sucede «antes de completar/ un inventario fértil»?
Me sumerjo de lleno en el proceso de creación, en la musicalidad de las palabras que repito en voz alta durante la composición del poema, por si algo chirría. Trato de darle sentido a las imágenes y reflexiones antes de hilvanar completamente los versos. «Un inventario fértil» se podría traducir como un poema elocuente, de esos que nombran las cosas con profundidad. Me identifico con la reflexión de Caballero Bonald: «Las palabras tienen que tener un significado más rico que el que tienen en el diccionario».
«Miro a las barqueras/ remar/ hacia el abismo imaginario». La mujer es protagonista esencial en este Humo de té, en Cobalto oscuro…
Sin duda, y también en casi todos los poemarios anteriores (Épica de raíles, Cortes de luz, Tatuaje, etcétera) está muy presente la mujer. Hay una mirada, sobre todo, solidaria y cómplice. También de admiración. Y un intento de dar voz a las mujeres subyugadas, las parias, las trabajadoras humildes, a tantas mujeres que me encontré por los caminos nómadas, con las que conversé. Ellas son parte de los paisajes de Asia, Marruecos y de Latinoamérica que se quedaron en mi memoria; son mucho más que flashes o estampas registradas en los textos: lavanderas, barqueras, campesinas, vendedoras ambulantes, niñas acróbatas, obreras, artistas, etcétera. Forman parte de la intrahistoria del periplo. El yo lírico se echa a un lado, para darles protagonismo.
Llevaba tiempo queriendo decirte que me descubriste Claros, del «poeta demiurgo», como así lo defines, António Ramos Rosa. No es la primera vez que traduces poesía portuguesa. También has traducido a escritores de otras lenguas.
Sí, llevo traduciendo poesía desde hace quince años. Es muy grato poder dar a conocer a poetas de otras lenguas, acercar su imaginario y su mirada particular sobre las cosas a los lectores españoles. Mi primera traducción fue de un poeta indo-nepalí, Yuyutsu RD Sharma, que conocí en Nueva Delhi y escribe en inglés. Me pareció necesario completar mis estudios en India con la traducción de un libro, pues aparte de todo el trabajo lingüístico de traslado de un idioma a otro, hay una inmersión total en otra cultura. Supone un esfuerzo extra muy enriquecedor para dar coherencia a los textos en el idioma de salida. La traducción tiene mucho de re-creación, donde además el traductor debe tomar bastantes decisiones y encontrar un equilibrio.
Mi especialidad es la poesía portuguesa. A veces con las lenguas más cercanas hay que tener especial cuidado con las traducciones literales, los falsos amigos. Tuve también el privilegio de traducir a Maria do Rosário Pedreira, una de las voces más genuinas de la poesía lusa. Y últimamente me he dedicado más a autores brasileños como Salgado Maranhão. Ópera de noes, editado en Polibea y que pasó bastante desapercibido con la pandemia, es una maravilla; posee una gran riqueza simbólica. Brasil está lleno de autores por descubrir y creo que los traductores literarios también jugamos un pequeño papel de gestores culturales.
No quisiera finalizar sin saber acerca de tu intensa labor en Polibea como directora de una colección de poesía latinoamericana actual.
Comienza en 2016 y desde entonces llevamos 19 títulos, gracias sobre todo al apoyo y al entusiasmo de Juan José Martín Ramos y a la confianza de los autores. Vimos muy necesario dar a conocer a tantas voces inéditas en España, así como rescatar poemarios descatalogados en los países de origen e ir sacando antologías por países que den una pequeña muestra de las distintas líneas poéticas que se están llevando a cabo. El castellano es muy rico y la experimentación con el lenguaje poético pienso que está dando grandes hallazgos y resultados en la poesía latinoamericana actual, especialmente. Hay una amplia variedad de voces y de poéticas muy interesante que fui descubriendo gracias a mi participación en festivales internacionales de poesía, recorriendo librerías o a través de la recomendación de amigos escritores.
Mucho menos, sin que me digas de dónde proviene tu gusto por la copla y el fado, hasta el punto de que tu tesis doctoral se basa en estos cantos —interpretados por mujeres, en este caso—, que hablan de las pasiones humanas, con sus sabores dulces y, sobre todo, amargos.
Son dos músicas que me acompañan desde siempre, especialmente la copla, desde la infancia, pues la escuchaban mis abuelos y mis padres. El fado lo descubrí en la adolescencia y empecé a cantarlo en 2004, cuando residía en Lisboa. La fuerza con la que ambas músicas transmiten el amor pasional y el pathos no tiene nada que envidiar a la tragedia griega. La copla es de extremos, pura visceralidad y despliegue teatral, y el fado es más intimista, pero acaban complementándose. Por otro lado, las letras tienen una gran calidad poética que conecta con la lírica tradicional y las cantigas de amigo.

Ada Soriano (Orihuela, 1963), dedicada desde temprano a la actividad cultural, fue codirectora de la revista de creación literaria Empireuma y colaboradora de la revista sociocultural La Lucerna. Ha publicado las plaquetas Anúteba (Empireuma, 1987) y Alimentando lluvias (Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 2000), así como los libros de poemas Luna esplendente o sol que no se oculta (Empireuma, 1993), Como abrir una puerta que da al mar (Biblioteca Pública Fernando de Loazes, 2000), Poemas de amor (Fundación Cultural Miguel Hernández, 2010), Principio y fin de la soledad (Cátedra Arzobispo de Loazes, Universidad de Alicante, 2011), Cruzar el cielo (Celesta, 2016) y Dondequiera que vague el día (Ars Poetica, 2018). Asimismo ha publicado No dejemos de hablar, entrevistas a 19 poetas (Polibea, 2019) Ha colaborado en diversas revistas literarias y ha sido incluida en varias antologías.
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