Entrevistas

asturias21: Xune Elipe, la voz de Dixebra

Xune Elipe (Avilés, 1962), voz cantante del grupo musical asturiano Dixebra.

«Queríamos romper con el ruralismo, el esencialismo y la melancolía de la Asturias neblinosa»

A Xulio Andrés Elipe Raposo, Xune (Villalegre, Avilés, 1962) nunca le han gustado las ensoñaciones arcádicas de cierto asturianismo con nostalgia de lo rural, practicante de una suerte de literatura de la borrina. La única borrina que él mamó, dice, era la de Ensidesa, fabricona de fabricones a cuya vera nació y creció este activista incansable y polifacético cuya faceta más conocida es la de líder de la banda Dixebra. Son ya treinta y un años —tantos como tiene este entrevistador— los que hacen del alumbramiento de un grupo que representó en su momento una novedad refrescante no sólo en el panorama musical asturiano, sino en el español en su conjunto. Inspirada en el rock radical vasco de los ochenta, Dixebra (que estuvo a punto de llamarse Puxarra) quería pertrechar de gaitas el punk, cantar las barrabasadas de la reconversión industrial y, sobre todo, sacar la llingua. Acabó sacándola hasta en Laponia, donde quedó subcampeona en 2009 en un certamen de música en idiomas europeos minorizados. Nunca se han sentido tentados de cantar en castellano, ello aunque llegaron a recibir una jugosísima oferta de la discográfica EMI para ser los nuevos Celtas Cortos a cambio de hacerlo. En lugar de eso, prefirieron seguir autoeditándose con su propio sello, L’Aguañaz, fundado en 1992 y referencia fundamental de la industria musical asturiana. Fue en sus hornos (y también en los del subsello Goxe Producciones) que se cocinaron las carreras de talentos rutilantes como Anabel Santiago, Skama la Rede, Corquiéu o La Col.lá Propinde. De allí salió también un disco exitosísimo, L’asturianu muévese, que puso a cantar en asturiano en 1997 a Jesús Cifuentes, los Siniestro Total y otras figuras señeras del kalimotxo rock del momento. De todo ello y alguna otra cosa —como, por ejemplo, haber lanzado la carrera de escritores hoy afamados que empezaron sus carreras escribiendo letras para el grupo— se enorgullece humildemente Xune Elipe, que por otro lado lamenta que ciertos vicios del nacionalismo político asturiano llegaran a dar lugar a que Dixebra atrajera a la trinchera del asturianismo a gentes que los partidos nacionaliegos acababan espantando. «¿Cómo puede ser  que un grupo de música asturianista venda más discos que votos saca el partido nacionalista asturiano correspondiente?», cuenta que les decía; y esta entrevista que se celebra en el Café Dólar de Oviedo es de algún modo una respuesta larga a esa misma pregunta.

Dixebra

Pregunta.- Nace en 1962. ¿En qué familia, en qué entorno?

Respuesta.- Nazco en 1962 en un pueblo que se llama Villalegre. Yo lo sigo llamando pueblo aunque propiamente ya no es tal, sino un barrio de Avilés. Cuando yo nací sí que estaba separado de lo que llamábamos la Villa y tenía su dinámica propia e incluso un casino. Ensidesa acababa de instalarse en la comarca y Villalegre estaba empezando a crecer vertiginosamente con el aporte de la inmigración que Ensidesa trajo, pero yo aún recuerdo ver quintanas, gente con ganadería, etcétera. Ensidesa transformó aquello radicalmente. Lo urbanizó y lo proletarizó.

P.- Me lo imagino como un lugar parecido a las áreas periféricas de las cuencas mineras, que bordean ya la Asturias rural y en las que hasta fechas recientes había una especie de economía mixta: la gente trabajaba en la mina, pero a la vez tenía su huerta, un xatu o dos, algunos un gochu

R.- Sí, sí, ya digo, yo recuerdo ir al Colegio Nacional, allí en Villalegre, y ver pasar gente con su ganado; y urbanísticamente hablando, caleyes, bardiales, vacas, quintanas, hórreos, paneras, etcétera. Más allá se acababa Villalegre y lo que había eran praos. Pero también grandes constructoras que venían a construir pisos como los de La Luz.

P.- Familia de clase trabajadora, imagino.

R.- Sí, sí. Mi padre era maquinista naval. Yo sólo tuve algún tío en la Ensidesa, como se decía allí: tuve más relación con la ría y con la mar. Mi padre trabajaba en una de aquellas dragas antiguas que limpiaban el fondo de la ría con unos calderos inmensos amarrados a una cadena para que pudieran pasar los barcos más grandes.

P.- ¿En qué momento y por qué adquiere conciencia política asturianista?

R.- Te puedo contar un factor general y una anécdota concreta muy significativa. Lo general es que nací en casa de mi abuela en una calle, la calle de la Estación, en la que todavía hoy hay cinco o seis sidrerías. Algo así como Gascona en Oviedo. De hecho, igual que aquí en Oviedo hay el Bulevar de Gascona, allí han montado una asociación que se llama El Llinderu de Villalegre para organizar jornadas gastronómicas y otras cosas comunes. Bien, pues yo crecí en ese ambiente, y sobre todo en una sidrería que se llamaba Villaverde, que tenía una bolera en la parte de atrás y también varios juegos tradicionales asturianos. Mi familia —mis padres, mis tíos, etcétera— iba allí todos los domingos a tomar unas botellas de sidra y el vermú. Recuerdo que mi padre echaba la partida a los bolos y, mientras tanto, mis primos, mis amigos y yo jugábamos a la rana o a la llave. Ése fue mi primer contacto con la cultura asturiana. Ése y mi abuela, que murió con noventa y cuatro años y era de Villalegre de toda la vida y muy buena falante. Hablaba un asturiano muy puro. A mí siempre me hace gracia cuando dicen que en Avilés no se habla asturiano.

P.- Depende de en qué Avilés.

Claro, depende de en qué Avilés. En el que yo me crie, desde luego, se hablaba asturiano. Mi abuela, más y mi padre, menos, pero todavía conservaba mucho del asturiano que había mamado de mi abuela. Y mira, lo comentaba antes: hay un hecho concreto que a mí me marcó mucho y que recuerdo como uno de esos fogonazos que te hacen adquirir la conciencia asturianista a la que tú aludes. Cerca de Villalegre hay un pueblo, perteneciente ya al concejo de Corvera, que se llama Xunceo. Cuando íbamos de excursión por el pico Gorfolí, que también está por allí cerca, solíamos pasar por ese pueblo. El caso es que un día, tendría yo doce años, vinieron los del MOPU, el Ministerio de Obras Públicas, y en la antigua carretera de Oviedo pusieron un cartel que ponía «Oviedo» y también «Juncedo». Yo me topé ese cartel un día yendo al colegio y me quedé muy extrañado, había pasado mil veces por ahí, pero no sabía qué pueblo era Juncedo. En cuanto vi a mi abuela le pregunté: «Oye, Güelita, ¿dónde queda Juncedo?». Ella tampoco lo sabía: «Ni idea, fíu». Tardé tiempo en darme cuenta de que Juncedo era Xunceo, y cuando lo descubrí, me marcó bastante: me hizo tomar conciencia de que pasaba algo raro.

P.- Aludía antes a esa idea que circula de que en Avilés no se habla asturiano. Y es cierto que es falsa, pero también que el asturiano se habla poco allá, lo cual tiene que ver con que Avilés fue tal vez el lugar de Asturias que más inmigración no asturiana atrajo en los años del desarrollismo. La que atrajo Gijón provenía más bien del resto de Asturias.

R.- Sí, sí. En Avilés llegó a haber, en los buenos momentos de Ensidesa, entre un setenta y cinco y un ochenta por ciento de población de origen no asturiano. Los que veníamos de una cultura asturiana de habla asturiana éramos minoría. De todas maneras, yo siempre recomiendo a la gente que duda de que en Avilés se hable asturiano que se acerque cualquier lunes de mercado a la plaza de abastos y ponga la oreja. La zona rural del concejo de Avilés es muy pequeña, pero todavía quedan pueblos como Heros, Miranda, etcétera, cuya gente baja ese día a la villa a vender sus productos. Basta escucharlos un poco para darse cuenta de que no es precisamente castellano lo que hablan. En la villa la presencia del asturiano sí es mínima, pero en esos pueblos sigue siendo una lengua muy viva.

P.- Usted militó en Conceyu Bable, ¿no es así?

R.- Sí. Mi padre, que pertenecía al Sindicato Libre de la Marina Mercante, que fue uno de los que se fusionaron para dar lugar a Comisiones Obreras, era también suscriptor de la revista Asturias Semanal y tenía mucha conciencia de la importancia de asociarse en general. Un día llegaba y decía que había hecho a mi hermano mayor socio del Villalegre Club de Fútbol. Otro, que él se había afiliado a no sé qué del Casino. Y a mí me hizo socio de Conceyu Bable. Yo tenía doce o trece años y empecé a recibir toda la documentación que enviaba Conceyu Bable, pero a militar propiamente empecé con unos quince años. Y mira, recuerdo en torno a ello una anécdota que enlaza con todo esto que estamos hablando. En aquel momento en que decidí comprometerme más estrechamente, llamé al teléfono que daba Conceyu Bable en la revista, que era un número de Mieres, y les pregunté qué tenían en Avilés. Me dieron un teléfono, llamé y me lo cogió un rapaz del que no recuerdo el nombre, pero sí que era cordobés. Sus padres eran de allá y él mismo había nacido en Córdoba, pero vivía en Avilés desde pequeño. Y se esforzaba en hablar asturiano, pero lo hacía con un acento cordobés tremendo. Mi primera experiencia con Conceyu Bable fue ésa. Después de eso, conocí a Miguel Solís Santos, que también militaba, y empecé a colaborar. Recuerdo, por ejemplo, el primer Día de Asturias que se hizo. Fue en 1977, en Cangas de Onís, y los de Conceyu Bable nos dividimos por el pueblo en parejas a repartir panfletos. A mí me tocó de partenaire nada menos que de Xosé Lluis García Arias, que para mí era como un ídolo.

P.- Más tarde fue cofundador de la Asociación Cultural Arfueyu y del Colectivo L’Esperteyu. ¿Qué clase de cosas hacían en ellas?

R.- Llegó un momento en que Conceyu Bable empezó, por así decir, a morir de éxito y a dividirse de algún modo en dos sectores: uno que se fue centrando en aspectos meramente lingüísticos, que fue el que dio origen a la Academia de la Llingua en 1981, y otro, en el que yo me incluía, que quería darle un giro a la asociación y convertirla en un movimiento sociopolítico, que no se ocupase sólo de cuestiones de tipo cultural, sino que también elaborara pensamiento sociopolítico, defendiera un proyecto concreto para Asturias e hiciera acciones reivindicativas, pero que no fuera estrictamente un partido político. De ahí surgió Arfueyu, que primero fue una asociación muy ceñida a Avilés y después empezó a hacer socios por todo el resto de Asturias. Hacíamos un boletín con una línea marcadamente soberanista y la cosa duró algún tiempo, pero en un momento dado, y en contra de mi opinión (yo prefería mantener la independencia de la organización), algunos dirigentes decidieron echarse en manos del Partíu Asturianista. Ahí se inició el declive de la organización. Yo la dejé y, junto con otra gente que era de la misma opinión, monté L’Esperteyu, que era una cosa más alternativa y, digamos, más acorde con las edades que teníamos: diecinueve, veinte, veintiún años. Hacíamos un fanzine con tebeos y demás y nos involucramos más fuertemente en el mundo de la música alternativa y en cuestiones de tipo urbano, pero siempre allegados a la cuestión lingüística.

P.- Trabajó como periodista en lengua asturiana en varios medios y sobre todo para La Voz de Avilés, donde hacía una sección titulada «La fueya’l carbayu». ¿Cómo recuerda aquellos primeros pasos del periodismo en asturiano?

R.- Hice varias cosas, sí. Empecé a estudiar la carrera de Historia, aunque luego me pasé a Graduado Social, lo que ahora se llama técnico en relaciones laborales, que fue de lo que trabajé durante unos cuantos años. Cuando estaba en la facultad de Historia, Conceyu Bable tenía un programa en Radio Asturias, es decir, en la Cadena Ser. En un momento dado, los que lo llevaban decidieron jubilarse, por así decir, y pasar el testigo a gente más joven, y entonces entro yo. Empecé ahí y también en Radio Popular de Avilés, donde estuve tres años y medio y participé en un montón de proyectos, entre ellos el primero, segundo y tercer Día de la Radio en Asturiano, que yo creo que fue la primera experiencia seria —y está mal que lo diga yo, pero así lo creo— de inclusión del asturiano en la radio. Hacíamos un programa de radiofórmula en asturiano y tratábamos las noticias del día, actualidad local y todo lo demás. Curiosamente, el director en aquella época era mallorquín, venía de hacer radio en catalán en Mallorca y estuvo aquí un tiempo en el que acogió bien aquellas ideas. Pero luego entró una directora asturiana y se cerró aquella posibilidad. Fíjate, para el cuarto Día de la Radio en Asturiano, que no se llegó a celebrar, teníamos pensado algo que sólo se ha conseguido hacer muy recientemente, que era retransmitir un partido del Sporting y otro del Oviedo en asturiano. Después, pasé a trabajar (bueno, a trabajar no; aquello era militancia pura y dura) en Radio Marea, una emisora municipal que también acabó cerrando. Más tarde, colaboré con Les Noticies y también he hecho cosas de radio con mi productora. En realidad, con los medios de comunicación no he dejado de tener relación. Y sí, es verdad, también hice «La fueya’l carbayu» en La Voz de Avilés. Estuve tres años coordinándolo semanalmente.

P.- Tengo la sensación de que había más presencia del asturiano en la prensa, y más regular, en aquellos primeros años de la Transición que la que ha habido después.

R.- Es posible. Desde luego, fue el caso de La Voz de Avilés. Nosotros hacíamos aquella sección bajo la dirección de un tipo, Juan Manuel Wes, que tenía unas ideas un poco particulares, pero que era muy respetuoso con el tema y apostó por ello en un momento dado. Una de las últimas cosas que hicimos a instancia suya, por ejemplo, fue incluir, con motivo de la Selmana de les Lletres, una noticia en asturiano en cada sección del periódico, ya fuera deportes, local, nacional, etcétera. Aquello, como siempre, quedó en nada, pero sí que hubo un momento en que parecía que se iban dando pasos, por así decir, pacatos, temerosos, pero que acabarían eclosionando en una presencia consolidada del asturiano en la prensa. Sin embargo, de pronto, desapareció el asturiano, tanto de los periódicos como de la radio. Era el momento de los sensatos y pensantes y todo aquel movimiento en contra del asturiano, y la polémica cortó de raíz aquellos conatos. Después, se ha tardado años en recuperar cierta normalidad. Sólo se ha recuperado con subvenciones. En aquel entonces, el asturiano tenía presencia sin necesidad de gastar un duro, eso hay que decirlo. El asturiano aparecía tanto en la Cadena Ser, como en Radio Popular, como en La Voz de Avilés, como en El Comercio y muchos otros sitios sin que hubiera partidas presupuestarias para ello.

