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‘La marsellesa’ en Catar

Una reflexión de Víctor Muiña sobre cómo «la globalización está empezando a apretar el acelerador de sus efectos demográficos: todos los países del mundo se convertirán, poco a poco, en verdaderos crisoles étnicos».

/ por Víctor Muiña Fano /

[…] ¿Qué pretende esa horda de esclavos,
de traidores, de reyes conjurados?
¿Para quién esas viles cadenas,
esos grilletes de hace tiempo preparados? (bis)

Para nosotros, franceses, ¡ah, qué ultraje!
¡Qué emociones debe suscitar!
¡A nosotros osan intentar
reducirnos a la antigua servidumbre!

[…] ¡A las armas, ciudadanos!
¡Formad vuestros batallones!
¡Marchemos, marchemos!
¡Que la sangre de los impuros riegue nuestros campos!

Juega la selección francesa en Catar y, a través de la megafonía, atrona un himno revolucionario (y republicano). Por un momento, resulta inevitable preguntarse cuál es el significado profundo, geopolítico, del momento. Pero viendo los gestos de los jugadores galos aparece una pregunta aún más interesante: ¿qué significará para ellos que La marsellesa suene cuando saltan al terreno de juego? ¿Qué significará para sus familias, diseminadas por las tierras de Francia a lo largo de tres continentes, que sus hijos y hermanos representen a Francia en Catar?

Los chicos de la tele son en su mayoría franceses herederos de la tradición migratoria y colonial de su país, todavía muy activa en zonas relevantes del planeta como el Sahel. Quizá sientan que lo que tienen no se lo ha dado la República. Quizá sientan que lo que tienen se lo han ganado ellos mismos, con sus dones, su esfuerzo y buena suerte. Quizá ellos tengan más razón que los que piensan exactamente lo mismo mientras heredan una empresa y veinticinco áticos en París. Quizá Francia escoge a los mejores entre todos ellos y los eleva a los altares de la patria, pero desecha al resto. Quizá esos chicos piensan de vez en cuándo en los que se quedaron por el camino.

Francia o Inglaterra, por cuestiones históricas y socioeconómicas sobradamente conocidas, van por delante en este proceso, pero, viendo el resto de los partidos de este escaparate Mundial, resulta evidente que el mundo ha cambiado: el autor del primer gol marroquí frente a Bélgica creció en Alemania. El del segundo nació en Rotterdam. Solo un jugador de todo el equipo juega en Marruecos. La estrella de Canadá es hijo de liberianos, pero juega en Múnich. Los hermanos Williams, Iñaki y Nico, nacieron en Bilbao y Pamplona en el seno de una familia ghanesa: el menor juega con España; Iñaki viajó con Ghana a Qatar. Hace unos años se ganó a la chavalada por su desparpajo en La Resistencia, charlando con Broncano. También fue a Salvados, donde contó que la policía le trataba mal antes de hacerse famoso y los problemas de su madre para alquilar una casa cara en Bilbao.

Jugadores de élite de las grandes ligas europeas conforman ahora las plantillas de selecciones menores y, en consecuencia, las diferencias entre unos y otros son cada vez más pequeñas. Muchos de ellos, también algunos entrenadores, emiten en directo desde sus teléfonos móviles en la concentración y usan las redes sociales para conectar con el público, saltándose la intermediación de los periodistas de los viejos medios deportivos. Los más famosos entre estos han decidido montar sus propios canales en Twitch y YouTube, que son propiedad de Amazon y Alphabet (o sea, Google, respectivamente).

La cámara sigue enfocando, día tras día, los rostros de los jugadores y tengo la impresión de que la globalización está empezando a apretar el acelerador de sus efectos demográficos: todos los países del mundo se convertirán, poco a poco, en verdaderos crisoles étnicos. Recuerdo cuando, no hace tanto tiempo, jugar contra ciertos equipos significaba tener en frente jugadores que corrían poco y estaban mal equipados. Qué demonios, recuerdo incluso cuando éramos nosotros los que parecíamos disfrazarnos para vender camisetas y no llegábamos nunca a un balón dividido. Hoy, miro de refilón la pantalla (no aclararé cuál) y en cualquier partido veo un montón de muchachos altos, sanos y sonrientes corriendo (mucho y muy rápido) detrás del esférico. Por un momento, me asoma un atisbo de optimismo. Entonces recuerdo que estoy viendo un Mundial celebrado a destiempo, en mitad de un desierto y levantado sobre los huesos de miles de trabajadores esclavos. Maldito capitalismo tardío.

El mundo está transformándose a una velocidad de vértigo. Habrá quien abrace el cambio y habrá quien sienta vértigo frente al mismo. Ya da igual nuestra respuesta: para unos y para otros, es evidente que los efectos del cambio nos han alcanzado.


Víctor Muiña Fano (Gijón, 1983) es profesor de historia y en 2013 comenzó a escribir en la revista cultural Neville. Desde entonces, ha colaborado con medios como El Comercio, A QuemarropaAsturias24 La Voz de Asturias. Desde 2014 dirige La Soga, una revista digital guiada por el libre albedrío cultural, que cree que un mismo camino une la alta cultura y la cultura popular; que es posible leer a Dostoyevski después de ver un partido de fútbol; que se puede debatir acerca de los poderes de Superman o el último pleno del Congreso de los Diputados y terminar recordando los dudosos métodos policiales de Jimmy McNulty.

Acerca de El Cuaderno

Desde El Cuaderno se atiende al más amplio abanico de propuestas culturales (literatura, géneros de no ficción, artes plásticas, fotografía, música, cine, teatro, cómic), combinado la cobertura del ámbito asturiano con la del universal, tanto hispánico como de otras culturas: un planteamiento ecléctico atento a la calidad y por encima de las tendencias estéticas.

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