/ Rescates / Álvaro Acebes Arias /
José Antonio Gabriel y Galán nació en Plasencia en 1940 y murió en Madrid en 1993, víctima de un linfoma contra el que luchó los últimos doce años de su vida y que le había sido diagnosticado el mismo día que estrenaba con gran éxito su versión teatral de La velada de Benicarló de Manuel Azaña. Podrían extraerse macabras conclusiones de esa coincidencia, convertirla en metáfora de lo que fue la vida de José Antonio Gabriel y Galán, pero eso nunca explicaría de forma completa lo que fue una existencia atravesada por la lucha, por el forcejeo entre una realidad resistente y el anhelo de triunfo, y donde Gabriel y Galán, por más que viera muchas veces su vida y su obra zarandeada por demonios autodestructivos, jamás renunció a la idea de la literatura como vehículo de conocimiento y consuelo, escalpelo de uno mismo y de su tiempo.
Escritor, periodista, traductor y guionista, ¿dónde está hoy el autor placentino? ¿Qué posición ocupa entre nosotros, los lectores? En este 2023, cuando se cumplen treinta años de su desaparición, sorprende que la figura de quien fuera considerado uno de los grandes novelistas de la Transición, un excelente poeta y un importante animador cultural se haya disuelto en un inmerecido olvido, al igual que otros tantos autores subterráneos de aquella época y que no lograron pasar la aduana literaria impuesta por la nueva narrativa de los noventa. Hoy las obras de Gabriel y Galán están descatalogadas y fuera de circulación; solo se pueden conseguir en los benditos purgatorios que son las librerías de viejo y allí esperan una resurrección piadosa que parece que no acaba de llegar. Cosas que pasan en la literatura, aunque nada raro si tenemos en cuenta la existencia de un mercado que publica a destajo novedades, muchas veces mediocres e inanes, y orilla otros títulos que merecerían seguir en la primera línea de cualquier sello.
Es sabido que entre la fama y el olvido siempre discurre una línea más tenue y sutil de lo que imaginamos, pero en el caso de Gabriel y Galán esa situación de abandono en que ha caído su obra es todavía más sorprendente si repasamos su trayectoria. Lo tuvo todo para alcanzar el éxito: reconocimientos, fama, contactos, etcétera. Nieto del conocido poeta salmantino, estudió derecho en Madrid y cumplió con el tradicional periplo parisino que hicieron otros jóvenes de su generación, aproximándose a los ambientes que preludiaban las revueltas del setenta y ocho. A su regreso a España, abandonó las leyes por el periodismo y trabajó para diferentes medios, como El País, donde llegó a disponer de una columna propia durante la década de los ochenta, y se encargó también de coordinar la sección cultural de publicaciones como Cuadernos para el Diálogo o Fotogramas. A ello hay que añadir la dirección de la magnífica revista cultural El Urogallo en su segunda época y la firma de varios guiones para TVE, entre ellos el de El obispo leproso que dirigió José María Gutiérrez Santos en 1990. Como novelista, tuvo a la mejor representante, Carmen Balcells, y, si echamos un vistazo a la nómina de premios y reconocimientos que el autor plasentino recibió, donde figuran el Eduardo Carranza del año 1990, cuyo jurado estaba integrado por, entre otros, García Márquez, Carlos Fuentes o Torrente Ballester, o la condición de finalista en el Biblioteca Breve de 1970 por Punto de referencia y dos veces en el Nacional de Literatura y de la Crítica por El bobo ilustrado (1986) y Muchos años después (1990), el misterio por la escasa presencia que Gabriel y Galán tiene hoy en el canon de la literatura española se acrecienta aún más.
