Narrativa

Javier Jiménez Belmonte: fragmentos de otredad

En la saga 'Desentierro', un niño lucha contra el destino de ser borrado de la existencia cortando imágenes de revistas y pegándolas en un trozo de cartón. Una reseña de José de María Romero Barea.

/ una reseña de José de María Romero Barea /

El efecto es inmersivo, los detalles se reiteran como escenas de una pesadilla. Juntas, componen el retrato demediado de un mundo roto en pedazos, de una bola de espejos cortantes: «La imagen se diluye. El papel se desgarra. Las paredes tiemblan». En la saga Desentierro (Maclein y Parker, 2022), un niño lucha contra el destino de ser borrado de la existencia cortando imágenes de revistas y pegándolas en un trozo de cartón. Su hermana, la narradora que cohesiona el conjunto, se autoinmola en respuesta al heteronormativo afán. El grotesco implacable roza el kitsch arraigado en el entorno hostil de un pueblo sometido a la ley del silencio.

Una autobiografía ficticia refleja vidas ajenas a través de los objetos cotidianos, entre peripecias: «Yolanda coloca las fotos cambiándolas de orden hasta encontrar una historia que la satisfaga, distinta cada vez». El tema central parece ser el papel de la memoria o la noción de que las experiencias no se pierden sino que permanecen en el rompecabezas del inconsciente, donde siempre falta una pieza: «El pueblo se amontona por caer, tejado tras tejado, hasta el horizonte de olivos, los cuerpos que bajan y suben, los suyos y los de los rezagados que se apresuran para alcanzar el entierro».

En esta distopía rural, los avatares han sido reprogramados para contar un cuento que habla «de cerdos y casas. Otras palabras Yolanda no las entiende y no encuentra imágenes a las que fijarlas». El narrador y crítico Javier Jiménez Belmonte (Aguilar de la Frontera, Córdoba, 1972) establece las reglas del lugar, entrelaza metáforas, trucos y provocaciones, como un malabarista que intentara urdir lúdicamente la historia más triste.

Asombra la materialidad de los recuerdos, traducidos a los recortes a los que el infante Abel se aferra, fragmentos de otredad que pliega y despliega, trozos del pasado que regresan antes de ser incluidos en la cartulina del olvido: «La cifra es incuestionable, el desorden de un espejismo». Contra la verdad, a favor de la entelequia, avanza la ficción de un hecho universal en un páramo privado de cristales rotos, que evita los clichés espacio-temporales, mientras nos reposicionamos como meros testigos de lo abigarrado: «[Yolanda] Respira hondo, mira al cielo como buscando una hoja en blanco y comienza la resta».

Como por arte de magia se interconectan las complejidades expuestas, evocando espíritus, demonios y madres muertas en pueblos perdidos. Se traslada el docente de la Fordham University de Nueva York entre los distintos flujos de conciencia: «A de ángel, be de burro, e de elefante, ele de lápiz, Abel dicta su nombre […] aprende en la escuela la rara consonancia entre cosas y nombres». Yolanda, nuestra interlocutora, los corta y adapta al texto escrito, reposicionada entre voces autojustificadoras: «Abel es siempre la misma cosa para el mismo nombre».

Actos de voyeurismo desembocan en prácticas de retención interconectada que captan el aislamiento y el abandono que sufren las víctimas colaterales. Los personajes cautivan con líneas que oscilan entre el humor y el terror de las varias versiones de ellos mismos, todas ellas futuribles: «[Yolanda] avanza, a duras penas, buscando las huellas de Abel, un atajo, pero el forraje lo distrae, lo llama, siente Yolanda, que lo observa inmóvil desde la escalera, y cada paso es un suspiro, un desentierro».

Nos leemos junto a Yolanda y Abel y el padre, que nos miran fijamente desde ese páramo exterior, una página que evoca un salvaje interior de arenas movedizas en desiertos sin fin: «El padre abre las piernas, busca apoyo en el suelo y comienza a cavar». Jiménez Belmonte ha escrito una primera novela que quiere perturbar e inquietarnos, romper las reglas con un relato de fantasmas que expone minuciosamente sus convenciones. Este doctor por la Columbia University neoyorkina subvierte su empresa para deconstruir la capacidad de construirnos mientras nos socava.


Desentierro
Javier Jiménez Belmonte
Maclein y Parker, 2022
188 páginas
16,83 €

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José de María Romero Barea (Córdoba, 1972) es profesor, poeta, narrador, traductor y periodista cultural. Es autor, entre otras obras, de los poemarios Resurrecciones (2011), (Mil novecientos setenta y) Dos (2011) y Talismán (2012), que conforman la trilogía El corazón el hueco, primera sección a su vez del proyecto Poesía (qué si no). El primer libro de la segunda sección, Un mínimo de racionalidad, un máximo de esperanza salió publicado en 2015. Romero Barea también es autor de la trilogía narrativa Interrupciones, formada por Hilados coreografiados (2012), Haia (2015) y Oblicuidades (2016), y ha traducido los poemarios Spanish sketchbook, de Curtis Bauer (España en dibujos, 2012); Disarmed, de Jeffrey Thomson (Inermes, 2012) y Gerald Stern. Esta vez. Antología poética (2014). Además, colabora con reseñas, entrevistas y traducciones en publicaciones de ámbito nacional e internacional como El País (Babelia)Le Monde DiplomatiqueLa Vanguardia (Revista de Letras)Claves de Razón PrácticaÁbacoQuaderni IberoamericaniQuimera y Nueva Grecia, de cuyo consejo de redacción forma parte. Los volúmenes La fortaleza de lo ilegible (2015) y Asalto a lo impenetrable (2015) incluyen una amplia selección de su obra crítica.

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