/ El norte / Eugenio Fuentes /
Fotografía de portada de James Petts
Dos novelas, una israelí, otra argentina, se dan la mano en esta segunda entrega de pistas para ferias, el ramillete de sugerencias con el que «El norte» pretende ayudar a orientarse en los márgenes del maratón de mercados y promociones propio de estas semanas culminantes de la temporada editorial. Escritas a miles de kilómetros de distancia, las dos narraciones están unidas por un doble puente. Ambas reflejan dolorosos fenómenos inherentes al orden opresor (la prostitución, la guerra) y ambas tienen organizadas sus palabras en forma de rompecabezas, aunque sus grados de dificultad difieran. Bienvenidos al claro de un bosque donde efluvios de la noche israelí más reciente se mezclan con el ensordecedor rugir de armas que se abatió sobre las Malvinas en el gélido otoño austral de 1982.
No era guapa pero los hombres la miraban
Si lo que buscan es un texto breve al que engancharse largo rato, su libro es Amor, la primera novela de la israelí Maayan Eitan. Cuando en la primavera de 2020 apareció el volumen en Israel, lo hizo con estruendo. Por su realismo y por su onirismo. Por lo que desnudaba, escenas escabrosas de la vida de una joven prostituta, y por lo que disfrazaba, la identidad de una narradora en primera persona que bien podrían ser varias, muchas, todas. O tal vez una sola, embustera y fantasiosa, contradictoria, herida y vengativa. Un rompecabezas que puede transformar Amor, volumen tan delgado como su protagonista y tan afilado como su cuchillo, en un huesecillo atravesado en la garganta de algunos lectores y que, en todo caso, exige una lectura muy atenta. Mejor incluso dos.
Aplaudida por la crítica israelí como una obra maestra, la novela adopta los ropajes de un díptico construido con breves prosas de escritura tan cristalina como compacta, directa y tocada por un aliento poético. Su primer panel, «Putas palabras», se nutre de las andanzas nocturnas de la protagonista, siempre en coche, siempre con cita previa, en una ciudad que podría ser Tel Aviv. Por sus líneas desfilan clientes, compañeras de trabajo, la voz de un chulo, chóferes, algo de heroína, autolesiones, violencia sexual, una clave infalible del oficio y algunas ensoñaciones de venganza y de suicidio. Son retazos en los que Eitan apenas vulnera el viejo pacto de inteligibilidad, aunque ya desde la primera página culebreen las contradicciones. De hecho, en la traducción al inglés, a cargo de la propia autora, esta primera parte se titula «Las palabras son unas putas», lo que sugiere, pues esa sería la siniestra clave del oficio, que con ellas se puede hacer absolutamente de todo.
El segundo panel se titula «Amor», palabra que para la novelista israelí es la más puta de todas. Libby, nombre de guerra de la protagonista y de una canción infantil hebrea, se ha cansado de la prostitución y se interna en la aventura de tomar pareja. Un varón. Aquí es cuando, sacudida por esa narradora que no por contradictoria deja de ser fiable, la lectura empezará a volverse un sendero de arenas movedizas en las que es difícil distinguir realidades de espejismos. No sería leal llevar de la mano a los lectores. Valga advertirles que se tropezarán con las sombras de un abuso infantil y con los ecos de un difuso episodio que exige presencia policial. Y también que tendrán la ocasión de entrever la imagen del chulo cuando la vida de pareja se vuelva «un espacio vacío en el que al final solo cabían el semen y la ira».
En fin, si alguien se siente muy perdido, ahí va una aguja imantada. Tratar de calzarle un corsé lógico a un orbe simbólico es mala estrategia lectora. ¿Lo haría con La tierra baldía? Pues aquí lo mismo. Encadene imágenes, centrifúguelas, deje que se sedimenten y no olvide lo putas que son las palabras. Hágalo cuantas veces sea preciso y, antes o después, se llenará de sensaciones y sentimientos. Y si algún día se encontrase ante un ordenador escribiendo líneas como estas, tal vez se le ocurriese deslizar algunas sospechas: que Libby son todas las mujeres, cobren o no; que todos los hombres de Amor, paguen o no, componen una única figura dominadora y patriarcal; que para Maayan Eitan amor, violencia sexual y prostitución son inseparables. Y, en fin, que leído lo escrito queda claro cómo la autora juzga imposible que la mujer se libere de sus cadenas mientras perviva un orden patriarcal que grabará a fuego en la cabeza de Libby dos pensamientos en apariencia incasables: «No soy guapa» y «los hombres me miraban». Hasta que sea ella quien los mire.