Sin embargo, si uno repara en su novela Muchos años después y en sus diarios, que recogen los acontecimientos de los últimos diez años de su vida y que aparecieron póstumamente, o en algunas decisiones vitales que tomó el escritor no hace falta dárselas de Poirot para resolver el enigma. En este último caso habría que mencionar, sin duda, la resolución de radicarse en las afueras de Madrid, un hecho significativo porque en la periferia no se encuentran solo los que quieren incorporarse al sistema, recién llegados, sino los anteriores, los que se han visto arrojados o quedan confinados en ella. De esa posición periférica también dan cuenta la novela y los diarios a los que aludía antes, textos que se caracterizan por una honestidad intelectual poco común y por la perspicacia con que su autor contempló los vaivenes de la España postransicional, pero que destacan además por el rencor del escritor contra el tiempo que le tocó vivir y un profundo desengaño vital. Puede que sean actitudes y decisiones como estas las que jugaron en contra del autor e impidieron que gozara de un mayor reconocimiento. Sí, Gabriel y Galán tuvo en sus manos la oportunidad de triunfar, pero en el último momento, cuando el tren que le conduciría al éxito pasó por su estación, al escritor se le escapó. Y ahí se quedó, contemplando con melancolía cómo se perdía a lo lejos. Si tenemos en cuenta, además, su condición de jugador, aspecto que muchas veces entró en conflicto con la escritura y que le llevó a perder cantidades millonarias en los casinos de Madrid, la imagen de derrotado de sí mismo aún se vuelve más nítida. En sus diarios, por ejemplo, anotó que el juego era mucho más que una forma de ocio: se trataba de una actitud ante la vida, y la derrota, naturalmente, es la premisa desde la que todo jugador parte.
En la trayectoria de Gabriel y Galán hay de todo y todo bueno, desde poemarios que bordean la meditación filosófica sobre los fracasos sentimentales como Descartes mentía (1977), a novelas históricas como El bobo ilustrado, magistral y vibrante recreación del Madrid de la guerra de Independencia, o libros que caminan delicadamente entre la narrativa y la poesía como La memoria cautiva (1981) y cuyo comienzo puede leerse como la confidencia de la resignación y frustración que jalonó gran parte de la vida de Gabriel y Galán: «Ambos quisimos un gran amor y tuvimos que conformarnos con uno pequeño». Sin embargo, yo quiero recuperar dos obras maestras que, si bien son citadas a menudo cuando se habla de la trayectoria del escritor placentino, muchas veces esos comentarios no van más allá del saludo condescendiente y benévolo del crítico hacia un autor marginal.
Es verdaderamente triste que ninguna editorial actual haya hecho nada por recuperar la novela Muchos años después. Publicada en 1990 y marcadamente autobiográfica, se trata de un monumental estudio sobre la memoria de un tiempo y de un país que emparenta desde su inicio con otra novela genial, Cien años de soledad: «Muchos años después, frente al cuerpo sin vida de Odile, había de evocar aquella tarde remota en que su madre le llevó por primera vez a casa de los Zúñiga». Con ese guiño a la obra de García Márquez arranca la historia de dos amigos, Silverio y Julián, y su relación con la bella Odile, amante de ambos. A partir de las vivencias y tribulaciones existenciales de ese trío, que recuerda al que protagonizó la maravillosa Jules y Jim de Truffaut, Gabriel y Galán recorre el devenir de nuestro país desde los tiempos del franquismo hasta la llegada de la democracia. Los dos personajes masculinos constituyen una escisión de la personalidad y la conciencia del propio autor, en tanto que uno de ellos es novelista y aficionado al juego y el otro un hombre de izquierdas, comprometido con las luchas de su tiempo. Silverio y Julián encarnan las ilusiones de una época, la de los años sesenta, y aspiran al éxito en sus respectivos campos, deseando integrarse en el núcleo de los grandes escritores del momento o en las élites del partido comunista. Odile, por su parte, sueña con entrar como bailarina en una gran compañía. Sin embargo, todas esas esperanzas se verán frustradas y dejan como resultado un relato sobre seres en constante contradicción y que no se resignan a lo que los tiempos, la cultura y la sociedad espera de ellos, aspecto que los conduce a un sentimiento de alienación y derrota que, al fin, hace de la novela una crónica sobre las ilusiones perdidas de toda una generación. Por todo ello, Muchos años después es uno de los más desoladores retratos del desencanto transicional y del desgarro interior de unos jóvenes que veían cómo se trasmutaban la alegría y los anhelos de un periodo inaugural por la desmemoria, el silencio y la desilusión. El fracaso y la degradación de Silverio, Julián y Odile dice no pocas cosas del propio autor, ajeno en sus últimos años a un mundo que se le había vuelto tan extraño como incierto.