P.- Los periódicos creían en ello y punto.

R.- Sí, sí. Luego, sin embargo, como decimos en asturiano, se ha tenido que afalar a los medios a través de subvenciones. Pero hubo un momento en que sí creyeron en ello.

P.- La semilla política de Conceyu Bable dio lugar a dos grandes opciones políticas en los años ochenta: el Partíu Asturianista, orientado hacia un centro amplio, y el Ensame Nacionalista Astur, más netamente de izquierda. Usted optó por esta segunda opción, y más tarde por Andecha Astur. ¿Por qué?

R.- Era la elección obvia. Como te he contado, venía de aquel mundo obrero, proletario, y de una familia de izquierdas. Fíjate, tengo un abuelo en una fosa común. Era secretario y compañero de partido de Ramón Granda Campa, el alcalde socialista de Avilés, y fue fusilado con él y otros cuantos en El Sucu, en Gijón. Cuando yo era niño, íbamos todos los días de Difuntos al cementerio a Gijón, pero nunca entrábamos. Nos quedábamos fuera. A mí, en un momento dado, aquello me extrañó y pregunté a mis padres: «¿Por qué nunca entramos?». Y me explicaron que mi abuelo estaba en una fosa común por fuera de la tapia. Pues bien, con esa tradición familiar, la opción lógica era el Ensame. Estuve allá unos cuantos años, hasta que se produjo la unión con la Xunta Nacionalista Asturiana, que dio lugar a la UNA. Y tengo buen recuerdo: hicimos cosas muy bonitas, pero también recuerdo que teníamos una ingenuidad política tremenda y unos modelos y unas dinámicas de trabajo que con el tiempo fueron bastante perjudiciales para el asturianismo en general.

P.- Visto en perspectiva, del Ensame sorprende la unidad. El asturianismo de izquierdas iría después fragmentándose y atomizándose. Uno de esos fragmentos del Ensame fue Andecha.

R.- Sí. Yo milité allá también, pero me acabé yendo muy desencantado por los malos rollos, el cainismo y las peleas constantes que había, y de las que tenían gran parte de culpa —pero esto vale para todo el asturianismo, de izquierdas o de derechas, no sólo para Andecha— los dirigentes, a los que no importaba arruinar los proyectos con personalismos e intereses particulares muy egoístas. Yo, sobre Andecha, siempre hago las mismas dos preguntas: ¿Quién de cierta edad no pasó por Andecha? ¿Y qué es Andecha hoy? Una organización total y absolutamente residual e intrascendente, un mero club de amigos. Aquellas dinámicas condujeron a la nada. No había palabra que más se utilizase que traidor. Los parámetros eran ésos, y también había una grandilocuencia verbal, una incontinencia grandonista, que, cuando uno salía de aquella burbuja, se daba cuenta de que era absurda, pero al precio de unos batacazos, unos bofetones de realidad, tremendos. Te cuento uno. Estábamos en una campaña del Día de la Nación Asturiana, el 8 de septiembre, e íbamos con un coche por ahí megafoneando: «¡Pol drechu d’autodetermín!». En un momento dado paramos a tomar algo y unos paisanos nos dijeron: «Oye, ¿qué le pasa al auto de Fermín; qué es eso que anunciáis?».

P.- La gente no entendía ni la palabra.

R.- Claro, claro. Era como si no tuviéramos la menor intención de llegar a la sociedad asturiana.

P.- O como empezar la casa por el tejado. ¿Qué sentido tenía reclamar un autodetermín que no apoya ni el uno por ciento de la sociedad asturiana? En el manual lógico del nacionalista inteligente, primero se hace país, como decía Pujol, y luego se reclama su independencia, no al revés.

R.- Claro. ¿Estoy yo por el derecho de autodeterminación de Asturias? Sí. ¿Quiero que se aplique en este momento? No, porque no lo apoyaría nadie. Y no renuncio a trabajar para que algún día la gente sí lo apoye, pero entre que lo apoya y no, centrar una campaña entera en el derecho de autodeterminación y no en cuestiones más accesibles no tiene ningún sentido. Está muy bien creerse vanguardia o aspirar a serlo, pero una vanguardia que marche doscientos kilómetros por delante del pueblo al que dice liderar, ni es vanguardia, ni es nada.

P.- Lo decía Gramsci: un paso por delante del pueblo, pero ni uno más.

R.- Nosotros íbamos doscientos. El autodetermín era una verdadera matraca, un mantra del que no salíamos. Y cuando uno va teniendo cierta edad y cierta formación sociopolítica, pues llega a cansarse de eso. Mi caso fue ése, pero fue el de muchos otros. Me di cuenta de que aquélla no era una herramienta útil para transformar la sociedad, y yo nunca he concebido a los partidos políticos de otro modo que como herramientas. Sin embargo, hay gente que pertenece a un partido político como quien pertenece a una tribu urbana, como quien es punk, heavy, skin o mod. El partido se convierte menos en una cuestión política que en una armazón personal, psicológica. Eso hizo mucho daño, muchísimo, igual que lo hicieron ciertos modelos. No había seis meses en que no pasara tres o cuatro veces por Euskadi.

P.- Era un poco como el Moscú de los comunistas o La Meca de los musulmanes, ¿no? (risas)

R.- Algo así, sí. Y en los ochenta, figúrate…

P.- Sobre la conexión del mundo Andecha con el mundo abertzale circularon siempre muchos rumores insidiosos. ¿Cuál era la realidad de aquella relación?

R.- Hombre, yo tenía un montón de amigos de Herri Batasuna, y ya digo que pasaba por Euskadi cada dos por tres. Íbamos siempre al Aberri Eguna a Pamplona, por ejemplo. Allí fue donde conocí a la gente de Oihuka, que fue el primer sello vasco punkarra que funcionó bien y el que me permitió acceder a los primeros discos de música vasca que yo conocí antes de fundar Dixebra: Hertzainak, Baldin Bada, etcétera. De todas maneras, esa conexión se exageraba, sí. A nivel de infraestructura y tal no era tan estrecha como se decía.

P.- Recuerdo que se decía —y supongo que era mentira— que Herri Batasuna financiaba las campañas electorales de Andecha.

R.- No, no, qué va. Sí que es verdad que los carteles se hacían en Euskadi, eran carteles muy grandes y allí había imprentas baratas para tirarlos. Y sí que es verdad que te echaban un cable. Pero te lo echaban recomendándote esas imprentas para hacer los carteles o las pancartas, no con dinero. El dinero con el que se pagaban aquellas cosas era dinero asturiano.

P.- En algún momento hubo algún coqueteo muy tenue con la violencia armada.

R.- Eso forma parte de una cierta mitología. Yo, al menos, mientras estuve allá, no vi nada de eso. Y desde luego no lo vi en el Ensame, que venía del fracaso del CNA debido al episodio aquel del atraco del Banco Herrero y tenía muy claro que ése no era el camino.

P.- ¿Se celebraban, los celebraba alguien, los atentados de ETA?

R.- No, no, no. Qué va. Al contrario. Yo, cuando me levantaba por la mañana para ir a la Facultad y escuchaba en la radio que había habido algún atentado, lo primero que pensaba era que qué horror, y lo segundo que qué putada para nosotros. «¿Cómo salgo ahora a explicarle a la gente que yo también estoy por el derecho de autodeterminación, o que yo también soy nacionalista?», me decía. Y estoy seguro de que todo el mundo hacía el mismo razonamiento. Pero se hacía también en Euskadi, ¿eh? Los grupos más punkies de los ochenta, Kortatu y así, a quienes mucha gente relaciona con ETA, eran muy críticos. Había una canción de La Polla Records, Las marras, que decía: «No al Ejército, ni vasco ni español». Eran muy críticos con todo aquel militarismo, y lo eran también otras bandas de las que yo me nutrí en aquellos años, y que nos influyeron mucho.

P.- Dixebra se funda en enero de 1987. ¿Cómo se gestó la cosa?

R.- Se gestó en casa de Miguel Solís Santos, Ñuberu. Yo pasaba muchas veces por su casa a charlar y demás, y en una de éstas me comentó: «Oye, te tengo que presentar a un chaval que también escribe en asturiano: hace cómics y demás». Era Cesáreo García Maniegu, a quien llamaban así porque era zurdo. Ñuberu nos presentó y nos hicimos amigos; y pronto nos dimos cuenta de que los dos nos salíamos un poco del asturianismo típico, que era el asturianismo de la música folk, los trisqueles, el rollo etnográfico y ese tipo de historias. A nosotros nos atraía otro tipo de historias: la cultura urbana, los fanzines, el punk-rock… Era cuando sacábamos L’Esperteyu, que llegó a estar muy currado, por más que fuera todo con fotocopias y muy de aquella manera. Había cómic, música, etcétera, y ni un trisquel ni celtas por ningún sitio. Tampoco es que renegáramos de ese tipo de historias, ¿eh? Nos gustaban muchos grupos puramente celtas: The Chieftains, The Tannahill Weavers, etcétera; pero lo que nos molaba de verdad eran los Horslips y todo aquel mundo del rock celta, y sobre todo, la gente más cañera de Irlanda e Irlanda del Norte: los Stiff Little Fingers, por ejemplo, que eran muy punkies, más allá de que hicieran alguna cosa basada en temas tradicionales. El caso es que un día nos dijimos: «Oye, ¿por qué no montamos un grupo?». Esto debió de ser a finales de 1986. Maniegu rasgaba un poco la guitarra con cuatro acordes y yo no había cantado en mi vida.

P.- Eso iba a preguntarle. Su relación con la música era inexistente hasta aquella fecha, ¿no?

R.- Sí, sí. La única relación que tenía era escuchar discos. Escuchaba muchos, eso sí. Yo siempre recuerdo, en lo que respecta a mi relación con la música, un día —tendría yo quince años— en que estaba en casa un sábado viendo Informe semanal y echaron un reportaje sobre lo que estaba pasando en Londres en 1977, o sea, el punk. A mí aquello me marcó mucho. Tengo un hermano mayor heavy que escuchaba el hard rock de los setenta: Deep Purple, Judas Priest, y demás. Aquello era lo que yo escuchaba en casa, y me gustaba, pero lo que verdaderamente me maravilló a todos los niveles, fue el punk y grupos como The Clash: las pintas, lo que proponían, el nihilismo… También había surgido ya el rock radical vasco, y también nos marcó mucho, aunque, contra lo que piensa la gente, la banda que más nos marcó a la hora de formar un grupo de punk rock que cantara en asturiano no fue Kortatu, sino Hertzainak, que también hacía rock en euskera (por cierto, con alguna letra de Karra Elejalde, que de aquella no era actor ni era nada, sino un chavalete como nosotros). Fue Hertzainak quien nos hizo pensar: «Joder, si se puede hacer punk rock en euskera, también se podrá en asturiano». Y a ello nos pusimos, lo cual no era fácil, porque como digo, el asturianismo sólo se dedicaba en aquel entonces a los violines, las flautas, las gaitas y la música tradicional. Nosotros queríamos un gaitero, pero por lo demás, nada de tradición: un bajo, un batería y un guitarra. Tardamos en encontrar gente que se dejara engañar para tocar en una movida como la de Dixebra y sólo la encontramos gracias a la generosidad de Adolfo Camilo Díaz, que de aquella tenía una banda llamada Güestia, que sonaba cañón. Era el único grupo del asturianismo que hacía cosas fuera del mundo folk: lo más parecido al folk entonces era que uno tocaba la mandolina en vez de la guitarra eléctrica. Nos gustaba mogollón, pero era otro concepto de música y sobre todo de letras. El caso es que nos prestó un par de músicos para que pudiéramos hacer el primer ensayo y así fue como empezamos. Y hasta hoy.

P.- De todas formas, tuvieron claro desde el primer momento que la gaita debía estar presente en lo que hicieran a modo de elemento identitario, ¿no es así?

R.- Sí, sí. Teníamos claro que queríamos cantar en asturiano y que queríamos utilizar la gaita en un contexto completamente distinto a aquél en el que se estaba utilizando. Había algún precedente ya, como por ejemplo Asturcón, el único disco de la banda del mismo nombre, que nos molaba mucho, pero que era rock progresivo, rock con raíces, que nos sonaba demasiado hippy, y los hippies y los punkies ya sabes tú que no… (risas). Aquello eran temas de ocho minutos, y nosotros decíamos: «¡Madre mía, un tema de ocho minutos, a los cuatro ya estamos aburridos del tema!». En algún disco de los del principio de Manolo Quirós también se había empezado a combinar la gaita con la batería y la guitarra eléctrica, y lo mismo en Atiendi, Asturies, de Nuberu, pero aquello también era distinto a lo que nosotros queríamos hacer: más rock sinfónico que otra cosa. El modelo, ya digo, eran los Stiff Little Fingers, los Horslips y así. También The Clash, que ya había metido la gaita, igual que AC/DC. E insisto, nos encantaba Llan de Cubel, y nos encantaba Beleño, no renunciábamos a eso, pero, aparte de todo, éramos tan malos músicos que decíamos: «Joder, si se puede hacer una canción con dos berridos en tres minutos, eso es lo nuestro». En eso fuimos seguidores estrictos de las dos grandes máximas del punk, que eran que no hacía falta saber música para subirse a un escenario y que se aprendía a tocar en los propios conciertos.

P.- Cortando cojones se aprende a capar.

R.- Sí, eso es (risas).

P.- El nombre de Dixebra, ¿siempre estuvo claro? ¿O manejaron otros?

R.- No, no, se manejó algún otro. Concretamente, uno mucho más punky: Puxarra. Había un grupo vasco, de Santurtzi, que nos influyó mucho también que se llamaba Zarama, «basura» en euskera, y siguiendo esa línea se nos ocurrió eso de Puxarra. Y se mantuvo un tiempo, pero nos sonaba demasiado punk, demasiado evidente. Queríamos una palabra que fuera sonora —imprescindible la xe— pero también curiosa y que remitiera a lo punk sin ser totamente punk. Y un día, a Maniegu se le ocurrió Dixebra, que cumplía todos los requisitos. Era una palabra que no todo el mundo conocía en aquel entonces: había un periódico del Ensame, que ya había desaparecido, que se llamaba Asturies Dixebrá, pero fuera del círculo nacionaliegu, la palabra sólo se conocía en el mundo rural, que era de donde venía en origen. Una dixebra es la separación, la llende, entre dos fincas. Como nombre, a nosotros nos funcionó desde el principio: la peña no sabía lo que era, pero le sonaba muy bien. En cuanto apareció ese nombre, lo vimos clarísimo. Puxarra, por cierto, acabó siendo el nombre de un grupo en el que tocaba Ramón Lluis Bande, pero sacó una maqueta nada más.

P.- Ustedes decían en aquel tiempo que querían hacer rock radical astur. Eran los años del rock radical vasco.

