Crónica

En el Quinto Centenario: una mención obligada, A. Nebrija

Un artículo de Guillermo Quintás sobre el gramático pionero de la lengua castellana.

/ por Guillermo Quintás /

Hay subtítulos que definen al título y, al lograrlo, casi fuerzan su lectura. Este es el caso de la biografía elaborada por José Antonio Millán: Antonio de Nebrija o el rastro de la verdad (Galaxia Gutenberg). Nebrija, quien dijo estar hecho de un barro tal que «no pueda sacar a luz, sino lo que me acarrea problemas», es verdaderamente singular para conocer la configuración del ideal de cultivar y proteger las lenguas clásicas de modo que ese ideal forme parte del mismo diseño cultural que el ahormar la lengua materna como lengua de aprendizaje y de cultura por cuanto por ella «¡el lenguaje se convierte en linaje!» (Herder: Ensayo sobre el origen del lenguaje, KRK, 2022). La organización y desarrollo de las gramáticas del italiano, francés, portugués, inglés, neerlandés irían apareciendo entre 1516 y 1586. Nebrija había dejado un claro ejemplo de la tarea a realizar en la Gramática de la lengua castellana (1492). Uno de los objetivos de Millán con sus reiterados guiños al lector no especialista (seguimos participando de los mismos problemas al considerar las cátedras universitarias como vitalicias, Universidad de Salamanca, o bien para cuatro años, Universidad de Alcalá) es trasladarle el verdadero contexto que singulariza y engrandece la actividad de Nebrija, verdaderamente empobrecida por una lista de intérpretes que tuvieron bastante con una línea de su gramática y que no han hecho justicia alguna a la tarea de orfebre de quien buscó «restituir a su forma original lo que ha sido corrompido por descuido de los copistas». Esta biografía, como la edición de Apología a cargo de Pedro Martín y Baldomero Macías (Universidad de Huelva), son dos instrumentos muy útiles para hacer justicia a los quehaceres de Nebrija aunque haya sido preciso vincular la atención que prestamos a Nebrija a su Quinto Centenario. Un tributo que exige la apuesta académica dedicada por entero a consolidar la investigación y la docencia universitarias a le dernier cri.

Para cuantos hemos disfrutado con los escritos de los humanistas, grandes olvidados en muchos programas académicos/universitarios, hemos de resaltar que nada se ajusta tanto a su quehacer como la identificación de la obra de Nebrija con el subtítulo escogido por Millán: «el rastro de la verdad». Esta simple referencia ayudará a comprender el tono de este escrito en unas páginas que transpiran actualidad, pues recuerdan que la conquista de la libertad de investigación y de opinión ha sido objetivo prioritario de muchos que nos han precedido. Esa conquista no fue cosa de un día ni es un producto segregado por nuestros suelos. La laboriosidad y la claridad con que definen su proyecto sí explican estas biografías que solo pueden ser biografías intelectuales. Este es el caso, sin duda alguna, de Nebrija, quien solo temió ser motivo de escándalo «para los que son atormentados por la malevolencia, para los que revientan de envidia, para los que difaman, calumnian y detestan aquello que ellos no tienen esperanza de poder alcanzar». Mis simpatías hacia los humanistas vienen de lejos, de los años de juventud en que me veía sorprendido por el modo que tuvieron de hacerse notar en una u otra ciudad cuyos espacios de influencia académica estaban bloqueados por los escolásticos que no tuvieron la sensibilidad por las nuevas líneas de innovación en el conocimiento ni por la cultura clásica que requería la construcción y consideración de la filología como ciencia: «En los casos de duda siempre hay que recurrir a la lengua precedente» y, por supuesto, «se debe hacer más caso a Marcos, a Lucas, a todos los hebreos y no a los autores modernos, desconocedores de todos las lenguas». Y en ese hacerse notar siempre asociado a una crítica de la escolástica que no evitó, por ejemplo, el elogio de Tomás de Aquino por parte de Lorenzo Valla o bien los matices que establece Juan Pico della Mirandola respecto de los medievales, se fue fraguando la apuesta científica por la filología que frente a las autoridades académicas y de poder reivindicaría el valor de esta ciencia al depurar los textos de las escrituras. Millán facilita fragmentos ilustrativos de esta depuración que pueden ser incrementados en Apología.

Ellos fueron en verdad los que protagonizaron la primera y fundamental revolución científica marcada por un método: «Que siempre que en el Nuevo Testamento se encuentre discrepancia entre los códices latinos, recurramos a los griegos; cada vez que en el Viejo Testamento haya alguna diferencia entre los mismos códices latinos, o entre los latinos y los griegos, busquemos la prueba de la autenticidad en la verdad de la fuente hebrea». Este es el empeño que se destaca sobre cualquier otro en Apología y que se incorpora a esta biografía. Nebrija muestra cómo se siente participar de esa significativa ruptura que, fundándose en la filología, protagonizan los humanistas, siempre alerta para denunciar las opiniones de copistas e impresores. Tuvieron conciencia de ello, como Nebrija muestra al decirnos: «Soy tildado de imprudente, porque confiado en el conocimiento de la gramática como única guía, me atrevo a penetrar por todas las demás ciencias y disciplinas; pero no como tránsfuga, sino como centinela y explorador de lo que cada uno hace en su profesión». ¡Qué forma de definir su actividad!

Preciso es recuperar el conocimiento de su actividad porque trasmite con una envidiable nitidez la integración de dos valores fundamentales para afrontar nuestros quehaceres: un alto aprecio de la libertad de conciencia y la denuncia de «una servidumbre» que habría de abrir heridas muy profundas y generar dolores muy intensos en la sociedad de los pueblos de Europa: «¿Qué diablos de servidumbre es ésta, o qué dominación tan injusta y tiránica,  que no te permita, respetando la piedad, decir libremente lo que piensas? ¿Qué digo decirlo? Ni siquiera escribirlo escondiéndote dentro de los muros de tu casa, o excavar un hoyo y susurrarlo dentro, o al menos meditarlo dándole vueltas en tu interior».

La biografía nos muestra las idas y venidas por los escenarios universitarios (Bolonia, Salamanca, Alcalá) y muestra la constante que alentó su actividad y estudio. Esa constante quedó claramente recogida en Apología al trasladar una pregunta que afecta y legitima su trabajo: «¿A qué arbitro apelaremos que nos haga ver cuál de las dos lecturas se deba seguir?». La pregunta no podría apelar a las «coincidencias que pudieran darse en la mayoría de los códices», pues a la hora de juzgar «no se deben contar los votos, sino ponderarlos». El criterio estaba claro: «En los casos de duda siempre hay que recurrir a la lengua precedente». La tarea que se abrió ajustada a este criterio fue satisfecha por humanistas como Nebrija. Tomar conciencia de esa tarea y de las ideas asociadas al método preciso para desarrollarla no es asunto vano.


Guillermo Quintás Alonso (Gradefes, 1944), doctor en filosofía, obtuvo el Premio Extraordinario de Doctorado por la Universitat de València con una tesis dirigida por el Dr. Fernando Montero Moliner. Ha impartido clases de filosofía en enseñanza media y de filosofía moderna en la Universitat de València. En su faceta editorial, ha formado parte del equipo de lectura de prestigiosas editoriales y ha sido director de colecciones como «Leyendo… », «Filosofía. Las propuestas en sus textos» o «Educació. Materials». Autor de numerosos artículos y conferencias integradas en seminarios de distinto signo, siempre ha asociado sus reflexiones a la edición de textos clásicos.

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