Maayan Eitan
Periférica, 2022
112 páginas
13,50 €
Tras las huellas de una muerte absurda
El Negro, 19 años, soldado de remplazo con solo dos meses de adiestramiento, cayó destrozado por una bomba británica en 1982. Fue durante la guerra de las Malvinas, aquel conflicto que iniciaron un dos de abril los uniformados genocidas de Argentina. Por ver si una sacudida de ardor guerrero despejaba el callejón sin salida donde los atrapaba su ineptitud para cuanto no fuera muerte y tortura. El Negro, que venía de un pueblecito de dos mil habitantes donde apenas se había oído hablar de los desaparecidos, pagó con su vida la letal conjunción de dos fenómenos: la inepcia bélica de los bigotones y la inhabitual sobredosis de testosterona que padecía la hija de un clérigo tendero a quien llamaban Dama de Hierro.
En buena ley, el Negro, protagonista in absentia de la novela de Federico Lorenz Para un soldado desconocido, no habría tenido que ir a ocupar las Malvinas. Era de la quinta del 63, a la que solo se recurrió para cubrir los huecos dejados por desertores del 62. Comoquiera, los generales golpistas de tez clara se rindieron a los británicos el 14 de junio (y al pueblo argentino un año después), mientras que la hija del metodista obtuvo pronto un segundo mandato electoral. El soldadito a quien llamaban el Negro, cuyos padres lo supieron muerto al comprobar que no venía en el autobús de los derrotados,tuvo que esperar veinte años para que en su pueblo le erigieran un monumento. El rostro apenas se le parece, pero la estatua, de cemento y bronce, le otorga condición de héroe.
Las mejores cualidades de historiador y narrador confluyen con inusitada felicidad en la persona del argentino Lorenz (1970). Especialista en violencia política, en sindicalismo y en la guerra de las Malvinas, es también autor de novelas como Montoneros o la ballena blanca y Los muertos de nuestras guerras, y mantiene un particular empeño por explorar y mejorar la fluidez de relaciones entre historia, memoria y ficción. Su empeño es conseguir que tanto la divulgación como la narrativa histórica aúnen las mejores virtudes de ambos ámbitos. Como ocurre en Para un soldado desconocido.
A través de 31 voces, varias de ellas inglesas, Lorenz reconstruye la figura del Negro y todas las aristas, vértices y cúspides del conflicto: la fiebre de orgullo patrio, la desinformación ciudadana, el caos militar, el infierno de la trinchera, la humillación de la derrota, el sufrimiento de los heridos, el entierro de los muertos, el eco de episodios como el hundimiento del General Belgrano o la eficacia destructora de los cinco misiles Exocet argentinos. Soldados, familiares, amigos, vecinos, un periodista, una forense, una maestra, niños que escriben cartas al frente, el alcalde del pueblo figuran entre esa treintena de personajes que, en otras tantas piezas breves de diáfana escritura, permiten a Lorenz transmitir las caras del conflicto que los artículos académicos no pueden mostrar. Además de establecer un amplio catálogo de puntos de vista que es también radiografía de una sociedad. Como esta reflexión que expone un amigo del caído: «Después nos enteramos de cómo habían sido las cosas allá, pero cada uno te la cuenta a su manera. Y yo pienso que el Negro […] fue medio en bolas a pelearle a la segunda potencia de la OTAN, es verdad. Los milicos tendrían que haber mandado gente que supiera pelear».

Federico Lorenz
Adriana Hidalgo, 2022
140 páginas
16 €

Eugenio Fuentes nació en Londres, en el hospital de St. Mary Abbot’s, donde doce años después fallecería el legendario guitarrista Jimi Hendrix. Licenciado en historia y especializado en relaciones internacionales contemporáneas, ejerció la docencia y la investigación en la Universidad de Rennes 2 Alta Bretaña durante cuatro años. En 1988 se integró en la redacción del diario La Nueva España, del que durante casi tres décadas fue responsable de información internacional, analista político, columnista y crítico literario. Fruto de una insana pasión por los libros mantuvo durante 31 años en el suplemento Cultura la sección de novedades «La brújula», alimentada sobre todo por volúmenes huidizos publicados por pequeñas editoriales. Entre 2000 y 2004 quedó embrujado por el pintor Luis Fernández, a quien dedicó numerosos artículos y el documental Los mundos de Luis Fernández.
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