Música y danza

‘El amor y la muerte’. Un documental sobre Enrique Granados

Javier Mateo Hidalgo se estrena como colaborador de EL CUADERNO reseñando un filme que repasa la vida y la obra de uno de los grandes compositores españoles.

/ por Javier Mateo Hidalgo /

Si nos detenemos a pensar en las diferentes conversaciones que hemos podido mantener durante nuestra vida, seguramente reuniremos diversas voces de distintos interlocutores entonando al unísono el mismo mea culpa. Todos afirmaron, en un momento dado, ser profanos en la materia sobre la que se encaminaba el diálogo, mostrándose incapaces de continuarlo y zanjándolo. «No entiendo de arte, no entiendo de literatura, no entiendo de música». Si bien es cierto que los no entiendo cada vez proliferan más (con lo preocupante que pueda resultar para el nivel medio cultural de nuestra población), también lo es que la primera regla para acercarse a algo que nos llama la atención es desconocerlo. Eso es lo que genera nuestra curiosidad, porque aquello (lo que sea) nos acaba interesando y queremos saber más. Por eso, tal vez la mejor réplica a ese mea culpa sea: «No te preocupes. Simplemente basta con valorar aquello de lo que hablamos, y que al despedirnos sigas con ello en la cabeza». Se puede decir que una obra despierta curiosidad cuanto mayor es su valor, alcanzando el rango de universal cuando no pasa de moda. Es decir, su atemporalidad permite estar al alcance de los gustos de todas las épocas. Además, cuanto más amplio es el abanico de la población que se siente identificado con ella, mayores posibilidades tiene de sobrevivir al juicio del tiempo o de la historia. La música de Enrique Granados tiene esa virtud, como afirma uno de los personajes que protagonizan el documental de Arantxa Aguirre El amor y la muerte: historia De Enrique Granados. Y si bien su tema central reúne todas estas características, también lo hace el propio filme, que precisamente actúa a modo de un conversador modelo o ideal, por cuanto consigue lograr captar la atención y el interés del público, sin importar que este sea un entendido en la materia.

Aguirre nos regala un relato mágico acerca de la vida y la obra del compositor catalán, que tanto hizo por el desarrollo de la música española en el siglo XX. Y lo hace utilizando unos mimbres elaborados con minuciosa sensibilidad, que van entretejiéndose hasta atrapar al espectador. Sus imágenes están plagadas de tableaux vivants, escenas hipnóticas que, desde su plástica, cobran vida muy lentamente, de forma casi imperceptible y en un silencio profundo y filosófico. El misterio que emana de ellas nos traslada a un universo único, desde el cual penetrar en la biografía del autor de las Danzas españolas o de Goyescas. En su naturaleza no hay artificio, sino verdad, pues la vida de Granados tuvo también su pátina poética o romántica. A diferencia de su amigo Isaac Albéniz, no tenía una personalidad extrovertida, sino que su alma melancólica le hacía un hombre callado e introspectivo. No obstante, también poseía una gran dulzura, y ello se aprecia en su música, que aunaba a su vez tres estilos: el europeo (tomando el wagnerianismo de Alemania o el impresionismo de Francia), el español y el catalán. No olvidemos que su música brota al amparo del nacionalismo ibérico al que se sumarían el ya citado Albéniz, Falla, Turina o el maestro de todos ellos (Pedrell), pero también de la Renaixença (renacimiento de la lengua y literatura catalanas) y del modernismo (nueva estética que promovía el uso de líneas curvas y elementos de la naturaleza en las artes). Todo ello iría incubando un lenguaje inconfundible en Granados durante sus años de formación en Barcelona, Madrid o Francia.

Como si se tratase de una directora de orquesta, Aguirre da cuerpo a una partitura (la sinfonía de la vida de Granados) destinada a un gran conjunto de instrumentos. Una obra de arte total en la que participan todas las artes: el teatro, la danza, la pintura, la música, el cine… Desde la oscuridad temporal, nos hablan voces evocadoras, interpretadas por actores como Jordi Mollà, Alicia Sánchez, Emma Suárez o Ramón Fontserè. En una especie de milagro, vuelven a dar vida a Enrique, a su madre Enriqueta Campiña, su mujer Amparo Gal o al escritor Apel·les Mestres, quienes también toman forma a través de obras visuales que sólo podían haber sido escogidas por una mano sensible y erudita como la de Aguirre. El guion nos va describiendo la andadura del protagonista a través de una evocadora construcción audiovisual; así, desfilan ante nuestros ojos secuencias de Soy Cuba de Kalatózov o de Barcelona en tranvía de Ricardo Baños, maquetas de teatros, pinturas como la del Erik Satie inmortalizado por Santiago Rusiñol o la Madeleine de Ramón Casas, los hermosos dibujos de Ana Juan o fotografías de época que van coloreándose también silenciosamente y de una forma deliciosa. Los musicólogos Walter Aaron Clark, Miriam Perandones o Jorge de Persia arrojan luz sobre los datos históricos y biográficos de Granados, mientras que los pianistas Rosa Torres-Pardo, los cantantes Nancy Fabiola Herrera y Carlos Álvarez o las bailarinas Patricia Guerrero y Elisabet Ros recrean su universo musical desde nuevas perspectivas, demostrando que su arte sigue siendo extrapolable a múltiples estilos y ámbitos, modernos o tradicionales. Esta forma de contar tan plural y renovadora de la cineasta madrileña demuestra la fuerza de lo interdisciplinar como herramienta de colaboración coral con la que enriquecer un proyecto, hacerlo brillar intensamente y abrir nuevas vías de experimentación, siempre tan necesarias para el desarrollo de nuestra cultura. Su obra es un regalo para el espectador, un canto a la belleza de la obra de Granados y una abertura a lo imposible, a ese futuro truncado en la vida del compositor, que murió abrazado a su esposa en aguas europeas, después de que el barco en que viajaban fuese torpedeado durante la primera guerra mundial. Un naufragio inesperado como el que sorprendió al Titanic. Como muy acertadamente se asocia en el filme, mientras aquella tarde fatídica el matrimonio desaparecía en aguas internacionales, en Barcelona Arthur Rubinstein interpretaba al piano en un concierto la obra de Granados El amor y la muerte. Una casualidad fatídica con el mar de protagonista. El mismo con el que se inicia y concluye la película en un círculo perfecto.


Javier Mateo Hidalgo (Madrid, 1988) es doctor en bellas artes por la Universidad Complutense de Madrid e investigador independiente. A lo largo de su trayectoria ha publicado artículos académicos en diversas revistas especializadas, tales como Síneris, Femeris, Asri, E-Innova, Archivos de la Filmoteca, Re-Visiones, Aniav, Quaderns de Cine, Miguel Hernández Communication Journal o Espacio, Tiempo y Forma. Así mismo, ha participado como ponente en diferentes congresos nacionales e internacionales organizados por instituciones como el Instituto Cervantes, la Universidad Complutense o la Autónoma de Madrid, la de Alcalá de Henares, la Politécnica de Valencia o la de Huelva. También colabora en revistas digitales como Mutaciones o Cualia, en medios de prensa como El Periódico de Aquí o Crónicas de Siyâsa y en el programa radiofónico Frecuencia 7 de Los 40 Principales, en la Cadena Ser. Actualmente compagina estas actividades con su trabajo como docente. 

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