Mirar al retrovisor

Un museo de Roma para recordar y una fosa común para olvidar

Joan Santacana escribe sobre un poco conocido e impresionante museo de la capital de Italia, consagrado a la memoria antifascista.

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He visitado Roma en innumerables ocasiones, casi siempre por motivos académicos, pero la última visita ha sido por placer, para poder ver todo aquello que no podía visitar a causa del trabajo. Ha sido una estancia larga y fructífera; una ciudad como aquella no resulta fácil de conocer; son tantos los estratos que la historia ha dejado que siempre es posible obtener una visión nueva y desconocida. En todos estos años de visitas de trabajo, naturalmente, me había dado cuenta de las profundas transformaciones urbanas acaecidas en la Era Fascista, con la apertura de grandes avenidas, la construcción de edificios públicos o la colocación de monumentos. Pero nunca me había fijado en la existencia de un pequeño museo que se llama Museo Storico della Liberazione, en la Vía Tasso. Está instalado en un edificio, que, a juzgar por el muro de travertino de la fachada, fueron viviendas construidas en la época de Mussolini. Se accede a él mediante una escalera de vecinos y el espacio museal ocupa dos pisos del inmueble. Fuimos a visitarlo una mañana de diciembre, quizás a las once. No había nadie excepto un amable carabiniere que hacia las veces de conserje. Este lugar había sido un centro de detención y torturas, como otros muchos que se crearon en aquel entonces y que posteriormente han tenido tantas imitaciones por parte de todo género de dictaduras. Los torturadores habían construido muros de ladrillo frente a las ventanas, como una doble pared, para evitar fugas, cegar la entrada de luz y, al mismo tiempo, evitar que se oyeran en  el exterior los terribles gritos de los torturados. Sin embargo, el piso parecía haber sido construido como un habitáculo amable para alguna familia de clase media, con su recibidor, su cocina, su lavabo y su comedor. Era terriblemente cotidiano y, si no fuera por los muros de ladrillo que impedían la entrada de luz, debió de ser agradable.

El museo era muy simple y constaba de plafones en los que se habían colocado fotografías, algunas vitrinas con objetos y detalles más o menos espeluznantes. Allí se podian leer las listas de los detenidos por las fuerzas de seguridad. Por ejemplo, el día 20 de marzo de 1944, con sus nombres y sus oficios: trabajador, abogado, electricista, profesor, campesino, empleada del hogar, etcétera. Se trataba de los que, una vez detenidos, eran torturados en aquellas habitaciones con la luz cegada. Naturalmente, también había órdenes de detención de la Gestapo, redactadas en alemán que yo no se traducir, pero en las que había la palabra Executions-komando; o la orden de ejecución del Feldgericht (Tribunal Militar Alemán) de la sentencia de muerte de Basili Agostino, un agricultor perteneciente a una pequeña banda antifascista y que fue capturado el 10 de octubre de 1943 durante una redada de los alemanes en Roccagiovane, para ser  llevado a Vía Tasso y a la prisión de Regina Coeli hasta que finalmente fue fusilado el 26 de noviembre de 1943 en Forte Bravetta. En otra habitación se recordaba a los ejecutados en las Fosas Ardeatinas el 24 de marzo de 194, con la camisa todavía ensangrentada del profesor de historia y filosofía del Instituto Cavour de Roma llamado Gioacchino Gesmundo, que fue arrestado a causa de una delación en enero de 1944, y ferozmente torturado en aquella misma habitación. Junto a él murieron atrozmente asesinados en las mencionadas Fosas Ardeatinas otras 334 personas, indiscriminadamente, tomadas como rehenes. Cuando terminó la macabra ejecución, el coronel alemán Krappler dinamitó el acceso a las galerías, con la intención de mantener en secreto el bárbaro fusilamiento. El próximo 24 de marzo hará 78 años de este asesinato.

Durante el tiempo que estuve allí, apareció un grupo escolar, con su profesora al frente. Se trataba de chicas, seguramente de secundaria de algún liceo romano; entraron un tanto tumultuosas, oliendo ya las vacaciones de diciembre, pero cuando empezaron a entrar en las siniestras habitaciones del centro de tortura se empezó a notar el silencio; la mayoría quedaron mudas y sólo pude oír algunos breves comentarios de la profesora; pero no era necesario escuchar: la frialdad del lugar se había impuesto.

Allí están los recuerdos, algunos objetos personales, cartas, grafitis en los muros  y fotografías de personas que fueron torturadas y ejecutadas por querer oponerse a la brutalidad y al fascismo. Sin embargo, lo que me llamó la atención fue la simplicidad e incluso la pobreza de medios de este museo romano. Pero, como mínimo, en Roma había un lugar para recordarlos. Me vino a la memoria en esta visita cuando en 2003, junto con otros colegas, quisimos estudiar una fosa en el cementerio de un pueblo de la comarca del Penedés, en Tarragona, en donde medio centenar de jóvenes soldados de  republicanos, de entre 18 a 20 años, casi desarmados, anónimos, fueron muertos y depositados en una fosa común. Algunos de ellos, todavía heridos, fueron rematados allí mismo. Era un viernes, 20 de enero de 1939. La guerra civil ya estaba sentenciada. Pero en Cataluña, nuestro empeño fracasó. Nunca pudimos realizar nuestra investigación. Desde el presidente de la Generalitat de entonces hasta el alcalde del pueblo, negaron el permiso. Y, a diferencia de los italianos, ellos siguen allí, desconocidos, anónimos, olvidados. De esta historia hace ya 83 años.


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

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