Mirar al retrovisor

Eva

Joan Santacana escribe sobre la eurodiputada griega protagonista del 'Qatargate'.

/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana /

Ella se llama Eva. Es joven: apenas cuarenta y cuatro años. Es guapa, es arquitecta e ingeniera. Fue periodista presentadora de MEGA Chanel, uno de los canales más influyentes en la opinión pública griega; encandilaba a los viejos políticos de su partido, y así fue como fue elegida concejal del ayuntamiento de Salónica. Más tarde hipnotizó a políticos como Evangelios Venizelos, quien, por cierto, era de su misma ciudad, Salónica; y es posible que ella aprendiera de él, que, por cierto, estuvo implicado en temas de corrupción cuando fue ministro de finanzas griego, haciendo desaparecer de las listas de evasores fiscales a amigos y parientes. Pero este tema fue considerado menor, y no parece que salpicara a ninguno de los dos. Al fin y al cabo, Venizelos no era su amante: ella tenía un novio guapísimo. Además, Eva fue portada de revistas y nombrada persona del año por periódicos como Der Spiegel; encabezaba los rankings de mujeres poderosas. Y no era para menos, ya que es fundadora del Foro del Futuro en Bruselas, presidenta del Panel del Futuro de la Ciencia y la Tecnología del Parlamento Europeo, está en posesión del Premio Europeo a Eurodiputados de 2018, fue considerada «la política griega más popular del mundo» por Business Insider y, además, es una de las Líderes Digitales para Europa en el Foro Económico Mundial de Davos y la primera mujer que ocupa la presidencia de Ciencia y Tecnología en el Parlamento Europeo. Me dejo lo más importante: vicepresidenta de este mismo Parlamento.

Pero su novio coleccionaba billetes de banco en bolsas de deporte, los guardaba en su casa (¿debajo de la cama?) y ella, tan atareada como estaba haciendo el bien, preocupándose por Europa, ¡no se había enterado de nada! Al igual que una ilustre princesa de nuestro entorno, cuyo marido también se ocupaba de sus negocios sin que ella se enterara de nada, nuestra arquitecta-ingeniera no sabía nada. Cuando fue descubierta, lloró, y acusó a su compañero de andanzas. Por lo visto, nadie sabía nada; y nadie sospechó de ella a pesar de que en vísperas del Mundial de Fútbol hizo una visita sorpresa a Catar y solicitó que el visado Schengen fuese eliminado de la Unión Europea para los pobres turistas cataríes. Por supuesto, ella que conoce el tema de los derechos humanos, nos ha informado de que Catar y su emir son modélicos en este tema.

Ahora que se ha puesto de manifiesto tanta podredumbre, hay que preguntarse: ¿nadie más sabia nada? Los eurodiputados, ¿tragaron con lo de los derechos humanos en Catar? Si el azar y la fiscalía belga no hubieran truncado su carrera política (esperemos que así sea), esta joven promesa, cuando dentro de unos años llegara a la edad madura, sería una persona influyente, muy rica y honorable; una pionera en la defensa de la democracia.

Se dice que, en nuestro siglo XIX, cuando alguien llegaba a ser ministro, dejaba a su familia acomodada económicamente durante dos o tres generaciones. Es decir, la corrupción, la venalidad de los cargos públicos, las comisiones por favores, el fraude y la venta de secretos oficiales han sido prácticas frecuentes a lo largo del tiempo. Por supuesto, todo esto no lo ha descubierto Eva Kaili. Es tan viejo el tema que ya en 1789, en los inicios de la Revolución francesa, la Asamblea Nacional se planteó la cuestión y se llegó a la conclusión de que, para superar la corrupción, era necesario pagar bien a los cargos públicos. ¡Pobres e ingenuos diputados de la Asamblea Nacional! ¡No conocían a Eva! Pero esta idea convivió con otra, que planteaba que si se elegía para cargos públicos a personas cuya fortuna fuera muy elevada, no se sentirían tentadas a robar ni se dejarían corromper. Yo tenía una tía que, cuando supo que para una concejalía municipal se proponía el nombre de una señora supuestamente rica, dijo: «Bueno, como mínimo esta no necesitará robar».

En España, a lo largo del siglo XIX, se legisló y se estableció un marco penal para evitar la corrupción de ministros y diputados, con temas tales como la responsabilidad ministerial, las incompatibilidades o la inmunidad de los diputados, entre otros. Pero nada de ello impidió el surgimiento y el desarrollo de un sistema caciquil, y la legislación anticorrupción solo sirvió como arma política, no para impedir los fraudes a gran escala, ni el enriquecimiento ilícito de presidentes del Gobierno, ministros y diputados. Las prácticas corruptas estuvieron tan generalizadas que insensibilizaron los umbrales de la tolerancia ciudadana. Ya no escandalizaban, puesto que se sabía de antemano que cualquiera podía entrar a la política siendo pobre y salía de ella siendo muy rico.

Cuando uno lee biografías —o autobiografías— de algunos de estos responsables políticos se da cuenta de la impunidad con la que actuaban; valga como ejemplo el de Francesc Cambó, que, como presidente desde 1920 hasta 1947 de la Compañía Hispano Americana de Electricidad, la multinacional española más importante de principios del siglo XX y, a la vez, la más poderosa empresa eléctrica de América Latina, utilizó los sobornos a funcionarios, periodistas y políticos, así como las ventajas fiscales hasta enriquecerse de forma impresionante, como los grandes millonarios norteamericanos de su tiempo. Pero él consideraba que la corrupción era una práctica que no se podía eliminar y que era necesario recurrir a ella de forma discreta y prudente. Cambó, en su correspondencia privada y confidencial, siempre estuvo preocupado por ofrecer la imagen de un político nuevo frente a los políticos de oficio. Él había sido ministro de Fomento en el gabinete de Antonio Maura, entre marzo y noviembre de 1918, y era conocedor de cómo funcionaban los mercados financieros. Esta es la razón por la que fue propuesto para presidir la multinacional mencionada. Y consiguió un enriquecimiento que solo estaba al alcance de los grandes millonarios de su tiempo. Pero Cambó era un financiero con estilo: jamás necesitó transportar dinero en bolsas de deporte; ni tampoco necesitaba esconderlo debajo de la cama; él lo hacía limpiamente, mediante transferencias internacionales, a través de la gran banca suiza o británica.

Cuando se mira hacia atrás, los casos de corrupción actuales no deberían sorprender: la sorpresa estaría en que no ocurrieran. Casos como el de Eva Kaili solo demuestran que la gran asignatura pendiente en la política europea es algo tan simple como la falta de ética. Medítenlo y ya me cuentan despues.


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

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