/ Crónicas ausetanas / Xavier Tornafoch /
Fotografía de portada de Ada Colau
No hace falta pertenecer al club de fans de Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona, para darse cuenta de la injusticia de la mayoría de críticas que está recibiendo en esta precampaña electoral. Algunos de los argumentos que se utilizan conta ella y su equipo rayan la indigencia intelectual. La alcaldesa ha cometido deslices, algunos de bulto; su gestión a veces ha sido errática, pero ha tenido la virtud de imponer una agenda política acorde a los tiempos que nos ha tocado vivir, y esto hay que reiterarlo porque alimentar la demagogia está de moda. Los altavoces que se alzan contra ella y los suyos son muy potentes y, de hecho, no tiene quien la defienda entre los grandes medios de comunicación. Es recurrente el esfuerzo que realizan a diario para deteriorar su imagen, las acusaciones que se vierten contra ella y su entorno. Todo en aras de destruir un modelo de ciudad que no complace a los sectores más conservadores de la sociedad catalana, que pretenden dar una segunda vida a formas urbanas anticuadas e imposibles de sostener, ni en el futuro ni en el presente.
Las críticas se dirigen en diversas direcciones. De entrada, sus detractores argumentan que Barcelona está sucia y dejada. No sé bajo que parámetros se hace esta afirmación, pero en comparación con otras grandes ciudades españolas y europeas, los estándares de limpieza vendrían a ser bastante similares, exceptuando quizás algunas urbes del centro y norte de Europa, donde lo que hay no es una brigada de mantenimiento en cada calle, sino una cultura cívica muy extendida, de la que los países mediterráneos carecemos. En segundo lugar, se habla de inseguridad ciudadana y de las ocupaciones de pisos. En referencia a lo primero, las estadísticas dicen que el número de delitos ha descendido en los últimos años en la capital catalana; y respecto a lo segundo, es un tema que hunde sus raíces en una problemática que, desgraciadamente, va más allá de Barcelona. Si no fuera así yo, que vivo en una ciudad gobernada por la derecha nacionalista desde hace más de cuarenta años, no vería cada día ocupaciones de pisos en mi barrio, uno de los de menor renta per cápita de Cataluña, por cierto.
En otro orden de cosas, existe la batalla contra los bicicarriles. Se acusa a Colau de favorecer una movilidad ideológica como si desplazarse por la ciudad en un aparato de dos toneladas de acero y plástico que consume grandes cantidades de combustibles fósiles, hace mucho ruido y exhala CO2 a la atmósfera fuera algo natural. Cabe recordar que la extensión del uso de la bicicleta, en la línea de lo que sucede en las civilizadas urbes del norte de Europa, ha sido una de las grandes transformaciones en la movilidad urbana que se ha producido en España. La iniciaron los gobiernos socialistas y fueron los jóvenes los que hicieron suya esta forma sencilla, barata y sostenible de moverse por Barcelona. Sus detractores tildan la apuesta colauista por los bicicarriles de ideológica e incívica. El mundo al revés. Está claro que para fomentar e incrementar el uso de la bicicleta ha sido necesario quitar espacios al vehículo privado. Los enemigos de Colau sostienen sin sonrojarse que es posible promover el uso de la bicicleta sin perjudicar el uso de los coches, como si las calles pudieran ensancharse sin más. Y no: el espacio urbano es el que es y el avance de la bicicleta supone, guste o no, el retroceso del vehículo privado. Otro de los despropósitos es la guerra contra el transporte público y muy especialmente contra el tranvía. He llegado a leer que la ciudadanía prefiere los autobuses al tranvía, al que se acusa otra vez de ser una apuesta ideológica. De hecho, Barcelona ya tuvo en el pasado un sistema de tranvías, y fueron los ayuntamientos franquistas los que lo sustituyeron por los autobuses, mucho más contaminantes e ineficientes a la hora de aligerar el tráfico rodado. Ahora, son los opositores a Colau los que pretenden otra vez destruir el sistema de tranvías.