R.- Sí. Lo del rock radical vasco fue un invento de un periodista, Pablo Cabeza, al que con el tiempo acabamos conociendo, y que tenía una sección en el periódico Egin —antes de que lo cerraran— que se titulaba Bat, bi, hiru, o sea, «Un, dos, tres» en euskera. Era lo que decían los grupos para empezar a tocar. Aquella etiqueta funcionó muy bien, pero funcionó muy bien fuera de Euskadi. Dentro de Euskadi, los grupos renegaban de ella, porque agrupaba cosas súper distintas. Dentro del rock radical vasco había grupos de hardcore como Baldin Bada, grupos punkies que cantaban en castellano, como La Polla Records o como Cicatriz, grupos anarquistas que cantaban en castellano como Eskorbuto, grupos del mundo abertzale que cantaban en euskera, como Kortatu; gente que no venía del mundo abertzale sino del EMK (el Movimiento Comunista de Euskadi) como Josu Zabala, el guitarrista de Hertzainak… Había hasta grupos reggae, como Potato, y ska, como Skalope. Y ya digo, rechazaban aquella etiqueta. De puertas para fuera, sin embargo, sí que triunfó mucho. Nosotros, que como ya hemos dicho nos abonábamos al mimetismo de lo vasco con mucha alegría, decidimos que queríamos hacer el RRA: rock radical astur.

P.- Sin embargo, les molestaba que se les señalara esa mímesis de lo vasco, por la que no dejaba de preguntárseles en la prensa, ¿no es así?

R.- Sí, porque, aunque al principio nos parecía lógico que nos relacionaran con lo vasco, llegó un momento en que el tema pasó a ser muy fastidioso: entrevista tras entrevista, siempre salía a relucir el tema, y a veces de manera un poco insultante. Recuerdo alguna crítica en la que se decía: «Estos chavales, que van de vascos…». Oiga, vamos a ver, cantamos en lengua asturiana, sobre la realidad asturiana, con un instrumento asturiano y a veces metiendo melodías tradicionales asturianas. ¿De qué manera es eso ir de vascos? Por otro lado, lo de radical de la etiqueta rock radical astur también llegó un momento en que vimos que nos cerraba más puertas de las que nos abría y preferimos dejarlo en rock astur. Recuerdo que sacamos algún cartel que lo traía: «Dixebra: rock astur». Aquello ya sonaba con la suficiente fuerza sin necesidad de la etiqueta de radical.

P.- El rock radical vasco llegó a ser una suerte de contramodelo de la movida madrileña.

R.- Sí. Yo he escrito alguna cosa sobre eso. Mira, te lo voy a decir en plan punky: nosotros cagábamos para la movida madrileña. ¿Qué era la movida madrileña? Alaska y los Pegamoides, Gabinete Caligari, Parálisis Permanente, Los Nikis, La Mode, etcétera, es decir, unos tipos que decían que hacían punk, pero que del punk sólo tenían la estética, y por lo demás eran hijos ideológicos, y en algún caso naturales, de los gobiernos del PSOE que coparon el poder tanto en Madrid como el resto del Estado. Hacían una cosa absolutamente narcisista, individualista y superficial y que respondía a los cánones que el PSOE imponía desde el Gobierno para la juventud.

P.- Frente a la generación anterior de cantautores comprometidos políticamente, la mera provocación vacua y desideologizada.

R.- Sí, sí. Desideologizada o, en algún caso, ideologizada en sentido contrario. La Mode tenía a Fernando Márquez el Zurdo, que era militante de Falange Española. Por lo demás, en general, aquella gente solía provenir de un determinado medio social. Recuerdo alguna entrevista en la que Alaska decía que en su último viaje a Londres se había traído no sé que discos. Yo no podía ni soñar con la pasta que hacía falta para viajar a Londres y comprar lo último de lo último en Piccadilly, pero ellos sí tenían el dinero y los medios para vivir aquello como una explosión de libertad. Después del franquismo y de la etapa de UCD, ahora vienen los nuestros. Sin embargo, ¿qué ocurría mientras tanto en Euskadi? Pues ocurría ETA, que en 1980 mató a más personas que en ningún otro año (noventa y dos) y condujo a una situación social y ambiental muy heavy y a una respuesta muy dura por parte de las fuerzas de seguridad y del aparato represivo del Estado, con detenciones arbitrarias, torturas y la Zona Especial Norte, que era un estado de excepción encubierto. También empezó a funcionar la droga de una manera terrible.

P.- Existe una famosa teoría, no sé si de la conspiración, según la cual la policía introdujo o facilitó la expansión de la droga en aquel Euskadi en reconversión (y también en Asturias) para aplacar las ansias revolucionarias de la juventud. ETA, de hecho, tenía a los narcos entre sus objetivos.

R.- La famosa teoría, sí. A mí no me cabe duda de que aquello fue promovido por los mandos policiales para crear un ambiente determinado. Por otro lado, aquellos también fueron los años de la reconversión industrial como resultado de la entrada de España en el Mercado Común, que en Asturias, igual que en sitios como Vigo, también se vivió muy dramáticamente. Sólo en Avilés se despidió a veinticinco mil trabajadores a lo largo de aquellos años, y Asturias, en general, era un polvorín. Yo jamás he visto en mi vida movilizaciones mayores que las del naval, la minería y la siderurgia de aquellos años. Mientras en Madrid todo era una gran fiesta y las drogas eran guays, en Euskadi, y también en Asturias, aquellos años y la propia droga se vivían como drama. Inevitablemente, la traducción musical de eso tenía que ser distinta. Yo siempre pongo el mismo ejemplo. En el mismo año, o con uno de diferencia, salió un gran éxito de Alaska y los Pegamoides titulado Quiero ser un bote de Colón —cuya portada imitaba un anuncio de estos americanos de los años cincuenta, con una familia perfecta anunciando Colón— y Hay algo aquí que va mal de Kortatu, donde lo que se veía era a unos tíos parapetados detrás de un contenedor y disparando un gomeru en el casco viejo de Bilbao, Donosti o Iruña. Para mí, eso resume a la perfección lo que era la movida madrileña y lo que significó, en cambio, el rock radical vasco. A mí, como asturiano que veía todos los días cortes de calles, encierros, manifestaciones, enfrentamientos con la policía, despidos, barricadas, etcétera, ¿cómo no me iba a influir más aquello, cuando, para encima, muchos de los vascos cantaban en euskera y defendían unas ideas parecidas a las mías? Estaba clarísimo.

P.- Su primer disco fue publicado en 1990, se titula Grie-ska e incluye siete canciones de temática nacionalista, a destacar la mítica Rapaza nacionaliega.

R.- Sí: Rapaza nacionaliega, Skandalera, Da-yos caña

P.- Que fue himno del Ensame Nacionalista Astur.

R.- Sí, sí. Salió en el spot electoral del Ensame Nacionalista Astur, solo que cantando «¡Vota ENA!» en vez de «¡Da-yos caña!» (risas).

P.- La letra era muy contundente: «Güei les coses van permal, permal nesti país perescaecíu/ no que cinca al fechu nacional sigue entá dafechu tapecíu/ polos llambeculos de Madrí qu’afiten l’españolismu/ esportando un combayar servil, medrando col nuesu desaniciu».

R.- Y acabábamos hablando de independencia, sí. En fin, pecados de juventud (risas). En general, teníamos muchos tics que hoy probablemente sean conocidos por más gente, pero en aquel entonces sólo entendían los de la tribu. Aquellas primeras canciones eran casi más herramientas de autoafirmación que cosas dirigidas hacia el exterior. Incluso lingüística y gramaticalmente había un cierto hiperasturianismo que después también fuimos abandonando, yo creo que para bien, aunque hay todavía mucha peña que nos dice que como las letras de Dixebra del principio no las hay…

P.- Es cierto que muchas de aquellas canciones siguen siendo las más recordadas y demandadas en sus conciertos.

R.Asturalia sigue abriendo los conciertos, sí, y Da-yos caña tuvimos que acabar recuperándola.

P.- En 1993 publican, ya en el sello L’Aguañaz —del que hablaremos después— ¿Asturies o trabayes?, un disco que mantiene el sello nacionalista pero adopta ya el fuerte componente irónico que les ha caracterizado siempre. En él destacan temas como Tía Nemesia, Asturalia o Nun puxa, una versión del God save the Queen de los Pistols.

R.- Nun puxa, sí, que coincidió con el Petromocho. Estábamos en plena grabación del disco cuando estalló el escándalo y dimitió el presidente Juan Luis Rodríguez-Vigil, que fue sustituido por Antonio Trevín, y entonces tuvimos que adoptar una decisión salomónica. La letra original decía: «Dios salve a Vigil», pero al final decidimos que en dos estrofas dijera «Dios salve a Vigil» y en otras dos «Dios salve a Trevín» (risas). El título del disco fue una ocurrencia del batería que teníamos de aquella que tuvo mucho éxito y al final acabó extendiéndose y contándose como un chiste, hasta se hicieron camisetas y demás. Y sí, en aquel disco empezamos a abrirnos un poco; a salir del gueto o del submundo o de la burbuja del nacionalismo, aunque sigue teniendo aquella rémora de los tics que sólo entienden los de casa y del hiperasturianismo lingüístico. Hubo un cambio importante, que fue que las letras ya no las hizo Maniegu —que era quien las venía haciendo con algunas revisiones y retoques míos—, porque por cuestiones de estudios había tenido que dejar el grupo, y en consecuencia decidimos echar mano de Xandru Fernández, lo cual fue un gran acierto. Era un escritor que nos gustaba muchísimo a todos y que además venía del mismo mundo que nosotros (Turón, las cuencas, la reconversión industrial…) y hacía una escritura muy urbana y muy cruda, nada bucólica ni ruralista. Además, sabía mucho de rock. Pues bueno, le propusimos colaborar y aceptó el reto, y eso marcó un salto de calidad que se confirmó en el tercer y sobre todo en el cuarto disco, Dieron en duru, en el que Xandru hace ya la mayoría de las letras, el productor es Kaki Arkarazo, guitarrista de Kortatu y de Negu Gorriak, y ya no hay ninguna referencia al mundo asturianista de los trisqueles y demás. Incluso la portada deja de estar diseñada en la tipología céltica del principio y pasa a ser más bien de tipo soviético, con una estrella y las letras muy rectas y muy sobrias. Ese disco fue el que nos hizo despuntar definitivamente y el que nos convirtió en altavoz de todo tipo de luchas que hubiera en Asturias. Y en gran parte se lo debemos a Xandru, que fue quien dio con la tecla que nos permitió trascender al mundín nacionaliegu. En un momento dado empezamos a darnos cuenta de que venía a los conciertos gente que ya no era de casa, sino que venía de las luchas sindicales, de Izquierda Unida, de movimientos libertarios, del ecologismo, etcétera, y que en muchos casos no tenía la menor relación con el mundo asturianista, ni siquiera con el asturianismo lingüístico.

P.- Yo he visto en conciertos de Dixebra disfrutar como el que más incluso a gente declaradamente antiasturianista.

R.- Sí, sí. Yo siempre digo que Dixebra atraía al asturianismo a gente a la que el asturianismo político espantaba después. «¿Cómo puede ser —les decía yo— que un grupo de música asturianista venda más discos que votos saca el partido nacionalista asturiano correspondiente? Estáis haciéndolo fatal, chavales». La gente que entraba por un sitio, o que al menos empezaba a sentir una mínima curiosidad hacia el asturianismo, salía rápidamente por el otro. Y era muy frustrante, porque yo siempre he dicho que no soy músico y que no sé de música, aunque mis compañeros me riñen bastante por ello: «¡Joder, llevas trece discos y treinta años cantando: algo músico serás!». Siempre he considerado que mi faceta es más política que musical, y siempre he visto en el éxito de Dixebra, que con las cosas claras supo llegar a la sociedad asturiana de un modo del que el asturianismo político nunca fue capaz, una lección para el propio asturianismo político.

P.Apúntate a la llista, el tercer disco de Dixebra, de 1995, sigue atravesado por un espíritu burlesco, y en él hacen canciones contra el pijerío y los ricachones, pero también temas más serios y bonitos, como Pallabres vieyes, que tomaba la letra del poema Asturies de Andrés Solar y que es todo un manifiesto en defensa de un asturianismo combativo y no melancólico ni tradicionalista: «Vamos dexar de vivir/ de gaita sidra y tambor, de la Santina na cueva/ y de castros baxo’l sol».

R.- Es un manifiesto, sí, y también una especie de vuelta a los orígenes de Fernando Rubio, el gaitero (que estuvo con nosotros desde 1990 y durante algo así como veintidós años) y míos. Fernando había militado en el Ensame en Gijón mientras yo lo hacía en Avilés, y los dos conocimos a Andrés Solar, que era de Gijón y también del Ensame y murió muy joven en un accidente en Sotrondio: no tenía ni treinta años. Y conocíamos el poema, pero lo teníamos olvidado. El caso es que un día llegó Fernando con él, lo releímos y dijimos: «Hostia, esto es un himno; hay que hacer algo». Lo hicimos y funcionó muy bien. Estuvimos tocándolo años: «Prúyemos un pueblu llibre/ que ñome cola so voz/ los sos collacios y el pan./ ¡Puxa Asturies dixebrá!». Pero era ya una de las pocas canciones referenciales para el mundín del nacionalismo asturiano que había en aquel disco.

P.- Aquel año fueron contratados para la Noche Celta de Oviedo por un concejal de Festejos que tenía pocas referencias sobre ustedes, y que cuando les escuchó les intentó sobornar para que detuvieran la actuación, ¿no es así?

R.- Así fue, sí (risas). Te cuento. Estaba yo un día en casa y suena el teléfono. Lo cojo y me dicen: «Mira, soy no sé quién de la Sociedad Ovetense de Festejos. Me dicen que vosotros tenéis un grupo de gaita y bable, ¿no?». Yo dije: «Bueno… sí, supongo que sí. Tenemos una gaita y cantamos en bable, sí». Me dice: «Era para contrataros para la Noche Celta de la Feria de la Ascensión. Va a tocar también Xuacu Amieva». A nosotros nos cuadraba bien y le dijimos que sí. El caso es que era el sábado de reflexión de las elecciones municipales y autonómicas. Y nosotros, por supuesto, no pedíamos el voto para nadie, pero sí que teníamos una canción de ¿Asturies o trabayes? que se titulaba Movidina uvieína, estaba dedicada a Gabino de Lorenzo y sus proyectos faraónicos y acababa diciendo: «Y asina, darréu que muerras, Gabino, llorarán comu por Tierno Galván». En cuanto cantamos esa canción, la gente empezó a gritar insultando a Gabino («Hijo de puta, Gabino hijo de puta…»), y claro, al tipo aquel casi le da algo. Subió corriendo al escenario y nos dijo: «Oye, tenéis que dejar de tocar». Era como la cuarta canción, ¿eh? El concierto acababa de empezar. Nosotros le dijimos que ni de coña,  había venido cantidad de gente y no la íbamos a dejar tirada. Entonces nos dice el tipo: «¡Joder, os pagamos cincuenta mil pesetas mas, pero tenéis que dejar de tocar!». Creo que eran cincuenta mil pesetas más. Nosotros le dijimos: «No, no, nada de eso, hay un contrato firmado y nosotros no dejamos de tocar ni por cincuenta mil pesetas ni por cien mil. Seguimos tocando». Bueno, pues hete aquí que el señor éste se va a la mesa de sonido y les dice: «O cortáis el sonido ahora o no os contratamos más». Los de sonido, que eran de confianza, nos lo dijeron por los micros internos y ahí ya decidimos que no podíamos seguir, que no podíamos jugar con las perras y los puestos de trabajo de la gente. Les contestamos que hicieran lo que tuvieran que hacer, y de pronto se apagaron las luces y el sonido. La gente se volvió loca, las vallas a tomar por el culo, los antidisturbios interviniendo, botes de humo… La SOF tardó en contratarnos creo que doce años, y sólo cuando cambió la directiva y demás. Estuvimos prohibidísimos. Pero no habíamos alentado a nada, ¿eh? Simplemente tocamos aquella canción que estaba en el repertorio.

