/ una reseña de Carlos Alcorta /
Fotografía de portada de Pepo Paz Saz
En el que es, sin género de dudas, uno de los mejores libros sobre el acto creativo, sobre el fenómeno poético ―hablo de El arco y la lira, cuya primera edición data de 1956―, Octavio Paz escribe: «El poeta habla de las cosas que son suyas y de su mundo, aun cuando nos hable de otros mundos […] El poeta no escapa a la historia, incluso cuando la niega o la ignora. Sus experiencias más secretas o personales se transforman en palabras sociales, históricas». Estas palabras pueden ser utilizadas para hablar de muchos poetas, pero adquieren un sentido particular cuando las aplicamos a la poesía de Miren Agur Meabe (Lekeitio, 1962) ―galardonada con el premio de la crítica por sus poemarios Código de la piel (2000) y Espuma en las manos (2010), publicado por Trea en 2017 y comentado en estas mismas páginas; y el premio Euskadi por sus novelas juveniles Itsaslabarreko etxea (2002), Urtebete itsasargian (2006) y Errepidea (2011)―, especialmente a su último libro, el galardonado con el Premio Nacional de Poesía Nola gorde errautsa kolkoan (Como guardar ceniza en el pecho, en la edición de Bartleby Editores).
La memoria se convierte acá no solo en recuerdo presente («Una de mis constantes en poesía, posteriormente trasladada a la narrativa, es la búsqueda de la propia identidad, y ahí interviene la interpretación del hoy hurgando en los archivos del pasado, la justificación de nuestro presente a través de los recuerdos de infancia y adolescencia» ha afirmado en una entrevista) , sino en reivindicación, en demanda de justicia, gracias a lo cual el pensamiento y la palabra íntimos convierten en asunto colectivo, en compromiso social, aunque confiese en el primer poema del libro que no pueda «decir que haya dado tanto como recibí:/ asumo la responsabilidad de ciertas situaciones lamentables». O que le «pesa no haberme ensuciado más las manos». Sin duda, la práctica poética ―cuando esta nace de la necesidad de comprender y de articular el mundo, no de objetivos más o menos espurios― es también una forma de compromiso cívico, de denuncia y de solidaridad. No en vano hay en este libro numerosos ejemplos de autoafirmación feminista, más visibles, si cabe, en los poemas en los que se homenajea a diferentes mujeres.
Pero vayamos al contenido del libro, escrito inicialmente en euskera y traducido al español por la propia autora, proceso este no exento de dificultades que la propia poeta ha explicado: «Traducir tiene mucho de buscar alternativas. Por ejemplo, las connotaciones que despliega una palabra en un idioma no sirven automáticamente para el otro […] Los más complicados son los aspectos relacionados con el mundo simbólico o ritual, por que ahí entran las claves de la tradición oral: mitos o personajes que resultan lejanos según para qué público». El título nos ofrece algunas claves interpretativas, puesto que la referencia a la ceniza supone un fuego previo, un fuego en el que se han quemado, purificado podríamos decir, fragmentos de vida, fracasos, desamores, heridas. Esas cenizas, esos rescoldos, no resultan inservibles. De ellos se aprende, alimentan al yo futuro que trata de no cometer los mismos errores, aunque para guardar ceniza en el pecho «No existe método./ Tan solo resistir en el lindero/ sin pensar en eso que se añora./ Aceptar que la vida no dispone ningún plan para nosotros». Las casi doscientas páginas de Cómo guardar ceniza en el pecho están dividas en seis secciones, cada una de ellas con un argumento unificador, aunque entre ellas haya una notable variedad de perspectivas y de formas (los poemas en prosa son frecuentes, pero, además, en la tercera sección, «Viaje de invierno», hay veintisiete haikus) y quizá sea esta, la variedad, la vocación de experimentar y no quedarse anclada en fórmulas o estereotipos poéticos una de las virtudes de Meabe.
