/ por Pablo Batalla Cueto /
Martes, 10/1/2023. Se vanagloria Martínez-Almeida, el alcalde de Madrid, de un «proyecto piloto» que dará «un paso más en la mejora de la calidad de vida de los madrileños». Treinta millones de euros. Consiste la cosa… en convertir los muros exteriores de la M-30 en jardines verticales. Esto viene a ser como el que cree que come verdura porque los big macs llevan un poco de confeti de lechuga.
Miércoles, 11/1/2023. Indicación importante: léase siempre «magistrado progresista» teniendo en cuenta que Margarita Robles es una «magistrada progresista». Esa ventana Overton es más de derechas que el carro del pan.
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Natalí Incaminato, La Inca: «Estados Unidos tiene una fantástica maquinaria de daño/reparación simbólica: apoyan una dictadura o invasión y, unos años después, premian la película-denuncia del país subdesarrollado en cuestión».
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Ignacio Pato: «El pan y las rosas, vale. Pero también el tiempo para comer el pan con calma y cuidar de las rosas como merecen».
Jueves, 12/1/2023. Harry y Meghan, Shakira y Piqué, Tamara Falcó e Iñigo Onieva, Vargas Llosa e Isabel Preysler. Un poco cansado ya de esta temporada, saturada de personajes y tramas, de Los ricos también lloran.
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Escribe aquí Ricardo Labra en El Cuaderno sobre la damnatio memoriae que, decretada en su día por el obispo Martínez Vigil, sigue pesando contra Clarín en la ciudad de Oviedo. Hay un monumento a La Regenta en la plaza de la catedral, sí, pero, como escribe Ricardo,
«El visitante que quiera conocer dónde escribió Alas Clarín La Regenta se encuentra sin ninguna orientación oficial y sin indicación alguna en el edificio de la calle Uría donde compuso su memorable novela, así como tampoco de los diferentes lugares donde vivió Leopoldo Alas y elaboró Su único hijo. Tampoco, y esto no puede considerarse un símbolo menor, se ha repuesto La imagen de la verdad desnuda de hipocresía en la trasera del monumento del Campo San Francisco. Pero, todavía existe otro solapamiento más sutil y, por lo tanto, más oprobioso, que hace más patentes las subrepticias restricciones devenidas de la damnatio memoriae decretada por fray Ramón Martínez Vigil y sus adláteres, por mucho que a los estudiosos siga sorprendiendo su tácita influencia —aunque de manera más tamizada— en Oviedo. Uno de ellos, quizá el más llamativo, se encuentra en el entorno de los Premios Príncipe de Asturias, ahora Princesa de Asturias. Sabido es que los discursos del rey, luego leídos por el príncipe (ahora por la princesa), siempre han tenido, dada su importancia, una cuidadosa elaboración, por lo que tradicionalmente se ha tenido en cuenta para ciertos aspectos el asesoramiento de un núcleo importante de personalidades de Oviedo. Pues bien, en casi cuarenta años de premios, se han citado escritores asturianos de diferente hondura y enjundia, pero en ninguno de ellos se ha hecho una mención, una referencia, al escritor más relevante que ha dado Asturias y que no es otro que el silenciado Leopoldo Alas Clarín»
Don Leopoldo les hizo un traje, y el «Oviedín del alma» nunca se lo perdonó. Para que luego digan de los rencores añejos del agro.
Viernes, 13/1/2023. Se cuenta en Blood of Spain, de Ronald Fraser —y yo le leo la cita a Rafa Valdés— que, en un pueblo de la Castilla en guerra, una profesora asturiano fue castigado por enseñar a los niños el Asturias, patria querida: se entendía que, fresca todavía la Revolución del treinta y cuatro, aquella enseñanza solo podía provenir de una criptocomunista.
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Como en Burgos en un restaurante cuyo menú pone que el del día incluye «agua de kilómetro cero». Admirado por este habilidoso rebranding del agua del grifo. Doctores tiene la Iglesia mercadotécnica.
Sábado, 14/1/2023. Veo que se cancela El Objetivo de Ana Pastor y a la militancia de Podemos expresar su orgullo por haberlo conseguido, pero yo no creo que se deba a su boicot, sino simplemente al cansancio generalizado hacia la política después de un ciclo de politización intensa. Estamos en otra página y esa página es que la política aburra en lugar de apasionar. En su momento, en el punto álgido del 15-M y su estela, hubo artículos en medios extranjeros sobre lo extrañísimo de que, en España, la tertulia política ocupase el prime time. Esa anomalía no podía durar. La política, ahora, ha vuelto a ser aburrida.
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Un tuitero anónimo, sobre la pretensión del vicepresidente castellano y leonés García-Gallardo de chantajear a las mujeres que quieran abortar obligándoles a escuchar los latido del corazón del embrión: «Pues para fusilar no escuchaban latidos».
Otro tuitero anónimo:
—Mira, te vamos a dejar abortar pero antes tienes que escuchar toda la discografía de Melendi.
—José Manuel se va a llamar.