P.- En 1997 publican Dieron en duru, cuyo título hace referencia al conflicto de Duro Felguera y que incluye varias canciones que tratan el mundo del trabajo, como Queda la rabia, Nun llores, Indios o El mineru. Asturias llevaba ya varios años de dolorosa reconversión industrial a sus espaldas y ustedes hacían letras casi existenciales, tales como ésta de Queda la rabia: «¿Qué ye lo que queda cuando nun queda nada? Les fuercies s’esmucen, desinfles como un globu, cuando descubres que les metes nun esisten, dibes corriendo p’hacia denguna parte». Y con motivo de aquel disco hicieron un recordado concierto en la plaza de la Catedral de Oviedo en el que, mientras tocaban Nun llores, los focos se dirigían a los trabajadores de Duro Felguera, encaramados a la torre de la catedral.

R.- Eso fue al final de una de las grandes manifestaciones del Pautu pola Oficialidá y el Autogobiernu de los años noventa. Fue por la tarde y acababa en la plaza de la Catedral, y allí se puso un escenario grande para una serie de actuaciones: Hevia, Cristina del Valle, Nuberu, Llan de Cubel, etcétera, y nosotros cerrando hacia las doce de la noche. Efectivamente, era cuando estaban encerrados allí los de la Duro Felguera. Nosotros habíamos grabado el vídeo de Nun llores con ellos y todavía seguían allí. El Nun llores, que tuvo mucho éxito, estaba en plena efervescencia, y entonces se nos ocurrió una cosa. Pedimos un micro inalámbrico y se lo subimos a los trabajadores que estaban allí encaramados con una cesta amarrada a una cuerda que tenían para que se les subieran cosas. Quedamos con ellos en que, en vez de presentar nosotros la canción, la presentaran ellos. Fue una cosa súper emocionante. Había mogollón de peña, y cuando dirigieron los focos hacia ellos y ellos empezaron a dar el mitin, ¡uf…! Todavía se me respinga todo el cuerpo acordándome. Fue un momento muy, muy emotivo. Nosotros, cuando idealizábamos Dixebra, siempre teníamos la idea de que tenía que ser un instrumento de denuncia social, un altavoz de otras cosas. Y aquel día fue el día en que esa idea se materializó. Dixebra era aquello.

P.- El éxito de Dieron en duru fue tal que se cuenta que recibieron una oferta de una gran productora en forma de contrato jugoso, pero pidiéndoles cantar en castellano, a lo que no accedieron. ¿Fue así?

R.- Fue así, fue así. La discográfica en cuestión era la EMI, y la movida es la siguiente: los Celtas Cortos estaban en un parón que duró dos o tres años, y en la EMI debieron de tener una reunión de cazatalentos y de decidir que había que buscar un nuevo grupo que los sustituyera mientras durara ese parón, porque de aquella todavía se vendían discos. Se pusieron a buscarlo y, por lo que sé, primero lo buscaron en Galicia, ya sabes, ¿rollo celta? Galicia.

P.- La jerarquía de lo celta.

R.- Claro, claro. Bueno, pues sé que hablaron con Os Diplomáticos de Monte-Alto y con alguno más de la misma onda: Xenreira y así. El caso es que un buen día estoy en casa y suena el teléfono. Me pongo y una voz de mujer me dice: «Hola, mira, soy de la EMI». Me quedé a cuadros: «¿EMI? ¿La multinacional?». Me dice: «Sí, mira, es que tenemos este problema y queríamos saber si nos podíais mandar algunos discos para ver qué rollo lleváis». Yo le dije que lo sentía, pero que ya teníamos un sello propio, que por una cuestión ideológica no nos sentíamos cómodos trabajando con una multinacional y que no estábamos interesados. La chica entonces insistió: me decía que no me podía negar, que era una oferta muy buena y que podríamos conservar el nombre —que les gustaba mucho, porque era muy sonoro— y el estilo. «Únicamente tendríais que cantar en castellano», me dijo, y ahí ya fue cuando dije: mira, no. Si a la cuestión ideológica se le añade encima la lingüística, esto sí que no puede ser de ninguna manera. El caso es que la chica insistió tanto que acabé decidiendo que, por deferencia, le mandaría unos discos para que viera que aquél no era el grupo que estaban buscando. Cuál no sería mi sorpresa cuando me llama pasado un mes o así y me dice: «Oye, recibí los discos, y jolín, sí que nos gusta, está muy bien». Pero me volvió a decir lo del castellano, y entonces me puse serio: «Que no, de verdad, que no. No estamos interesados». Me insistió diciéndome que podríamos meter una canción en asturiano o incluso, dependiendo del número de canciones, dos, pero me volví a negar, y entonces me dijo: «¡No sabéis a lo que estáis renunciando!». Yo le dije: «¿A vender discos, dices?», y ella me contestó que a eso también, pero que sobre todo estaba renunciando —y te lo digo textualmente— «a chicas aporreándoos las puertas de los hoteles». Le dije entonces: «¿Primero la cuestión ideológica, luego la lingüística y ahora me sales con esto? Mira, estoy sentado en el sofá de mi casa y tengo al lado a mi compañera y a mi hija, que no tiene ni un año, en su habitación. Y los demás miembros del grupo, por el estilo. Así que lo siento mucho, pero no», y colgué. Bueno, pues a la semana me llegaron los discos devueltos y una carta que debe de andar todavía por el local y que decía algo así: «Después de escuchar sus discos, no creemos conveniente que nuestra compañíase los publique» (risas). Después tuvimos unos descojones terribles con aquello de las chicas aporreando las puertas de los hoteles.

P.- Se lo iba a comentar más tarde: ustedes no responden en absoluto al perfil tradicional del malditismo punk; a toda esa subcultura de la droga, la mala vida, etcétera.

R.- Nos lo tienen dicho más de una vez yendo a tocar por ahí, porque es verdad que existe ese estereotipo que en algunos casos fue muy real. Del propio rock radical vasco, hay grupos como Hertzainak o Potato que no lo cumplen, pero también hubo grupos de los que literalmente todos los componentes desaparecieron por sobredosis. Eskorbuto, por ejemplo. Los de La Polla Records también eran unos destroyers. Pero a nosotros nunca nos atrajo el rollo ése del «vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver» ni juguetear con esas cosas. Eso sí, juerguistas como el que más, y te cuento una anécdota ilustrativa. En una ocasión fuimos a tocar a Euskadi a la Feria de Muestras de Bilbao. Era un festivalón inmenso, con cuarenta y tantos grupos tocando en varios escenarios alternativos, cada uno de un rollo. Había un escenario reggae, otro folk, otro de cantautores, otro punk… Y nosotros tocamos en el de rock. El caso es que había semejante cantidad de grupos que todas las pensiones y hoteles de la zona vieja de Bilbao estaban completos cuando llegamos nosotros, que al estar tan cerca fue empezado ya el festival. Nos dijeron que no nos preocupáramos, que nos buscarían un sitio, y hete aquí que cuando llegamos nos meten en un hotelazo de cinco estrellas delante del Guggenheim, con unas vistas increíbles. Pues bueno, llegamos al hotel por la tarde, dejamos las maletas y nos fuimos rápidamente a hacer la prueba de sonido. La prueba se alargó, cenamos y teníamos tiempo antes de que fuera nuestro turno para tocar, pero nos apetecía ver a alguno de los otros grupos. Después tocamos y después encontramos a alguno de los otros grupos y nos apeteció salir un poco por la zona vieja. La cosa se alargó y acabamos desayunando por ahí. Después del desayuno tomamos un vermú y a las doce y veinte de la mañana nos fuimos al hotel. Nos echaron una bronca de la Virgen por llegar tarde, cogimos las maletas y nos metimos en la furgoneta de vuelta para casa. El hotel, al final, ni lo olimos. Nos pagaron un hotel de cinco estrellas para dejar unas maletas (risas).

P.- Es como si, parafraseando el famoso lema de mayo del 68, el lujo les persiguiera, pero ustedes fueran más rápido (risas).

R.- Sí, sí (risas). Pero ya te digo, fuera de eso, nunca fuimos el típico grupo de meterse mierda. Hasta nos aburrían bastante los típicos grupos, tan de pose, que sólo hacen letras sobre la droga. Uno de los que toca conmigo siempre decía: «¡Joder, estoy hasta los huevos de los grupos de la droga! ¡Me drogo, me drogo, me drogo! ¡Coño, mejor para ti, pero déjame en paz!». Y también lo tenemos comentado alguna vez, cada uno es libre de hacer lo que quiera con su vida y con su cuerpo después del concierto, pero encima del escenario respondemos todos de todos.

P.- En 2000 sale al mercado Glaya un país, un disco que supone una importante evolución estilística y técnica con respecto a Dieron en duru: más sonidos folk que en ningún otro disco hecho hasta entonces y una nueva sección de vientos. Hay quien lo considera el mejor disco de la banda.

R.- Sí, efectivamente, tanto la crítica como el público suelen decir que el mejor disco es Glaya un país, en parte porque en él aparecieron temas que hoy son himnos, como Mañana fría. Y sí, sí que fue un salto importante musicalmente: programaciones, la sección de viento, coros, reggae

P.- Y también la nueva gaita MIDI inventada y popularizada por José Ángel Hevia. ¿Qué posibilidades ofrecía el invento?

R.- Lo de la gaita de Hevia vino de que nos encontramos con que la gaita tradicional nos limitaba mogollón todas esas evoluciones que queríamos hacer. La gaita reduce un montón las tonalidades que puedes manejar, se pega musicalmente con los vientos… Pero entonces surgió el invento de Hevia, que ya había pegado el gran bombazo con Tierra de nadie y Al otru llau. La gaita MIDI tenía un montón de detractores entre la gente que venía del mundo folk más tradicional, pero resultaba que nuestro gaitero, Fernando, había ido a clases con Hevia y era muy amigo suyo, hasta el punto de que la segunda gaita que había hecho Hevia se la había encargado a él. Fue con ella con la que grabamos Glaya un país, y nuestro gaitero siempre le dice de cachondeo a los defensores a ultranza de la gaita tradicional y artesanal que su gaita es tan artesanal como la de cualquiera, porque era un prototipo y está hecha a mano piecina a piecina por unos ingenieros informáticos. Esa gaita nos abrió unas posibilidades que no dábamos crédito: tenías a libre disposición todas las tonalidades, todas las notas, podías meter sonidos distintos entre ciento y pico para elegir… Y tuvimos también muchas críticas del mundo folk: «¡Lo que faltaba: primero Hevia y ahora vosotros!», pero siempre explicábamos que la gente tenía que entender las necesidades de unos músicos que querían evolucionar y querían seguir metiendo gaita, pero a los que la gaita tradicional no se lo permitía. La gaita de Hevia estaba pensada para un grupo como Dixebra. Y la seguimos usando. El gaitero que tenemos ahora, Llorián García, combina las dos gaitas: él dice que no quiere perder el gusto de tocar la gaita tradicional y la usa para las canciones más viejas, pero para la mayoría de las demás usa la gaita MIDI.

P.- En 1997 habían celebrado sus diez años de existencia con un espectáculo que participaba de esa misma idea y en el que la tradición y la modernidad se daban la mano, y que tuvo una gran repercusión en el mundo musical asturiano. ¿Cómo lo recuerda?

R.- Aquel fue el primer espectáculo que hicimos, sí. En realidad, fue la primera vez que en Asturias se hizo algo así. Conseguimos hacerlo, una vez más, gracias a Adolfo Camilo Díaz, que nos prestó las infraestructuras del Ayuntamiento de Corvera. Queríamos hacer un espectáculo global, y, por ejemplo, subir por primera vez a un escenario a una banda de gaitas. De aquella, las bandas de gaitas se limitaban a hacer los desfiles tradicionales, y los pocos discos de bandas de gaitas que había eran percusión, gaita y ya. No es como ahora, que las bandas de gaitas colaboran con grupos de tipo, meten programaciones y demás. Nosotros subimos al escenario a Tabladar, la banda de los hermanos Tejedor, que todavía existe. Estuvimos tocando con ellos el otro día. También metimos una sección de viento completa —saxo, trombón y trompeta— que vino para aquel concierto y después ya no se fue más. Agus Lara y Eladio Díaz siguen tocando con nosotros, y trombón viene cuando puede. Y metimos también acordeón, violín… Por otro lado, trajimos también al grupo de teatro Nun Tris, que hizo varios sketches a la vez que nosotros tocábamos. Por ejemplo, cuando la canción de Tolos cartelos, que reivindica que los carteles de las carreteras lleven la toponimia tradicional, representaban a unos que llegaban de noche y borraban un cartel. Y cuando Nun llores, se ponían a hacer una barricada delante nuestra con sacos, neumáticos y demás. También pusimos a un grafitero a hacer en un panel detrás nuestro un dibujo grande que al final se veía que era la estrella de Dixebra. E hicimos también proyecciones. Recuerdo que antes de Maizón pedimos silencio y un poco de respeto y pusimos en pantalla al príncipe y hoy rey, con trece años, leyendo su primer discurso en el Campoamor y diciendo una pequeña frase en asturiano. Claro, la peña imagínate: ¡unos silbidos…! Menos mal que de aquella había más libertad de expresión que hoy. Si lo hiciéramos ahora, tengo miedo de que acabáramos viéndonos delante de la Audiencia Nacional. Por otro lado, de aquella el tema de los sidros no funcionaba, pero Pablo Canal, que es quien lo lleva ahora, rescató un par de trajes para meter a los sidros en aquel concierto. Luego volverían a estar en el espectáculo de los veinte años. En fin, fue algo completamente novedoso. Las mil y pico personas que estaban en aquella carpa, al menos, suelen recordarlo así.

P.- Aquel año también fueron el primer grupo de rock asturiano en participar en el Festival Intercéltico de Lorient, y cosecharon muy buenas críticas, ¿no es cierto?

