/ Escuchar y no callar / Miguel de la Guardia /
Tomo el título prestado de las memorias de Héctor Abad para hablar de eso; de la memoria de lo que fuimos y lo que quedará de nuestras ansias. En la naturaleza humana, la no aceptación de la muerte y con ella el fin de nuestras vidas parece ser una constante y eso, probablemente, cause el deseo de trascendencia. Quiere el artista ser recordado por sus obras guardadas en los museos, el modisto por sus creaciones y el científico por sus contribuciones, y ese es uno de los mayores estímulos de los profesionales que se respetan y vuelcan una parte importante de su vida y sus esfuerzos en su trabajo.
El deseo de trascendencia de los profesionales me parece siempre notable por pequeño que sea el impacto de su trabajo en las generaciones venideras, pues se trata de su esfuerzo más allá de las compensaciones económicas que recibieron en su momento.
En la universidad, la gente se vuelca en la actividad investigadora y disfruta de ver su trabajo publicado en las páginas de revistas de prestigio de su área. Es esta una pequeña eternidad que tiene su continuación en las citas que recibe un trabajo en las publicaciones posteriores; por lo que al número de artículos publicados le sucede el número de citas recibidas, como confirmación del impacto de las propias ideas, y más allá de ese dato otros índices aún más duros, como el H index que refleja el número de las publicaciones de un autor que ha recibido, al menos, ese número de citas, con lo que se evalúa no solo la contribución más citada sino el curriculum, en su conjunto. Aun así, los profesores universitarios nos equivocamos cuando pensamos que las publicaciones son lo que garantizará la permanencia de nuestra obra en la literatura, más allá de nuestro tiempo de vida activa.
Estoy convencido de que la auténtica trascendencia de un ser humano es quedar en la memoria de quienes le conocieron y que se pueda decir de él que fue un buen padre, un buen amigo, quizás un buen amante. Para quienes investigamos y enseñamos, estoy convencido de que el haber transmitido aunque solo sea una buena idea a alguno de nuestros estudiantes es lo que mejor sobrevivirá a nuestra vida.
El año pasado, ante la jubilación, e incluso la muerte, de varios compañeros que crearon con su esfuerzo la química analítica actual sugerí a la revista de la Sociedad Española de Química Analítica (SEQA) que invitara a los investigadores de larga trayectoria para que escribieran un resumen de su actividad, recordando las circunstancias en las que se desarrolló su trabajo y resaltando lo que, en su opinión, habían creado con su esfuerzo. Como ya voy cumpliendo una cierta edad, he enviado, bajo el título «Un testamento científico», mi reflexión sobre la que ha sido la contribución investigadora del grupo que fundé, y pueden leerla en la revista de la SEQA Actualidad Analítica. Escribir ese texto ha sido un buen ejercicio de reflexión y una oportunidad de agradecer su ayuda y magisterio a mis profesores y colegas. Escribir, como decía mi suegro, Gonzalo Anaya, es siempre una buena gimnasia; y recordar los hitos de un trabajo, una buena forma de hacer balance. Por eso, recomiendo fehacientemente al lector que haga otro tanto con su propia trayectoria laboral, sea la que sea, y vaya a leerla quien la lea. Se sentirán a la vez satisfechos de lo realizado y apesadumbrados de no haber hecho más, y ambos sentimientos son buenos para espolear la actividad vital.

Miguel de la Guardia es catedrático de química analítica en la Universitat de València desde 1991. Ha publicado más de 700 trabajos en revistas y tiene un índice H de 77 según Google Scholar y libros sobre green analytical chemistry, calidad del aire, análisis de alimentos y smart materials. Ha dirigido 35 tesis doctorales y es editor jefe de Microchemical Journal, miembro del consejo editorial de varias revistas y fue condecorado como Chevallier dans l’Ordre des Palmes Académiques por el Consejo de Ministros de Francia y es Premio de la RSC (España). Entre 2008 y 2018 publicó más de 300 columnas de opinión en el diario Levante EMV.
Muy interesante la reflexión de Miguel de la Guardia sobre la mortalidad y el deseo de trascendencia a través de la creación artística o científica.
El miedo a la muerte es una constante en la historia de la humanidad, aunque todos sabemos que la aspiración a la inmortalidad desvirtúa lo propiamente humano. Y además, como decía Woody Allen, “La eternidad se hace larga, sobre todo al final”.
Mas razonable es aspirar a una “variante suave” de la inmortalidad, que sería la de vencer al olvido mediante la generación, que “es una victoria de lo mortal sobre la muerte que garantiza una permanencia en el ser”.
La generación, entendida como creación artística o científica, es una fuerza que nos impulsa a la búsqueda de la trascendencia a través de las obras (una modalidad del Eros platónico) y uno de las grandes motores del progreso humano.