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Sorprende últimamente Macarena Olona publicando en sus redes comentarios gay-friendly o feministas. Nadie se lo explica muy bien. La interpretación que a mí más me convence es la de que intenta jugar la carta del homonacionalismo; de una ultraderecha laica, de tipo holandés, pero haciendo el giro de una manera brusca, basta, cantosa, y en un país en el que ese nicho de mercado es microscópico. No creo que vaya a ninguna parte.
Domingo, 15/1/2023. Leo que, en 1903, el historiador maurista Eduardo Ibarra escribió una «fantasía» de cómo sería la Zaragoza de 1999. Decía así:
«Descendió el globo: saltamos de la barquilla y penetramos en el Templo: allí estaba la Virgen, la misma de mis tiempos, rodeada de fieles arrodillados ante sus plantas: todo había cambiado en su alrededor; los hombres volaban, se multiplicaron las fábricas, habían cambiado trajes y costumbres, solo continuaba lo mismo, la devoción ante la santa imagen, reina de cielos y tierra».
Lunes, 16/1/2023. El sainete de la semana es una canción de Shakira sobre su ruptura con Piqué, en la que la cantante afea al futbolista haberla dejado por otra. Le dice que tenía un Ferrari, y ahora tiene un Twingo; y que tenía un Rolex, y ahora tiene un Casio. Piqué le responde anunciando Casio como patrocinador de su Kings League y repartiendo relojes o grabándose un vídeo en el que aparece llegando a trabajar en un Twingo. Por el lado de Shakira, repugnante clasismo; por el de Piqué, la obscenidad del multimillonario ocioso que puede permitirse comprarse un Twingo solo para hacer una gracieta en Twitter. Comprarlo, alquilarlo o recibirlo prestado; me da igual. No es el volumen de dinero gastado lo obsceno, sino el de ociosidad; la montaña de tiempo libre de quien puede dedicar el día a nada más que pensar la gracieta, gestionarla y hacerla, y podría dedicarlo a vegetar en el sofá con una mano en cada huevo. Está generando una ardorosa polémica el asunto, con partidarios de Shakira y partidarios de Piqué. Yo lo soy de enviarlos a los dos a un campo de reeducación maoísta.
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Leo en Historia de la ultraizquierda, de Christophe Bourseiller, sobre el antiantifascismo de cierta izquierda de los años treinta; sectores disidentes tanto de la Segunda Internacional como de la Tercera que, movidos por un ideal estúpido de revolución total —por la enfermedad infantil del izquierdismo—, llegaban a rechazar los frentes populares, considerando que las democracias liberales eran igual de despreciables que los nazis. En 1936 decía Amadeo Bordiga: «¡Sí! Hitler puede hacer retroceder a las odiosas potencias de Inglaterra y América, y debilitar así el equilibrio capitalista mundial. ¡Viva el carnicero Hitler, que trabaja a su pesar para crear las condiciones de la revolución proletaria mundial!». Al año siguiente, en la revista bordiguista Bilan se escribía: «Vivimos un periodo extremadamente selectivo en el ámbito de la revolución comunista, en el que hay que saber quedarse solos para no traicionar». Una idiocia muy familiar para nosotros, esta. La historia enseña, pero no tiene alumnos.
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Ricardo Pochtar: «¿Qué dirá el viento/ cuando se acaben/ las hojas?».
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Hablan dos parroquianos de derechas en el bar del pueblo de lo de García-Gallardo y el aborto. Pongo la oreja. Su posición es: «estos vividores nos marean con humo mientras se desentienden de lo importante y viven a nuestra costa, metiéndonos sablazos». Confirma una sospecha que tenía: lo del aborto puede espantar a votantes de orden para los que el derecho al aborto, más generoso o menos, forma parte de ese orden; y cancelarlo o atacarlo, y desatar con ello una gran polémica, del desorden rechazado; de esa hibris de la que huían los griegos. Reaccionarios en sentido estricto, reaccionan contra los ataques a un statu quo resultante de revoluciones que se rechazaron en su momento, pero que con el paso de los años fosilizaron sus conquistas. A los de la izquierda cuando trata de ampliar el derecho, pero también a los de la derecha cuando trata de reducirlo. Un conservador —malicia Alonso Pinto— es un progresista de mecha corta. Y yo creo que, en Castilla y León, se podrá hacer bastante daño a Vox en campaña por ese flanco: el de presentar a Gallardo como un holgazán que ha estado cobrando un pastizal indecente por pasarse la legislatura sin hacer nada más que marear la perdiz con guerras culturales impopulares.
Pienso también, de todo este asunto, que la primera bandera de Vox —del Vox de 2014— fue el aborto y luego la guardaron, porque encorsetaba su crecimiento; y que ahora la recuperen puede ser uno de esos intentos de disimular y compensar una decadencia galvanizando al núcleo duro de fanáticos. Hay que ser prudentes, pero posiblemente la pandemia voxista esté remitiendo. En todo caso, cuidado: siempre puede venir una segunda ola.
