Narrativa

Ariana Harwicz

«Muchas veces me ha pasado de escribir algo delirante, en apariencia, y que luego de escrito se revela como la verdad de mi vida»

«Muchas veces me ha pasado de escribir algo delirante, en apariencia, y que luego de escrito se revela como la verdad de mi vida»

/ por Jaime Priede /

La escritura de Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977) se basa en el flujo de una conciencia desquiciada. Hay en ella una movilidad constante. Incluso físicamente le cuesta estar quieta en las fotos, hay una tensión interna que amenaza con darle vuelta al objetivo. Isaac Rosa ha dicho de ella que «no afloja el alambre en ningún momento. Hagan la prueba: abran por cualquier página, busquen una sola frase no ya anodina, siquiera tranquila. Ni una. Todo es intensidad, un continuo de imágenes poderosas, desgarros verbales, diálogos desquiciados. Y poesía, mucha poesía. Una apuesta arriesgada, hay que reconocerlo, en tiempos donde triunfa la literatura amable con prosa de dictado».

Ariana Harwicz estudió guión cinematográfico en el ENERC (Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica), dramaturgia en el EAD (Escuela de Arte Dramático) y completó sus estudios con una licenciatura en Artes del Espectáculo en la Universidad Paris VIII y un máster en Literatura Comparada en La Sorbona. Estrenó en Buenos Aires sus obras de teatro Sobre llovido, mojado y El mal está hecho. Dirigió el documental, El día del Ceviche. Ha escrito las novelas Mátate, amor (Lengua de Trapo, 2012), cuya adaptación teatral se ha estrenado en Israel, La débil mental (Mardulce, 2015), también adaptada al teatro en Argentina, y Precoz (:Rata-, 2016). Actualmente vive en Francia, en el campo, y trabaja en una nueva novela que lleva como título provisional Racista, un experimento que intenta armar ( o desarmar) a través de un lenguaje entre el francés, el argot del campo y el castellano.


Jaime Priede.—Precoz es el libro fundacional de la editorial :Rata_, que corretea por Casa Catedral, proyecto colectivo afincado en Barcelona. ¿Cómo se produce ese contacto? ¿Cómo se gestó esta edición de Precoz?

Ariana Harwicz.—Creo que lo textos tienen eso que llaman vida propia, así que mis novelas habrán llegado a oídos de la editora por los canales en los circula la literatura, visibles y clandestinos. Y después el resto es la vida, un amigo, Marc Caellas, escritor, le habló de mis libros y mi agente Claudia Bernaldo de Quirós, hizo el resto. Pero lo más importante es el  encuentro entre un autor y su editor, que debe ser excepcional, único, irrepetible, como un encuentro amoroso.

J. Priede.—Hay una cosa que me intriga y que pensaba a menudo mientras leía la novela: me gustaría saber cómo es el manuscrito o el cuaderno de notas de una escritura que discurre en espirales, tan tensionada, a medio camino entre la pesadilla  y un soliloquio de duermevela. ¿Escribes en papel o directamente en computadora?

A. Harwicz.— Directamente en computadora pero eso espiralado, esas notas, esa tensión y torsión, eso pesadillezco está en la cabeza. Durante un tiempo de preparación, como si me preparara para una experiencia espiritual, tomo notas en el teléfono, en papeles, en servilletas, en la mano, en donde sea, y después una vez que me lanzo a escribir ya no me detengo hasta el final.

J. Priede.—¿De dónde nace la necesidad de escribir Precoz? Si en La débil mental narrabas la historia de amor siamés entre una madre y su hija, en este caso el fracaso amoroso de la madre se ve en cierto modo correspondido,  aunque en otro orden, por la intensa relación que mantiene con su hijo. ¿Qué zona oscura estás explorando en ambos casos?

A. Harwicz.—En ambos casos y siempre, la desesperación. De todo orden, erótico, maternal, sexual. La desesperación es el motor de la escritura.

J. Priede.—Una escritura como la tuya transmite una sensación física, procede de un cuerpo, causa efectos en él, hay algo orgánico también en el proceso de lectura, en su ritmo, un viaje interno del que uno sale con la sensación de estar sudando…

A. Harwicz.—Qué bueno, porque en ese mismo estado la escribí yo. Algo imposible, algo como una herida que no para de verterse, algo como un riesgo vital en cada frase, en cada página. Es un viaje, sí. En el sentido Celiniano, Thomas Manenno, del viaje. Es una ida.

