LaCanoa Teatro ha realizado la adaptación teatral de Spoon River Anthology de Edgar Lee Masters, el clásico de la poesía norteamericana contemporánea que alcanzó la categoría de bestseller. Edgar Lee Masters inventaba personajes a partir de los nombres que leía en las lápidas de los cementerios. Elaboraba luego monólogos para esos personajes que ajustaban cuentas desde el más allá y argumentaban lo que no resultaba políticamente correcto decir en vida. Poco a poco, va dando forma al retrato de una sociedad rural en el que no escatima detalles ni resonancias de su corrupción y su doble código moral. Representada en los Teatros del Canal, esta adaptación de LaCanoa fue finalista del Talent16. Yolanda Vega, co-fundadora de LaCanoa y directora de esta versión, relata en exclusiva para El Cuaderno su encuentro con el original de Lee Masters y el making off del proyecto.

Reflejos del río Spoon
/ por Yolanda Vega /
Sus versos son tan profundos que te rasgan el alma y dejan tus entrañas arrugadas secándose al fondo de una papelera de Ikea. Contienen esa paz que provoca el roce de unas palabras susurradas en los tímpanos doloridos por el «Sálvame diario». Sin juicios, sin amabilidad y sin filtros, te escupen, con una leve risa floja, el lamento por la pérdida de una sociedad más humana. Esto es Spoon River, un recorrido por los rincones más escondidos del alma. Un grito desesperado. Una carcajada con sutiles arrugas. Reflejo de esta sociedad. Todo eso es Spoon River Anthology.
Edgar Lee Masters, un hombre de ideas liberales, participó activamente en el movimiento literario denominado Renacimiento de Chicago. En su poesía se reflejaban dos grandes obsesiones: enfrentarse al belicismo imperial de Norteamérica y dar testimonio de una sociedad despiadadamente clasista. Lee Masters tiene la destreza de plasmar los retorcidos recorridos del alma y reflejar a la vez el núcleo duro de una sociedad atrapada, su «nueva» y para él incomprensible condición humana. Quizá la clara afinidad que sentía por los hombres y las mujeres que viven su vida en una montaña rusa, víctimas de sus propias actitudes y de sus propios deseos e instintos, le inspiró para elaborar estos certeros monólogos de personajes políticamente incorrectos, que expresan abiertamente su corrupción y su doble moral.
Lee Masters inventó un pueblo a partir de unas coordenadas reales, inspirado en la mezcla de dos poblaciones situadas al sudeste de Chicago. La primera de ellas es profundamente conservadora, opuesta al abolicionismo; la otra, ligeramente más cosmopolita, partidaria de reformas sociales y de libertades individuales. Reconozco que su historia me fascinó. Reconozco que comencé a ver en este libro el reflejo de mi comunidad de vecinos. Reconozco que era como si tuviera unas gafas construidas de un cristal-espejo divertido y a la vez tremendamente crítico. Identificar estos poemas detrás de casi todas las noticias de los periódicos fue algo bastante natural. Cada monólogo es un fragmento de vida, un micro-espacio dentro del particular cosmos del autor. En cada uno de ellos resuenan los ecos de la actualidad, la realidad social de cualquier país.
«Cada uno vive la vida a su manera. Y eso es la vida» Esta frase provocó un viaje a las entrañas de mi imaginario.
¿Y ahora? Esta pregunta empezó a dar vueltas en mi cabeza cuando terminé de leer el libro, mientras aún pesaba en mis manos. Una pregunta que apretaba el detonador de otras muchas entrelazadas de la misma forma que esas doscientas cuarenta y cuatro voces. ¿Cómo dar tres dimensiones a este libro? ¿Cómo estar a la altura de cada palabra, de cada verso? En mi cabeza todos y cada uno de esos monólogos se difuminaba a la hora de pensar en un montaje teatral. Estaba perdida dentro de Spoon River y, a la vez, sentía un cosquilleo en mi estómago provocado por la necesidad, casi física, de afrontar ese reto. No podría hablar del montaje sin contar el proceso que se encuentra detrás de él. No sé si tengo que pedir disculpas por escribir esta humilde disección de Spoon River desde lo más personal, pero no puedo hablar de otra forma sobre uno de los libros que ha cambiado mi vida. Sus versos me han atravesado, rasgado, violado, zarandeado, roto de arriba a abajo…
Realmente fue un proceso bastante difícil y largo hasta que entendí que, a diferencia de otros montajes en los que tu imaginario esta «acotado» por un texto desde el que se crea una escenografía, un diseño de luces, un diseño de vestuario, en Spoon River todo eso está tan maravillosamente abierto que el montaje necesitaba ser creado al revés. Necesitaba hacerlo al revés. Partir de una imagen que expresara lo que necesitaba contar y después encajar los monólogos.