Esa sensación de parálisis que vivió el autor se observa aún con mayor claridad en los estremecedores diarios que escribió entre 1983 y 1993. Todo lector sabe que en este género importa tanto lo que se cuenta como lo que se calla y que la lectura de cualquier diario obliga a la desconfianza, tal vez porque no pocas veces, en esa imagen que el autor nos proporciona de sí mismo asoma la impostura o al menos un reflejo engañoso de quien escribe. Sin embargo, en el caso de los diarios de Gabriel y Galán, si hay algo que los hace destacar por encima de otros, es la falta de reticencias o pudores, su autenticidad y la transparencia con que el escritor se contempla y nos ofrece las claves de su personalidad, describiendo sus problemas con el juego o la escritura y la sucesión de sobresaltos, alegrías, decepciones y deseos insatisfechos con que se cerró la última etapa de su vida. Sin duda, el viaje sin regreso que el autor placentino realiza al interior de sí mismo revela el malestar y el desasosiego que le provocaba el escaso reconocimiento crítico o su desacuerdo con algunos de los movimientos políticos y sociales de los ochenta, pero no sería justo que leyéramos estas páginas como el diario de un resentido, buscando el morbo que despierta el conocimiento de encontronazos con otros autores, comentarios malévolos o ajustes personales, pues no encontraremos nada de eso. No, lo que hay aquí es un retrato en negativo del paisaje cultural de la Transición y la lectura de un momento convulso en el que al tiempo que asoma la incomodidad por los cambios que está experimentando la narrativa española, cada vez más postrada a los dictámenes del mercado y olvidada de su responsabilidad social, también se palpan las dudas ante la estabilización política que vive el país y donde Gabriel y Galán muestra su recelo de la buena conciencia de una generación, la suya, que, obnubilada por una fantasía de bienestar, acabaría lavándose las manos unos años después en un pragmatismo sin límites, olvidando sus orígenes y buenos propósitos y todos los ideales que antaño defendió.
Como indica Alex Chico, paisano del autor y cuya figura ha rescatado en el estupendo ensayo-novela Un hombre espera (2015), José Antonio Gabriel y Galán llegó tarde a casi todo. Se fue de París sin llegar a ver cómo estallaba la revolución y en Madrid, aunque siempre estuvo próximo a los círculos literarios, quedó arrinconado, perplejo ante la visión de que eran otros los que disfrutaban de un éxito comercial y crítico que a él se le resistía una y otra vez. Si a eso se suma que cuando escribió su mejor novela, las reglas del juego habían cambiado, imponiéndose una narrativa más colorida y light, alérgica a todo aquello que no fuera la normalidad socialdemócrata, y que poco después la enfermedad se lo llevaría, tenemos el retrato completo de un perdedor, una imagen que explota con respeto y delicadeza Javier Morales en su relato «Gayga», incluido en La moneda de Carver (2020) y que es uno de los mejores libros de cuentos que se han publicado en los últimos años. A pesar de ello, y como anotó en una de las últimas entradas de sus diarios, Gabriel y Galán sabía que, ante la inexorabilidad del tiempo, o de la desgracia, podría haber dicho, solo es posible la creación. Algo parecido a aquello que escribió Pavese sobre la escritura poco antes de suicidarse en una triste habitación de hotel, la idea de la literatura como consuelo y defensa ante las ofensas de la vida.
El segundo libro de poemas de José Antonio Gabriel y Galán se titula Un país como este no es el mío. A la luz de la suerte que tuvo su obra en vida del autor, cabría decir que tampoco lo fue su tiempo. La literatura tiene sus caprichos y en ocasiones el cumplimiento y aceptación de una trayectoria artística debe esperar. Tal vez sea este el momento de que, cuando más necesitados estamos de voces capaces de interpretar un país en crisis de valores, sea recuperada la figura del autor de Muchos años después. En esa novela, al igual que en otras que escribió José Antonio Gabriel y Galán, así como en sus poemas y diarios, no solo hallaremos una forma de leer el pasado reciente, sino, sobre todo, nuestro presente.

Álvaro Acebes Arias (León, 1990) es licenciado en filología hispánica y profesor de Educación Secundaria. Doctorando en la Universidad de León con una tesis sobre la obra del escritor Rafael Chirbes, ha realizado además estudios sobre los distintos cauces de la narrativa española, con especial interés en figuras como Belén Gopegui, Marta Sanz, Isaac Rosa o Ricardo Menéndez Salmón. También ha participado en revistas, medios literarios y en organizaciones culturales como el Club Cultural Leteo de León o el Seminario Permanente Claudio Rodríguez de Zamora.
Gracias por este artículo sobre José Antonio Gabriel y Galán. Acabo de leer “A salto de mata”, un libro suyo de 1981 y me ha parecido extraordinario.
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