Escenario

Retrato de un matrimonio imposible: ‘La mujer de Chaikovsky’

Javier Mateo Hidalgo reseña 'La mujer de Tchaikovsky', una película dirigida por Kirill Serebrennikov, sobre la animadversión del músico hacia su esposa y la obsesión de ésta por él.

/ por Javier Mateo Hidalgo /

La historia de nuestra cultura, que en otro tiempo se encontraba tan ceñida en su desarrollo al estudio de las obras como material único a contemplar, presenta actualmente una serie de factores enriquecedores para esta tarea: el tiempo y lugar en que la obra fue conformada, incluyendo aspectos sociológicos, políticos y estéticos. En el núcleo de todo ello, se encontraría el ámbito íntimo de quien crea la obra, su componente biográfico: el entorno familiar o educativo que le ha formado, los episodios de su vida adulta, su forma de ver el mundo a través de su trabajo. Es lo que conocemos por historias de vida, algo que ha arrojado importantes destellos de luz sobre los ejemplos artísticos que han sobrevivido por su valor y continúan interesando en el presente, enriqueciendo el patrimonio material e inmaterial de nuestra civilización.

Cada época ha integrado o excluido de sus ámbitos de interés distintos ejemplos artísticos, acciones éstas motivadas por un criterio dependiente de una forma de pensar, de unos valores, unas preferencias, una moral, una sensibilidad. Si bien en el pasado quizá se pecó de excesivas desatenciones a cuestiones valiosas y se atendieron otras cuyo valor acabó siendo perecedero —también por razones ajenas a la calidad del elemento en cuestión—, en la actualidad tal vez se estén cometiendo errores similares —y, lo que es peor, acusando una absoluta falta de criterio en muchas ocasiones, debido a una falta de formación evidente en quien (se supone) está en una posición de poder juzgar o se encuentra acreditado para ello inexplicablemente—. Más allá de intereses personales e ideológicos —siendo o no lo mismo, siempre subjetivos—, lo cierto es que el tiempo ha ido midiendo el peso exacto de las cosas, dejando que se depositaran como sustratos necesarios en ese océano de cosas que llamamos herencia cultural.

Uno de los grandes compositores que por su sensibilidad universal ha prevalecido tras su exitosa fama en vida, ha sido Piotr Ilich Chaikovski. Para la posteridad dejó partituras tan diversas como los ballets El lago de los cisnes, El cascanueces o La Bella durmiente, la Sinfonía n.º 6 (“Patética”), las oberturas 1812 o la de Romeo y Julieta, el Concierto para violín o la ópera Eugenio Oneguin. Para la concepción actual, su vida no fue longeva —tan solo 53 años, lo que aporta todavía más valor a su increíble producción—. Si hacemos caso a las referidas historias de vida, sabemos que gracias a su principal mecenas, la viuda Nadezhda von Meck, pudo dedicarse a la composición —no habiéndose visto nunca ambos aunque sí mantenido una correspondencia por carta constante—. También somos conscientes de su delicado equilibrio emocional —lo que le llevó incluso a intentar suicidarse— y de que su matrimonio fue un desastre debido a una razón de peso: su inconfesa aunque evidente homosexualidad. Chaikovski perteneció a esa parte de la sociedad que se vio obligada a ocultar su orientación temiendo la incomprensión y represalias fruto del pensamiento tradicional y retrógrado de su tiempo. Ello le llevó a casarse con Antonina Miliukova, convirtiéndose así la víctima única en doble. Una relación breve y tormentosa que acabó desembocando en la decisión del compositor de separarse de su esposa físicamente, aunque nunca legalmente. De forma oficial, Miliukova continuó siendo su mujer y, posteriormente ejerció como viuda. Esta historia ha llegado ahora a la gran pantalla de la mano del cineasta ruso Kiril Serébrennikov. En esta producción no sólo se pone de relieve la tesis de la homosexualidad de Chaikovski, sino que también se saca a la luz la desdichada historia de su mujer y cómo ésta influyó en él, algo que debemos agradecer a la apuesta presente por los estudios de género.

