/ una entrevista de Pablo Batalla Cueto /
José Miguel Calvillo Cisneros repasa en Afganistán: un conflicto permanente (Trea, 2022) la historia y la actualidad de uno de esos países cuyo drama podría resumirse conaquella sentencia de Churchill sobre los Balcanes: produce más historia de la que puede consumir. Pieza codiciada por todas las grandes potencias que en el mundo han sido —de los británicos a los estadounidenses, pasando por los soviéticos— y han querido adueñarse de esta anfractuosa y crucial encrucijada entre Asia y Europa, sin conseguirlo jamás, Afganistán escribe ahora una nueva página de su devenir tras la retirada de Estados Unidos y el regreso de los talibanes.
—José Miguel: en tu libro explicas que, históricamente, a Afganistán le ha faltado un elemento nacional unificador. Es una ensalada de etnias distintas cuya unión ha estribado en la resistencia conjunta a las sucesivas potencias invasoras que se han abalanzado sobre ella, y si acaso en la religión islámica.
—Eso es. La composición étnica de Afganistán es muy numerosa, y esas etnias, tradicionalmente, han estado enfrentadas entre ellas. Lo que ha posibilitado su unificación ha sido la reaccion, no solamente ante la invasión de potencias extranjeras, sino a la imposición de un sistema político y normativo diferente a los tradicionales, con la religión como elemento justificativo para poder aunar fuerzas.
—Repasas, en el libro, esas sucesivas invasiones: la británica, la soviética, la estadounidense… Y repasas los motivos que han hecho fracasar a esta última.
—Uno de los principales es el que acabo de comentar: tratar de imponer un sistema político y normativo radicalmente diferente de los tradicionales afganos. Se podría haber estudiado alguna fórmula híbrida; modernizar los sistemas normativos, pero teniendo en cuenta los tradicionales. Un sistema democrático liberal no era posible: para que funcione, se tienen que dar una serie de características que se dan en los Estados occidentales, pero no en Afganistán. Ese es el primer error. Luego, hay otro conjunto de ellos de orden más estratégico. Por ejemplo, el de abrir dos frentes en un mismo período: la guerra de Afganistán y la de Irak. Eso supuso restar capacidad a la misión de reconstrucción de Afganistán y permitir un aumento de la violencia insurgente. Un segundo error lo cometió Barack Obama cuando, una vez capturado y eliminado Osama Bin Laden, anunció públicamente la retirada con un calendario fijo. Eso fue aprovechado por el movimiento talibán. Un tercer error importante fue tratar de llevar a cabo una transición política sin contar con todas las fuerzas políticas del país; negociar con, y legitimar, al movimiento talibán sin contar con el resto de fuerzas para tratar de hacer un gobierno de unidad nacional. Por otro lado, también se construyeron unas fuerzas armadas sin contar con la realidad de Afganistán, formadas casi únicamente por las minorías tayika y uzbeca, dejando fuera de la cúpula del poder militar a los pastunes.
—Los talibanes que vencen ahora exhiben maneras más moderadas —dígase entre infinitas comillas— que sus predecesores de los años noventa, por motivos que, por supuesto, no tienen que ver con un convencimiento interior sincero, sino con intereses geopolíticos. ¿Cuáles son?
—Eso es. La moderación es una moderación falsa, maquillada. Estos talibanes no son más moderados que los talibanes de los años noventa. El núcleo duro de los talibanes actuales viene de haber estado en el Gobierno en la década de los noventa: son los mismos, con alguna excepción. Lo que ocurre es que los talibanes 2.0, por así decir, han aprendido lo que es la diplomacia pública, y que la imagen que den al exterior no debe ser la real del movimiento talibán. Si el movimiento talibán quiere obtener un mínimo reconocimiento de la comunidad internacional y quiere acceder a sus fuentes de financiación, sobre todo en materia de acción humanitaria y alimentaria y cooperación al desarrollo, si quiere desbloquear fondos que pertenecen al Estado de Afganistán pero ahora mismo están bloqueados, tiene que dar esa imagen de cierta moderación. Pero eso no significa que lo vayan a cumplir de puertas para dentro. No lo están cumpliendo. La represión contra las mujeres sigue existiendo; la represión contra etnias que los talibanes no consideran en un plano de igualdad, como pueden ser los hazara, es el día a día del país. Hemos de ser muy cautelosos cuando hablamos de una moderación de los actuales talibanes, porque no es cierta. Lo que han hecho es aprender a comunicar y a utilizar la diplomacia pública para conseguir sus objetivos.
—En el libro comentas que Estados Unidos va a seguir presente en Afganistán de maneras distintas. Una de ellas es el macroproyecto del TAPI, que afecta al país, y en el que Estados Unidos tiene intereses que tienen que ver con la partida que se juega contra Rusia en ese ámbito de Asia Central.
