Diarios de cuarentena

Sobre ‘Pequeño: un día en covid’, de Miguel Ángel Gara

Esther Peñas reseña un diario fotográfico de la pandemia, con fotos analógicas de pequeño formato, que dan un aire entre sugerente y opresivo del confinamiento.

/ una reseña de Esther Peñas /

Permítanme compartirles una anécdota personal. Hace unos años, le conté a mi madre, ya muy mayor y con problemas de demencia, que había publicado un artículo en una revista y que había quedado muy contenta con él. Por lo general, mi pudor casi siempre me impide compartir este tipo de hechos con casi nadie, pero, por un azar que no busco comprender, aquella vez me demoré explicándole a mi mamá su contenido. Hablaba, el artículo, sobre el amor. Y cuando terminé de hablar, ella me miró y, sin atisbo alguno de retranca, me dijo convencida: «Hay que ver, hija, lo bien que se te da todo lo inútil». Sin darse cuenta, me hizo uno de los requiebros más hermosos que he recibido en mi vida.

Este libro —inspirador y hermoso en su cotidianidad— habla de eso mismo: de lo inútil, de cuanto no podrá nunca convertirse en mercancía; habla, o mira, mejor dicho, de aquello que se reencanta, en el decir de Breton y los surrealistas; de una manera de mirar que convierte lo cotidiano en una suerte de poesía mínima pero latiente. Recoge lo maravilloso, que no es sino la posibilidad que tienen las cosas de ser algo más que cosas y transmutarse en objetos. Dejándome interpelar por estas fotografías, tomadas en el mes de noviembre, mes de los difuntos en Occidente y de la caridad en Oriente, me venía a la cabeza una y otra vez una canción bellísima de la cubana Teresita Fernández, «Lo feo», que habla de lo que ha hecho Miguel Ángel Gara en este libro, transformar lo corriente en compañía luminosa. «En una palangana vieja sembré violetas para ti», canta Teresita. Algo de esto tenemos en Pequeño.

Con la profundidad de lo auténtico, la mirada de Miguel Ángel Gara quiebra los dictámenes que el sistema concede a las cosas (por ejemplo, una cama convertida en una playa con telón alzado de títeres) para concederlas el don de la extrañeza, el prodigio del asombro. Esto solo es posible si abdicamos de imponerles nuestras razones y dejamos que ellas se nos cuenten. Esos cinco limones, arracimado en el lateral de un plato que pudiera ser una luna llena azul Prusia…, esa estantería metálica de exterior, con sus cables y ese animal casi prehistórico en la parte baja… Lo mirado adquiere un fulgor distinto, una potencia poética que siempre estuvo ahí, a la espera de ser recibida. Porque, de alguna manera, el centro del mundo está en todas partes. La música de nuestros microcosmos (la casa, claro, es uno de ellos) guarda un orden, una armonía, en la que tantas veces somos nosotros los que desafinamos. Pero Gara contempla, es decir, se templa-con.

«Los objetos pueden también derivar en otro significado cuando la velocidad de nuestra trayectoria queda en suspenso», escribe Miguel Ángel Gara en su coda. Porque este extraño librito también habla del tiempo, de un tiempo que hemos compartido, por vez primera vez, todos, en cualquier parte del planeta. Un tiempo que se adensó, que se interrumpió, que nos retuvo allí donde habitamos (los que somos afortunados de tener una casa), que nos permitió sentir una nueva temperatura emocional, un tiempo en el que nuestros sentidos contaban el tiempo con sus propios relojes. Un tiempo que recuerda a aquella enseñanza de un maestro zen: «cuando oí repicar las campanas del templo, de pronto no hubo campanas y no hubo yo, solamente hubo el repicar».

Y así como es necesario que algo muera para que algo nazca y es necesario que algo se rompa y se fraccione para empezar a contar, también se hizo necesario que el tiempo se quebrase, el tiempo del sistema, con sus prisas, sus horarios, sus obligaciones, para que cada uno de nosotros desplegase una mirada diferente a lo cotidiano para darle una dimensión otra, para crear un nuevo espacio. De pronto, cada día parecía ser domingo, que es un día luminoso pero espeso, que muchos no saben qué hacer con él, y los fuimos repoblando, permitiéndonos el juego de resignificar. Jugar es otra de esas cosas inútiles que el sistema ha ido arrinconando. Este libro no deja de ser un juego personal que invita a cada uno de sus lectores a hacer lo propio. Es un juego que inaugura: de ahí que cada imagen no vaya acotada por el significado de cada objeto fotografiado. Porque no se trata tanto del significado como del sentido que va adquiriendo lo mirado.

Escribió Hegel que el hombre tiene que ocuparse de lo finito, pero que existe un anhelo, una necesidad de orden superior a la que llama, precisamente, domingo. Todos debemos tener un domingo en la vida para elevarnos de los trabajos cotidianos, de las obligaciones convertidas en sátrapas, tantas de ellas falsas y vacuas, y ocuparnos de la verdad y traerla a la conciencia. El domingo de Hegel es muchas veces, esto lo recuerda Menchu Gutiérrez, nuestra incapacidad para ocuparnos de la verdad, sea esta la resistencia a la muerte, nuestro apego a las formas de vida o la incubación de una segunda vida. Yo propongo que ese domingo sea disolución plena de la poesía en la vida, de nuevo los surrealistas, y que cada día sea ese domingo. Para ello hay que desterrar la prisa y esa imposición de aprovechar el tiempo. Hubo pánico con estos conceptos. Recordarán que, a los pocos días del confinamiento, uno podía, gracias a internet, aprovechar el día con los centenares de cursos virtuales de cocina, de yoga, de pilates, podíamos ver en tres dimensiones el Prado, el Louvre, el Hermitage…, aprender idiomas, calceta, guisos caribeños… Es decir, incluso confinados, el sistema, camandulero por naturaleza, se empeñaba en estresarnos del mismo modo en que lo suele hacer, trató de mantenernos enajenados, desencajados. Pero. También hubo quien supo encontrar ese décimo tercer mes del año, en palabras de Bruno Schulz, o su octavo día a la semana, como escribiera Bobin, quien hizo de lo pequeño su propio gabinete de maravillas.

Doy gracias a Miguel Ángel Gara por compartirnos su deriva cotidiana en este prontuario de lo ordinario convertido en lo maravilloso.

[Texto leído durante la presentación del libro Pequeño (Madrid, Libros de la Resistencia, 2021), de Miguel Ángel Gara, en la librería Cervantes & Compañía de Madrid, 3 de marzo de 2022]


Pequeño: un día en covid
Miguel Ángel Gara
Libros de la Resistencia, 2021
88 páginas
9 €

Esther Peñas (Madrid, 1975) es periodista y poeta. Ha publicado los poemarios El paso que se habita (Chamán), De este ungido modo y Penumbra (ambos en Devenir) y Hazversidades poéticas (Cuadernos del Laberinto). Su poesía ha sido traducida al portugués, árabe e inglés. Su última novela es La vida, contigo (Adeshoras).

Miguel Ángel Gara (Madrid, 1970) es poeta. Ha publicado El libro de Sara (LF ediciones, 2005), Luz previa a la luz (Algaida, 2006), Gérmenes y momentos (Amargord, 2007), Calle (Amargord, 2008), El desierto de agua (La garúa, 2009) y Los pájaros pican (Amargord, 2013). Pequeño es su primera incursión en el mundo de la fotografía.

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