La cita que encabeza la primera sección, «Un álbum», un verso de Odalys Leyva Rosabal que dice así: «Estoy en la memoria de ser yo», nos hace presuponer que será la memoria, y sus rescates, la protagonista, y así lo comprobamos en poemas como «Los cromos», «Las agujas de hacer calceta» o «Días de escuela», de dicción más concisa los dos primeros, y de aliento más narrativo el tercero, pero escritos con el propósito de apropiarse del pasado, de interiorizarlo desde un presente que favorece el distanciamiento emocional, con un lenguaje asequible, cotidiano, con el que consigue, sin embargo, sugerir correspondencias («Me edifiqué a tirones / como aquel ovillo atrapado en la cesta»), simbolizar estados de conciencia, como en este verso del magnífico y conmovedor poema «Madre en píxeles»: «En las últimas palabras que mi madre musitó entre morfinas latía la justificación de mi existencia».
En «Fósforos», la segunda sección, la presencia femenina es dominante. Personajes reales como la artista Sophie Gengembre, la poeta iraní Forugh Farrokhzad o Mary Shelley, la creadora de Frankenstein («los científicos teorizan sobre el poder de la poesía para restituir la vida a la materia inerte y los nuevos Prometeos reniegan de su destino») junto a otros provenientes de la ficción pero que han pasado a formar parte del imaginario colectivo, como Wendy o Casandra y del acervo popular, como Martija de Jauregi. Aunque la intención final sea otorgar a estas mujeres la notoriedad que se les ha negado durante siglos, y Miren Agur Meabe no escatima medios para hacerlo, probablemente es consciente de que el exceso de gravedad puede lastrar el resultado final, por eso se vale de la ironía para hacer de esta marginación algo aún más reprobable. Así, en una «conversación de mujer a mujer» con Casandra, reconoce que se está «desviando de la finalidad de este trabajo. El objetivo era escoger un personaje mitológico y aplicarlo a una situación nueva; proponer una actualización del mito, dicho de forma rimbombante».
«La distancia es mi lugar ahora», escribe en el poema nuclear de la tercera sección: «Viaje de invierno». Desde esa distancia, sea temporal o espacial, las cosas se ven de otra forma. La distancia permite reinterpretar la realidad del pasado, «deconstruir, desaprender, desamar, desadueñar» a la luz de la experiencia que dan los años; y es una manera de asumir la propia identidad, en la que la sensación de desposesión juega un papel relevante, lo que deducimos de versos como este: «lo lejano contiene los lugares amados». Ese proceso de reconstrucción personal prosigue y, si acaso, se acentúa en las restantes secciones del libro, aunque predominen otros temas, como la conciencia ecológica y medioambiental en el poema «Devocionario ecomanual», de la sección titulada «Tempo giusto». O los intereses de carácter antropológico y social: «Culpamos a la vida de no recibir/ lo que supuestamente nos corresponde […]/ Pero la vida no es más que un significante/ ajeno a su significado». El desencuentro: el poema «Réquiem» alude a la relación truncada entre Anna Ajmátova y Amadeo Modigliani, por ejemplo. O las reflexiones sobre el propio acto de escribir, más evidentes en la última sección del libro, «El estigma accidental», en la que encontramos versos referidos a la escritura tan contundentes como estos: «Ahí están la azada, el rastrillo, las cuchillas,/ herramientas que todo poeta necesita», que, pensamos, enlazan con el deseo de mancharse las manos, expresado al comienzo del libro. El proceso creativo está destripado con eficacia en el poema «Currículum del poema», en sus fragmentos «Génesis», «Alumbramiento», «Desarrollo», «Lenguaje» y «Rasgo complementario» y en el último poema del libro, «Ruego a las palabras», que cierra el círculo argumental de este comentario con versos como este: «No consintáis, palabras, que me olvide de la historia,/ del insomnio de la idea, del llavín de la fe».