—El TAPI es un proyecto de gasoducto para enviar gas del Asia Central hacia Pakistán e India. Afganistán es una pieza clave para que ese gasoducto pueda llevarse a buen puerto, y en este sentido, la colaboración entre los países implicados es crucial. Uno de ellos es, efectivamente, Estados Unidos. El TAPI, ahora mismo, vuelve a coger fuerza, porque los cuatro Estados implicados que son sus siglas —Turkmenistán, Afganistán, Pakistán e India— ganarían con su construcción. Estados Unidos, como quinto elemento, también: es uno de los principales financiadores, adquiriría poder geoeconómico en la región y se colocaría bien desde el punto de vista de recursos energéticos muy codiciados en la actualidad. Restaría, además, protagonismo a Rusia y a China en la región. Sí: Estados Unidos se ha ido físicamente, pero sigue estando presente en Afganistán. Otra prueba de ello, alejada del TAPI, pero también simbólica, es cómo hace unos meses Estados Unidos, a través del lanzamiento de un misil controlado por un dron, eliminó a Az Zawahirí, que era el número uno de Al Qaeda, que se encontraba en Kabul.
—¿Qué hay de China? ¿Qué rol va a jugar esta potencia frecuentemente enigmática en sus intenciones en lo que suceda con Afganistán en los próximos años?
—China se ha caracterizado siempre por una política exterior muy pragmática, y también muy poco intervencionista en el sentido en que sí lo ha sido la de Estados Unidos en Afganistán o Irak. Va a ser más cautelosa a la hora de ejercer una política exterior hacia Afganistán. Fundamentalmente, tiene dos objetivos: hay, por un lado, un objetivo securitario, que consiste en mantener lo más estable posible su pequeña frontera con Afganistán, de apenas setenta kilómetros, pero que coincide con la zona en la que se encuentra la población uigur, de religión islámica y con intenciones independentistas dentro de China. China no está consintiendo bajo ningún concepto que esa provincia lleve a cabo un proceso independentista, y va a intentar evitar por todos los medios que esa población uigur tenga contacto con el Estado Islámico. En ese sentido, va a pactar con los talibanes hacer fuerza conjunta contra ellos. Al movimiento talibán también le interesa que el Estado Islámico no adquiera un mayor protagonismo en Afganistán. El segundo objetivo de China es en clave económica. Afganistán ha sido históricamente una pieza clave en todas las rutas comerciales entre Occidente y Oriente y entre Asia del Norte y Asia del Sur. Y lo es en la Ruta de la Seda, ese cinturón comercial que China está intentando organizar. Dos objetivos, ya digo: securitario y económico. Si alguno de los dos falla, sobre todo el securitario, veremos, seguramente, una China más intervencionista. Pero no veo, de todas maneras, una China invadiendo Afganistán. No creo que vaya a suceder.
—Dedicas dos capítulos a sendas cuestiones asociadas al problema afgano. La primera es el cultivo del opio, de la que explicas de qué maneras es una variable clave del conflicto.
—Es un problema estructural de Afganistán. Ha convertido al país en el laboratorio del mercado ilegal para la obtención, fundamentalmente, de la heroína. En segundo lugar, ha sido la principal fuente de financiación del movimiento talibán y de otros grupos del crimen organizado que también están presentes en el país: tráfico de armas, etcétera. Por ese motivo, el cultivo de la amapola opiácea es trascendental en esta guerra y creo que va a seguir siendo muy importante. En el libro hablo de posibles alternativas para que Afganistán deje de ser un narcoestado. Una de ellas es convertirlo en proveedor de opio para el mercado farmacéutico reglado; ese rico mercado legal, con mucha demanda, que tiene que ver con los sedantes, los cuidados paliativos, etcétera.
—La segunda cuestión asociada al problema afgano de la que te ocupas es la situación de las mujeres. ¿Cuál es y qué podemos esperar de ella en los próximos años, bajo el poder talibán?
—Durante veinte años de intervención, las mujeres, gracias a la cooperación internacional, han conseguido trabajar en la Administración pública, ir a la escuela, abrir pequeños negocios… Se han dado pasos hacia lo que podía ser una relación de igualdad. El objetivo del movimiento talibán es claro: ellos parten de unos códigos ancestrales en los que la mujer está completamente supeditada al hombre, no puede tomar parte en el espacio público y tiene que estar silenciada e invisibilizada. Eso va a continuar así. El movimiento talibán, aunque en su discurso pueda dar algún matiz de moderación, no se va a convertir de repente en un movimiento proderechos de las mujeres; no forma parte de su columna vertebral. La formación del primer Gobierno ha sido clara en este sentido: todo hombres, y todo pastunes. Las mujeres que ocupaban puestos de cierta responsabilidad en la Administración han sido expulsadas, las escuelas e institutos de mujeres han sido cerrados… Yo soy bastante pesimista en esta cuestión. Aunque sí que haya una semilla puesta de un movimiento feminista en Afganistán fruto de veinte años de intervención y del fomento de proyectos de cooperación de género, el camino por recorrer es tan largo que no creo que esa semilla vaya a arraigar ni a crecer. La lucha de las mujeres afganas será fundamental. Lo que echo en falta es la cooperación de hombres no talibanes que favorezcan que esa semilla crezca; que no quede enterrada.

José Miguel Calvillo Cisneros
Trea, 2022
294 páginas
24 €

Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, Neville, Crítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).
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