Cuaderno de espiral

La modernidad

Pablo Luque Pinilla escribe sobre el arte como un ave fénix que sobrevuela la historia, para reaparecer una y otra vez y rescatarnos de entre los rescoldos del deseo adormecido.

/ Cuaderno de espiral / Pablo Luque Pinilla /

Son los días finales del confinamiento duro hacia últimos de junio de 2020. El calor empezaba a azotar Madrid y ya llevábamos una temporada que salíamos a la calle, primero por estrictos turnos de edad, y después ya casi a cualquier hora. Si no fuera porque las hemos vivido, aquellas circunstancias me seguirían pareciendo el argumento distópico de una novela de serie B.  Quizás por ello recuerdo con mayor nitidez haber abierto el correo y recibido un amable mensaje de mi amiga Beatriz Villacañas informándome de dos artículos suyos recientemente publicados bajo el título «Chesterton o cómo no ser hijo de su tiempo» (I y II). En aquellos momentos cualquier gesto de empatía y comunicación humana multiplicaban el agradecimiento con que eran recibidos.

El segundo texto me fascinó casi de inmediato, porque el motivo siempre me ha interesado sobremanera: la modernidad. De hecho, se me erizó el entendimiento y se desplegaron y reorientaron como girasoles mis sensores poéticos. ¿Escribir sobre el asunto para El cuaderno de espiral? La pregunta según nacía se enroscaba en mi garganta y acababa por formar una bola que me ahogaba. El tema era inabarcable y daba para un curso académico de máster con sus sesenta créditos. No obstante, enseguida reparé en cómo modernidad es fugacidad, por encima de todo. Y en algo que acababa de leer en el texto de Beatriz: «Cambiar el mundo para adecuarlo al Ideal, no cambiar el Ideal», según la cita de Chesterton recogida en su escrito, que le servía para subrayar cómo la modernidad, cuando se enroca en la búsqueda del cambio por el cambio, revela un «descreimiento al respecto de lo permanente, de lo que no se altera; es decir, de la verdad» (ibid.).  Pero también me hizo reflexionar sobre un ensayo de Baudelaire que había caído en mis manos un año atrás, ante cuya lectura resulta difícil permanecer indiferente. En este, El pintor de la vida moderna, de 1845, el poeta francés ―uno de los más distinguidos apóstoles de la modernidad― afirma cómo el artista ideal (a quien dedica el libro ―el mítico Señor G.―) busca el aflorar de lo eterno en lo transitorio. Por eso el poeta francés considera la importancia de actualizar la voz tal y como se actualiza el mundo, con el objetivo de que su carácter efímero no entorpezca u opaque el emerger de lo absoluto e inacabable en el objeto artístico, y lo fugaz sea tan solo un altavoz inevitable. Compruebo así cómo se da la curiosa paradoja de que fugacidad y eternidad se necesitan. La primera hace de portavoz de la segunda, mientras la segunda permite existir a la primera. Según las afirmaciones de Chesterton y Baudelaire, por tanto, podría colegirse que las obras han de actualizarse artísticamente de acuerdo a la natural coyuntura de la época donde se injertan, para que puedan seguir siendo un lugar en el cual se exprese el misterio de lo infinito e inefable. En la misma medida en la que compruebo cómo todas estas reflexiones impremeditadas, a raíz de recibir la misiva de mi amiga, me habían llevado a establecer una comparación entre el poeta parisino y el periodista londinense en apariencia forzado o, cuando menos, con cierto a aroma a boutade. Aunque tal vez lo que ocurría, desde una perspectiva pragmática, es que, en este caso, lo contextual de la singladura de ambos artistas opacaba en exceso lo sustancial o semántico de su pensamiento. Y que el inglés encaraba un tema en el que el francés tenía todos los galones. Veamos.