J. Priede.— ¿Cómo empezó todo esto? ¿Cuándo surge en tu vida esa chispa de la escritura?

A. Harwicz.—No es una chispa sino el veneno necesario que debe portar todo artista. En la medida en que uno está envenenado por el arte, ya no puede hacer otra cosa sino escribir.

J. Priede.— ¿Cuál es el peso de tu infancia en lo que escribes? No sé por qué, pero te imagino como una niña con los dedos manchados de tierra…

A. Harwicz.—En la infancia era un suplicio no poder entenderme con los demás. Era una niña con ojos melancólicos, recuerdo así la infancia, un largo período brillante y melancólico. Sin duda ahí está el aljibe donde bajar a buscarse.

J. Priede.— Tus novelas Mátate, amor y La débil mental han sido adaptadas para el teatro, la primera en Israel y la segunda en Argentina. La noticia habitual sería que fueran adaptadas para el cine… ¿Cómo surgen esas adaptaciones teatrales?

A. Harwicz.—En Israel, en Argentina, en España, también, en Casa de América Catalunya, como obra leída, la teatralidad está ahí, en la semántica misma de las obras, la teatralidad está en el gesto de los personajes, en sus gestus también, en la configuración de las escenas, en su métrica, en su punto de fuga, en su iceberg. Por ende, creo algo justo poéticamente que se lleven al teatro, casi como una continuidad de mi escritura. El cine es un sueño.

J. Priede.— No obstante, Precoz, en línea con tu formación, parece utilizar más recursos cinematográficos…

A. Harwicz.—Sí, sí, para mí es una película cortita seleccionada por Una cierta mirada en Cannes. El cine está ahí en los desplazamientos entre los viñedos, en la noche en la carretera, en la violencia de los personajes sobre los tejados o colgando de un puente. En la velocidad. El lenguaje es literario, pero la lengua es cine.

J. Priede.— Jugando con el título de uno de tus libros, has dicho en alguna ocasión que la realidad es débil, la ficción es lo que permanece. ¿Puede ser la ficción una forma de apuntalar la realidad, no de imitarla?

A. Harwicz.—La ficción es la verdad de la mentira, creo en eso. La ficción es la verdad de la aparente realidad. Es eso que de verdad está ocurriendo y que solo se ve como síntoma. Muchas veces me ha pasado de escribir algo delirante, en apariencia, y que luego de escrito se revela como la verdad de mi vida.

J. Priede.— En los últimos años, y sobre todo en la literatura argentina, parece darse un cansancio de la ficción que ha supuesto la eclosión de los géneros de no ficción, de la crónica narrativa. Ese debate ha llegado también a España. ¿Cuál es tu valoración en ese sentido?

A. Harwicz.—Esos géneros que a priori parecieran dar cuenta de un agotamiento de otros géneros no son más que variaciones del primero, es decir, los cambios en la Historia del Arte son siempre cíclicos y dialécticos. Nunca podría haber seriamente, sensatamente, un cansancio de la ficción, sería como cansarse de Mozart o Bach.

J. Priede.— Actualmente vives en Francia. ¿Sigues de cerca la narrativa argentina actual?

A. Harwicz.—Sí, vivo entre Francia, España y Argentina.  Estoy en contacto permanente con los escritores de Argentina y a veces de Latinoamérica porque leemos juntos, nos leemos mutuamente, nos vemos en las Ferias… Dialogo con ellos, discuto, me diferencio, me acerco, así se piensa mejor la literatura que se está escribiendo, es la única manera de pensarla.

J. Priede.— Tus libros están editados en España. Actualmente surgen editoriales independientes como :Rata_ que aportan algo diferente, generalmente más atrevido desde el punto de vista comercial, y posiblemente también más radical en lo que a estilos y temática se refiere. Se te ve cómoda en esa apuesta. ¿Qué es lo que más te interesa de la actual narrativa española?

A. Harwicz.—Más que cómoda, feliz, es exactamente el tipo de editorial en el que me siento en empatía. Conozco el trabajo de las mujeres contemporáneas que escriben, Jenn Díaz, Mercedes Cebrián, Carmen G. de la Cueva, pero sobre todo la literatura que nace de los inmigrantes en España, esa literatura que nace ya descentrada, parida al revés, con la lengua cruzada.

J. Priede.— Hemos leído en tu facebook alguna referencia al libro que estás escribiendo. ¿Te apetece contarlo más en largo?