¿Qué contar? Es difícil partir de la nada. Comenzar a escribir en una hoja en blanco. El miedo y la desconfianza al ser mi primera vez al otro lado, en la dirección, me generaba vértigo. Recuerdo la pelea conmigo misma al rechazar cada idea según iba surgiendo. A pesar de ello, un poema resonaba una y otra vez en mi cabeza, ininterrumpidamente, una y otra vez…
[…]
Las flores rojas se te están cayendo
entre las verdes hojas, hermoso geranio.
Pero no pides agua.
No sabes hablar. No necesitas hablar.
Todo el mundo sabe que te estás muriendo de sed
pero nadie te trae agua.
Pasan a tu lado y dicen:
“El geranio necesita agua”.
Y yo, con tanta felicidad que compartir,
anhelaba compartir la tuya,
yo, que tanto te amaba, Spoon River,
y suspiraba por tu amor,
me marchité ante tus ojos, Spoon River,
sedienta,
sedienta, muda por el pudor de mi alma para llamar tu atención,
a ti, que sabiéndolo, me viste perecer ante tus ojos,
como ese geranio que alguien ha plantado sobre mi para dejarle morir.
[…]
Estos versos se disolvían como una sopa instantánea en dos palabras: «última oportunidad». Estos monólogos suponen un profundo y personal acercamiento a vivir de forma consciente el presente, haciendo hincapié en que «ahora» puede ser la última oportunidad de declarar, de revelar, de manifestarse de alguna manera. Entonces llegó ese esperado momento en el que sabes que la idea que tienes es la que quieres, y todo se ajusta, todo se coloca… Quería hablar de la problemática de los refugiados, utilizando precisamente este monólogo como piedra angular, como la llave de los alaridos que braman en nuestros oídos sordos.
El resto de monólogos que arroparían a este texto llegaron casi de la misma forma que cuando te cae el agua de la ducha y cierras los ojos para sentir las gotas resbalando por la piel.
El montaje original tiene unos treinta y cinco poemas y no solo se centra en los refugiados, sino que da voz a un pueblo entero. Para desarrollar ese proyecto en escena son necesarios treinta intérpretes, dura unos ciento veinte minutos y se representa en cinco espacios diferentes. No obstante, nuestra compañía de teatro fue seleccionada para participar en el TALENT16 que se celebra en los Teatros del Canal, así que el primer reto que teníamos por delante era representarlo en solo veinte minutos.
Nos centramos en la idea de dar voz a los refugiados y el elenco se redujo a cuatro intérpretes y un espacio único. Este montaje tenía un diálogo, cuatro monólogos y un monólogo coral. El monólogo coral era una dramaturgia que realicé ensamblando versos de muchos monólogos para crear este grito a cuatro voces que está dirigido al público.

Para poder planificar el proceso de ensayo, comenzamos con un primer paso de acercamiento al problema a través de documentales, fotografías y testimonios reales. Esta información nos sirvió para comenzar a implantar en el elenco una de mis principales preocupaciones: tener un lenguaje común con un mismo objetivo y transmitir lo que está pasando. De ningún modo quería presentar una visión victimista, así que los textos se trabajaron desde la lucha, desde la valentía, creando personajes que pueden romperse, pero que no se rinden. Personajes que con la cabeza bien alta recogen sus pedazos y los unen. Personajes que nos exigen que los veamos sin condescendencia.
Los textos escogidos hacen que el espectador realice un recorrido temporal más o menos lineal:
PASADO. El principio de los tiempos, el origen del hombre, diálogo entre Dios y Belcebú jugándose la humanidad a las damas. Un juego de estrategia en el que dotan al ser humano de virtudes, defectos, miedos, creencias… y que termina con Dios diciendo: “¡Marchaos! No, esperad. Lo he pensado mejor: vamos a hacer teatro”. Un pie perfecto para comenzar el espectáculo.
PRESENTE. De alguna forma, estos monólogos son el desencadenante de la situación de los refugiados. En primer lugar, un monólogo que habla de la ambición y lo que esta provoca. Para mí, el personaje no podía ser otro que un banquero. Ese monólogo contiene versos tan bellos y duros como estos:
Siempre que podía aumentar mi fuerza
socavando la ambición ajena, lo hacía
para allanarle el camino a la mía.
