El norte

Del feto a la calavera radiante: la identidad como enredadera

La novela alegórica ‘El cuarto mundo’, de la chilena Diamela Eltit, narra la transgresora vida de unos mellizos desde su concepción hasta su peculiar apocalipsis en un país en venta.

/ El norte / Eugenio Fuentes /

La caída de la familia (adulterio, incesto, embarazo, humillación, vergüenza) obligó a sus miembros a encerrarse en casa y los libró al hambre y a un caos de nervios desmadejados. El padre, herido primero por el engaño y luego por las astillas del tabú, escupía amenazas y presagios desde su insomnio. La madre adúltera pedía clemencia y paz. Los tres hijos, cada cual a su manera, buscaban con sigilo ese refugio donde el huracán tal vez solo castigue como tormenta. Así, la pequeña, compendio paterno de razón, se hundió en el pánico. Sin embargo, su ansioso hermano mayor se pasó las horas acariciando un caótico placer convulso mientras su propia melliza, su compañera de incesto embarazada y obsesiva, se disponía a cargar con todas las culpas, a transportar sobre su nuca «la antigua y degradada humanidad sudaca». En suma, un pandemónium de sexo y poder que, quién lo diría, comenzó con una simple fecundación. Que al día siguiente se hizo doble.

Este caos familiar se narra en la página 147 de El cuarto mundo. Son veinte escuetas líneas en las que confluyen todas las fuerzas desatadas por la chilena Diamela Eltit en una extraña novela alegórica publicada en 1988 y ahora rescatada por Periférica. En aquellos días, Pinochet aun se sentaba en la Casa de la Moneda, y Eltit (Santiago, 1949), habitante del exilio interior, el insilio, había hecho de su tercera narración larga su único espacio posible de resistencia y libertad. Una suerte de auto sacramental, laico, obsceno y lírico, donde el sexo, el género, el travestismo, el poder y el patriarcado se enmarañan en una oniroide enredadera identitaria.  En un país en venta, la enredadera intentará trepar hacia la luz de una soñada «fraternidad sudaca» que ponga coto a los desmanes de «la nación más poderosa del mundo». Huelga el apunte aclaratorio.

Una sinopsis prudente solo tendría que añadir lo que sigue a lo ya expuesto. El cuarto mundo se inicia cuando una mujer, debilitada por la fiebre, es tomada por su marido y queda embarazada de un niño que habrá de travestirse en niña. El patriarca reincide veinticuatro horas después, pese a no haber remitido la calentura, y la mujer queda de nuevo embarazada. Esta vez será una niña que no se travestirá en niño. Arranca así la historia de unos mellizos cuya íntima unión acabará sumiéndolos en la soledad mientras en las calles se instalan el frío, las hogueras, el resonar de cascos de caballos y el engaño de los experimentos neoliberales.

Sin embargo, esa sinopsis prudente no reflejaría las excelencias del artificio poético dispuesto por Eltit para propulsar su artefacto. La autora chilena, galardonada en 2021 con el prestigioso premio de la Feria Internacional de Guadalajara, antes llamado Juan Rulfo, convierte en una animada epopeya filosófica la vida de esos embriones, luego niños, más tarde adultos. Y lo hace dotando a los mellizos de un lenguaje y un pensamiento maduros desde el instante mismo de su concepción. Por esa vía, el lector accede a la más fina subjetividad de unos hechos que podrían estar sucediendo sobre la platina de un microscopio: «Fui engendrado en medio de la fiebre de mi madre y tuve que compartir su sueño. Sufrí la terrible acometida de los terrores femeninos», asegura en primera persona la voz del mellizo. Será él quien guíe al lector por los dos primeros tercios de la obra hasta depositarlo en el adulterio materno. Al obligar a la familia a encerrarse, el adulterio desencadenará la orgía de metamorfosis que nutre el tercio final de El cuarto mundo.

Ese tercio, breve pero capital, quedará enunciado por la voz plenamente alegórica de la melliza, a la que el varón cederá sus responsabilidades: «Sintiéndome incrustado en un tiempo crítico, acepté hacer depositaria de mi confesión a mi hermana melliza», explica como cierre de la primera parte. Hasta alcanzar el reinado de la alegoría, Eltit habrá recorrido un arco cuyo pilar inicial es el estilo descriptivo, escueto y poderoso que domina los primeros capítulos, breves como todos. Será a medida que se avance en la obra cuando los fragmentos alegóricos se vuelvan más frecuentes y más extensos. Un magnífico ejemplo de alegoría rematada en una fría enunciación puede leerse en el párrafo que explica cómo la madre «desplomó el universo, confundió el curso de las aguas, desenterró ruinas milenarias y atrajo cantos de guerra y podredumbre». Dicho de otra forma, y a punto y seguido: «Mi madre cometió adulterio».