A. Harwicz.—El libro se llama Racista, es un historiador acusado de racismo, una caza de brujas, una persecución en su cabeza y en las fronteras imaginarias del campo francés. Es, también, y sobre todo, un alegato de muerte y guerra contemporánea que será escrito bífidamente, a dos lenguas.

J. Priede.— Por cierto, para terminar, Ariana, ¿te parece necesaria para un escritor o escritora actual la presencia en las redes sociales?

A. Harwicz.—No me parece necesaria en absoluto, no se es mejor escritor por estar en las redes sociales, pero tampoco, peor. Eso no tiene absolutamente nada que ver con la literatura ni con el acto de escribir.


Fragmentos

 

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Mátate, amor
Lengua de Trapo, 2012

ME RECLINÉ sobre la hierba entre árboles caídos y el sol que calienta la palma de mi mano me dio la impresión de llevar un cuchillo con el que iba a desangrarme de un corte ágil en la yugular. Detrás, en el decorado de una casa entre decadente y familiar, podía sentir las voces de mi hijo y mi marido. Los dos en cueros. Los dos chapoteando en la pileta de plástico azul, con el agua a treinta y cinco grados. Era un domingo víspera de día feriado. Estaba a pocos pasos de ellos, oculta entre malezas. Los espiaba. ¿Cómo es que yo, una mujer débil y enfermiza que sueña con un cuchillo en la mano, era la madre y la esposa de esos dos individuos? ¿Qué iba a hacer? Escondí el cuerpo adentrándome en la tierra. No iba a matarlos. Dejé caer el cuchillo. Fui a colgar la ropa como si nada. Abroché bien las medias de mi bebé y mi hombre. Los calzoncillos y las camisas. Me miré como una campechana ignorante que cuelga ropa y se seca las manos en la falda antes de entrar en la cocina. No se dieron cuenta. La colgada de ropa fue un éxito. Volví a recostarme entre troncos. Ya se corta la madera para la próxima temporada. Los hombres acá preparan el invierno como las bestias. Nada nos distingue a unos de otros. Yo misma, letrada y graduada universitaria, soy más bestia que esos zorros desahuciados con la cara teñida de rojo y un palo atravesándoles la boca de par en par. A pocos kilómetros, mi vecino Frank, el primero de siete hermanos, se pegó un tiro de escopeta en el culo la última Navidad. Linda sorpresita para su tribu de hijos. El tipo siguió la tradición. Suicidio con escopeta para el tatarabuelo, bisabuelo, abuelo y padre, lo menos que se podía decir es que era su turno. ¿Y yo? Una mujer normal, de una familia normal, pero una excéntrica, desviada, madre de un hijo y con otro, quién sabe a esta altura, en camino. Me metí despacito la mano en la bombacha. Y pensar que yo soy la encargada de velar por la educación de mi hijo. Mi marido me llama para unas cervecitas en la pérgola, pregunta si morocha o rubia. Parece que el bebé se cagó y tengo que comprarle la torta de cumple mes. Otras madres seguro que la hacen ellas mismas. Seis meses, me dicen que no es lo mismo que cinco o siete. Cada vez que lo miro recuerdo a mi marido detrás de mí, casi eyaculándome la espalda cuando se le cruzó la idea de darme vuelta y entrar, en el último segundo. Si no hubiera habido ese gesto de darme vuelta, si yo hubiera cerrado las piernas, si le hubiera agarrado la pija, no tendría que ir a la panadería a comprar la torta de crema o chocolate y las velitas, medio año ya. Las otras al segundo de parir suelen decir, ya no imagino mi vida sin él, es como si hubiera estado desde siempre, pfff. ¡Ahí voy, amor! Quiero gritar, pero me hundo más en la tierra agrietada. Quiero gruñir, berrear, y a cambio dejo que los mosquitos me piquen, que se deleiten con mi piel azucarada. El sol me devuelve el reflejo plateado del cuchillo en la mano y me ciega. El cielo está rojo, violeta, tiembla. Oigo que me buscan, el bebé cagado y el marido en cueros. Ma-ma, ta-ta, ca-ca. Es mi bebé que habla, toda la noche. Co-co-na-na-ba-ba. Ahí están. Dejo el cuchillo en el pastizal quemado, espero que cuando lo encuentre parezca un bisturí, una pluma, un alfiler. Me levanto caldeada y molesta por el hormigueo en la entrepierna. ¿Rubia o morocha?; lo que prefieras, amor. Somos parte de esas parejas que mecanizan la palabra «amor» hasta cuando se detestan; amor, no quiero volverte a ver. Ahí voy, digo, y soy una falsa mujer de campo con una pollera roja a lunares y el pelo florecido. Rubia, traeme, digo con mi acento. Y soy una mujer que se dejó estar y tiene caries y ya no lee. Leé, idiota, me digo. Acá estamos los tres juntos para una foto familiar. Brindamos por la felicidad del bebé y bebemos las cervezas, mi hijo sobre su sillita mastica una hoja. Le meto la mano y chilla, me muerde con las encías. Mi marido quiere plantar un árbol para darle larga vida al bebé y yo no sé qué decirle, sonrío como una gansa. ¿Se da cuenta él? De todas las bellas y sanas mujeres que hay en la región se vino a enganchar conmigo. Un caso clínico. Una extranjera. Alguien que debería ser clasificada de incurable. Qué día de humedad, ¿eh? parece que tenemos para rato, dice él. Yo trago la botella en sorbos largos y aspiro por la nariz queriendo estar, exactamente, muerta.