R.- Sí, sí. Y también hubo críticas. Recuerdo que en los foros de asturies.com había gente que clamaba que cómo podía la organización llevar al festival a un grupo de música asturiana que no hacía música asturiana. Lo de siempre: los cánones, los dogmas… Nosotros no éramos puros, no seguíamos los dogmas del asturianismo musical y, por lo tanto, no hacíamos música asturiana por más que fuéramos asturianos, que cantáramos en asturiano, que usáramos instrumentos tradicionales asturianos y que habláramos de Asturias.

P.- Otro hito más de aquel año, en este caso no de Dixebra, sino de L’Aguañaz: la recopilación L’asturianu muévese, en la que veinte bandas de rock de toda España cantaron sus temas en asturiano. ¿Cómo se gestó el proyecto? ¿Cómo se desarrolló?

R.- Se gestó de una manera muy natural. Habíamos coincidido con la mayoría tocando. Con Os Diplomáticos habíamos coincidido varias veces y yo mantenía muy buena relación con Antón Reixa. También la tenía con Evaristo, de La Polla Records; con Boikot habíamos tocado, con Koma también, con Ixo Rai!, con Siniestro Total… Con los Celtas Cortos no habíamos llegado a tocar, pero yo sí había coincidido en algún concierto con Jesús Cifuentes. La producción la llevamos tres personas. Ellos mandaban su letra, nosotros la traducíamos al asturiano y luego comentábamos la cosa por teléfono, qué os parecería cambiar esto, qué os parecería añadir aquello, … Lo más difícil fue el euskera, por motivos obvios. La métrica del euskera no casa ni de coña con la del asturiano, y la letra de la canción de Π L. T., Dios yá morrió, es completamente nueva con respecto a la original, Hil da jainkoa. El título es parecido, y en el estribillo se repite, pero el resto de la canción no tiene nada que ver. Lo comentamos con ellos y no tuvieron ningún problema.

P.- Es como si hubiera una internacional estatal de bandas.

R.- Somos muy colegas, sí. A fuerza de tocar juntos fuimos haciéndonos muy amigos de Fermín Muguruza, de Josu Zabala y de un montón de peña. Con Evaristo nos llevamos de cine, y fuimos colaborando más veces desde entonces. Para Sube la marea, un disco de 2002 que grabamos con Kaki Arkarazo en los Estudios Garate de Andoain, cerca de Donosti, lo trajimos a cantar Dime cómo ye, la canción dedicada a Mejuto, el policía que perdió el tolete. Recuerdo que apareció por allá con una chupa de cuero con imperdibles, rollo punky, que por detrás tenía pintado en la espalda con un pincel blanco: «No me aburras». Nos explicó que estaba hasta los huevos de que cada vez que lo vieran le dieran la brasa con que si la droga, que si una foto, etcétera, y que cuando eso, se daba la vuelta y señalaba el cartel (risas). Evaristo es tremendo. Recuerdo también una vez que tocamos juntos (y con Os Resentidos, y no sé si también Potato) en la plaza de toros de Gijón y la gente de La Polla apareció por allí en una furgoneta. Nos acercamos con los instrumentos y de pronto oigo a Evaristo decir: «¡Bomba! ¡Bomba! ¡Bomba!». Y en esto aparece una perrita. ¡La perra de Evaristo se llamaba Bomba! Le decimos: «Oye, Evaristo, esto no lo harás en Euskadi, ¿no?». Estábamos en plena actividad de ETA todavía. Y Evaristo nos dice: «¿El qué? ¿Llamar Bomba a la perra en la plaza del pueblo? Pues claro, ¿cuántas veces?». Le dijimos: «Joder, Evaristo, ya son ganas de tocar los huevos…» (risas). Otra anécdota de Evaristo: él tuvo a su primer hijo algo así como un año antes de que yo tuviera a mi hija, y un día, recién nacida la cría, oigo el timbre en casa y aparece el cartero con un paquete envuelto en hojas de Egin. Le doy la vuelta y veo que es de Evaristo. «Coño, ¿qué mandará aquí Evaristo?». Encuentro una crema y una nota que dice: «Toma, Xune, para la tripita de tu compi». Era un ungüento que hacía una señora de su pueblo para que a las embarazadas no les salieran estrías después del embarazo (risas).

P.- Para L’asturianu muévese, usted se pasó varios fines de semana viajando por toda España para grabar las canciones con las bandas seleccionadas, previo ensayo de la pronunciación, ¿no es así?

R.- Sí. De aquella no había Internet y era todo vía correo y por teléfono. Cuando ya estaba todo listo, tenía que ir físicamente a todos los estudios en los que el disco se grabó. Había momentos en que ni me acordaba de adónde me tocaba ir y tenía que preguntar: «Oye, yo este fin de semana, ¿adónde coño voy, a Zaragoza o a Barcelona?». Y una vez allí, ensayaba la pronunciación con ellos y lo trabajábamos hasta que pegara bien. La verdad es que fue mucho trabajo, pero muy gratificante. La gente puso todas las facilidades. Fíjate, Siniestro Total no es que tradujera una canción, es que nos ofreció una inédita y que sólo apareció en ese disco: Collaciu, que era una adaptación de Junco partner de The Clash. «Perhí, perhí vien el mio collaciu/ vien al debalu de tantu que fumó./ Ehí vien canciando al altu la lleva/ esti cantu de collacios qu’él me deprendió». Es decir, los frikis siniestrófilos tienen que comprar ese disco para encontrar esa canción. Pero no sólo eso, no nos cobraron el estudio, igual que no nos lo cobraron Os Diplomáticos. Negociaron con sus estudios, el de Siniestro Total nos lo ofrecieron gratis.

P.- El disco funcionó muy bien.

R.- Sí, sí. De aquella igual se vendieron seis o siete mil copias sólo en Asturias, y después hubo canciones de aquel disco que sonaban más que las originales. Ibas a las fiestas de Bilbao y en las txosnas se escuchaba más Dios yá morrió que Hil da jainkoa. Era una cosa muy llamativa. También nos pasó que incorporamos Gaiteru, la traducción de Gaiteiro, de Os Diplomáticos, a nuestro repertorio y la gente acabó pensando que era nuestra. En fin, efectivamente, el asturiano se movió mucho. Mira, otra anécdota. Para aquel disco queríamos también a los Celtas Cortos, pero coincidió con aquel momento que se tomaron de parón. El caso es que yo, circunstancias de la vida, estoy casado en Porrúa: mi compañera es de allá. Y Cifuentes tenía y sigue teniendo una casa en Potes y solía bajar al mercado astur que hacen en Porrúa. Un día me lo encontré por allá. Charlamos un rato y nos dimos los teléfonos. Lo del disco fue poco después, y yo pedí permiso a la discográfica para poder contar con Cifuentes, que estaba a punto de sacar en solitario El caimán verde, pero me dijeron que ni de coña. Entonces llamé a Cifu y le comenté el problema. Bueno, pues a los dos días me llaman de la discográfica y me dicen que quiénes diablos éramos, que el Cifu se había puesto hecho una furia y que vale, que sí, que podíamos contar con él, pero con dos condiciones. La primera era que no podía aparecer Jesús Cifuentes en grande en la carátula. Les dije que no se preocuparan, que éramos ciento y la madre y que íbamos a aparecer todos con la misma tipografía. Y la segunda condición era que no podíamos utilizar la canción como single. Tampoco nos importaba, y al final Cifuentes pudo participar.

P.- ¿Hubo algún grupo con el que contaran que al final no pudiera participar?

R.- Hubo uno que no quiso: Def con Dos, y además un poco de aquella manera. Con ellos no habíamos llegado a tocar nunca y no teníamos relación, pero resultó que venían a tocar a Avilés a lo que luego fue Quattro, que entonces no recuerdo cómo se llamaba. ¿Fresas? ¿Paradise? No sé. Bueno, pues fuimos a verlos y a hablar con ellos. Les dijimos: «Mirad, hay este proyecto y van a tocar Siniestro Total, La Polla Records, Jesús Cifuentes, Boikot, Los Enemigos, Heredeiros da Crus, Su Ta Gar… Se trataría de sacar una canción en asturiano, ¿queréis participar?». Nos dijeron que habláramos con el manager y el manager nos dijo que no lo veía. Bueno, pues no paso un mes y Def con Dos sacó Ultramemia, un single en las cuatro lenguas oficiales del Estado: castellano, gallego, euskera y catalán.

P.- Eso que pasa tantas veces de que se reconozca la pluralidad lingüística de España, pero ciñéndose y no asomando el hocico fuera de las lenguas oficiales, como cuando el Rey hace un saludo plurilingüe olvidando la lengua de la que fue su Principado.

R.- Sí, sí.

P.- El disco tuvo mucho éxito, y le llegaron a hacer una entrevista en la TV3 catalana, que le pidió expresamente que se expresara en asturiano.

R.- Me entrevistaron no sólo en la televisión catalana, también en las públicas de Galicia y de Euskadi. En la televisión gallega hablé en gallego, porque eu falo galego: mi madre es de Taramundi y yo aprendí el gallego ya de mayor, pero lo aprendí bien. Siempre que doy alguna entrevista allí, la doy en gallego. De hecho, hay mucha gente allá que piensa que yo soy gallego. En Euskadi hablé castellano, claro, y en Cataluña también iba a hacerlo, pero me pidieron expresamente que la hiciera en asturiano. Me dijeron: «Nosaltres parlarem en català, t’importa parlar tu en asturià?». Y yo, encantado.

P.- La prensa asturiana, sin embargo, le dispensó menos atención. Usted llegó a denunciar el «apartheid cultural» que, a su juicio, se perpetraba contra quienes utilizaban el asturiano como vehículo cultural.

R.- Los medios de comunicación del establishment asturiano eran total y absolutamente refractarios a lo que hacíamos, sí. Sigue siendo así en cierta medida, y se está viendo ahora con la polémica renovada sobre la cooficialidad. Hay unas élites, un establishment político-cultural, que no rompió con las dinámicas que se crearon en la Transición, y yo creo que sigue pudiendo hablarse perfectamente de apartheid. No me gustan nada las palabras gruesas, y el apartheid fue una cosa muy espantosa que puede parecer muy exagerado aplicar a lo que pasa aquí, pero creo que es una buena metáfora para que la gente entienda de qué hablamos. En Sudáfrica, había una supuesta democracia, pero los negros sólo podían votar en los llamados baluchistanes, que eran el requexín de ellos. En la política grande no tenían arte ni parte. Pues bien, eso es exactamente lo que pasa con el asturiano. Hay el requexín del bable y el de la gaita, pero cuidado con que osemos jugar a lo grande, aspirar a lo universal y salirnos de él. Yo siempre digo lo mismo: ¿Quieres que te den un premio oficial de algún medio de comunicación prestigioso? Pues no te dediques jamás a trabajar con la cultura y la lengua asturianas. Si lo haces, olvídate. La lengua y la cultura asturiana siguen siendo una cosa residual, anecdótica. No hay, ni lo ha habido en cuarenta años, un verdadero plan para poner a la cultura asturiana al nivel de la gallega, donde el Partido Popular sí apostó por hacer del y de lo gallego una cultura universal con campañas como Galicia calidade y otras cuestiones. Y a veces, no es ya que se menosprecie la cultura asturiano, sino que directamente se la ningunea. Nosotros llegamos a ver cómo le dedicaban una hoja entera a un grupo que, cantando en inglés o en castellano, había llenado una sala de trescientas personas. Sin embargo, a nosotros, que habíamos metido tres mil quinientas en la plaza del Parche de Avilés, casi ni nos mencionaban. Y eso que nosotros sí que con el tiempo logramos meter un poco la patita en los grandes medios. Era tan flagrante que no hablaran de nosotros, que empezaron a hacerlo. Pero de ahí, para abajo.

P.- Ignaciu Llope me contaba que a Fernando Neira, el periodista musical de El País, le llegó en un momento dado la consigna de que no podía hablar de nada que se hiciera en Asturias con un propósito identitario. El argumento era que no se le podía crear al Estado un problema nacional más.

R.- Sí, sí. En eso bebían del franquismo, que obsesionado por desactivar toda posible relación entre elementos identitarios y cuestiones políticas, impulsó cosas como los coros y danzas de la Sección Femenina. Una folclorización total y absoluta de las lenguas y las identidades para que no salieran de ese requexín. Consciente o inconscientemente, se sigue bebiendo de ese modelo que no entiende realmente lo que es una lengua y lo que es una cultura. Yo esto lo discuto mucho con los concejales del PP de Avilés: «Oigan, yo puedo ser, como dicen ustedes, separatista, pero el asturiano, no. La lengua asturiana, no. Ustedes contra mí pueden cargar con todo lo que tengan y verme como un adversario político que efectivamente está en las antípodas de lo que ustedes representan. Pero la lengua asturiana es tan suya como mía». Yo creo que esas oposiciones furibundas se derivan de la pura ignorancia. Ellos hacen reglas de tres ridículas, como que la lengua lleva inevitablemente al nacionalismo, y el nacionalismo lleva inevitablemente a las bombas. Y la cosa no funciona así. Sobre el propio nacionalismo habría mucho que decir. Ellos suelen poner el ejemplo de Yugoslavia, y yo siempre digo: «¿Quieren que hablemos de Yugoslavia? Bueno, pues venga, hablemos». Yugoslavia era un país que agrupaba, desde la Segunda Guerra Mundial, a todos los eslavos del sur. Funcionaba como una confederación. Cada uno tenía su propio gobierno y sus propias historias, y por encima estaba Tito. Y era un régimen socialista, pero no era el socialismo de Enver Hoxha. Los ciudadanos de Yugoslavia podían entrar y salir del país, y demás. Ojo, yo no defiendo a Yugoslavia. Sé perfectamente que también había presos políticos. Pero no nos andemos con reduccionismos. Yugoslavia era un modelo que tenía mucho en lo que mejorar, pero desde luego no era el socialismo asfixiante de otros lugares. No era la Camboya de los jemeres rojos, que es otra cosa que te sacan a veces: «¿Eres socialista? ¡Pues vaya las que armó Pol Pot,  la mayor matanza de todos los tiempos!». En Yugoslavia no hubo una Primavera de Praga, ni nada de eso. ¿Quién destruyó la antigua Yugoslavia? Pues el nacionalismo estatalista e imperialista de Alemania, de Rusia, de Estados Unidos, etcétera, que azuzó los locales porque temía que Yugoslavia, que era un país grande, próspero y con muchos recursos, se convirtiera en una potencia regional.

P.- Sobre el nacionalismo de la derecha y sus derivaciones violentas históricas, también habría mucho que decir.

R.- Claro. A mí no me gusta ponerme a hablar de cifras, pero si nos ponemos a contabilizar quién mató más… El nacionalismo vasco causó ochocientos y pico muertos y el IRA irlandés muchos más, sí, pero, ¿a cuánta gente han matado los nacionalismos imperialistas? Y ETA y el IRA no dejan de ser excepciones. La mayor parte de los nacionalismos pequeños —llamémoslos así— nunca mataron a nadie. Yo, desde luego, estoy por un nacionalismo, si es que estoy por alguno, cívico, integrador y en el que ninguno de sus habitantes sea discriminado por razón de sexo, raza, religión, etnia o procedencia geográfica. Los nacionalismos étnicos y esencialistas no van conmigo, pero es que no van con casi nadie. Son ya muy residuales.

