/ por José de María Romero Barea /
En la narración, el desfile de acontecimientos conduce al declive, la división a la caída. Un público patriotismo alimenta, sin prejuicios, una privada desilusión: «Estaba tan aclimatado en los hechos vulgares que toda su vida había acabado acusando de ensueño ridículo a la maravilla» («El despojo»). La ruptura de la comunicación conduce a la burocrática indiferencia; egoísta o adquisitivo, un hilo utópico inspira la espontánea alegría de una indignada decepción: «Consumada su exuberancia vital, no era más de lo que podía verse junto a la puerta, un fantasma acorralado por el tiempo» («La puerta violentada»).
Se fomentan las incertidumbres de los avatares, los puntos de inflexión reconfigurados en una energía ambigua, misteriosamente humana. En los cuentos de El derrumbamiento (1953; Ediciones Contrabando, 2021; prólogo de Gustavo Espinosa) la ternura se torna distorsión, sorpresa metaficcional, relato fáctico. En diferido, luce la libido con sana irreverencia: «Él se sentía viviendo para el otro ser, iban ambos involucrados en el mismo plan de tiempo, aún sin reconocerse, como enmascarados» («Réquiem por Goyo Ribera»).
Una falible precisión gira en torno al desorden, la complejidad de las hilarantes interacciones: «Un silencio monstruoso había endurecido el espacio. Quizás el cielo fuera de granito […] un cielo duro, tan íntegro, que no se rompía en pedazos sobre el dolor de los hombres» («Saliva del paraíso»). Esboza Armonía Somers (Pando, 1914 – Montevideo, 1994) sus moralmente ambiguos pasajes que, indolentes, comparten la convicción de que nada es más natural que la inconsistencia.
En el apólogo que da título a la colección, una cómica sincronización se inclina hacia el sentimentalismo de una idealista debilidad, decepcionada consigo misma, contada por otro, un narrador poco fiable animado por «un ruido de esqueleto que se desarma. Luego, de un mundo que se desintegra. Ese ruido previo de los derrumbes».
El terror parpadeante de un territorio mutante nos recuerda el frágil equilibrio entre el orden y el caos. Lo íntimo y lo trascendental se transmutan en la sedentaria existencia de una inquietante microepopeya, animada por un siniestro espíritu de alteridad. Sin ostentación, la novelista uruguaya de La mujer desnuda (1950), atesora baluartes contra el sueño de la razón y los monstruos que la engendran.

Armonía Somers
Contrabando, 2021
122 páginas
14,25€

José de María Romero Barea (Córdoba, 1972) es profesor, poeta, narrador, traductor y periodista cultural. Es autor, entre otras obras, de los poemarios Resurrecciones (2011), (Mil novecientos setenta y) Dos (2011) y Talismán (2012), que conforman la trilogía El corazón el hueco, primera sección a su vez del proyecto Poesía (qué si no). El primer libro de la segunda sección, Un mínimo de racionalidad, un máximo de esperanza salió publicado en 2015. Romero Barea también es autor de la trilogía narrativa Interrupciones, formada por Hilados coreografiados (2012), Haia (2015) y Oblicuidades (2016), y ha traducido los poemarios Spanish sketchbook, de Curtis Bauer (España en dibujos, 2012); Disarmed, de Jeffrey Thomson (Inermes, 2012) y Gerald Stern. Esta vez. Antología poética (2014). Además, colabora con reseñas, entrevistas y traducciones en publicaciones de ámbito nacional e internacional como El País (Babelia), Le Monde Diplomatique, La Vanguardia (Revista de Letras), Claves de Razón Práctica, Ábaco, Quaderni Iberoamericani, Quimera y Nueva Grecia, de cuyo consejo de redacción forma parte. Los volúmenes La fortaleza de lo ilegible (2015) y Asalto a lo impenetrable (2015) incluyen una amplia selección de su obra crítica.
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