La mujer de Tchaikovsky («Zhena Chaikovskogo») reconstruye el periodo comprendido entre  la petición de mano de Miliukova al compositor y el fallecimiento de éste, empleando como herramienta narrativa un interesante maridaje: la recreación histórica y la interpretación poética. De este modo, podemos detectar desde su inicio —que empieza en verdad con el final (el velatorio de Chaikovski)— la animadversión del músico hacia su mujer y la obsesión de ésta por él: el muerto se levanta desde su lecho para deshacerse en recriminaciones hacia ella. Por su parte, Miliukova defiende en todo momento su posición, asegurando que nunca nadie podrá arrebatarle su amor por su esposo. Una fijación en aquel hombre en todo momento presente, a lo largo del largo flashback que representa el resto de la película. De alguna forma, este pensamiento perenne e inamovible podrá interpretarse como manifestación de un espíritu herido y desecho, rayano en la locura. Un estado mental al que la protagonista ha sido abocado tras las distintas vicisitudes sufridas en su vida.

El film destaca por una cuidada puesta en escena, a camino entre la realidad y la fantasía, resultando su escenografía más que histórica plástica —algunos planos son auténticos cuadros vivientes—. La luz de las velas de los ambientes íntimos combaten el azul de la frialdad callejera y campestre, que amenaza siempre con penetrar a través de las ventanas. Por su parte, los intérpretes principales en los dos roles históricos, Odin Lund Biron y Alyona Mikhailova, brillan en sus difíciles tour de force. Especialmente, merece un elogio aparte el trabajo de la primera, cuyo personaje vemos ir consumiéndose progresivamente tratando de mantener viva su determinación a pesar de encontrarse todos los elementos en su contra. Su idolatría como venda contra la evidente realidad, será un elemento generador de dolor tanto para la protagonista como para el público que contempla la historia. Una “viuda de un marido vivo”, como le dirá la madre en una ocasión: «vi a tu padre con un lacayo en una pose interesante. Lo vi demasiado tarde: ¡Casada y con hijos! “No avergüences a la familia”, dijeron. Llévalo a los tribunales, se pondrán de su lado. Siempre del lado del hombre. ¿Qué es una mujer? Nada, un nombre en el pasaporte de un hombre». Palabras que reflejan en su dureza la situación de desamparo de la mujer de aquel tiempo, condenada a una falta de libertad dictada desde una percepción androcéntrica de la época.

Quien se acerque a La mujer de Tchaikovsky encontrará una parte de la historia que había permanecido invisible, aún existiendo, valga la paradoja. También —advertimos— podrá llevarse una decepción si lo que desea es ver al mítico músico constantemente en pantalla. En realidad estará, aunque sea en su palpable ausencia, en su fantasma. Podrá encontrar a una persona incluso desagradable si la comparamos con la descripción beatífica que de él había hecho la historia. Cabría especificar que, más que desagradable, tendremos a un Chaikovski humano, con sus circunstancias y contradicciones dependientes de la naturaleza y de los propios desequilibrios internos a los que le lleva la subsistencia en una sociedad normativa.

Qué difícil nos resulta desligar la obra del nombre y apellidos que la han creado. Ahora más que nunca buscamos encontrar una explicación de la obra a través de la biografía. No cabe duda de que en ocasiones podemos encontrar esa imagen especular —solo hace falta presentir el sufrimiento implícito en la citada Patética—, pero no siempre encontraremos concordancias. La música feliz, viva y exultante chaikovskiana poco tiene que ver con la mano que la materializó. Y esto nos tiene que servir de ejemplo para futuras aproximaciones críticas.


Javier Mateo Hidalgo (Madrid, 1988) es doctor en bellas artes por la Universidad Complutense de Madrid (2019), donde cursó sus estudios de licenciatura en la misma especialidad (2012); titulado asimismo en sucesivos másteres en formación del profesorado en la especialidad de artes plásticas y visuales, guion cinematográfico y lenguajes y manifestaciones artísticas y literarias. Ha publicado diferentes artículos en revistas académicas como Archivos de la Filmoteca, Femeris, Aniav, Re-visiones, Asri o Síneris, así como pronunciado conferencias en espacios como el Instituto Cervantes, las universidades de Salamanca, Huelva, Valencia o la Universidad Complutense y la Autónoma de Madrid, ejerciendo asimismo como profesor de educación plástica, visual y audiovisual y dibujo artístico en varios colegios de Madrid. Debido a su formación multidisciplinar, su trayectoria ha abarcado diversos ámbitos relacionados con la cultura, tales como el arte, el cine, la música, la escritura o el teatro.

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