«Macarras» en la antigua Grecia: la violencia dialéctica de Sócrates

Un artículo de Juan Calvin Palomares.

/ por Juan Calvin Palomares /

Hacia mucho tiempo que no me reía tanto con una lectura como con el diálogo platónico del Protágoras.

Como en todos los diálogos de Platón, el protagonista principal es Sócrates, una figura mitificada por nuestro occidente cristiano. Pero en este magnífico texto es ridiculizado y presentado como un macarra, como un impertinente, y como alguien muy poco dispuesto a tomar enserio los brillantes argumentos del sabio y gran sofista Protágoras.

La acción del diálogo es sencilla de describir: Sócrates visita a Protágoras y discuten sobre aquello que es bueno. El fundamentismo del visitante exige una definición univoca del bien, pero el visitado expone lo bueno como algo susceptible del contexto y de la experiencia. Lo bueno como algo «variado y multiforme». ¿Cómo responde Sócrates? Monta un pollo; se presta a un teatrillo dramático, ¡dice no tener la suficiente memoria para recordar argumentos tan largos como el expuesto por Protágoras cuando él mismo habla, y habla sin parar, sin dejar a los demás explicarse! Se levanta y se quiere marchar con una fingida indignación, casi como una folclórica. Ya en pie, se deja convencer, también fingidamente, por sus acompañantes, o mejor, por sus compinches. Estos exigen a Protágoras que se limite a frases cortas y univocas. Las reglas del juego están marcadas por quienes emplean la violencia dialéctica para no dejar al otro expresarse libremente.

Sócrates, contento con el giro de los acontecimientos, se dispone a seguir discutiendo con Protágoras y esta vez, como el sabio está cohibido por la violencia de semejantes macarras intelectuales, el desarrollo del diálogo se vuelve una pieza de auténtica comedia: Sócrates habla, y habla sin parar, sin ton ni son, y el pobre Protágoras no sabe como decirle que se marche de una vez de su casa.
Cuando por fin Protágoras lo consigue, y le pide amablemente a Sócrates que se termine el diálogo, este, con más cara que espalda, le contesta que si se había quedado es porque sus amigos le habían convencido. El tú más no puede fallar y suele ser la última palabra de quienes imponen con violencia el fundamentismo.
Solo un rufián intelectual entraría en la casa de un sabio anciano y se comportaría de forma tan vergonzosa.

Aquí vuelco el argumento que tanto molesta a Sócrates, hasta el punto de marcharse hipócritamente indignado, y de forzar a Protágoras a dialogar con unas normas que sólo benefician al fundamentismo:

«Yo conozco muchas que son nocivas a los hombres: alimentos, bebidas, fármacos y mil y mil cosas más, y otras útiles. Y ciertas cosas son indiferentes para los hombres, pero no para los caballos. Y unas solo para los bovinos, y otras para los perros. Y algunas para ninguno de esos, sino para los árboles. Unas cosas son buenas para las raíces del árbol, pero malas para los tallos, como el estiércol, que es bueno al depositarse junto a las raíces de cualquier planta, pero que, si quieres echárselo a las ramas o a los jóvenes tallos, todos mueren. Además, por ejemplo, el aceite es malo para todas las plantas y lo más dañino para el pelaje de todos los animales en general, y en cambio resulta protector para los del hombre y para su cuerpo. Así el bien es algo tan variado y multiforme, que aun aquí lo que es bueno para las partes externas del hombre, eso mismo es lo más dañino para las internas. Y, por eso, todos los médicos prohíben a los enfermos el uso del aceite, a no ser una pequeñísima cantidad en lo que vayan a comer, la precisa para mitigar la repugnancia de las sensaciones del olfato en algunas comidas y platos».

Efectivamente, el bien es algo variado y multiforme, y no responde a ninguna esencia como el violento Sócrates nos quiere imponer en su vergonzosa charlatanería. El bien no existe, a lo sumo hablemos de lo bueno, y esto depende tanto del contexto como la vida del respirar. En otras palabras: no hay sabiduría de lo bueno sin experiencia, sin la quietud del sabio Protágoras que sabe perfectamente que hacer el bien requiere de la serena, y maravillosamente conflictiva, ahora sin fingidas pataletas, casuística.


Desde una fe en certezas hacia ¿una fe en incertidumbres? | Juan Calvin  Palomares – Lupa Protestante

Juan Calvin Palomares es graduado por la Facultad de Teología SEUT, Madrid (2016-2020). Es graduado por la Facultad de Teología SEUT, Madrid (2016-2020), y en filosofía en la Universidad Pontificia de Comillas (2017-2021). Posee cursos en bellas artes por la Universidad de Barcelona (2008-2012) y en enfermería por la Universitat de les Illes Balears (2007-2015).

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