/ Escuchar y no callar / Miguel de la Guardia /
Se puede entrar en política por un deseo de servir a tus conciudadanos, a tu país o a la institución a la que perteneces o, al contrario, para servirse de las mismas para medrar personalmente. Durante años, numerosos políticos del PP en Madrid, Baleares, Valencia y Castilla y León, del PSOE en Andalucía o, presuntamente, el clan Pujol en Catalunya, se han venido enriqueciendo a costa del erario y ya forma parte de la cultura popular aquello de «yonqui del dinero», como se autodefinió un corrupto arrepentido. Es cierto que la corrupción económica goza de un merecido repudio entre los electores, aunque en ocasiones no tenga una traducción inmediata en las urnas y algunas formaciones, como la extinta CiU, opten por cambiar de nombre para ocultar sus vergüenzas. También es de lamentar que la condena general no haya sido capaz de recuperar para todos lo que a todos robaron unos pocos.
En cualquier caso, quiero llamar la atención del lector sobre un nuevo tipo de yonquis que han proliferado a la lumbre de la nueva política y los nuevos políticos. Son gentes que en mi opinión, no pretenden tanto medrar económicamente a través de las instituciones, que también, como disfrutar del poder y de sus atributos. El coche o el avión oficial, el despacho o la vivienda y, especialmente, la posibilidad de hacer nombramientos sin pasar por filtro alguno de titulación o bolsa de trabajo y el halago de correligionarios y de la prensa, son los motivos por los que muchos de nuestros políticos se enrocan en sus poltronas, se resisten a dimitir y acaban pactando con los adversarios políticos para mantenerse en lo que otrora calificaran de casta privilegiada.
En la política valenciana era bien conocida la actitud de Compromís, capaz de pactar a izquierda o derecha en la política local en función del número de asesores o cargos de designación que se le otorgaran y parece ser que el afán de mantener el poder es lo que hizo que la señora Oltra cambiara para sí las exigencias de dimisión que planteara para sus adversarios.
La mediocridad de muchos de los que en la actualidad se mantienen al frente de ministerios, consejerías o concejalías podría explicar ese apego al cargo y permite entender que el señor Sánchez pacte con Bildu, a pesar de los muchos socialistas que cayeron a manos de ETA, o con la autodenominada ERC, a pesar del desafío constante a las leyes y las instituciones, exigiendo a los otros que no pacten con la ultraderecha mientras él lo hace.
¿Cómo explicarían que los ministros de Unidas Podemos no renuncien a sus cargos cuando el gobierno aprueba las decisiones de la OTAN y mira para otro lado, cuando no aplaude, la brutalidad de la represión de la policía marroquí a los subsaharianos? Casos palmarios son los de la señora Montero, capaz de sufrir el ninguneo público de la portavoz del gobierno con tal de mantenerse en su sillón, o la actitud del señor Garzón, varias veces desautorizado por el Gobierno por su forma de plantear los temas de consumo y alimentación. Aunque lo peor es que ninguno de los personajillos de los que he hablado ha aportado nada desde su consejería o sus ministerios y, simplemente, se han limitado a disfrutar de las prebendas de sus cargos.
Que nadie vea en estas líneas un ajuste de cuentas con los autodenominados cargos de izquierda. También merecen especial mención el señor Fernández Mañueco, capaz de soportar a su vicepresidente y sus peregrinas intervenciones con tal de mantenerse en el cargo y el señor García-Gallardo, que no ha dudado en subirse el sueldo en tiempos de crisis. Esperen un par de convocatorias y verán cómo los adalides de Vox, que predican la reducción de cargos, se aplican excepciones y continúan engrosando el gasto corriente de unas administraciones cada vez menos eficientes.
En resumen, si los yonquis del dinero han sido letales para las arcas públicas, los yonquis del poder aún pueden resultar peores, con la salvedad de que mientras se amparen en artimañas legales no podrán ser juzgados y arrastrarán las instituciones a su cargo a un descrédito total.

Miguel de la Guardia es catedrático de química analítica en la Universitat de València desde 1991. Ha publicado más de 700 trabajos en revistas y tiene un índice H de 77 según Google Scholar y libros sobre green analytical chemistry, calidad del aire, análisis de alimentos y smart materials. Ha dirigido 35 tesis doctorales y es editor jefe de Microchemical Journal, miembro del consejo editorial de varias revistas y fue condecorado como Chevallier dans l’Ordre des Palmes Académiques por el Consejo de Ministros de Francia y es Premio de la RSC (España). Entre 2008 y 2018 publicó más de 300 columnas de opinión en el diario Levante EMV.
Conciso y acerado. Permítame que le diga que con menos palabras aún, nuestros antepasados ya se olían por dónde iban las cosas. Cuando la Serpiente tentó a Eva, no le ofreció un visón perfecto ni un rubí como una mandarina, sino que le dijo “seréis como Dios” (Gén 3,4), es decir, el poder de saber y disponer de la propia vida y la ajena sin trabas. Y así seguimos, aunque con una variente: el apoyo de los propios oprimidos por el poder con su voto y sumisión. Sin matices ni colores.