P.- Lo ha mencionado ya. En 2002 publican Sube la marea, un disco que se cierra con Díes de comedia, un tema que mantiene el buen humor y el carácter burlesco de sus primeros discos, pero que marca una suerte de internacionalización temática de la banda con canciones como Ezeiza, un tema en solidaridad con la situación de los trabajadores argentinos y la mala situación que atravesaba el país en aquel momento.

R.- Y nos lo echaron en cara, también. Sube la marea seguramente sea el disco más maltratado de Dixebra. Nos dijeron que era nuestro disco menos identitario. Y es verdad que llevábamos tiempo diciendo de broma: «¿A que no hay narices a hacer un disco en el que no aparezcan las palabras Asturias ni asturiano?». Era una especie de reto. Y en este disco, sí que hay canciones sobre Asturias, como Si vienes, que está escrita por Xandru Fernández, y dedicada a la gente que viene a este país y tal, o Mejuto, que nació de una engarradiella entre los antidisturbios y los del naval, pero tampoco es que hablemos concretamente de Asturias. Sabe que va sobre Asturias el que está pendiente, pero no se pronuncia la palabra Asturias en ningún momento. De todas maneras, volvemos a lo de siempre. ¿Qué mas seña de identidad quieren esos críticos que lo que se cuente, se cuente en asturiano?

P.- El siguiente disco, de 2005, es Ensin novedá. En él recuperan potencia rockera y la línea más crítica y comprometida. Introducen también curiosos samples entre canciones consistentes en grabaciones de voz de personajes tan dispares como el subcomandante Marcos o Santiago Carrillo.

R.- Eso fue cosa mía. Mientras los demás se dedicaban a letras, arreglos, mezcla y demás, yo me lancé a una labor de búsqueda de cosas interesantes que meter ahí. Metimos, por ejemplo, el Axuntábense, el mítico cantar de chigre del siglo XIX, con el que introducíamos El vieyu combatiente para dar una idea de conexión entre aquella tradición coral, colectiva, y el nuevo axuntábense de los trabajadores en lucha. Metimos también un sample de Lorenzo Novo Mier hablando de la musiquina del asturiano, de que el asturiano no era sólo gramática y léxico, sino que tenía una musiquina especial que había que dominar para hablarlo bien.  Y sí, también un sample grandísimo de Santiago Carrillo diciendo que la crisis de Asturias no era sólo regional, sino universal. En Asturias somos grandones hasta para las crisis. Hasta en la República Galáctica de La guerra de las galaxias conocen la crisis asturiana (risas). También metimos un cachín del subcomandante Marcos y un montón de historias más. La idea era interconectar Asturias con todo el resto del mundo, conectarla con lo que pasaba en Chiapas, en el Sáhara, etcétera. También volvimos un poco a la ironía, que es una de las marcas de Dixebra y que en este disco, además de en los samples, está muy presente en Pal Caribe.

P.- Ésa es la canción en la que un prejubilado de la mina se va al Caribe y se hace rastafari, ¿no? (risas).

R.- A Jamaica, sí (risas). Queríamos recuperar un poco ese registro irónico, porque los dos discos anteriores, Glaya un país y Dieron en duru, habían sido discos bastante duros. Y no sólo duros: hoy, visto lo visto, probablemente estaríamos ante algún juez tiquismiquis de la Audiencia Nacional por alguna de las letras de aquellos discos. En Dieron en duru, sobre todo, hay canciones en las que se habla de las barricadas y se llama a ello. Y en Tolos cartelos animamos a que se destruya mobiliario urbano y decimos: «Nós nun naguamos pola reconocencia, namái por afechar col sistema/ y encuantes ablayemos d’esborronamientos pasaremos a otros términos».

P.- Se cuenta que la grabación del disco fue muy tensa.

R.- Ensin novedá fue el disco que estuvo a punto de hacer saltar por los aires a Dixebra. Fue una grabación muy tensa, sí. Hasta entonces, habíamos entrado a los estudios de grabación casi para cumplir un trámite, teniendo claro que lo que realmente nos gustaba era el directo y hasta dónde podíamos llegar. Pero en Ensin novedá ya éramos conscientes de que todos podíamos hacer otras cosas, de que yo podía cantar de otra manera, de que los vientos podían hacer otros arreglos, de que las guitarras podían tocarse de otra forma, de que podíamos hacer algo más funky y no un mero puncha, puncha, puncha de tres minutos de estrofa, estribillo, estrofa. Todos queríamos dar el cien por cien de cada uno, y claro, ponerse nueve personas a entrechocar sus ideas particulares sobre lo que podía hacer sólo puede ser un polvorín. Unos querían avanzar por aquí, otros por allá; a unos les ilusionaban unas determinadas cosas que otros no veían claras para un grupo como Dixebra. Yo no me sentía a gusto cantando de determinada manera, otro pensaba que los coros estaban demasiado perfumados, como decía Fernando… Había temas de cuarenta pistas, cuando hasta entonces, fieles a los principios del punk, metíamos media docena y p’adelante. Se generaron unas tensiones tremendas y días de marchar del estudio, de dejar de grabar, de discusiones a voces, de tener nuestros más y nuestros menos a nivel personal, de dormir mal pensando si aquello se había acabado… La suerte que tuvimos fue que nuestro productor, Sergio Rodríguez, supo cómo intervenir. En un momento dado, nos dijo: «Todos para casa, todos fuera. Si necesito que venga alguien, ya lo llamo yo, pero va a venir él solo». Lo hicimos así. En un momento dado, llamaba al guitarrista y le pedía que volviera a tocar no sé qué parte. En otro, me llamaba a mí y me pedía que volviera a cantar tal canción.  Al final salió un disco de putísima madre, claro. Y también aprendimos a ir al estudio y una cosa muy importante, que cada uno tiene su función y no todo el mundo sabe de todo. Que podemos ser muy buenos músicos, pero unos productores nefastos. Tú puedes saber tocar muy bien la guitarra, pero no tener ni puta idea de cantar, y al revés. Sergio nos lo demostraba perfectamente. Nos decía: «Mirad cómo suenan los arreglos de viento estando todos y cómo suenan viniendo ellos solos». La primera versión no estaba mal, pero la segunda siempre molaba mucho más. Fue duro, la verdad. Pero igual que te cuento que fue duro, te puedo contar que después de aquel disco nos unimos mucho más y que nunca hemos vuelto a tener ningún problema de ese tipo.

P.- En 2006 publican un disco en directo, N’acción, y en 2006 un disco homenaje donde veintiún grupos del panorama musical asturiano hacían versiones de canciones del grupo: ¡Salú ya dixebra! Perversiones. ¿Se sienten una suerte de papas del Vaticano musical astur, un espejo en el que mirarse tal como para ustedes lo fueron los rockeros vascos de los ochenta?

R.- Nosotros, desde luego, procuramos comportarnos como si fuéramos un grupo que acabara de aparecer. Cuando tocamos con más gente, la prueba de sonido es la misma, y si la batería se puede compartir, pues se comparte. Y si a tal o cual grupo se le jodió el amplificador, pues le prestamos el nuestro. En los años ochenta, con todos esos grupos de los que hablábamos antes, teníamos esa relación. Cuando tocábamos detrás de La Polla Records, que era la gran estrella de todos los festivales, ellos nos decían: «Oye, joder, ya que lo tenemos montado, tocad con lo nuestro, ¿para qué andar cambiando todo el tinglado?». Ese espíritu, nosotros lo seguimos manteniendo. Por otro lado, sería falsa modestia que negáramos que ahora hay grupos que son punteros en todo el Estado, como Desakato, que antes de que fueran conocidos en todo el Estado hacían versiones de Dixebra y nos tenían como referente. Incluso grupos como Obrint Pas, del País Valencià, que han tenido repercusión sobre todo en la zona catalanohablante, pero también fuera, cuando coincidimos por primera vez en un escenario vinieron a saludarnos y a decirnos: «¡Meca, Dixebra! Nosotros crecimos escuchándoos». Y eso es un orgullo.

P.- En Obrint Pas, de hecho, la influencia de ustedes es bastante clara. Utilizan en sus canciones una especie de flauta tradicional catalana cuyo aporte recuerda mucho al de la gaita a las canciones de Dixebra.

R.- Ellos usan mucho la gralla y la dolçaina, que son dos instrumentos tradicionales de allá, sí. Y alguna vez nos han dicho que, efectivamente, nos tomaron a nosotros como referencia. También hay un montón de grupos gallegos que salen ahora y que citan a Dixebra entre sus referentes. Vamos a tocar a Bretaña y hay un montón de grupos ahí que están de oír a Dixebra. No hay grupo que aparezca en Asturias con mensaje social reivindicativo que no remita, más o menos, a Dixebra. La verdad es que presta.

P.- En 2008 representaron a la lengua asturiana en el concurso de lenguas minorizadas Liet International, donde quedaron segundos con el tema Indios.

R.- Aquello fue toda una experiencia. Siempre decimos lo mismo cuando nos comentan que no deberíamos cantar en asturiano, porque nos cierra puertas. A nosotros nos las abrió hasta Laponia. Caminando hacia el norte, más lejos no podemos llegar. Lo siguiente ya es el Polo Norte. Que el asturiano cierra puertas es otra de tantas falacias que circulan sobre la llingua, como sobre todas las lenguas minorizadas. A ese concurso van grupos friulanos, corsos, como Jacques Culioli, que fue quien ganó aquel año. Van de Udmurtia, que es una república de Rusia… Es una cosa muy bonita y, por cierto, una impugnación de esa idea de que la lengua conduce al nacionalismo, y el nacionalismo a la exclusión. Allí había un montón de pueblos europeos reunidos en la mayor armonía y, entre ellos, Asturias.

P.- Y con una canción que de alguna manera resume cabalmente la asturianidad internacionalista que la banda ha venido reivindicando en sus canciones a lo largo de los años. Indios, que está escrita, como no podía ser de otro modo, en asturiano, pero que denuncia las burlas que sufrían los coreanos, o sea, los inmigrantes del resto de España que llegaban a trabajar a Avilés en los años cincuenta, y a los que se llamó así porque sus míseras condiciones de vida recordaban a las de los refugiados de la guerra de Corea. Su nacionalismo es un nacionalismo que defiende y homenajea a esa gente a la que vertientes más esencialistas del propio nacionalismo desprecian. Heribert Barrera, líder histórico de Esquerra Republicana de Catalunya, decía que nada ganaba Cataluña con que se bailaran más sevillanas.

R.- Por supuesto. Fíjate, a Liet International, este año, va un grupo, Pira, que canta en arrumano, una variedad del rumano. Y ahora estamos recibiendo mucha inmigración rumana. Si este año Dixebra fuera a ese festival, cantaríamos codo con codo con ellos, y lo haríamos encantados. El nacionalismo puede ser exclusión, pero también puede ser hermandad y solidaridad entre pueblos.

P.- En 2009, nuevo disco: Amor incendiariu, título que es también el de una canción que habla de cómo una generación de asturianos se enamoró de las luchas obreras de los ochenta y noventa. ¿Se puede decir que aquella nostalgia de la Asturias rural que ustedes rechazaban en Pallabres vieyes a través de la letra de Andrés Solar ha acabado teniendo un correlato en cierta nostalgia de la Asturias industrial y de una lucha recordada en términos melancólicos, y no como un pasado presente? «Nun tán los tiempos pa cantar epopeyes, cuando yo era neñu cuntaben bien d’elles, d’un pueblu dignu armáu hasta los dientes que vendía l’alma por un puñáu d’idees», cantaban ustedes en Esto ye Asturies.

R.- En cierta manera sí. Las luchas siguen, siguen incluso en el campo, pero hay cierta mistificación y mitificación, las dos cosas, de las de los ochenta y los noventa. «¡Aquello si que eran luchas, cuando se cortaba toda Asturias y nos pegábamos con la Policía Nacional todos los jueves!» y no sé qué más. Nosotros, la verdad, no somos nada nostálgicos, ni creemos que cualquier tiempo pasado fue mejor. Yo creo que ahí está una de las razones por las que Dixebra ha pervivido todo este tiempo. No somos así ni siquiera en lo personal. Yo no añoro tener veinticuatro años y poder aguantar dos días de fiesta y después dar un concierto, y como grupo tampoco tenemos esa añoranza. Seguimos activos y sabemos reciclarnos. Ahora vamos a ponernos a preparar un disco nuevo y va a incluir letras del 2018, no de no sé qué tiempos dorados. Pero otros sí que tienen ese tipo de ensoñaciones, que yo creo que son muy perniciosas. Nuberu, por ejemplo —con todos los respetos, porque es un grupo que a todos nos influyó mucho, si no en lo musical, sí en lo ideológico—, es muy así. La ensoñación permanente, la apelación permanente a la lucha obrera de la Asturias pasada. Que si el treinta y cuatro, que si la fuelgona… A nosotros nunca nos gustó caer en ese tipo de historias.

P.- De todas formas, ustedes son capaces de hacer las dos cosas, es decir, canciones sobre las luchas de más rabiosa actualidad y otras sobre las luchas pasadas. En 2014 publicaron Tiempos modernos, un disco centrado en la presente crisis económica en el que destacan canciones como Nueva economía, Banqueru o Don Vito, pero también otras como Caballu al verde o A golpe de tacón, que homenajea el papel de las mujeres en las huelgas de los sesenta.

R.- Fíjate, las dos las escribió Primi, nuestro guitarra, que es sindicalista. Fue de Comisiones Obreras y ahora milita en la Corriente Sindical d’Izquierda. Y con respecto a A golpe de tacón, nos contaba que, estando una vez en una concentración delante de la casa sindical, aquí en Oviedo, aparecieron unas señoras de la cuenca y se pusieron a tirar maíz. Él preguntó por qué y le dijeron que era lo que hacían aquellas mujeres en los sesenta contra los esquiroles: les tiraban maíz para llamarlos gallinas. Y la canción salió de ahí. O sea, de algo del pasado reproducido en el presente. Hay un hilo que lo conecta todo. Caballu al verde, si te das cuenta, empieza hablando de un personaje que «trai con él una novela y otra qu’arrastra que nun se zarra», y luego conecta con la historia de un luchador, Alfredo Piloñeta, que murió cantando  ante el pelotón de fusilamiento una tonada asturiana que se titulaba así, Caballu al verde. La canción dice: «Tendremos de ser como’l que cantaba Caballu al verde delantre la muerte, al altu la lleva, a la espera d’una bala: “El que tien ye’l que pierde”».

P.- Que es un trozo de la propia tonada: «Una nueche de branu llevé’l mio caballu al verde. El caballu morrió, el que tien ye’l que pierde». Yo la interpreto así: el caballo es el compromiso político y llevarlo al verde es llevarlo hasta sus últimas consecuencias. Y al hacerlo uno puede morir, pero el que tien ye’l que pierde: muere quien vivió; y no luchar es también una forma de muerte en realidad.