Finalmente, el tema estrella: las superislas. Una cuestión que se ha convertido en la madre de todas las batallas y donde se exhiben grandes cantidades de demagogia. La cuestión es que el actual equipo de gobierno municipal ha decidido transformar tramos de determinadas calles en espacios libres de coches, acondicionándolos con bancos, juegos para los niños y espacios para caminar y recrearse. Una especie de refugios de silencio y sociabilidad en una ciudad muy densa y ruidosa: mucho más que Madrid. La oposición ha saltado a la yugular de la alcaldesa acusándola de toda suerte de desmanes, con argumentos que van desde culparla de estropear la ciudad por su capricho neorrural hasta hacerla directamente responsable de acabar con el proyecto diseñado en su momento por el urbanista Ildefons Cerdà, el creador del Ensanche barcelonés. Al margen de que a uno le pueda gustar más o menos la estética del proyecto, que incluye pintar de colores las vías donde se llevan a cabo estas actuaciones, la idea que impregna esta política urbanística debería contar por lo menos con el consenso de las fuerzas progresistas del consistorio, cosa que no sucede. La inviolabilidad del trazado urbano de Barcelona, especialmente en la zona del Ensanche, es una cuestión de fe. Lástima que los mismos que ahora se rasgan las vestiduras no dijeran nada, o casi nada, cuando el proyecto de Cerdà fue prostituido de forma inmoral, porque es obvio que en la idea del gran urbanista catalán no estaba convertir los interiores de las manzanas en espacios privados dedicados a usos que no fueran recreativos ni transformar las calles en autopistas urbanas por las que circulan diariamente miles de vehículos ruidosos y contaminantes. No dijeron nada, porque urbanizar el Ensanche fue un negocio muy lucrativo y desvirtuar su esencia se consideró, durante el franquismo y más allá, un peaje a pagar a cambio de progreso. Ciertamente, Colau ha contribuido a desvirtuar el proyecto inicial de Cerdà pero en un sentido radicalmente contrario al de sus predecesores, es decir para favorecer la calidad de vida de los vecinos.
Finalmente, en las críticas a Colau hay también una gran cantidad de clasismo. A diferencia de algunos de sus máximos oponentes políticos, hombres pertenecientes a buenas y arraigadas familias de la ciudad, la actual alcaldesa es una mujer que proviene de un entorno obrero y de barrio. Para determinados sectores, este es el pecado capital de Colau. No tengo ninguna duda de ello.

Xavier Tornafoch i Yuste (Gironella [Cataluña], 1965) es historiador y profesor de la Universidad de Vic. Se doctoró en la Universidad Autónoma de Barcelona en 2003 con una tesis dirigida por el doctor Jordi Figuerola: Política, eleccions i caciquisme a Vic (1900-1931). Es autor de diversos trabajos sobre historia política e historia de la educación y biografías, así como de diversos artículos publicados en revistas de ámbito internacional, nacional y local, como History of Education and Children’s Literature, Revista de Historia Actual, Historia Actual On Line, L’Avenç, Ausa, Dovella, L’Erol o El Vilatà. También ha publicado novelas y libros de cuentos.
Me temo que la defensa de la alcaldesa actual de Barcelona peca de algunos de los defectos que se atribuyen a sus detractores. No vivo en esa ciudad, que siempre he amado como visitante, pero creo que una gestión pública hay que valorarla con cuantificadores ¿Qué sueldo se atribuyen los gestores? ¿Cuántos altos cargos mantienen? ¿Cuál es el déficit o el superávit creado por su gestión? ¿Qué subvenciones y a quién se han otorgado? ¿Qué parte del presupuesto se ha dedicado a fines sociales o a servicios básicos de los ciudadanos?. Lo otro, la simpatía o antipatía personal que susciten los representantes públicos y sus opiniones o la adhesión a creencias personales es solo ideología.
En cuanto a la peatonalización de los cascos históricos de las ciudades está claro que es el signo de los tiempos pero hay que hacerlo con inteligencia, proporcionando a los ciudadanos alternativas de aparcamiento y de movilidad, con pedagogía y sin arrogancia.
Como verá, la mía es una voz discordante con su defensa de la Sra Colau pero no voy a caer en descalificaciones sin el aval de datos concretos, pues eso sería hacer lo mismo por lo que discrepo de su defensa.