En Como guardar ceniza en el pecho la autora recurre a la memoria para dar cuenta de las mutaciones que tanto el entorno como la propia identidad han sufrido a lo largo del tiempo. Es este un libro que solo se puede escribir a cierta edad, ya entrada la madurez, porque solo desde ese mirador es posible revivir y aceptar acontecimientos que no supimos digerir en su momento. La ceniza que desprendió el fuego de la vida es la misma que permite a la poeta reconstruir sin fracturas la vida presente. Las palabras del poema dan fe de que esta exigencia íntima es aún posible.
3 poemas de Cómo guardar ceniza en el pecho
Charco en el muelle
Te miras en un charco del muelle y un velo de arcoíris
esmalta tu semblante, rastros de gasoil que te conducen a
un remoto paraíso.
La luz saca la lengua por última vez antes de que en el agua
se borre tu ectoplasma. Te ves dentro, como una Ofelia
que acepta junto al sauce su accidente.
Discutes con los círculos que la punta del paraguas dicta
en tu reflejo.
La luna trae a remolque barcas sanándose al sol, galipote,
huellas en la arena que la misma arena desmaña, sangre,
redes, olor a algas en el pelo, a salitre en la falda.
Susurras una canción que habla de remos.
Tu fortuna se predijo cuando la pupila de aquel delfín
moribundo se enredó en tu pupila: «Con tu aliento
inflarás las velas. Con purpurina vestirás las anclas».
Te tapas los oídos por no escuchar la voz letal de un
marinero.
Adoquines salpicados de pintura, maquillaje de fiesta.
Delantales de mahón en los balcones, lentejuelas de
escamas. Bolardos oxidados, inmóviles carrozas.
Llevas en las muñecas dos estrobos, sogas de palabras que
te atan a nada.
¿Por qué no aprendiste a jugar con anzuelos? A ti, que
confiabas en la nobleza de los peces, te roen ese corazón
tuyo empeñado en investigar nuevas fórmulas de botánica.
Quisieras pescar en la hondura del pozo y sacarte a ti
misma.
Pero el hilo se rompe.
Y tu imagen se escapa.
Y el agua vaciada deja que te alejes surcando cenizas, en el
puerto, sola.
El fin de las nereidas
Las Nereidas murieron con la contaminación. Ya no
acudían a socorrer a los náufragos. Se avejentaron sus
túnicas, perdieron sus coronas de coral. Sus tridentes se
mecían sin rumbo en las profundidades, entremezclados
con los cráneos de los fugitivos. Y el mar se asemejó a un
parque acuático de Halloween. Ya no esperaban la miel ni
el aceite entre las dunas, no se celebraron bienvenidas con
cítaras, como en la Antigüedad. Las constelaciones se
resquebrajaron, se esfumaron las islas. El llanto de las
Nereidas inundará Sofamundi por los siglos de los siglos.
Para Emi González
Ruego a las palabras
No permitáis, palabras, que me aleje de la tierra,
del aliento de las vacas, de la sangre de la sepia.
Si me sedujisteis con vuestro lunar pintado,
inocentes como la florecilla de mi primer sostén.
No consintáis, palabras, que me olvide la historia,
del insomnio de la idea, del llavín de la fe.
Si me dejé manosear por vuestros múltiples dedos,
si hervisteis mis vendas en vuestra olla express.
No aceptéis, palabras, que eluda mencionar mi cuerpo
o sus reglas variables o su sabio declinar.
Si me acarreasteis a pesar de las encrucijadas,
escarabajos bajo su tierno pastelito oficial.
No admitáis, palabras, que me aparte de este oficio
aunque la crudeza me golpee, aunque me devore la bonanza.
Desde que ovulé por última vez, me he convertido en otra.
No me retengáis, palabras, en ninguna escena de ningún pintor.

Miren Agur Meabe
Bartleby, 2021
212 páginas
16 €

Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas (2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como Clarín, Arte y Parte, Turia, Paraíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel Puente, Marcelo Fuentes, Rafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.
Pingback: MIREN AGUR MEABE. CÓMO GUARDAR CENIZA EN EL PECHO | carlosalcorta