Triunfar sobre otras almas,
simplemente para probar y confirmar mi fuerza superior,
era una delicia,
[…]
A continuación de este monólogo, se colocó otro que me rondaba constantemente y que imaginaba como la voz de la refugiada, como la respuesta y consecuencia del anterior. A estos dos monólogos les seguían otros dos que trabajamos mezclándolos para conseguir un discurso político. Uno de ellos se acercaba a las ideas de los partidos de “izquierdas” y, por tanto, a aquellas poblaciones al sudeste de Chicago partidarias de reformas sociales y libertades individuales:
[…]
…era un auténtico negrero
que trataba muy mal a los trabajadores
y un encarnizado enemigo de la democracia…
[…]
Y luego otro que se acerca a las ideas de “derechas”, más en sintonía con la población conservadora, opuesta al abolicionismo:
[…]
…afirmo que una nación nunca va por buen camino
ni alcanza el bien
si los más fuertes y espabilados no tienen el bastón
para usarlo sobre los débiles y los torpes…
FUTURO. Representado por un monólogo coral, en el que se rompe la cuarta pared y los actores se dirigen directamente al público colocándoles un espejo, de forma figurativa, frente a sus ojos:
[…]
…Yo sabía de la vida.
Y vosotros, pensáis que sabéis de la vida,
pensáis que vuestros ojos abarcan un vasto horizonte, quizá,
pero la verdad es que no abarcan sino el interior de vuestro propio tonel.
No podéis asomaros por encima del borde
para ver las cosas que hay fuera y
a la vez veros a vosotros mismos…
[…]
Para terminar el montaje, elegí dos preciosos versos que nos trasladaban de nuevo a la problemática de los refugiados:
[…]
Observad estas manos entrelazadas.
¿Se saludan o se despiden,
las ayudé o me ayudaron?
[…]
En cuanto a la escenografía, quería que fuera sencilla y a la vez visualmente potente. Encontré la inspiración en uno de los cuadros que más me han intrigado en mi vida, uno de los cuadros que, al igual que este libro, despiertan en mi el imaginario. El Bosco. En mi cabeza, la imagen de un monstruo azul, mitad pájaro y mitad hombre, sentado sobre una especie de trono orinal, engulle a seres humanos y los defeca sobre un pozo inmundo en el que un hombre vomita y otro expulsa monedas de su trasero. No se me ocurre mejor forma de reflejar lo que significa el poder. Se diseñó un trono de casi dos metros de altura, en el que las patas creaban una jaula debajo. Envolvimos las patas con una vaya de metal que representara una «frontera». Esta escenografía vertical representaba también las diferencias sociales: algunos privilegiados sentados en el trono desde el cual pueden ver y controlar. Debajo, otras personas atrapadas, subyugadas. El actor que se sentaba en el trono recitaba un monólogo del banquero. La actriz que se encontraba debajo trabajó el monólogo de la refugiada. Este era el único elemento escenográfico, el resto de textos se recitaban alrededor, siempre incluyéndolo.
La iluminación tenía especial importancia al ser uno de los factores que determinaba el cambio de «escenas» en el montaje. Se pensó entonces en una iluminación no realista, con focos blancos puntuales que acompañaba de una forma natural a las imágenes que los textos evocan. Esta iluminación se reforzó con fondos de colores que se iniciaban en el rojo, pasaban por el morado y terminaban en azul.
El vestuario se elaboró teniendo muy en cuenta lo que el texto evocaba. Dios y Belcebú llevaban gabardinas largas, alusión a una especie de túnicas. También fue pensado para que los cambios de vestuario, siempre en escena, fueran rápidos.
Ha sido un reto poder realizar este montaje, pero sobre todo ha sido un verdadero lujo contar con el equipo que lo hizo posible. Un elenco maravilloso, intérpretes que han dado vida a estos textos con una entrega incondicional. Tengo que confesar que hubo un momento en el proceso de montaje en el que pensé que era demasiado difícil unir una de las cosas más maravillosas que puede hacer el ser humano, como es la poesía, con uno de los acontecimientos más crueles de los que el ser humano sigue siendo protagonista. Paradoja hilarante que distorsiona la visión del mundo. Desigualdades e injusticias con las que convivimos y que creemos, o nos hacen creer, que no podemos cambiar y sobre todo, que no tenemos ninguna responsabilidad. Estoy orgullosa de que LaCanoa Teatro esté muy concienciada con el problema de los refugiados. Llevamos colaborando dos años con la ONG #SáharaConmigo, organizando eventos en los que todo lo recaudado va destinado a los refugiados del campamento de Tindouf. Una modesta forma de intentar hacer más visible el problema.
«Cada uno vive la vida a su manera. Y eso es la vida»
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