Las novedades editoriales se suceden a un ritmo tan endiablado que resulta difícil no ya estar al tanto de lo último, sino llegar a enterarse de que han aparecido en los estantes de las librerías títulos francamente interesantes. Si eso es molesto como lector, no digamos cuando uno se dedica a glosar los asuntos del mundillo y se le supone, por tanto, un conocimiento más o menos pormenorizado del mismo. No es raro que, con toda esta vorágine, acaben saliendo los artículos a medias. Siempre hay un libro que no se conoce, un autor al que no se le prestó la atención debida, editoriales que no nos suenan ni por aproximación y cuyo catálogo, sin embargo, cobija joyas de las que convendría haber estado más pendientes. Es rara la sensación, a medio camino entre el enfado y la culpa, que acecha al descubrir que se ha pasado por alto algo que no debimos descuidar. Por suerte, en ocasiones se está a tiempo de remediar, siquiera parcialmente, los desajustes propiciados por el olvido o la ignorancia.
La semana pasada publiqué en Zenda un largo texto acerca de la poeta Ángela Figuera Aymerich, una autora a la que la posteridad ha desplazado a un injusto segundo plano, y me ocupaba de glosar en él su figura y su obra. El artículo llevaba por título un interrogante retórico, «¿Quién se acuerda de Ángela Figuera Aymerich?», que .precisamente por ser tal no esperaba obtener respuesta. Afortunadamente, la obtuvo. Al día siguiente de su publicación me envió un correo electrónico Carmen Oliart, responsable de la editorial Sabina, para decirme que ellos sí que se acordaban y que, de hecho, acababan de lanzar una breve antología de sus poemas que estaban a punto de presentar en Madrid.
Tuvo la amabilidad de hacerme llegar un ejemplar, y hace un par de días cayó en mis manos Ser a media voz, un libro de diseño sencillo y elegante que recoge una selección de casi treinta poemas. Dice la propia Carmen Oliart, en un prólogo pertinente y atinado, que Figuera, en su poesía, desplegó «una voz propia, un tono en el que dominó la hondura y la ironía, el registro culto y el giro coloquial, el canto lírico y la denuncia social». La antología editada por Sabina pone de relieve todas esas vertientes y traza la geografía íntima de una mujer que estuvo desplazada en su propia época y se ha visto postergada una vez desaparecida. No era fácil hasta ahora encontrar fuera de Internet referencias recientes de Figuera. Sus obras completas aparecieron en Hiperión allá por 1986, dos años después de su fallecimiento, y hoy están descatalogadas. Ni siquiera su poemario más célebre, Belleza cruel, se pudo leer en España con garantías hasta que a finales de los setenta lo recuperó Lumen, según me descubrió recientemente la escritora Noemí Sabugal. Ser palabra desnuda viene, por lo tanto, a llenar un hueco evidente. Y aunque sepa a poco, porque lo bueno siempre deja ganas de más, no cabe otra cosa que aplaudir su publicación. Quería consignarlo aquí para demostrar que, aunque por lo general eso sea cosa de novelas y películas, también los artículos tienen a veces un final feliz.
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