/ un relato de Eduardo García /
Habíamos ido por la tarde a la playa, y al llegar, directamente nos tumbamos al sol. Era una tarde deliciosa y llevaba saliendo con ella un par de años, aunque tenía mis dudas sobre si la relación duraría. La quería y sentía que me quería; con esto ya era más que suficiente. Fui a darme un baño y ella prefirió seguir tomando el sol. No me fijé en dónde estamos situados, y necesito hacerlo porque soy bastante miope. Al salir del agua, puedo acabar poniéndome en otra toalla cualquiera al lado de una anciana, así de sencillo. El caso es que el baño fue largo, pero al salir estaba más despistado que un pulpo. Había nadado y no recordaba dónde estaba ella. Busqué y busqué y, mientras oía por megafonía «el niño Enrique está perdido, se ruega que sus padres pasen a buscarlo a la caseta de salvamento», me daba la risa, me reía de mí mismo, aunque estaba más fastidiado que Enriquito. Como no conseguí encontrarla, decidí ir a las duchas. Una vez allí, desde otro ángulo, podría encontrarla, como así sucedió.
Yo me había perdido. Mientras tanto, ella había perdido sus gafas de sol, así que ambos nos pusimos a buscarlas y no conseguimos dar con ellas. La tarde comenzó a torcerse, porque su ánimo cambió. Al unísono, se levantó un viento que no invitaba a quedarse más. De este suceso hace ya un par de veranos. Ahora lo recuerdo porque estoy tumbado al lado de mi nueva pareja, y me está contando que un día que vino a esta misma playa. Estaba con el chico con el que salía por aquel entonces, que era bastante simpático por cómo se orientaba al salir del mar, pues era miope. Y mientras él trataba de localizarla, ella encontró unas gafas de sol que son las que lleva puestas ahora. Al decir esto, sentí una impresión, un vuelco en el corazón. La miré y vi su sonrisa mientras observaba las gafas. Le pedí que me las dejase ver. Tenían incluso el detalle de la rayadura en una patilla: no cabía duda, eran ellas. Era como estar viviendo al otro lado del espejo. Le aclaré el suceso que me ocurrió a mí hacía dos veranos y ambos nos reímos, pero aún ahora que lo vuelvo a pensar siento cierto vértigo, tanto que me dan ganas de abrazarla y besarla, pues algo del destino, no me cabe duda, nos rozó.

Eduardo García Fernández (Oviedo, 1968) es licenciado en psicología clínica y máster en modificación de conducta. En 1999 abrió una consulta de psicología clínica en la que aborda todo tipo de patologías y adicciones. Entre sus aficiones se encuentran la literatura y el cine. Y acostumbra a vincular éstas con su profesión dando lugar a artículos con un enfoque diferente. Ha realizado y participado en programas de radio en Radio Vetusta, ha colaborado con la revista digital literaturas.com y en la actualidad colabora esporádicamente con artículos y reseñas en el periódico La Nueva España.
0 comments on “A veces perdemos para ganar”