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Cuenta Antonio Muñoz Sánchez, historiador especializado en el exilio español, que el Ministerio de Asuntos Exteriores francés lo ha invitado a un acto en París de restitución de objetos a la familia de un deportado, con asistencia de una secretaria de Estado francesa y otra alemana. Un acto así es inimaginable en España. La diferencia entre un país construido sobre la victoria de los Aliados y otro que, por más que la Transición lo transformase (y no digo que lo transformase poco), sigue edificado sobre la victoria del Eje. «Hemos olvidado la guerra […] Pero no hemos olvidado, ni olvidaremos nunca, la victoria», decía Torcuato Fernández-Miranda en 1973.
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Empiezo La sociedad ingobernable: una genealogía del liberalismo autoritario, de Grégoire Chamayou, un libro que me engancha desde las primeras páginas. Comienza Chamayou por caracterizar el estado de cosas de los años setenta, inmediatamente antes de la contrarrevolución thatcherista: un Estados Unidos en el que un «Woodstock industrial» aterrorizaba a los empresarios. Lejos ya la segunda guerra mundial, «la joven generación, que ya ha convulsionado los campus, también muestra signos de agitación en las fábricas de la América industrial. Son numerosos los trabajadores jóvenes que exigen cambios inmediatos en las condiciones del trabajo y que rechazan las disciplinas de la fábrica», se escribía en el New York Times en junio de 1970. Los jóvenes hedonistas se alzaban contra la mentalidad conservadora de la posguerra y exhibían «un aborrecimiento profundo al trabajo y el deseo de escapar de él». Periodistas y sociólogos se volcaban entonces a explorar las causas de una ola de pasotismo y absentismo industrial, haciendo encuestas entre los trabajadores. Chamayou cita a uno al que, en 1973, le preguntaban: «¿Cómo es posible que venga usted solo cuatro días por semana?». Respondía: «Porque si viniera a trabajar solo tres días, no ganaría lo suficiente para vivir». Se detectaban también formas de rebeldía contra la monotonía en el trabajo. En 1974 explicaba otro trabajador: «A veces, con mala intención, cuando estoy haciendo una pieza, la abollo un poco. Me gusta hacerle algo que la vuelva realmente única. Le doy a propósito un golpe de martillo para ver si pasa, solo para poder decir que lo hice yo». A veces se organizaban sabotajes más elaborados y colectivos.
Cuando hoy clamamos contra la sociedad líquida, deberíamos tener en cuenta que la licuefacción de lo sólido fue un anhelo ardiente de millones de trabajadores hartos de curros repetitivos. El problema, claro, es que ese anhelo se cumplió como se cumple el que se le pide a una mano de mono: convertido en una putada. «¿Queréis variabilidad, creatividad, etcétera? Vais a tener dos tazas». De la monotonía desquiciante de la cadena de montaje, los cuarenta años desempeñando la misma tarea y las sagas profesionales, se pasó a la jungla de precariedad e incertidumbre que habitamos hoy. Un ríspido antisesentayochismo abomina hoy de aquel anhelo al que culpabiliza del actual estado de cosas e idealiza y ensalza el mundo previsible de los treinta gloriosos. Yo pienso que el izquierdismo virtuoso no puede pasar por eso. Si hay que regresar a alguna parte, no es a aquel mundo en el que los mineros tenían hijos y nietos mineros, pero también se morían de silicosis, sino a sus sueños. Que Jerry Rubin o Joschka Fischer acabaran como acabaron no tiene por qué invalidar el hartazgo de aquellos hombres que, en 1968 y después, se alzaban contra la tiranía de una existencia predicha, invariable, heredada. «El carácter extraño del trabajo aparece claramente en el hecho de que, desde el momento en que no existe ninguna presión física o de otro tipo, las personas le huyen como a la peste», escribía Marx.
Pasaron otras cosas curiosas en aquellos años. Chamayou también cita esta anécdota brutal sobre el instinto de autoconservación de los gerentes:
«El obrero militante Bill Watson cuenta la siguiente anécdota: en la fábrica en la que trabajaba, aprovechando un periodo de paro técnico, la dirección había previsto hacer un inventario de las existencias planificado para que durara seis semanas. Se había confiado la tarea a una cincuentena de empleados. Para ganar tiempo, los obreros inventan un sistema propio, un inventario autoorganizado que resulta ser más eficaz que el procedimiento inicialmente previsto por la gerencia. La dirección puso bruscamente fin a esta experiencia espontánea, alegando que “se habían violado los canales legítimos de la autoridad, la competencia y la comunicación”. “La gerencia estaba dispuesta a todo”, comenta Watson, “para impedir que los trabajadores organizaran su propio trabajo por sí mismos, aun cuando esa organización habría permitido completar más rápidamente el inventario, que los obreros volvieran más temprano a sus hogares y que hubiera que pagarles menos horas de trabajo”. Los gerentes podían así priorizar la preservación de su poder por encima de cualquier consideración estricta de eficiencia económica».
El anhelo de poder puede ser tan poderoso o más que el anhelo de dinero. En fin, un libro muy interesante.

Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, Neville, Crítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).
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