/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana Mestre /
Durante el reinado de Luis Felipe de Orleáns, en la década de 1830, un diputado de la Asamblea Nacional francesa que estaba en contra de la implantación de una red de ferrocarriles en el país se preguntaba desde su escaño: «¿Qué pasará si una joven despechada, un día, en un arrebato de rabia, huye de casa de sus padres, o de la de su marido, y toma un tren? ¡Señores diputados: ¡desaparecerá y nunca se la podrá encontrar!». Argumentos de este estilo surgieron en el siglo XIX contra el ferrocarril.
Otro ejemplo singular del miedo a las novedades es la lucha contra el dolor. A partir de 1840, algunos médicos empezaron a utilizar algunas drogas para extraer muelas: se empleó el óxido de nitrógeno, llamado gas de la risa por los efectos que producía, y que incluso se utilizaba en fiestas de sociedad. Un cirujano de Massachussets, William Morton, en 1846 utilizó con éxito éter para extirpar un tumor en el cuello de un paciente. Fue la primera vez. En Edimburgo, había una poderosa escuela de cirugía, y el uso del éter llamó la atención a algunos investigadores. Uno de ellos fue Robert Liston, un excelente cirujano que, al realizar las operaciones más complejas en pocos minutos, ahorraba una parte del sufrimiento de sus pacientes. Empezó a utilizar el éter en Londres, en la amputación de la pierna de su mayordomo. Cuentan la historia de que el mayordomo se despertó y se dirigió al médico diciéndole que se lo había pensado mejor; que no quería que le cortaran la pierna, pero el médico le enseñó el muñón: ¡ya había sido operado y no se había dado cuenta!
Los trabajos de Liston fueron seguidos por otros, entre ellos su colega James Young Simpson, el catedrático de obstetricia de Edimburgo. Simpson era un hombre de orígenes muy humildes que se abrió paso en el mundo de la ciencia con tenacidad y pericia. En sus trabajos había observado que el éter, a veces, provocaba extrañas reacciones. El olor era muy sofocante, e incluso mataba a algún paciente. Probó otros gases hasta que el 4 de noviembre de 1847 comprobó los efectos del cloroformo, cuando estando con otros colegas quedaron todos dormidos. Luego lo probó con una sobrina de su mujer, que quedó dormida y se despertó diciendo: «Soy un angelito». Después de estas experiencias, fue perfeccionando el método, usando inhaladores. El cloroformo provocaba una somnolencia larga y profunda. Los cirujanos habían ganado una primera batalla contra el dolor.
A pesar de estos avances científicos, existía en muchos sectores de la sociedad europea la idea de que le dolor era redentor. ¿Por qué algunos personajes influyentes defendían el dolor y estaban en contra de la anestesia? Cristo había sufrido dolores en la cruz y, para muchos religiosos, ello era una prueba de que era voluntad de Dios que los humanos aprendiéramos a sufrir. Si Dios había puesto el sufrimiento en el mundo era para algo, y evitar los dolores del parto a una mujer era contrariar la voluntad divina, que había sentenciado el «parirás con dolor» ya en el Paraíso Terrenal.
A pesar de estas opiniones reaccionarias, los trabajos de científicos como Liston con los anestésicos fueron ganando adeptos. La polémica se zanjó en 1853, cuando la reina Victoria aceptó anestésicos en su parto del noveno hijo. ¡Nadie más discutió los anestésicos! La revolución de la cirugía siguió con los antisépticos, las transfusiones y finalmente los rayos X. En menos de treinta años, el dolor y la enfermedad eran menos crueles.
Hoy estamos ante problemas similares con el ChatGPT. Muchos conciudadanos se alarman cuando salen noticias de que el algoritmo de esta aplicación supera a los humanos en determinadas actividades. Un ejemplo es el examen de los MIR para ejercer la medicina en el servicio público de salud. Y hay que decir que es lógico que nos sorprenda que una máquina apruebe antes que un humano un examen. Sin embargo, hay que comprender que se trata de un algoritmo entrenado con miles de millones de datos que los humanos hemos introducido en la web. Siempre que se trate de una lucha entre un cerebro humano y una máquina en el campo de la acumulación de datos, ganará la máquina, porque el cerebro humano funciona de forma muy distinta: nuestra capacidad de almacenar datos es limitada; la de la máquina es ilimitada. Pero si una máquina supera a un humano en este tipo de exámenes significa que el examen era fundamentalmente memorístico o de resolución mecánica de problemas. Por lo tanto, como en el caso del ferrocarril o de la anestesia, la máquina no es el problema. En todo caso el problema es el tipo de examen, que no filtra necesariamente a los mejores, a los que tienen mayor capacidad de establecer interrelaciones entre los conceptos, sino a los que simplemente acumulan. Yo no sé si al MIR que ha seleccionado la máquina o el sistema regido por la máquina lo quiero como médico de cabecera.

Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
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