R.- Sí, sí, eso es. Piloñeta, cantando aquella tonada que él cantaba cuando estaba contento y feliz, dio una lección de optimismo radical que vale para hoy. El mensaje de la canción es que hay que seguir siendo así, no abandonarse a la nostalgia, sino seguir luchando con la conciencia de que hubo gente que luchó antes y aplicar las lecciones que nos dieron. Siempre que conectamos con la tradición, lo hacemos con una visión actual. Y últimamente procuramos hacerlo a través de personajes reales y concretos. Nuestras canciones siempre han hablado de lo colectivo, pero con el tiempo fuimos pasando a ejemplos concretos. Escogemos a un individuo y le hacemos reflejar la cuestión colectiva sobre la que está escrita la canción. Otra canción nuestra, Nenos de la cai, está escrita a partir de un nenu de la cai concreto que va pidiendo por la estación; y Wilma Loulé habla de la inmigración, pero de una inmigrante concreta de Cabo Verde que pedía en el Fontán.

P.- En Amor incendiariu habían introducido también nuevos instrumentos, tales como el bouzouki y el violín, y una canción interesante: Blancos andantes. En ella critican a quienes montan «trincheres de banda ancha» y se ocultan tras un nick para poner a parir por Internet a quienes se lo curran honestamente. ¿Cuánto han sufrido ustedes esa clase de críticas?

R.- Pues muchísimo. Las sufrimos como grupo y las sufro yo en mis propias carnes como cantante de Dixebra. Me ha llegado a pasar que estando en un bar de Oviedo, L’Esperteyu, tuviera que salir Armando de detrás de la barra porque había venido un tío a decirme que era un puto traidor. Está uno tomando algo tranquilamente y de repente aparece alguien de la nada a llamarlo traidor. Y ése, al menos, tuvo el valor de venir a llamármelo en persona, pero en Internet estas cosas se multiplican exponencialmente, y con cosas delirantes. Hubo momentos concretos en que la cosa llegó a ser muy irrespirable. De mí, se llegó decir por ahí que tenía a mi hija en un colegio privado. Y es mentira, mi hija ha ido toda la vida a la escuela pública, porque yo defiendo la escuela pública. Pero si no fuera así, ¿qué? ¿Quién no tiene contradicciones? Yo las tengo, claro que las tengo. Nadie está dándolo todo al cien por cien cada minuto de su vida. Pero yo creo que tanto mi trayectoria como la de Dixebra han sido lo bastante coherentes como para que no pueda venir nadie a llamarnos traidores. Y mucho menos como decimos en la canción: «catalogando blancos andantes pa dispara-yos cuando nun tean delantre».

P.- Volviendo a Tiempos modernos, el título no es baladí: hace referencia a la famosa película de Chaplin. La crítica que en ella se hacía —aquel trabajador que enloquecía apretando tuercas sin parar en una cadena de montaje— sigue siendo tan pertinente como en 1936, aunque hoy la opresión capitalista no se sufre en la vieja fabricona, sino que proviene de una nueva economía que nos ha de convertir en «un país de camareros, dependientes del Eroski, vixilantes de la ORA, gondoleros dalgún día».

R.- Efectivamente, trabajadores mal pagados del sector servicios. De hecho, la carátula es un rebaño de ovejas y una fábrica, pero las ovejas no entran en ella, sino que salen de ella. Seguimos siendo ovejas en rebaño, tal como nos contaba Chaplin. De hecho, probablemente hoy seamos más ovejas y más manada que entonces, por más que el capitalismo nos haga creer que somos linces. Tal como tú dices, seguimos necesitando la lucha colectiva, pero hoy el proletariado ya no está tanto en la fabricona, sino que los proletarios son los camareros, las kellys, que ya ves como están, etcétera. A lo de los gondoleros nos dio pie el comentario de Pilar Varela, entonces alcaldesa de Avilés, cuando dijo que quería hacer de Avilés la Venecia del norte. Nosotros siempre deicmos que las letras de Dixebra no son mérito nuestro, que se hacen solas con determinados titulares y noticias de los periódicos. ¿Te imaginas las góndolas navegando por la ría llena de mierda?

P.- En 2017 han publicado una especie de álbum antiálbumes titulado Dalgo vieyo, dalgo nuevo, dalgo emprestao. Lo vieyo era Da-yos caña, una de sus primeras canciones; lo emprestao, un tema tradicional irlandés adaptado a Asturias; y lo nuevo, un tema que resume metafóricamente sus treinta años de trayectoria. De alguna manera, ese título resume toda su carrera, ¿no le parece? Han hecho cosas nuevas por la música asturiana desde la no renuncia a lo tradicional y el desprejuiciamiento hacia el mestizaje. Dixebra es tonada asturiana, es The Clash y es aportes nuevos.

R.- Eso se nos ocurrió en Villaviciosa hace un par de años, tomando unas cervezas antes de un concierto, tras la prueba de sonido. Habíamos ido a tocar al Festival Internacional de la Gaita, el FIGA. Charlando un poco sobre algo nuevo que pudiéramos hacer en 2017, se nos ocurrió que podíamos recuperar también alguna canción antigua.Y entonces alguien dijo de coña: «Joder, algo nuevo, algo viejo… Habrá que hacer también algo prestado, ¿no?». Ahí fue cuando se nos iluminó la bombilla. Lo nuevo es Sigue’l tren, una canción sobre la historia de Dixebra; lo viejo al final fueron dos dalgos vieyos: un arreglo nuevo de Da-yos caña y Esto ye Asturies. Y lo prestado es una versión de una canción tradicional irlandesa de principios del siglo XX titulada New York girls, que popularizó la Oysterband, que tocó también The Clash y otros grupos que nos gustaban y que habla de la llegada de los inmigrantes irlandeses a Nueva York, todo aquello de cuando pasaban por la isla de Ellis para conseguir los papeles para cruzar al continente. Lo que hicimos nosotros fue añadirle a esa letra lo que pasaba en Asturias mientras aquellos irlandeses llegaban a América, o sea, la transformación del campo con la llegada de las minas y todo un aluvión de inmigrantes que venían a trabajar a ellas. El disco se regaló en el último concierto del Tour 87-17 y se difundió, sobre todo, a través de las redes sociales.

P.- ¿Han abandonado definitivamente, o van a abandonarlo, el formato de disco tradicional?

R.- Con el tiempo, seguramente sí. No en el próximo disco que saquemos, porque todavía hay gente que lo quiere tener físicamente, pero con el tiempo muy probablemente lo hagamos. La manera de escuchar música está cambiando muchísimo. Yo lo veo con mi hija: discos monográficos y conceptuales como aquellos que se hacían en los años sesenta y setenta, aquello de desarrollar una misma idea en dos discos o un disco doble, etcétera, ahora es impensable. La gente escucha canciones sueltas a través de canales digitales, como Spotify, y eso va a obligarnos a los músicos a modificar, no sé si para bien o para mal, la manera de llegar al público. Esto, en nuestro caso, ha sido un primer experimento. Resultó bien. Sólo Sigue’l tren tuvo más de ochenta y siete mil reproducciones en nuestra página de Facebook, y otras páginas también lo tienen colgado o compartido. En el futuro, creo que vamos a seguir tirando por ahí.

P.- En la elaboración de las letras de Dixebra han venido participando algunos de los mejores escritores en lengua asturiana, tales como Boni Pérez, Pablo Antón Marín Estrada, Manuel Asur o, sobre todo, Xandru Fernández, a quien ya se ha aludido en esta entrevista.

R.- Y Quique Faes, que nos ha aguantado lo que no está en los escritos. Es el único que se ha atrevido a decirnos la verdad, que somos unos repunantes. Otro nos hubiera mandado a la mierda hace mucho (risas).

P.- He pensado alguna vez que tal vez sea ése uno de los pocos lujos de las lenguas minorizadas. La conciencia de su precariedad genera un tipo particular de activista-orquesta que siente la necesidad de, por así decir, tocar todos los palos y volcarse en tareas que los intelectuales vinculados a lenguas fuertes considerarían menores e indignas de su talento.

R.- Yo siempre digo que una de las cosas de las que más podemos sentirnos orgullosos los integrantes de Dixebra es habernos convertido en divulgadores de la literatura en asturiano. Conozco a mucha gente que empezó a leer a Xandru Fernández, a Pablo Antón Marín Estrada, a Quique Faes o a Boni Pérez gracias a Dixebra. Muchos de esos escritores ya tenían libros publicados y premios recibidos antes de colaborar con Dixebra, por lo que no necesitaban Dixebra a nivel de prestigio, pero Dixebra fue un escaparate masivo para ellos. De un libro podían sacar quinientos ejemplares y considerarlo un superventas si vendía trescientos, pero, ¿cuánta gente ha escuchado la letra de Indios, que es de Xandru? Pues miles y miles. Las letras para Dixebra de esos escritores son las obras que han llegado a más gente. Donde no llegó una política cultural y lingüística de los poderes públicos, bien estructurada y con permanencia en el tiempo, llegamos nosotros. Y ése es un aspecto de Dixebra que no está muy tratado.

P.- Repasada queda la trayectoria de Dixebra. Ahora quería preguntarle por el sello de discos L’Aguañaz, que ustedes fundaron en 1992 para autoeditarse y editar a otros con un lema sugerente: Los nuevos soníos d’un vieyu país. ¿Qué se proponían hacer?

R.- Pues un poco lo mismo que yo he venido reivindicando a lo largo de toda mi trayectoria. L’Aguañaz surgió en un momento en el que, también en la música, había un asturianismo muy esencialista y aferrado a determinados mitos y tótems. Había una discográfica fetén del asturianismo, que era Fonoastur, que editaba a Llan de Cubel, a Ubiña, etcétera, y que nos editó a nosotros también, pero como un mero experimento. No era la norma editar propuestas irreverentes como la nuestra, sino sólo producciones etnomusicales que siguieran los cánones del folk atlántico por el libro, y una serie de propuestas que empezaron a surgir por las mismas fechas que nosotros o poco después desde el rock, como Balandrán, Folkgando, N’Arba, Cambaral, etcétera, no encontraban acogida en esa discográfica. Y nosotros decidimos hacer una en que sí la tuvieran. Con Lisardo [Lombardía] nos llevamos fenomenal, ¿eh? Todavía estuvimos tocando en Lorient el año pasado. Aunque hubo un momento de cierto enconamiento en que unos nos defendían a nosotros y otros a él, en lo personal, nosotros, con Lisardo y los celtas en general, siempre nos hemos llevado fenomenal. De hecho, el discurso del celtismo que sostiene gente como él o como Ignaciu Llope, yo lo asumo totalmente. Creo que una cosa buena del celtismo es que supo adaptarse a nuevas realidades. En Lorient ha llegado a tocar hasta U2. Pero en aquel momento no había una visión tan abierta, y nosotros queríamos romper con toda esa señardá ruralista y esa visión mítica de la Asturias borrinosa. Nuestra borrina era el humo de Ensidesa que respirábamos, y la discográfica, igual. Si yo estoy orgulloso de algo con respecto a L’Aguañaz, es de haber dado cabida a todo tipo de sonidos, pero sobre todo a las propuestas más rompedoras y que más costó asumir al movimiento asturianista. En esto creo que sí que podemos colgarnos una medalla. Dimos origen al rock en asturiano, ni más ni menos. Editamos a Avientu, a Skama la Rede…

P.- Pero también a Anabel Santiago, a La Col.lá Propinde, a Corquiéu, etcétera; y también a Toli Morilla o Dark la eMe a través del subsello Goxe Producciones.

R.- Exactamente. Uf, recuerdo las críticas que tuvo el segundo disco de Anabel. El primero era una maqueta de tonada pura y dura, pero yo escuché a Anabel cantar y pensé que con aquella moza de veintipocos años se podía hacer algo grande. Así que la fui a buscar al Campoamor, al Concurso y Muestra de Folclore, y le dije: «Oye, quiero hacer un disco contigo, pero si me dejas ejercer de productor ejecutivo, es decir, darte la idea que yo tengo». Aceptó y en 2003 sacamos un disco que hoy es de culto, Al son de la lluna, pero que tuvo unas críticas tremendas por parte de los puristas de la tonada, de los folkies y del asturianismo en general. «¿Qué es esto? ¿Programaciones en una danza? ¿Guitarras eléctricas? ¡¡Esto no es tonada!!». Eso sí, pocos meses después salió un disco en el que Mari Luz Cristóbal Caunedo buscaba renovar la tonada desde el folk celta, y ése sí que tuvo muy buenas críticas. Que a mí me gusta, ¿eh? Pero era la misma irreverencia hacia la tonada que lo que hacíamos nosotros, sólo que encajaba mejor en lo que podríamos llamar el establishment asturianista.

P.- Con el tiempo, la propuesta de Anabel Santiago sí se fue aceptando.

R.- Sí, sí, pero costó mucho. En aquel momento yo venía de escuchar cosas de Bretaña y de Irlanda con programaciones. Me acuerdo de venir al Campoamor a ver a Lisa McKenzie, una cantante americana, pero cuyos padres venían de la zona gaélicoparlante de Escocia, y que tenía un violín y hacía canto tradicional gaélico, pero el resto eran todo programaciones. Pues no había allí más de cincuenta personas y nadie de este asturianismo cerril para el que Cambaral no era folk, Dixebra no era música asturiana y Anabel no era tonada. Eso hoy ya no pasa.

P.- Y la prueba es Rodrigo Cuevas, un tipo que dice cantar tonada glam y cabaret underprau, se declara electrocupletista y ha llegado a salir al escenario vestido de flamenca. Más irreverente es imposible serlo, y sin embargo Cuevas está teniendo un éxito clamoroso.

R.- Efectivamente. Ya quisiera yo que se hubieran recibido todas aquellas propuestas como se ha recibido a Cuevas, no ya en el folk, sino en el mundo más tradicional, el de la pandereta y el baile tradicional. Me alegro muchísimo por él, y ese éxito me compensa un poco aquellos padecimientos. Quiero pensar que a ese cambio de mentalidad contribuimos tanto Dixebra como L’Aguañaz, que fuimos haciendo oídos a este tipo de historias.

P.- Durante los primeros diez años de existencia de L’Aguañaz no solicitaron subvenciones al Principado de Asturias, demostrando que era posible sacar adelante una discográfica autogestionaria.

