Si cualquier evento es, por su propia naturaleza, efímero, no lo son tanto (o no deberían serlo) las huellas que deja a su paso. En lo que atañe a la Semana Negra, y dada la recurrencia con que desde la propia organización se alude a esa «ciudad efímera» que componen sus carpas cuando se arman y se desarman al cabo de diez días en el recinto de lo que una vez fue un astillero, es evidente que el certamen gijonés cuenta con un poso nada desdeñable que se pone de manifiesto, antes que en ningún otro lugar, en su propia historia. Pocas celebraciones literarias debe de haber, en España y en Europa, que hayan alcanzado ya las treinta ediciones, y que además lo hayan hecho sobreponiéndose a una competencia no siempre leal auspiciada por el ayuntamiento de la ciudad que los acoge. También manteniendo, sin grandes baches, los niveles de afluencia de público y de venta de libros, que es al fin y al cabo de lo que se trata.
Pero hay otra faceta de la Semana Negra de la que no suele hablarse y que tiene que ver con su rastro bibliográfico. A lo largo de los años, el festival se ha ocupado de publicar libros, algunos muy notables, que en unos casos han arrojado luz sobre autores o temáticas bastante postergados, por no decir inexistentes para el canon oficial, y en otros han promovido interesantes variaciones sobre asuntos que rara vez suelen tratarse. Eran volúmenes que, en los buenos tiempos, conocían tiradas generosas de las cuales se donaba una parte importante a las bibliotecas públicas de la ciudad y la comunidad autónoma, imagino que también a los principales centros bibliográficos de índole estatal. Ignoro si se sigue haciendo, aunque temo que la merma en los fondos públicos —la cultura sólo parece interesar ahora en aras de una rentabilidad económica e inmediata— haya dejado la cosa un tanto desvaída. Recuerdo, a bote pronto, el libro que, con la excusa de homenajear o recordar las vicisitudes de la República de Weimar, reunió textos de autores alemanes del periodo de entreguerras que no habían sido traducidos en España. Hay más. La Semana Negra recuperó Los hombres de octubre, unas sobrecogedoras memorias inéditas de Ignacio Lavilla en torno a la Revolución del 34, y rescató del olvido la figura de Germán Horacio, cartelista republicano, que a su vez era hijo de Emilio Robles Muñiz, Pachín de Melás, escritor asturiano gracias al cual aún conservamos los restos mortales de Gaspar Melchor de Jovellanos. Se dieron a conocer, en una pequeña edición que llevó el título de Aullidos, algunos relatos del escritor de ciencia ficción Marc Behm, y se ponderó debidamente en un ensayo breve y encantador la filmografía de Javier Medina, un cineasta tan heterodoxo como oculto del que el certamen gijonés regaló, además, la que creo que fue su última película. También se reeditó el ya inencontrable primer libro de Luis García Montero, Y ahora ya eres dueño del puente de Brooklyn, y se distribuyó una antología de Paco Ignacio Taibo, Con la mar por el medio, alrededor de los poetas del exilio. Es importante señalar que todos estos libros llegaban al público de manera gratuita. No había que desembolsar ni un euro. Bastaba con acudir a la carpa correspondiente, en el momento en que se repartieran, para hacerse con ellos. No sólo ocurre con libros editados por la Semana. También en ocasiones hay entidades colaboradoras que ceden títulos para su difusión. La respuesta, en todos los casos, es multitudinaria, como quedó de manifiesto el año pasado, cuando Ámbito Cultural llevó medio centenar de ejemplares de Encuentros con el 50. La voz poética de una generación, el volumen en el que Miguel Munárriz compendia las actas de los actos que él mismo organizó a finales de los ochenta, en el teatro Campoamor de Oviedo, con el grupo poético de Caballero Bonald, Ángel González o Gil de Biedma como eje.
Capítulo aparte merecen las exposiciones, casi siempre volcadas en el mundo del cómic. Por la Semana Negra han desfilado originales de Lorenzo Mattotti, Bill Sienkiewicz, Horacio Altuna, Mary Fleener, Max, Juanjo Guarnido o Stefano Ricci. No siempre son retrospectivas en torno a un autor. También se ha analizado el tratamiento de temáticas concretas dentro de la narrativa secuencial. Fue lo que ocurrió este año, con el catálogo de la exposición Visualizando el maltrato, un recorrido de Norman Fernández por el eco que la violencia de género ha venido teniendo en el campo de la historieta, principalmente en estos últimos años. En el libro se recogen algunas de las ilustraciones que formaron parte de la muestra, debidas a autores como Joan Marín, Sole Otero, Susanna Martín, Una, Marika o Iñaki Echeverría, complementadas con un pertinente análisis del comisario en torno a las diferentes casuísticas del maltrato y su manifestación dibujada entre viñetas. «La presencia de las autoras en la Semana Negra, y de su obra expuesta, durará lo que el festival», dice en el preámbulo Ángel de la Calle, el director de contenidos, «pero este libro-catálogo seguirá mostrando la obra mucho tiempo después de que las características carpas blancas se hayan desmontado». Es de desear que así sea, aunque a muchos pese, y que los modestos pero encomiables empeños editoriales de la Semana Negra mantengan el peso necesario para que no se los termine llevando el viento.
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