/ por Paola Caridi /
Artículo originalmente publicado en Valigia Blu el 12 de marzo de 2023, traducido al castellano por Pablo Batalla Cueto
«La elección es sencillamente la siguiente: el desastre o una solución». El presidente del Estado de Israel, Isaac Herzog, resume de esta manera escueta y dura la situación que atraviesa su país, inmerso desde hace más de dos meses en la crisis constitucional, política, institucional y sistémica más grave de su historia. Herzog ha destacado siempre por su tono moderado, pero esta vez su pertenencia a la élite asquenazí que edificó el Estado y su entramado institucional relumbra con claridad. Hijo de otro presidente israelí, Chaim Herzog, nieto de un rabino jefe, emparentado con el ministro de Asuntos Exteriores más célebre de la historia nacional (Abba Eban), a Herzog su ADN político lo hace consciente de que hay un umbral que no se puede cruzar: el propio sistema institucional, la separación de poderes, la cadena de mando en materia de seguridad interior y la gestión de la ocupación de Palestina. La gravedad de sus palabras se hace comprensible a la vista de la convulsión legislativa a que el Gobierno de extrema derecha liderado por Benjamin Netanyahu somete al sistema israelí.
«Esta legislación debe desaparecer de la faz de la tierra», decía Herzog el 9 de marzo en un discurso retransmitido en directo en su página de Facebook al mismo tiempo que Netanyahu iniciaba su visita a Italia, uno de los países europeos más favorables —a tenor de las señales más que positivas enviadas por el Gobierno Meloni— al ejecutivo derechista israelí. Herzog se refería allá a leyes aprobadas o en proceso de aprobación en la Knéset, donde el Gobierno de Netanyahu detenta la mayoría.
En los últimos días se conocía el intento del presidente Herzog de pergeñar un acuerdo; pretensión que suscitó críticas de todas las partes, tanto de la mayoría gubernamental como de la oposición. Sus palabras del 9 de marzo, la dureza de su expresión, lo sombrío de su rostro, atestiguan la fractura israelí y cómo esta misma división es el convidado de piedra de una posible mediación del presidente. Una fractura hondísima, que abre en la sociedad zanjas difíciles de suturar. Todos los testigos contactados en las últimas semanas cuentan una historia similar: nunca Israel ha estado tan en peligro como ahora, y es, exclusivamente, por cuestiones internas. La legislación que la coalición gubernamental de derecha pugna por aprobar lo antes posible socava la separación de poderes, vacía de competencias el Tribunal Supremo y trastoca los equilibrios del sistema militar y securitario israelí.
Con ello, el Gobierno Netanyahu ha logrado unir —no en la Knéset, sino en las calles— a una oposición transversal, compuesta por segmentos de la sociedad israelí que nunca se habían unido y que lo hacen ahora, en una protesta que dura más de dos meses y que se extiende como la pólvora. Caben allá desde miembros del Likud hasta la izquierda-izquierda; la mayoría (hasta hace poco) silenciosa y quienes, por el contrario, se habían alzado ya antes en contra del regreso al poder de Netanyahu. Banderas israelíes aparecen por todas partes y en gran número; lo hacen en protestas, en cortes de carretera, en los flashmobs de los jueves, en grandes manifestaciones que abarrotan las arterias de Tel Aviv los sábados, pero también en Haifa, Jerusalén y otras ciudades que, hasta este momento, no habían acogido estas concentraciones. Al mismo tiempo, se ahonda la brecha entre los diferentes sectores de la sociedad israelí, y de manera especial la que separa a secularistas y ortodoxos vinculados al sionismo religioso, cuyas alas más extremas —que los manifestantes no dudan en definir como «fascistas»— son la columna vertebral que sostiene al Gobierno.
Lo que brilla por su ausencia —señalan muchos— es la cuestión palestina, ese cáncer que viene erosionando, a lo largo de su historia, la solidez del Estado de Israel desde un punto de vista tanto político como ético. ¿Por qué no se la menciona; por qué los palestinos no salen a la calle? Parece como si Israel se mirase al espejo por primera vez, tal como se cuenta en el Libro de la desaparición, la novela en la que la escritora palestina Ibtisam Azem imagina la desaparición repentina y misteriosa de todos los palestinos y cómo ello obliga a la sociedad israelí a lidiar consigo misma. Ello mientras vemos cómo los palestinos con ciudadanía israelí experimentan, sobre todo desde mayo de 2021, peligros renovados para la seguridad de la comunidad, que actualmente representa el veinte por ciento de la población de Israel. Los ataques perpetrados por sectores de la extrema derecha en las ciudades israelíes en las que se concentran permanecen vivos en la memoria, lo mismo que las escenas del pogromo de Huwara, perpetrado por colonos radicales residentes en los alrededores de Nablús. A mayor abundamiento, la situación política en Cisjordania es —también allí— la total separación entre la Autoridad Palestina, Abu Mazen y los cuerpos de seguridad vinculados al sistema de poder de Ramala y la sociedad palestina fragmentada en los diversos cantones en que la subdivide la ocupación israelí del territorio.
De una manera profunda, inesperada, generalizada, los problemas han alcanzado un punto crítico en Israel, después de años de reiteradas elecciones anticipadas y de una lucha política en la que el principal objetivo de la oposición era poner fin a la era Netanyahu. El resultado de las últimas legislativas, con la inesperada y enésima victoria de este, sumado al galope de la reforma legislativa, parecen haber hecho saltar la tapa. Las incógnitas en este punto son muchas, casi todas de orden interno, es decir, referentes a lo que podría suceder dentro de Israel. ¿Continuará la protesta callejera; se extenderá? Y, si es así, ¿cuánto afectará a un posible acuerdo político liderado por el presidente Herzog? ¿O la situación ha ido más allá, y la fractura entre los diferentes componentes de la sociedad, la economía, el sistema institucional y la seguridad en Israel ha causado ya separaciones irreconciliables?
Pero hay también una incógnita que se refiere al escenario internacional. En muchos observatorios, en Israel, en la región, incluso en Washington, se lanzan señales de alarma al respecto de un posible ataque israelí contra Irán. Las noticias difundidas acerca de los umbrales peligrosos que ha alcanzado el enriquecimiento de uranio en Irán, a niveles que hacen posible la energía nuclear militar, son aún más preocupantes en este momento en el que Netanyahu es paradójicamente débil. Lo debilitan las protestas en las plazas, la capacidad de sus componentes más extremos de dictar la línea del Gobierno o la incomodidad cada vez más generalizada, y ahora pública, de sectores del sistema de seguridad, militar y policial, y no solo de los reservistas, sino también de quienes han desempeñado roles dirigentes. Mirar más allá de las propias fronteras, como ha sucedido tantas veces en la historia global, puede ser una herramienta, la más fácil, para fortalecer el consenso interno.

Paola Caridi es ensayista e historia. De 2001 a 2003 fue corresponsal para el mundo árabe en El Cairo. Los diez años siguientes vivió y trabajó en Jerusalén. Presidenta de la asociación de periodistas Lettera22 y desde 2016 es consultora de la Feria Internacional del Libro de Turín y curadora con Lucia Sorbera de la sección Anime Arabe. Profesora de la Universidad de Palermo, es miembro individual del Istituto Affari Internazionali. Ha publicado en Feltrinelli Arabi invisibili (2007), Hamas (2009) y Gerusalemme senza Dio (edición actualizada de 2022; traducido al inglés en AUC Press: Jerusalem without God). Se encarga del blog invisiblearabs.com.
0 comments on “La encrucijada israelí”