Así pertrechada, la autora chilena, de la que Periférica ya había recuperado obras de tanto fuste como Jamás el fuego nunca (2012), Fuerzas especiales (2016) y Sumar (2019), está en óptimas condiciones para internarse, con la economía de lenguaje y la profusión de matices del juego lírico, en la maraña de cuestiones identitarias que vertebra el volumen. En primer lugar, la identidad de género. Socialmente asignado a partir del sorteo de cromosomas X e Y en la lotería del dimorfismo sexual, el género, su construcción, aceptación y rechazo parcial o total, encuentra un feraz espacio de representación en la imagen de dos mellizos de diferente sexo encerrados nueve meses en el mismo útero.

Los mellizos simbolizan la pareja dimorfa tradicional y están juntos desde la concepción, así que brindan a Eltit numerosas oportunidades de exhibir sus entendimientos, sus continuos intercambios de roles, sus choques, rivalidades e influencias, o sus distintos modos de responder a estímulos idénticos. Por solo poner un ejemplo, él detecta pronto una complicidad entre la madre y la melliza, quien tiene acceso a sueños maternos que a él le están vedados. Su reacción es empezar a pensar, a razonar, y dejar de guiarse por impresiones transformadas en certezas. Una especie de paso del mito al logos. Está claro que, con esos mimbres, Eltit no ha tenido que forzar nada la máquina para desembocar en el travestismo y el incesto, consumado ya por la gemela en el espacio intrauterino.

Con el género llega de la mano «el nudo perpetuo» del patriarcado. Pánico materno al embrión masculino, que es el mismo pánico que inspira el marido, con quien el cauce habitual de comunicación es la mentira. Lástima paterna ante la pesadez de movimientos de la esposa embarazada, reflejo de su «destino animalizado». Humillación y descrédito del patriarca engañado por su esposa. Surge aquí, por cierto, una cuestión que desempeña un papel crucial en la novela: nunca se explicita la condición social de los protagonistas. El lector habrá de adivinarla fijándose en pequeños detalles que, a veces, pueden pasar desapercibidos. Sobre todo porque el brumoso clima onírico del texto se expande en espacios cerrados (útero, casa, escuela, callejas de la ciudad) de los que apenas se desvelan rasgos característicos.

Es esta indefinición la que puede hacer que el lector se extrañe cuando, al filo del primer tercio del libro, se encuentre el adjetivo sudaca aplicado a los habitantes de «la ciudad». Los mellizos desean sus cuerpos, pero no entienden sus hablas. Por lo menos él, quien llegará incluso a ser duramente agredido por una banda de pelados. El adjetivo, rescatado por Eltit para volver lanza aquel lastre despectivo acuñado en la España de 1980, cobrará importancia creciente a raíz del embarazo incestuoso, admitido por la melliza como «mala conducta sudaca». Según la hermana pequeña, forjada en los moldes del padre, esa preñez también ha convertido a la familia en sudaca.

Será, precisamente, esa mutación hacia lo popular la que permitirá a Eltit abrir la narración, en sus últimos compases, hacia una deseada «fraternidad» libertadora, una alianza que acabe con «la nación más poderosa del mundo». El mellizo la describe como «una nación de muerte», «una fosforescente calavera que nos lanza finos y casi imperceptibles rayos» mientras deja caer del cielo un dinero que, lejos de enriquecer a los habitantes, pone al país en almoneda. Ese proceso, el bien conocido banco de pruebas del nunca nombrado neoliberalismo,  convierte a la mayoría de los habitantes en un «cuarto mundo». Una expresión, muy en boga cuando fue escrita esta novela, que lo mismo se aplica a los pobres de los países ricos que a cualquier grupo de población oprimido por el sistema político de un país. Por ejemplo, y entre otros, a los sudacas de Eltit.


El cuarto mundo
Diamela Eltit
Periférica, 2022
184 páginas
17 €

Eugenio Fuentes nació en Londres, en el hospital de St. Mary Abbot’s, donde doce años después fallecería el legendario guitarrista Jimi Hendrix. Licenciado en historia y especializado en relaciones internacionales contemporáneas, ejerció la docencia y la investigación en la Universidad de Rennes 2 Alta Bretaña durante cuatro años. En 1988 se integró en la redacción del diario La Nueva España, del que durante casi tres décadas fue responsable de información internacional, analista político, columnista y crítico literario. Fruto de una insana pasión por los libros mantuvo durante 31 años en el suplemento Cultura la sección de novedades «La brújula», alimentada sobre todo por volúmenes huidizos publicados por pequeñas editoriales. Entre 2000 y 2004 quedó embrujado por el pintor Luis Fernández, a quien dedicó numerosos artículos y el documental Los mundos de Luis Fernández.

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