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La débil mental
Mardulce, 2015

NO VENGO DE NINGÚN LADO. El mundo es una cueva, un corazón de piedra que aplasta, un vértigo plano. El mundo es una luna cortada a latigazos negros, a flechazos y escopetazos. Cuánto hay que cavar para dar con el desprecio, para hacer que mis días ardan. Yo podría haber nacido con ojos blancos como este bosque de pinos lisos y sin embargo, me despiertan las cenizas de un volcán sobre los tréboles del jardín. Y sin embargo, mamá se arranca mechones y los tira al fuego. El día comienza, soy un bebé y mamá está sentada de espaldas en su sillón y llora. Me despierto niña, afuera las lavandas, adentro mamá y sus cabellos negros entre las brasas. Hay extractos de nubes en todas partes, bajas y blancas, altas y pasajeras, oscuras e intermedias. Me invento una vida en las nubes sentada en mi clítoris. Vibro, me agito, me trato con morfina en los dedos y durante ese lapso, todo está bien. Mi mano adentro es mil veces su cara dentro de mí, cuánto se puede poseer una cara, cuánto se puede meter una cara en el sexo. Durante ese tiempo la hierba es hierba y puedo correr entre pastizales. De las mil maneras de existir que hay, me tocó ésta, no reconozco a nadie y cuando me ataca la gran desesperación, vivo en cualquier parte. Mamá dejó de llorar, ya camino sola, ya hablo, ya compartimos la ropa. Quiero que él regrese contra todo pronóstico, contra todo duelo, quiero que sus ojos me destierren y ver la punta de los árboles. Mi cabeza toma un giro. Mi cabeza en picada se incrusta. De pronto, tengo el tono de una muerta. La cara hinchada de una adicta en la bañera. El cuerpo épico de la que va a saltar al vacío rocoso. De pronto, noto que es mediodía y los ojos azules de las liebres brillan fríos y salgo a comer, pero es pasado. Me pongo a orar o es que estoy enamorada. Le pido que me escupa, que me rompa la cara de una bofetada. Me lo quedo mirando. No estoy tocada, solo poseída, siempre es la misma respuesta. Me aburro, mamá. Mi cerebro son polillas en un jarro y se ahorcan.

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precoz 

 Precoz
:Rata_, 2016

PIENSO en los hombresenterradosa metros desu enemigo. Pienso en los sobrevivientes que fraternizaron la navidad posterior. Esa noche irreal de 1915 donde todos estaban a la mesa frente a sus platos servidos, los puños goteando en los cubiertos. Se me vienen encima los hombres que vivieron en cuevasdurante mesesy años. Pienso en cómo habrán hecho para eyacular en el barro, en el agua, en medio decuerpos tullidos, mancos, entre barrigas abiertas, pozas de sangre y lavaderos de piojos. Cómo hicieron las noches de luna naranja sobre los derroteros para beber enteras sus meadas. Yome hubiera hecho matarlas primeras veinticuatro horas.

Acerca de jaime priede

Coordinador de POEX (festival de poesía promovido por la FMC el Ayuntamiento de Gijón), director de contenidos de la Feria del Libro de Gijón, autor del libro de poesía "El coleccionista de tarjetas postales" (Deva, 2000), de ensayo "Dejad que baile el forastero" (Bartleby, 2006) y de la novela "Un buzo en el bosque" (Malasangre, 2015).

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