R.- Yo sobre esto tengo una filosofía muy clara. Vamos a ver, un gobierno, y sobre todo un gobierno asturiano, tiene que apoyar a la cultura asturiana. ¿Cómo? Con dinero. Para eso están las subvenciones, y en este caso, o las da el gobierno autonómico o no las da nadie. A mí no me va a dar una subvención el gobierno de España. Esto no es Francia, donde tienen una visión política muy jacobina y, aunque en materia cultural se han abierto mucho, y ahora sí que entienden que hay que proteger y promocionar lo que llaman las lenguas regionales, la Oficina de la Lengua Bretona depende directamente del Ministerio de Cultura. España es distinta. España está estructurada en autonomías y quien tiene que apoyar al asturiano es la autonomía. Y tiene que hacerlo. Igual que hay líneas de subvención para el carbón o para la ganadería, ¿qué problema hay en que las haya para la industria cultural asturiana? El gobierno autonómico tiene la obligación de dar subvenciones a aquellas empresas de las que se entienda que hacen algo objetivamente interesante, aunque sea deficitario, y también la de crear el público y el caldo de cultivo para que una empresa que haga producciones culturales asturianas pueda mantenerse en el mercado. Y yo no me niego a recibir esas subvenciones, ni muchísimo menos. Pero tampoco puede ser que yo monte un proyecto empresarial pensando en vivir sólo de las subvenciones. Tengo que montarlo con visión de futuro, y eso pasa, pasó a nuestro juicio, por conseguir mantenernos sin subvenciones, y sólo pedirlas una vez conseguido eso. ¿Por qué? Pues porque si yo ahora presento un proyecto a una subvención y no me la dan, puedo sacar el proyecto igual. Y si me dicen que no les gusta su línea política o ideológica, me da igual, porque lo podré sacar igual, en lugar de verme obligado a modificarlo.

P.- Aspira a recibir subvenciones y a la vez a no tener que recibirlas.

R.- Efectivamente. No estoy contra las subvenciones, al contrario. Ojalá hubiera más subvenciones y con más montante económico. Cuando los antioficialidad dicen eso de «queréis vivir de ello», yo siempre digo abiertamente: «Pues sí, quiero vivir del asturiano». Lo que no quiero es que, empresarial o ideológicamente, me condicione el hecho de tener o no tener subvenciones. La filosofía es ésa y, gracias a ella, en L’Aguañaz tenemos setenta y dos referencias discográficas y otras bibliográficas, como el Anuariu de la música asturiana, que va ya por el décimo octavo volumen. También hacemos trabajos para la radio, para la tele…

P.- ¿En qué situación está hoy la música asturiana? ¿Cuánto le ha afectado la crisis económica?

R.- Muchísimo. Fíjate, en los años noventa la media de producciones anuales era de treinta y hasta cuarenta. En los últimos años, llegó a ser de siete u ocho discos al año. El máximo histórico son cuarenta y dos, y se pasó a siete. Casi se acaba con ello. Últimamente, se vive una especie de pequeño repunte, pero la crisis fue terrible y no sólo cuantitativa, sino también cualitativa. Empezaron a desaparecer lugares donde tocar, festivales, líneas de subvención, etcétera, y eso fue matador. Nosotros mismos, quitando el año pasado, que tocamos muchísimo a cuenta del trigésimo aniversario, de veintiocho o treinta conciertos, pasamos a tener seis. Y grupos potentes pasaron a tener uno, dos o ninguno. ¡Como para montar un grupo estaba la cosa…! Nosotros tenemos la suerte de ser muy versátiles. Lo mismo entramos en una noche celta, que en una verbena, que en un festival de rock, que cantamos solos. Pero con cierto tipo de grupos que eran de noche celta pura y dura, la crisis arrasó.

P.- También hay otro problema que yo entiendo que concurrió igualmente a esa crisis casi terminal: la emigración. Muchos jóvenes con talento para la música se han marchado de la región y, si montan una banda, la montan en Madrid o en Londres.

R.- Efectivamente. Desaparecieron muchos grupos por esa razón, y también se impidió a la escena musical asturiana renovarse. Llegó un momento en que lo único que salía, en vez de propuestas nuevas, era gente veterana tipo Igor Medio, Lisardo Prieto o Rubén Bada intentando reconvertirse a formatos más pequeños, como dúos, tríos, etcétera. Lo que se llamó folk de cámara. En general, los grupos se redujeron. Un grupo como Dixebra, formado por nueve personas y con toda la parafernalia que nosotros arrastramos, es impensable que se funde y un milagro que se mantenga. Lo que aparecen ahora son bandines pequeñas para tocar en la calle y cosas así. También hubo una crisis de ideas: todo ese folk de cámara al final era darle vueltas a lo mismo de siempre.

P.- ¿Dice que ahora estamos en un momento de repunte?

R.- Sí. Van saliendo maquetas y discos interesantes y hay una brisa de esperanza. Rubén Alba ha sacado un disco muy bueno. También ha aparecido D’Urria, que es un dúo asturl.lacianiego que hace una especie de folk más indie y más íntimo y mola mogollón. Están saliendo muchos DJs que remezclan cosas de música tradicional…

P.- En 1996 usted publicó Llingua y rock, un estudio sobre la música rock con letras en asturiano a lo largo de los años. Han pasado ya más de veinte años. ¿Qué diagnóstico apresurado haría hoy sobre el último casi medio siglo de rock asturiano? Usted decía recientemente en una entrevista que el rock en asturiano «nun acaba d’españar», aunque no deja de ser excepcional que «inda asina heba unes cuentes formaciones rockeres que tengan l’asturianu como ferramienta creativa».

R.- Digamos que dentro del movimiento asturianista siempre hubo una banda de rock a modo de «pulpo, animal de compañía» de la escena musical asturiana. La Turulla, que no cantaban, pero hacían una especie de rock sinfónico. Luego, Renacencia en los tiempos del nueu canciu astur. Después, Güestia en los ochenta. A continuación,  nosotros… Y hubo un momento en que llegamos a coincidir seis o siete bandas tocando a la vez: Skama la Rede, Los Berrones, Misiva, La Tarrancha, Gomeru… Ahí fue cuando vi claro que se podía montar un movimiento de uan vez. Eso fue a finales de los noventa, pero amigo, vino la crisis y se llevó todo por delante. Resistimos unos cuantos, pero la cosa sigue sin pegar el españíu. Y con españíu no me refiero a lo de Los Berrones, que llegaron a vender ochenta mil copias del Nun yes tu, sino a que aparezcan varias bandas que se autorreconozcan. Ahora van a aparecer cinco o seis cosas muy interesantes, y muy diferentes: Ochobre, por ejemplo, o Melandru, que es un grupo de Villaviciosa que canta en asturiano y que mezcla el rock experimental con el folk más tradicional, el jazz, etcétera.

P.- Mi primo Álvaro Cueto es el gaitero del grupo.

R.- Ah, ¿sí? Pues es una propuesta muy interesante. Yo creo que van a tener recorrido. Y como ellos, otros. Skama la Rede, La Tarrancha, etcétera, también van a sacar cosas. Así que en fin, todavía hay esperanza de que la cosa españe.

P.- No hemos hablado de Soncai system. Cuéntenos en qué consiste ese proyecto.

R.- Soncai ye’l mio xuguetín. Fue una idea que tuve con Sergio Rodríguez, Tutu, el productor y propietario de Tutu Estudios. Nos conocemos desde hace años, porque es de mi barrio, o casi. Yo soy de Villalegre y él de Les Vegues, en Corvera, que está al lado. Y tenemos un feeling increíble. Somos muy buenos amigos. El caso es que quería hacer algo con él, algo más personal. Pero no quería que fuera como Xune Elipe, porque esos rollos tan individualistas, aunque no me niego a ellos, no me van. Quería hacer algo más coral y, comentándolo con él, trabajando bases y demás, fue saliendo esto. Llamamos a gente diversa y sacamos un primer disco, Clashturies, que tuvo muy buena acogida. En directo sólo hemos tocado una vez en esto del Premiu al Meyor Cantar, y la razón es sencilla: la inmigración. Uno está en Mallorca, otro en Canarias, otro en Londres… Pero hemos seguido trabajando. El segundo disco, aunque tuvo algo menos de repercusión, porque ya era otra época, dio lugar a una anécdota muy curiosa con uno de los temas. Lo escuchó un remezclador de reggae y de dub bastante importante de la escena jamaicana de Nueva York —volvemos a aquello de lo local y lo universal— y le gustó tanto que nos escribió un mail a L’Aguañaz para pedirnos permiso para utilizarlo. Nos contó que lo había descubierto a través de las redes sociales y que le había gustado mucho, y después hizo una remezcla buenísima. ¡En este mismo momento puede estar sonando en un club de reggae de Nueva York una canción en asturiano que dos tipos grabaron en un estudio en Corvera! Yo no he pisado Nueva York en mi vida…

P.- Hablábamos al principio de esta entrevista de su tormentoso paso por el asturianismo político, pero no hemos hablado de su reciente regreso a la política. Usted, después de un tiempo sin militar, acabó entrando en Podemos. ¿Qué vio en ese partido; qué le atrajo de él? ¿Una cierta idea de mal menor; de que, fracasadas las opciones nacionalistas puras, aquélla era la única vía que quedaba?

R.- Estuve un tiempo sin militar, sí, y empecé incluso a replantearme las palabras nacionalista y nacionalismo. No renuncio a la cultura política de la que vengo, ni a los ideales del soberanismo, pero —y esto lo tengo muy hablado con Ignaciu Llope—, en un momento dado empecé a entender que a lo que había que caminar era hacia un nuevo modelo que aglutinara tanto a soberanistas y nacionalistas como a confederalistas, federalistas, autonomistas, republicanos españoles, etcétera, unidos por una concepción de Asturias como ente político autónomo y un proyecto por y para Asturias. Me di cuenta de que no debía haber ningún problema en algo que para la gente de los cuatro dogmas es anatema: sentarse a la mesa con alguien que cuestione que Asturias es una nación, pero te diga a la vez que es asturiano y quiere que se haga política pensando sólo en Asturias. ¿Por qué no vamos a trabajar con una persona así? Cuando hablábamos de estas cosas antes de que surgiera Podemos, pensábamos en el Bloque Nacionalista Galego, que en un momento dado pudo ser una experiencia a seguir, o en Compromís, donde está el Bloc Nacionalista Valencià pero también otras pequeñas agrupaciones valencianistas, unas soberanistas y otras, no. Pensábamos en eso y en que cupiera incluso Izquierda Unida, que en este momento es un partido independiente, pero que se federa con otros.

P.- Algo como lo que hoy son las mareas gallegas.

R.- Efectivamente, algo así. Pero bueno, yo, durante mucho tiempo, pensé que no había mimbres para hacer ese cesto, y me dediqué a cuestiones musicales y culturales. Cuando apareció Podemos, yo estaba desligado totalmente de cualquier militancia, pero cuando me enteré por la prensa de que Compromisu por Asturies, con quienes tenía muy buena relación y donde había mucha gente que venía del asturianismo político y del lingüístico, iban a apoyar la formación de Podemos en Asturias, pensé que aquello podía ser una posibilidad de consolidar algo parecido a aquello que tenía en mente. En un momento dado, me llamaron Dani Ripa y Emilio León para ver si apoyaba la candidatura de Somos Asturies a las primarias internas, y les dije que sí. Yo siempre decía que no era de Podemos, sino de Somos Asturies, que arrasó. Después, me llamaron los compañeros de Avilés para ir en una lista, y de mano yo era reticente, pero me dijeron que iría en quinto lugar, y que en consecuencia no saldría elegido, porque sólo se iban a sacar dos o tres ediles. Pero hete aquí que sacamos cinco.

P.- Hace ya tres años de aquellas elecciones. ¿Qué tal ha sido la experiencia como concejal?

R.- Pues francamente buena. Con Podemos, sufrí cierta decepción por cómo se trató la inclusión de la oficialidad en el programa electoral. Había cierto miedo a la palabra y ciertas reticencias, aunque al final la cosa salió adelante. Pero mi experiencia como concejal me ha sido muy enriquecedora. Creo que, en general, el asturianismo necesita esa experiencia de la política real, de la Realpolitik, que es muy aleccionadora, sobre todo para gente que llevamos haciendo política desde los catorce o quince años, pero no tenemos ni la menor experiencia de cómo es la política institucional. Por un lado, te hace caerte del guindo y darte cuenta de aquello que comentaba antes: que el pueblo asturiano va por un lado y tú por otro. Pero por otro, te depara ejemplos muy gratos de lo que se puede conseguir si adaptas tus métodos y tu discurso. Yo, en estos años, he tenido que ir a visitar a trabajadores en huelga, a cajeras de supermercados, a pensionistas, a los trabajadores de los puntos verdes de reciclaje, etcétera. Y les hablo en asturiano, que también uso en los plenos, pero sin decirles en ningún momento: «¡Hay que apostar por una opción política asturiana!», o «¡hay que apoyar la cooficialidad!». Bueno, pues el otro día me encontré a muchos de ellos en la manifestación por la oficialidad en Oviedo. Y son gente que, en su mayor parte, no habían ido a una manifestación por la llingua en la vida, pero de pronto allí estaban. Conocerme, hablar conmigo, ver que no era el chiflado del autodetermín, les había hecho ver aquello con buenos ojos.

P.- En Podemos, como en Izquierda Unida, más allá de que el discurso sea de defensa de la plurinacionalidad, se han venido dando ciertas tentaciones centralizantes. ¿Qué tal le sientan cuando suceden?

R.- Pues mal, porque es una incongruencia con el Estado plurinacional que se defiende, y hace que Podemos me recuerde, a veces, a la vieja izquierda de siempre. Por ejemplo, me molesta mucho, y lo digo abiertamente, la postura de pasividad que Podemos está manteniendo ahora con respecto a la reforma del Estatuto de Autonomía, cuando Podemos tiene en su mano abrir esa reforma ya. Lo fían todo a ver qué pasa en 2019, pero a mí eso no me vale. ¿Tienes la posibilidad de abrir la reforma? Pues ábrela, porque yo no quiero quedarme con la duda de qué hubiera pasado si la hubiéramos abierto cuando teníamos los diputados suficientes si, en las próximas elecciones, el PP y Ciudadanos sacan mayoría absoluta en Asturias. Y menos cuando las oportunidades de conseguir la reforma no están tasadas. ¿Que el grupo parlamentario socialista, con Javier Fernández a la cabeza, rechazaría la oficialidad? Pues no sé, no necesariamente. A lo mejor se abstiene, o a lo mejor Adrián Barbón echa un pulso en la Ejecutiva y lo gana. O a lo mejor no, pero nada te impide volver a abrir el debate en la próxima legislatura. Que no se atrevan a abrir ese melón, yo no lo veo nada bien, y menos después de la manifestación del otro día. ¡Salieron muchísimas menos personas a la calle y rebajaron el impuesto de sucesiones! Yo, con este tipo de historias, no puedo callarme. Pero bueno, ya digo que para mí Podemos es un instrumento, y mientras la balanza de los pros pese más que la de los contras y Podemos siga pareciéndose o aspirando a parecerse a una estructura organizativa que haga una política para Asturias desde una base social amplia y progresista, yo seguiré ahí.


 

Historiador de formación y periodista de profesión. Colabora con 'La Voz de Asturias', 'Atlántica XXII' y 'La Soga' y acaba de publicar su primer libro, 'Si cantara el gallo rojo', una biografía social del dirigente comunista Jesús Montes Estrada, 'Churruca'.

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