/ Crónicas ausetanas / Xavier Tornafoch /
Hace treinta años se inauguraban los Juegos Olímpicos de Barcelona, los mejores de la historia según decían los que los organizaron. Supongo que eso era lo que han dicho los promotores de todas las Olimpiadas, desde los lejanos tiempos de la Grecia clásica. En cualquier caso, aquella fue una efeméride que marcó un antes y un después para toda una generación, con sus luces y sus sombras. Para entender el significado que este acontecimiento tuvo para la Barcelona del momento habría que hacer referencia a lo que era esta ciudad a mediados de los años ochenta, la época en que se produjo la nominación y empezaron las obras. Habrá quien idealice aquella Barcelona preolímpica, pero la realidad de la capital catalana era la de una vetusta ciudad mediterránea, sucia, descuidada, con equipamientos deficientes y absolutamente olvidada desde una óptica internacional. Una ciudad desindustrializada, que ni tan siquiera había tenido tiempo de desmontar las fábricas que ahora languidecían al lado del mar, sirviendo únicamente como vertedero.
La transformación que los gestores municipales llevaron a cabo, con Pasqual Maragall a la cabeza —y hay que subrayar este nombre nos guste más o menos el personaje—, convirtió la ciudad en otra cosa de lo que venía siendo en los pasados cuarenta años. Se ordenó toda la montaña de Montjuïch, donde se ubicaron las grandes infraestructuras deportivas: el Palau Sant Jordi, el remodelado estadio olímpico, las piscinas Picornell, el INEFC. Se construyeron las rondas de circunvalación, que alejaron el tráfico rodado del centro de la ciudad. Se urbanizó todo el frente de costa desde la Barceloneta, el antiguo barrio de pescadores, hasta Sant Adrià del Besós, ganando kilómetros de playa, donde antes solamente había un montón de naves industriales abandonadas. Se construyó un barrio nuevo en la zona de Poble Nou, la Vila Olímpica. El viejo aeropuerto de El Prat de Llobregat fue modernizado bajo el clasicismo arquitectónico de Ricard Bofill, convirtiéndose en una amable puerta de entrada a la ciudad. Se produjeron, además, actuaciones de mejora por toda Barcelona y se pusieron los cimientos para futuros trabajos urbanos que, a pesar de todos los pesares, mejoraron la vida de la mayoría de barceloneses.
Soy consciente de que decir esto hoy, en medio de la precariedad, el abuso inmobiliario y la falta de oportunidades laborales, especialmente para muchos jóvenes, puede resultar incluso provocativo, y más si te crees los argumentos de Ana Iris Simón, pero he vivido lo suficiente para comparar una cosa y la otra, lo cual me reafirma en lo que digo. La Barcelona de hoy es heredera de la que se empezó a vislumbrar en 1992: abocada al mar, moderna, internacional… y más justa. Incluso los problemas que acarrea tienen que ver con aquella Barcelona: las dificultades del acceso a la vivienda, la saturación turística, la pequeña delincuencia.
Ahora, pasados estos treinta años, Barcelona vuelve a estar en una encrucijada, porque el modelo heredado da síntomas de agotamiento y se está volviendo contra sus ciudadanos. Lo que se construya a partir de ahora habrá que hacerlo tomando como base aquella ciudad soñada y (re)construida por Maragall. Lo que tenga que venir se hará, no a partir de la sucia y deficiente ciudad de los años ochenta, sino de las transformaciones que se llevaron a cabo en el noventa y dos, y que se desarrollaron posteriormente en diversos proyectos. Este porvenir estará íntimamente ligado a los vaivenes internacionales, porque la globalización ya no es una promesa, sino un hecho consumado, y deberá construirse no a partir de grandes acontecimientos (hay quien se ha creído que las ciudades sólo pueden avanzar a golpe de Olimpiadas), sino de mecanismos democráticos que impliquen activamente a toda la ciudadanía, para no tener que pactar ni transigir, como se hizo durante la Transición, quizás porque no había más remedio, y también para conseguir la nominación olímpica, con los herederos del franquismo, aunque estos se llamaran Samaranch.
No quisiera acabar el texto, durante el cual he glosado tantas luces de la Barcelona olímpica, sin hablar de las sombras, que también las hubo. En primer lugar, el consenso político no fue tan leal como a menudo se nos ha querido hacer creer. Ni en La Moncloa ni en la Plaça de Sant Jaume la idea de Maragall hizo saltar de alegría a sus inquilinos. Hubo muchas reticencias iniciales que se fueron derrumbando gracias al tesón del alcalde, desde mi punto de vista un personaje irrepetible. Los cálculos electorales de unos y otros no descansaban nunca. A Pujol le interesaba hacerse con la alcaldía de la capital catalana, no que un edil socialista consiguiera organizar unos Juegos Olímpicos. A González le daba miedo apoyar la iniciativa por si se le enfadaban los barones territoriales. Luego, hubo lo de la operación Garzón; la acción de la policía española, ordenada por este juez de la Audiencia Nacional pocas semanas antes del inicio de los juegos, contra militantes y simpatizantes de Terra Lliure, la organización armada del independentismo catalán. A tenor de lo que se vio en las diligencias judiciales posteriores, se actuó contra tirios y troyanos. Además, los detenidos denunciaron malos tratos y torturas, denuncias que se vieron unos años más tarde en el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, donde el Estado español fue condenado por no investigar los hechos. Finalmente, si hubo algo a lo que no se prestó suficiente atención en las múltiples actuaciones que se llevaron a cabo, fue al transporte público, en lo que hace referencia a su ampliación y mejora. Del resto, de las medallas, los récords deportivos y el entretenimiento, todos sabemos algo. Si es que nos interesa el deporte, aunque unas Olimpiadas, como he intentado explicar aquí, son alguna cosa más que deporte.

Xavier Tornafoch i Yuste (Gironella [Cataluña], 1965) es historiador y profesor de la Universidad de Vic. Se doctoró en la Universidad Autónoma de Barcelona en 2003 con una tesis dirigida por el doctor Jordi Figuerola: Política, eleccions i caciquisme a Vic (1900-1931). Es autor de diversos trabajos sobre historia política e historia de la educación y biografías, así como de diversos artículos publicados en revistas de ámbito internacional, nacional y local, como History of Education and Children’s Literature, Revista de Historia Actual, Historia Actual On Line, L’Avenç, Ausa, Dovella, L’Erol o El Vilatà. También ha publicado novelas y libros de cuentos.
Quizá olvida el profesor en tan atinada reflexión, que por desconocidas causas y siendo unos Juegos Olímpicos, límite social entre sucesivas Olimpiadas, ocasión impagable para mostrar al mundo efectos especiales como un atentado de gran magnitud, una simpática degollina o un boicot eléctrico, los Juegos transcurrieron con absoluta normalidad, sin incidente alguno. Curioso.