/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana /
Los museos contienen objetos que han sido reunidos gracias a decisiones, a veces arbitrarias, de déspotas, coleccionistas, magnates o ciudadanos sensibles ante el pasado. Y lo que en ellos ha llegado hasta nosotros no son sino los restos más o menos troceados del naufragio de la cultura de tiempos pasados. En el fondo, en los museos de arte se exponen algunos objetos salvados de este naufragio. Por esta razón, no importa que muchos de los bustos y retratos romanos expuestos en nuestros museos muestren señales de agresiones (nariz rota, falta de brazos, etcétera), ya que sabemos que precisamente estas roturas aportan elementos para su significado. De la Victoria de Samotracia del Louvre nadie echa en falta su cabeza, y hoy nos fijamos en las ropas agitadas por el viento. Fue ciertamente una imagen de la Victoria como ofrenda a los Cabirios, los grandes y enigmáticos dioses de la isla de Samotracia, en ocasión de una victoria naval de la isla de Rodas. Sin embargo, la estatua, mutilada, hoy ya no nos recuerda esta desconocida victoria naval ocurrida en el 190 antes de Cristo. Su significado va mucho más allá. El vandalismo que sufrió en una época incierta se ha incorporado a la propia obra.
Y es que las obras de arte han sido objeto de ataques variados a lo largo del tiempo. Uno de los primeros actos vandálicos del siglo XX creo que fue el que sufrió La Venus del Espejo de Velázquez, cuando en 1914 fue acuchillada por una sufragista. Se trataba de un ataque reivindicativo, como pocos años antes lo había sido La Ronda de Noche de Rembrandt. De esta forma se inició una larga lista de agresiones a diversas obras —pinturas y esculturas— entre las que cabe citar la Piedad Vaticana de Miguel Ángel, La Gioconda de Leonardo y un largo etcétera que continúa hasta hoy.
¿Qué hay detrás de todo ello? ¿Necesidad de llamar la atención? ¿Impotencia ante los hechos que obsesionan? ¿Ansias de notoriedad? ¿Locura? De todo un poco. En la medida en que un objeto de arte es apreciado por una parte importante de la sociedad, dañarlo no deja de ser noticia, máxime cuando los museos tienen hoy una función preservadora. Los talibanes dinamitaban monumentos romanos en Siria; los nazis destruían los monumentos que identificaban como símbolos de los vencidos; los cruzados profanaban mezquitas y viceversa. Y es que las obras de arte han sido objeto de ataques siempre, ya fuera por guerras, intolerancia religiosa, luchas étnicas, reformas urbanísticas o simplemente razones económicas.
Pocas veces un atentado contra un objeto artístico o contra un evento o efeméride importante ha conseguido los supuestos objetivos de quienes lo propiciaron o ejecutaron. Pero hubo casos en que sí empujó a lograrlos. Un ejemplo de ello fue el famoso Derby de Epson el 4 de junio de 1913, cuando una militante y activista británica a favor del movimiento sufragista, Emily Davison, se lanzó a las patas del caballo del rey Jorge V, muriendo poco después a consecuencia de las heridas recibidas. ¿Qué pretendía Emily con su acción? No parece que quisiera suicidarse, dado que había comprado el billete de vuelta y la entrada para asistir a un baile; solo pretendía interrumpir la carrera, llamar la atención sobre el voto de las mujeres, pero murió, quizás sin proponérselo. El derecho al voto en Gran Bretaña se aprobó en 1918 merced a que, a lo largo de la guerra, las mujeres británicas habían demostrado su capacidad para mantener en funcionamiento las fábricas de armas, los transportes públicos y los servicios. El voto femenino lo consiguió la Unión Nacional de Sociedades de Sufragio de Mujeres, que ciertamente utilizaban métodos más convencionales, tales como manifestaciones, peticiones, cartas, prensa, publicidad y presión ante las grandes corporaciones. Pero la acción de Davison no fue inútil, dado que sacudió a una opinión pública algo adormecida ante el problema.
Sin embargo, es importante señalar que todo acto destructor de obras de arte, desde los iconoclastas —que en Bizancio tantas obras de arte destruyeron—, a las luchas de finales del Imperio romano, la cristianización de la sociedad tardo antigua, pasando por la Revolución francesa, la Revolución rusa, la desamortización eclesiástica española o los actos vandálicos actuales en museos, son ejemplos de participación de la gente en los procesos de transformación y de cambio en la historia.
Por todo ello, en el fondo de todas estas acciones hay una realidad que no podemos desconocer: la naturaleza de los museos. Los grandes museos de arte, concebidos como templos sagrados de las reliquias que atesoran, entran a menudo en colisión con las ideas y valores de una generación cuando en sus exposiciones, se obvian los temas que interesan a la gente. El arte no puede estar al margen de los problemas de las personas y hoy nuestro mundo es tan inestable, está tan amenazado por problemas de todo tipo, incluidos los medioambientales, que es necesario que el museo se postule sobre estas temáticas. ¿O es que los museos pueden vivir al margen de las mujeres?; ¿o pueden ser insensibles ante la necesidad de rebajar emisiones tóxicas a la atmósfera? ¿O son insensibles ante las graves amenazas nucleares? ¿Los atentados contra las obras de arte implican que el arte que en ellos se expone está vivo?
Hoy, la Victoria de Samotracia, como ofrenda a los Grandes Dioses Cabirios, nos recuerda desde su alto pedestal que a ella y a los dioses de la isla se encomendaban los marineros antes de emprender un viaje peligroso o a la vuelta de una expedición rodeada de peligros. Nosotros, habitantes de un planeta que vive entre el miedo, la esperanza y la zozobra, ¿a quién nos encomendaremos?

Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
De nou els museus tornen a estar de moda arrel d’alguns dels defensors envers un món més sostenible… Què en penseu els experts ?… sí, cridar l’atenció al món, però no hi hauria una altra manera de fer-ho sense atacar obres d’art ??…Aquí ho deixo !!