/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana Mestre /
La península de Crimea y el control del mar Negro han generado diversos conflictos a lo largo de la historia. También ha generado conflictos el expansionismo de los imperialismos marchitos y decadentes ruso, franco-británico y americano en sus afanes para mantener su aureola. El conflicto del 2022 tiene precedentes que tal vez muchos de los actores implicados no quieren recordar, pero la historia es tozuda y el afán en olvidarla va parejo con su insistencia en reaparecer.
No es la primera vez que Crimea está en la base de un conflicto entre las potencias europeas y Rusia. Ocurrió ya antes, hace 169 años. Me refiero, obviamente, a la guerra de Crimea de 1853. En aquella ocasión, el origen del conflicto fue la voluntad de frenar el expansionismo de Rusia hacia el sur. Nicolás I (1825-1855), el zar reinante, cuyos antepasados en el trono se habían apoderado de la península, deseaba aprovechar la debilidad del Imperio otomano para ocupar los territorios turcos en donde había minorías ortodoxas. Naturalmente, contaba con todas las bendiciones de los patriarcados ortodoxos, y la tensión se complicaba con el afán ruso de controlar los Santos Lugares, en poder de Turquía. Con esta excusa, Rusia exigió concesiones importantes al sultanato, pero el sultán Abdul Majid I (1825-1861) —el constructor de Dolmabahçe, el primer palacio de estilo europeo de Estambul— se negó, dado que tenía garantías de apoyo por parte de Occidente, singularmente del Imperio británico y del Imperio francés. Y en 1853 la guerra estalló. El estado mayor ruso quería realizar un rápido avance sobre Estambul antes de que llegara la ayuda occidental, con lo que obtendría una victoria rápida. Pero la presencia de tropas expedicionarias y material de guerra francobritánico hizo que los combates (batalla del rio Almá, de Bataclava, Inkerman, Sebastopol, etcétera) no se desarrollaron de acuerdo con sus planes y la guerra se iba a alargar hasta 1856, con una dureza y brutalidad no imaginada hasta entonces en un conflicto moderno.
Sobre el papel, Rusia tenía más de un millón de soldados de infantería en pie de guerra y una caballería de casi trescientos mil jinetes. Pero este enorme ejército tenía que proteger unas fronteras muy extensas, desde el Báltico al Pacífico, en un país mal comunicado. Además, la organización militar rusa era pésima. El nuevo zar Alejandro II (1855-1881) —que sucedió a Nicolás I, muerto en marzo de 1855, en plena derrota rusa de Sebastopol— trató de obtener alguna victoria que le permitiera entablar negociaciones de paz con cierta ventaja. Por otra parte, después de dos años de guerra, aun cuando Gran Bretaña, con Lord Palmerston (1784-1865) en cabeza, quería realmente derrotar a Rusia, en Francia se deseaba que el conflicto terminara, porque una guerra lejana era impopular en París. Y al final, cuando en marzo de 1856 se firmó la paz mediante el llamado Tratado de París, en el que se intercambiaron diversos territorios, el resultado fue que Rusia salió muy debilitada políticamente y perdió la ventaja que tenia desde 1815 como vencedora de Napoleón.
Por lo que respecta a Turquía, todos los historiadores están de acuerdo 3n que este conflicto hizo del sultanato una potencia cada vez más dependiente de las potencias occidentales, que se entrometieron en los asuntos internos del país. En la Turquía actual, se enseña a los niños de las escuelas que los turcos vertieron la sangre para mayor gloria de Francia y Gran Bretaña.
No, el conflicto actual no es igual al de 1853. Putin no tiene nada que ver con Nicolás I; tampoco Turquía se asemeja a Ucrania en casi nada; el Occidente de entonces no tiene semejanzas con el de hoy. Tanto los escenarios como los personajes son muy diferentes. Y, sin embargo, ¿no les parece que suena la misma música en alguna parte?

Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
Así es, la música es la misma, pero la letra no, ya que el expansionismo ruso ha sido sustituido por el americano con la aquiescencia de una Europa en deuda con América por su generosidad en la posguerra, aunque fuera interesada y llevara los impuestos incluidos