Cuaderno de espiral

Luz de diciembre

«Contemplo diciembre como un cuadro enmarcado en la claraboya de mi buhardilla. La porción de diciembre que me permite este hueco abierto en el techo inclinado bajo el que escribo. Así, mi escritorio es como una atalaya desde donde observar las nubes». Un artículo de Pablo Luque Pinilla

/ Cuaderno de espiral / Pablo Luque Pinilla /

Contemplo diciembre como un cuadro enmarcado en la claraboya de mi buhardilla. La porción de diciembre que me permite este hueco abierto en el techo inclinado bajo el que escribo. Así, mi escritorio es como una atalaya desde donde observar las nubes. La filigrana que su humedad teje sobre el cristal mientras se calca en el vidrio de mis ojos. «Inevitable», me digo. Los primeros días de diciembre siempre fueron en Madrid ―y todavía parecen seguir siéndolo― la época de las primeras lluvias copiosas y de los primeros fríos/fríos. Me resisto, no obstante, a sucumbir a la destemplanza a la que invita la escena. Hace tiempo que mi mesa, con la estilográfica, el cuaderno y el portátil, dejó de ser un refugio para pasar a erigirse, como decía, en atalaya. Pero ¿a fin de descubrir qué?

Justo debajo de la claraboya está Eliot, el canario que me regalaron por mi cumpleaños. Permanece dentro de una bonita jaula retro con el aroma de los muebles antiguos, cuyo comedero es un pequeño cuenco de cristal. Estos días apenas la abro para que vuele por la estancia y venga a comer de mi mano o a posarse en la pantalla para picotear las frutas y verduras que le ofrezco. Ha perdido peso anormalmente, ha dejado de cantar y está alicaído, nunca mejor dicho. Todo indica que se debe a una intoxicación accidental ―hice mis pesquisas―, por lo que, además de la medicación, le conviene estar más tranquilo de lo acostumbrado, beber mucho y engordar. Mientras tanto, echo de menos su aleteo sordo, su temblor aéreo a mi alrededor cuando, al llegar, remueve el aire suspendiéndose un momento antes del aterrizaje. Ese instante pareciera multiplicar el tiempo. O multiplicarme a mí. Sus frágiles patas se aferran a mi mano con una delicadeza fascinante y misteriosa. Siento que la situación me desconcierta y me deja inerme. He dejado de ver un animal, un ser sintiente ―tal y como lo percibiera Aristóteles― sin signos claros de autoconciencia, y quizás solo aprecie la proyección de mi propia forja de inquietudes. Su vuelo arrastrando al mío. Su silueta amarilla cuya gracilidad tanto evoca la inocencia. Veo también la belleza de su canto que aprendió de un maestro cantor, como yo aprendí el lenguaje de la poesía de los maestros de mi tradición. Y veo narraciones mitológicas. A Dédalo e Ícaro en su deseo de huir de Creta. Al ave fénix renaciendo de las cenizas, como una metáfora de mi propia andadura. A muchas criaturas mágicas que también se inspiraron en las aves: alicantos, basiliscos, cherub, dragones, harpías, pegasos… Y veo un ángel.

Este estremecimiento al contemplar la belleza que puede surgir de un hecho humilde y frágil me traslada como por hechizo hasta la misa del domingo pasado, y al encendido de la correspondiente vela de Adviento. En concreto hasta algunas cavilaciones que como un guante a una mano me sobrevienen al respecto del misterio de la Navidad. Dice Óscar Wilde en De Profundis ―que nos parece un anticipo de su conversión que se producirá definitivamente en su lecho de muerte― que allí donde hay dolor pisamos terreno sagrado. Y que gracias a la humildad encontramos sentido al sufrimiento. Por consiguiente, lo más importante no será evitar dolores y sacrificios, sino combatir la accidia. Es decir, el tedio, la indiferencia espiritual. No en vano, añade a continuación el escritor irlandés en el mismo libro, Cristo nos reclama a vivir la hermosura de cada momento con un alma cierta de la presencia y la voz de Dios en nuestro periplo cotidiano. Así, Jesús guiado por su «instinto divino» ―por emplear las propias palabras de Wilde- verá en el pecado la primera etapa posible hacia la perfección del hombre. Y el momento del necesario arrepentimiento como un verdadero tiempo de iniciación, mediante el cual puede deshacerse el pasado.

Reparo en que la fuerza de la alegoría me ha trasladado desde una simple estampa doméstica ―ventana, climatología y mascota mediante― hasta una reflexión profunda sobre las fiestas navideñas que estamos cerca de celebrar. Esto también me recuerda a cuando estudiábamos retórica y nos explicaban la alegoría como una ‘metáfora continuada’. Caigo, como un subrayado de esto mismo, en que en el Evangelio Cristo se explica en parábolas, y en que el lenguaje de la Biblia es, sobre todo, alegórico y simbólico. La metáfora como una manera más lúcida y completa de explicar el mundo, en la medida en la que nos recuerda el carácter duplicado del mundo. Su aspecto sensible y la realidad última a la que remite. La metáfora como imagen donde se copia, para desvelarlo, el verdadero rostro de lo que se alude. ¿Cómo explicar, si no, que Chesterton reclamara para el hombre común tener un pie en la tierra y otro en el país de las hadas? Pues en el hombre común lo común es lo místico, y todo hombre común siempre ha aceptado vivir circundado de nubes. Con la visión limitada y como en enigma, que dijera San Pablo, aunque llamado a encontrarse- con la totalidad cara a cara, y a vivir tras los pasos de semejante pretensión.

Contemplo diciembre desde la claraboya de mi buhardilla. Un país mitológico se ofrece a mi mirada. Recorrerlo será habitar los palacios de los dioses. Aletear como un pájaro hasta atravesar el horizonte de mi deseo, y continuar el ascenso hasta saberme definitivamente engullido por la luz.


Pablo Luque Pinilla (Madrid, 1971) es autor de los poemarios Greenwich (44º Premio Ciudad de Irun de Poesía, Algaida, 2021), Cero (con ilustraciones de Fromthetree, Renacimiento, 2014), SFO (con fotografías de José Luis R. Torrego, Renacimiento, 2013) y Los ojos de tu nombre (Huerga & Fierro, 2004), así como de la antología Avanti: poetas españoles de entresiglos XX-XXI (Olifante, 2009). En Estados Unidos publicó la versión bilingüe inglés-español de SFO (trad. Korbin Jones, Tolsun Books, 2019). Fue el creador y director de la revista de poesía Ibi Oculus (2008-2018, Ed. Encuentro) y junto a otros escritores fundó y dirigió la tertulia Esmirna (2007-2012).  Ha publicado poemas, críticas, prólogos, estudios, artículos y entrevistas en diversos medios españoles y ediciones bilingües italianas, y participa de la poesía a través de encuentros y recitales, entre ellos el ciclo El Latido que celebrara el Instituto Cervantes de Roma.

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