Desde un abordaje histórico, originalmente modernidad proviene del latín modernus, cuya raíz, modus, significa «modo, lo justo, lo adaptado con medida a algo particular». Dicha adaptación ponderada implica la necesaria adecuación del objeto al presente.  En este sentido, modernus será «lo acorde con el momento». En la Edad media, por influjo de la cultura judeocristiana, el termino modernidad subrayó el carácter irrepetible del instante. Ya en la Edad Moderna adquirió el rasgo de contraposición entre lo actual y lo antiguo. Hasta que en la Edad Contemporánea, en el siglo XIX, tras la Revolución francesa, la revolución industrial y el asentarse preponderante de la burguesía, el término modernidad acabó de gestarse y se empezó a valorar según el acontecer de los diferentes progresos científicos y tecnológicos, y el avance de la nueva economía capitalista, incorporando obligatoriamente el concepto de progreso de forma implícita. Así, la concepción histórica de modernidad pasaba a enfocarse en la búsqueda incesante de lo nuevo, y la adaptación justa y medida del objeto al momento presente fue sustituida por la persecución insistente y febril de la novedad como fin de lo moderno. Solo algunos autores del XIX reaccionaron ante esta deriva positivista, como el ya citado Baudelaire, con quien, según ya se ha explicado, la idea de modernidad recuperaba parte de su significado original de equilibrio y adecuación al presente; es decir, la conciencia de la fugacidad y lo eterno en los términos anteriormente referidos, siendo el citado volumen, El pintor de la vida moderna, el caso más representativo donde expresara esta postura.

Desde una perspectiva estética ―que contribuyó a conformar el itinerario histórico explicado― La Crítica del Juicio de Kant, aún de 1790, supone un hito que acaba por transformar la crítica del arte moderno durante el siglo siguiente. Esta, liberada de los aspectos teóricos, sensoriales y estéticos, sustentándose en una rampante narrativa formalista, se convierte en autónoma y camina a su antojo. Es la consagración de la concepción del arte aislado del entorno e independiente del resto de ámbitos de la existencia, y de la subjetividad del juicio artístico. A su vez, el irracionalismo romántico posterior, con su exaltación del inconsciente, y el racionalismo científico, que impulsaba la abolición de la memoria y por tanto de la tradición, arrinconaron el concepto de modus clásico y su aspiración a la obra bien hecha, impulsando aún más el tránsito hacia el subjetivismo y el énfasis en el carácter fugaz y caduco de cada novedad artística. Una vez más aparece la contraposición con la modernidad baudeleriana, que, según venimos insistiendo, aboga por un modelo que contempla el equilibrio entre la eternidad atrapada en la obra maestra y el asombro pasajero por lo nuevo. Se despliegan, de esta manera, dos tensiones en pugna, pues a la ya descrita de lo antiguo versus lo actual, se le sumaba la del romanticismo y el progreso de los descubrimientos técnicos. Estos últimos desembarcan en el concepto de vanguardia y la consagración del subjetivismo, encarnada a su vez en la figura del genio de raigambre irracional, dos asuntos que merecerían entrada aparte en este cuaderno. No debemos obviar que tanto para Baudelaire como para otros grandes nombres de la modernidad la idea de vanguardia resultaba sospechosa.

Compruebo cómo, casi sin quererlo, ha aflorado en mí la vocación del divulgador y he recopilado para esta serie de reflexiones espirales ―o esta espiral de reflexiones en serie, según se mire― buena parte del recorrido que sobre el asunto hace Jean Claire en La responsabilidad del artista (1997), otro ensayo imprescindible sobre los discursos del arte contemporáneo. Sea como fuere, daré por buenos estos trazos sobre la modernidad si con ellos se logra subrayar la idea del arte como un ave fénix que sobrevuela la historia, para reaparecer una y otra vez y rescatarnos de entre los rescoldos del deseo adormecido. Para recordarnos el valor del instante como el lugar donde incorporarse, alzar la vista y participar de lo permanente e inalterable. De lo verdadero, en suma, que con insistencia reclamara Chesterton.


Pablo Luque Pinilla (Madrid, 1971) es autor de los poemarios Cero (2014), SFO (2013) y Los ojos de tu nombre (2004), así como de la antología Avanti: poetas españoles de entresiglos XX-XXI (2009). Ha publicado poemas, críticas, estudios, artículos y entrevistas en diversos medios españoles y ediciones bilingües italianas y el poemario bilingüe inglés-español SFO: pictures and poetry about San Francisco en Tolsun Books (2019). Asimismo, fue el creador y director de la revista de poesía Ibi Oculus y junto a otros escritores fundó y dirigió la tertulia Esmirna. Participa de la poesía a través de encuentros y recitales, habiendo intervenido, entre otros, en el festival de poesía Amobologna, que organiza el Centro de Poesía Contemporánea de la Universidad de Bolonia; el festival poético hispano-irlandés The Well, que se celebra en Madrid; o el ciclo El Latido, que organizara el Instituto Cervantes de Roma.

0 comments on “La modernidad

Deja un comentario

A %d blogueros les gusta esto: