/ por Jorge Praga /
Un día de principios de octubre la televisión anunció que el premio Nobel de Literatura se concedía a un profesor de Canterbury, en la Universidad de Kent. Su nombre no me sonaba de nada: Abdulrazak Gurnah, profesor de literatura poscolonial, autor de novelas y ensayos, pero lejos de la fama de cualquier aspirante al Nobel. De origen tanzano. Por Internet me enteré de alguna cosa más, en esas noticias que por escasez de fuentes acaban por repetirse con fidelidad de copista. La curiosidad lectora que pronto me asaltó chocó con la ausencia de traducciones en español. La última era de veinte años atrás, con lo que no había posibilidad de que ninguna librería albergase volúmenes suyos. Las bibliotecas, muchos más pacientes y sobre todo más espaciosas que las librerías, sí me dieron esperanzas. A las pocas horas estaba en la de un barrio lejano con el nombre del escritor en los labios, y para mi sorpresa el intento de pronunciarlo se encontró con el entusiasmo del bibliotecario: «¡Lo acabamos de poner en el expositor!». Pronto volvió con En la orilla en las manos, una novela de 2001 que se tradujo al español en 2002. No se había prestado en los últimos once años. En otra biblioteca localicé Precario silencio, de 1996 y traducida un año después, a costa de que la amable bibliotecaria bajara al depósito que albergaba los libros fuera de circulación. Solo me quedaba una traducción más por localizar: Paraíso, de 1994, y la más conocida por haber sido candidata al premio Booker. Pero hube de esperar a que la editorial renovase la edición a finales de 2021 para acceder a su lectura. Tres novelas de un escritor que contaba con diez entre 1987 y 2020, tres novelas fechadas en el medio de su producción de ficción. Gurnah había publicado además estudios críticos de literatura africana y de autores que, como él, habían cabalgado entre dos mundos, entre ellos Salman Rushdie y V. S. Naipaul. Tres novelas en mi mesa para acceder a Abdulrazak Gurnah, el profesor de Canterbury.
Abdulrazak Gurnah escribe en inglés, ha vivido la mayor parte de su vida en Inglaterra. En el jardín de su casa de Kent recibió a los fotógrafos urgidos por el premio. De Tanzania se marchó con diecisiete años. Y sin embargo es imposible pensar en su obra sin abrir el mapa de África y mirar donde está Tanzania, la suma de la continental Tanganica y la marítima Zanzíbar. En las islas que conforman este archipiélago en la costa africana del océano Índico nació el autor en 1948. Su padre trabajaba en el comercio de un hermano suyo. Había nacido en Yemen. Y su madre en Mombasa (Kenia). En Zanzíbar la clase dominante estaba formada en su mayoría por árabes e hindúes dedicados al comercio con otros países del Índico: el Cuerno de África, la península arábiga, o más lejos, la India, Malasia e incluso China. La trata de esclavos fue en los siglos anteriores otra fuente de riqueza para estos comerciantes. Gurnah resultó un buen estudiante, le gustaba la escuela implantada por los británicos; que hasta la década de los sesenta controlaron los dos países.
En 1960 Tanganica logró la independencia, y Zanzíbar en 1963. Pronto las tensiones entre árabes y africanos derribaron el sultanato, haciéndose con el poder los africanos al mando de Abeid Karume, que inició una sangrienta represión de árabes e hindúes. En 1964 Zanzíbar se unió a Tanganica, pero Abeid Karume mantuvo el poder en Zanzíbar hasta que fue asesinado en 1972. Gurnah fue testigo en su adolescencia de esas persecuciones, y también víctima por el origen árabe de su padre. En 1966, con 17 años, huyó con un hermano suyo. En 1968 llegó a Inglaterra, donde encontró trabajo como ordenanza en un hospital. Para su formación universitaria acudió a Kano (Nigeria), donde impartió clases entre 1980 y 1983. En 1982 se doctoró por la Universidad de Kent, en la que acabó como profesor. A Tanzania no pudo volver hasta 1984, poco antes de que su padre falleciera. Para entonces ya había empezado a escribir, siempre en inglés. El suajili, su lengua materna, aparece en palabras sueltas en su prosa. En declaraciones a El País razonaba así la elección del inglés para sus libros: «Yo no pensaba en escribir hasta que llegué a Inglaterra, e incluso entonces tardé un tiempo en aceptar que eso era lo que quería hacer. Estudiaba literatura y leía en inglés. La lectura y la escritura van juntas, siempre lo he pensado. Es un ingrediente tan fundamental para los escritores como las experiencias vitales».
En los años anteriores a la independencia, incluso en los siglos precedentes, la vida de Zanzíbar miraba al Índico. Parte de sus habitantes, los comerciantes más hacendosos, procedían de las orillas de enfrente, del sur de Asia. El ritmo de los negocios los marcaban los vientos dominantes. Los protagonistas de En la orilla, dos emigrantes que llegan a Inglaterra con varias décadas de diferencia, trazan con sus recuerdos esos caminos de idas y venidas por el mar. En los meses finales del año los monzones «soplan sin cesar a través del océano Índico hacia la costa africana, donde las corrientes tienen la amabilidad de proporcionarles un canal donde refugiarse. Luego, durante los primeros meses del nuevo año, los vientos viran y soplan en dirección contraria, dispuestos a apurar la vuelta de los mercaderes a su país». Sobre ese vaivén periódico se establecen negocios y compromisos que las partes respetan, a pesar de que un océano separa durante meses y a veces años a los implicados. Es una geografía nueva y poderosa cuyo centro de irradiación es la costa de Zanzíbar, siempre mirando hacia el este. Esa propuesta que subyace en las páginas de sus novelas la ejemplifica adecuadamente en En la orilla la manera en que un maestro cuenta a sus alumnos de pocos años las navegaciones de Colón:
«Empezó a dibujar con tiza blanca un mapa en la pizarra: la costa del noroeste de Europa, la Península Ibérica, el sur de Europa, Jordania, Líbano, Siria y Palestina, la costa norte de África […] al norte del delta del Rumuva sobresalía sinuosamente el vértice de nuestra franja costera, el Cuerno de África, la costa del Mar Rojo hasta Suez, la Península Arábiga, el Golfo Persa, la India, la Península Malaya y luego todo el recorrido hasta China. […] A medio camino de la costa occidental marcó un punto y dijo:
—Aquí es donde estamos, muy lejos de China.
Luego marcó un punto al norte del Mediterráneo y dijo:
—Aquí es donde estaba Colón cuando quiso ir a China, pero siguiendo una ruta en dirección contraria».
La perplejidad que presenta el maestro ante la iniciativa de Colón duplica la de cualquier europeo. Para los navegantes de la costa africana del Índico, acostumbrados a mirar hacia China por encima del mar, la dirección que toma Colón es inexplicable. No cabe en su geografía, en su tradición viajera ni siquiera como audacia en busca de nuevas rutas. Para entender a Gurnah es preciso disponer de un mapa que desplace Europa del corazón del mundo y lo centre mucho más al sureste, en las orillas de Zanzíbar, frente al Índico.
La vida callejera de Zanzíbar descrita por el escritor tiene un ritmo muy distinto al occidental. Da lo mismo que sean las calles de principios del siglo XX que Gurnah reconstruye en Paraíso, que la de los años que rodean a la independencia escenificados en las otras dos novelas. Siempre hay un establecimiento comercial que detiene a los transeúntes en una larga conversación con el dueño, o sus empleados. En Paraíso un grupo de ancianos pasan el día entero sentados en un banco arrimado a la fachada del establecimiento donde trabaja Yusuf, el protagonista adolescente. El comerciante que hizo fortuna en los años previos a la independencia de En la orilla siempre tiene dispuesto té para recibir a clientes, visitas y paseantes. Incluso el arruinado Hashim de Precario silencio pasa el día en su maltrecho negocio observando la calle desde el mostrador y conversando con conocidos que entran ceremoniosamente a saludarle, mientras desde el café de enfrente acercan una taza a cada visitante. «Consumían una cantidad prodigiosa de la infusión».
La prosa de Gurnah está atenta a las sensaciones, a los sentidos de sus protagonistas para desde ellos invadir al lector. Especialmente al olfato. El olor del tío Aziz es «una mezcla de piel de animal y perfume, de resinas y especias». Ma Ajuza se describe como «una mujer grande, de aspecto fornido, con una voz de trueno. Olía al tabaco que mascaba». Las penurias del refugiado sesentón en un aeropuerto inglés que abren En la orilla descubren que lleva casi como único equipaje una caja de caoba donde guarda su ud-al-qamari, una especie de palo de aloe que había comprado hacía treinta años a un mercader de Bahréin. Luego, cuando consigue una habitación, la perfuma quemando resina fragante y lavanda «para dar a la casa olor de tiempos idos».
Las tres novelas de Gurnah están atravesadas por la búsqueda de la identidad de sus protagonistas. Son, en cierta manera, novelas de formación. Paraíso se ajusta bien a ese canon, pues relata la vida de Yusuf desde su marcha de la casa familiar a los doce años, reclamado por un comerciante al que su padre debe dinero. En esa existencia dependiente Yusuf pasa por varios propietarios, emprende viajes comerciales en caravanas que recorren el país —unas expediciones fabulosas por regiones asentadas en el pensamiento mágico—, mientras va madurando en el joven que piensa en casarse y llevar una existencia autónoma. Al mismo tiempo que él evoluciona, el país va perdiendo sus viejas costumbres comerciales y desdibujando el reparto ancestral del territorio en poderes locales, en pequeños reinos de taifas. Los europeos de principios del siglo XX van haciéndose con el control, y en las últimas páginas columnas militares alemanas imponen un nuevo orden, un orden colonial que luego heredarán los británicos.
En la orilla y Precario silencio recorren también la vida de sus protagonistas, pero echando hacia atrás el tiempo y la mirada. Ellos cuentan sus peripecias desde el presente del asentamiento en Inglaterra después de escapar con dificultades de Tanzania. No se sienten integrados en Inglaterra y tampoco conciben la vuelta a su país. El protagonista de Precario silencio va entretejiendo recuerdos tanzanos con la construcción de su vida en Inglaterra, en lo que parece una vida de saldo más que aceptable. Poco a poco la prosa va deslizando con maestría pistas que delatan a un mentiroso. Para sobrevivir y vadear dificultades con su novia y sus suegros ingleses se inventa una vida anterior en Tanzania con una familia que no existió. Cuando a mitad de la novela regresa a su país por unas semanas, vuelve a inventar ante sus compatriotas, ahora sobre su vida inglesa. Su verdad es la colección de mentiras que tiene que ir urdiendo para eludir rechazos y condenas. No tiene nada sólido a lo que agarrarse, es un fugitivo, un emigrante sin país de origen, un ser al que la narración niega hasta el nombre.
El universo de Gurnah hunde sus raíces en las ciudades comerciales y multiétnicas de la costa africana del Índico, con mercaderes enriquecidos por el tráfico marítimo, al que no era ajeno la trata de esclavos capturados en el interior del continente. Esa sociedad extrema y desigual se mantuvo durante siglos hasta que los poderes coloniales crearon Estados que nunca habían existido. Un personaje de En la orilla resumía así el tránsito: «Y así llegó a ocurrir que, con el tiempo, esas pequeñas ciudades diseminadas a lo largo de la costa marítima africana se encontrasen formando parte de enormes territorios —que se extendían a cientos de kilómetros hacia el interior— con una ingente cantidad de pobladores considerados inferiores». Los personajes de Gurnah nacen en esos Estados, de los que hindúes o árabes huyen hacia la metrópoli cuando las revueltas anticoloniales colocan en el poder a los africanos. En Inglaterra se sienten rechazados y relegados. Cuando en Precario silencio uno de ellos va al médico, este le dice que sus achaques del corazón son comunes a su gente afrocaribeña, mezclando sin remedio el Caribe con el Índico. La piel oscura es motivo de sospecha en cualquier aeropuerto, y un baldón definitivo si se tiene una hija con una novia inglesa. Una hija mestiza, rechazada en Inglaterra y en Tanzania. Es inevitable escudriñar la vida de Gurnah, profesor respetado en la universidad de Kent y escritor de prestigio creciente, por estas rendijas y tormentos de sus personajes, árabes huidos de África, emigrantes sospechosos en la metrópoli. El atormentado protagonista de Precario silencio proclama: «Tengo que matar a la persona que soy, para encontrar esa otra en la cual me tengo que convertir». En esa dramática búsqueda fluye la literatura, gran literatura, de Abdulrazak Gurnah.

Jorge Praga Terente (Sama de Langreo [Asturias], 1952) es matemático de profesión y crítico de cine. Como escritor ha publicado los libros Biografías del tiempo (1999), Cartas desde Omedines (2017) y Tierra de Campos infinitamente (2021), y participado en libros colectivos de orientación predominantemente cinematográfica. Sus colaboraciones en prensa y revistas culturales son muy numerosas. En la actualidad publica regularmente en el suplemento cultural de El Norte de Castilla, La Sombra del Ciprés. También imparte seminarios en el Curso de Cinematografía que organiza la Cátedra de Cine de la Universidad de Valladolid.
He llegado aquí por un azaroso camino,que ha comenzado por el descubrimiento de la obra de Abdulrakak, y me alegro mucho de haber encontrado esta puerta que me abre paso a una nueva habitación llena de conocimiento y sorpresas