/ una reseña de José Luis Morante /
El fragmento cronológico que acoge el balance Inventario de desperfectos, de Nicolás Corraliza Tejeda (Madrid, 1970), acotado entre 2012 y 2022, abarca composiciones de La belleza alcanzable (2012), La huella de los días (2014), Viático (2015), El estro de los locos (2018) y Abril de los inviernos (2019). Dibuja, con minuciosa hondura, un tramo fértil; los ángulos de una modulación incesante, ya asentada en la geografía creadora del presente, con algunos poemas anticipados en revistas, y ya traducida parcialmente a otros ámbitos verbales como el francés, rumano y catalán.
La obra del escritor madrileño asienta su muro expresivo en el poema breve y en la claridad figurativa del lenguaje, ajena a la opacidad y a los itinerarios del hermetismo. Así lo ratifica en su excelente prólogo «Instante y espacio interior en la poesía de Nicolás Corraliza» el poeta Miguel Veyrat. La apertura crítica resalta esa sencillez expresiva alejada de los grandes gestos verbales y la tendencia, por la formación científica del poeta, a una concepción constructiva que se acerca a la esencia: «abona lo escueto en la palabra significante a cambio de lo intenso de su significado». La indagación tantea el fluir del pensamiento y sus divagaciones sensitivas ante el epitelio cambiante del entorno exterior.
El fresco dibujado por Inventario de desperfectos incluye como línea de salida un destello lírico de Juan Ramón Jiménez: «El olvido no nos sustrae las cosas, nos las contiene». Resulta así una paradoja cristalina: lo que perdimos persiste y se vislumbra bajo la luz ambarina de la ausencia. Nunca pasa de largo, respira su propia soledad imprevisible. Nicolás Corraliza Tejeda prefiere el ahora como paso inicial, como si la antología desandara el camino, y abre su trabajo con el apartado «Cosas de poca importancia» (2022-2019). Los pasos de la senda existencial se ralentizan; nos vence la lentitud porque somos otros que apenas reconocen las antiguas imágenes en la fragilidad de la memoria. Se impone la contingencia, un mar interior en el que la identidad recrea su propio naufragio. El recorrido integra los marcados relieves de un movimiento circular que repite itinerarios, como si las palabras convalecieran para dar treguas casi el mismo poema.
El entorno tiende las manos y se afirma frente al despliegue de sensibilidades complementarias. Con criterio testimonial, los trazos escriturales dejan su insinuación de signos. El poema respira con la cadencia de un instante, hasta recrear una claridad auroral. Los versos encienden una sensibilidad evocativa e intimista, que humaniza las cosas y borra distancias entre la semilla interna del hablante verbal y el contexto como espacio de contemplación y quietud. La dimensión del afuera es percibida desde una observación meditativa que agrieta la superficie y se hace profundidad. La brevedad concisa acerca el poema al aforismo: «Es al volver/ cuando cobra sentido el viaje».
El apartado «Asiento de bienes» aglutina textos escritos entre 2018 y 2012. La escritura interioriza estados de conciencia que tienen su reflejo en el epitelio de la realidad, ese lugar donde los otros se mueven con la lentitud de lo transitorio. En esa ascensión cognitiva que nos marca el periplo existencial se imponen conceptos como soledad y disidencia; un aprendizaje hecho de «señales de brisa y escalofrío» que empuja a caminar a la razón desde la constancia, en el terco vaivén de las estaciones. Los poemas dan voz a una senda existencial que vadea incertidumbre en medio de una sed sedentaria: «Alejarse no es huir,/ es tan solo tomar distancia de la angustia/ para que el dolor no acomode su cruzada».
La voz que gesta Inventario de desperfectos es consciente de que también cada poema es un fracaso: «Nace el poema desdentado y sin rumbo./ Se va haciendo./ Carne de sílaba en frágil esqueleto/ que crece o se emborrona./ Solo es un rostro infantil./ La escritura de un hombre sin mañana». El discurrir del tiempo marca inflexiones. Las imágenes se tornan crepusculares, parecen inacabadas y aspiran a un sentido abierto. El enjambre de versos retiene las secuencias de lo vivido, esos momentos que conforman ceniza y experiencia. Solo las palabras abren formas y espacios, abrigan y preservan su epitelio de luz en los atardeceres, cuando tanto se notan los trazos de las grietas, su silencio.

Nicolás Corraliza Tejeda
Huerga y Fierro, 2022
166 páginas
15 €

José Luis Morante (Ávila, 1956) es profesor, poeta, editor, ensayista y crítico literario. Su obra poética se recoge en las antologías Mapa de ruta (2010), Pulsaciones (2017) y Ahora que es tarde (2020). Ha preparado ediciones de Juan Ramón Jiménez, Joan Margarit, Eloy Sánchez Rosillo, Luis García Montero y Karmelo C. Iribarren. Como aforista ha publicado Mejores días (2009), Motivos personales (2015), la antología Migas de voz (2021) y Planos cortos (2021).
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