/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana Mestre /
Fotografía de portada de Daniel Reche
Un profesor de economía al que conocí hace años me comentó que, llegado a un cierto grado de desarrollo económico, las guerras resultaban imposibles, dado que la economía de los países desarrollados está hoy tan interrelacionada que la guerra no tiene ningún sentido, pues nadie gana con ella. Obviamente se equivocó a la vista de los hechos y yo soy pesimista a este respecto. A veces pienso que gran parte de nuestras esperanzas, concebidas en los años sesenta, y que planteaban un futuro en el cual la tecnología, con su avance imparable, iba a reducir el trabajo humano y a permitir incrementar el ocio, fue un gran engaño colectivo. Lo que hoy vemos es que, ciertamente, la tecnología está ahorrando trabajo; un ordenador hace hoy en trabajo de muchísimos contables y empleados de banca y las máquinas excavadoras y los medios mecanizados ahorran infinidad de peones en las obras públicas, pero todo ello no ha redundado en un aumento del ocio, sino que por el contrario, las jornadas laborales siguen siendo de las mismas horas que hace cincuenta años y con los smartphones nunca desconectamos del trabajo. Lo que aumenta es tan solo la productividad de los trabajadores en cualquier campo de la producción. Pensábamos entonces, de forma inocente, que el Estado del bienestar mejoraría nuestra existencia de forma casi automática. Era como el Reino de Dios en la Tierra. Pero era falso. Ciertamente, ya entonces surgieron voces críticas sobre este pensamiento como la de Herbert Marcuse (1898-1979), que afirmaba que el capitalismo generaba una mejora en el nivel de vida de la gente que es insignificante y engañosa a nivel real, pero contundente en sus efectos, ya que hace desaparecer el pensamiento crítico. Por ello, incluso los movimientos antisistema serían asimilados y fagocitados. El proletariado, en estas condiciones, perdería toda capacidad de lucha.
La realidad es que el filósofo de la nueva izquierda parece haber acabado teniendo razón medio siglo despues. Un amigo mío, hoy catedrático de arqueología, me decía a este respecto que tenía la sensación de que nos habían robado el tiempo, y me hacía una lista significativa de los desengaños acumulados. Como él trabaja en la Universidad, me citó como primera estafa el Plan Bolonia, es decir, el proceso iniciado en 1999 de convergencia entre los distintos sistemas universitarios de la Unión Europea, a fin de poder homologar los títulos. Ello condujo a que se creara un espacio europeo de educación universitaria, que sería el marco de referencia de todos los países. Su aplicación en España para amplios sectores del profesorado nos ha empobrecido. Y todo esto hay que relacionarlo con el fracaso de los nuevos sistemas de evaluación del aprendizaje en todos los niveles del sistema educativo. Sobre este tema, hace muchos años, quizás en la década de los años setenta del siglo pasado, Miquel Tarradell, insigne profesor de nuestra Universidad de Barcelona, me contaba que había recibido la visita de una profesora universitaria norteamericana, especializada en temas de arqueología medieval, y que al enseñarle alguna iglesia gótica había quedado maravillada porque desconocía absolutamente los más elementales principios de la arquitectura del siglo XIV. Tarradell comentó en aquella ocasión que un investigador especializado en cualquier tema de historia no puede desconocer el contexto del pasado. Y tenía toda la razón. Yo lo he experimentado con alumnado y con colegas universitarios: el desconocimiento del contexto histórico es muy frecuente hoy en muchos profesores especialistas en temas concretos.
La segunda estafa o desengaño es el proceso autonómico, en el cual mucha gente había depositado las esperanzas de reformar el viejo centralismo hispánico. Tampoco esto ha producido los frutos que cabía esperar. Pero no quiero ahora adentrarme en esta cuestión, que daría mucho de sí. Mas grave si cabe ha sido el hundimiento de la prensa, que tan fundamental había sido para la democracia: hoy, muchos de los grandes rotativos están en trance de desaparecer o han sido absorbidos y capados mientras en su lugar triunfan mecanismos que generan desinformación; otros medidos están sometidos a un total control ideológico que les invalida como medios libres de información. Y si todo esto fuese poco, hoy vemos como el imperio de la corrupción se extiende por ámbitos y sectores que eran impensables en épocas pretéritas. Y para combatirlo se han generalizado complejos mecanismos burocráticos de control que llegan a impedir el desarrollo de la investigación científica en las universidades e incluso de la producción en el sistema industrial.
Puede que todo esto que les cuento ustedes ya lo sepan; puede también que me crean un exagerado nostálgico de un pasado mejor que nunca existió, pero no lo duden: si lo que les cuento es cierto, estamos en un callejón sin salida.

Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
Aterradora lucidez, como siempr, de Joan Santacana. Gracias por la reflexión.
Sr. Santacana, no es nostalgia, es clarividencia. Por desgracia!
me gustaria que fuera nostàlgia..