Narrativa

Juan Carlos Muñoz: los motivos del novelista

Juan Carlos Muñoz comenta en exclusiva para El Cuaderno el proceso de montaje de su novela "Los motivos del fuego" (Relee, 2017).

Los motivos del fuego: instrucciones de montaje

/ por Juan Carlos Muñoz /

 El Poeta (ya lo decía Pessoa, y algo sabía del tema) podrá ser un fingidor, o ese visionario del que hablaba Rimbaud, pero el Novelista se limita a ser un concienzudo artesano que trabaja de sol a sol, con su correspondiente receso para comer. Y como cualquier otro currante, el Novelista madruga para acercarse al mercado y hacerse con una base sólida sobre la que construir su artefacto narrativo. Pasea sin prisa entre los materiales, palpa texturas, compara densidades: no le cuesta desdeñar la sobreexplotada trama histórica, renuncia a la moda policiaca, rechaza amablemente la oferta de la autoficción. Tras meditarlo mucho, decide que se va a llevar unos cuantos metros de actualidad, entreverada con un refuerzo de interés social: no es lo que más reponemos últimamente, le dice el decepcionado vendedor, pero el Novelista es un punto analógico, muy poco digital, por no tener no tiene ni cuenta de instagram, qué rancio es el pobre.

Ya en su taller, el Novelista extiende ante sí los cimientos sobre los que va a erigir su obra. Se apresta a trazar bocetos mentales, errabundos al principio, cada vez más definidos, hasta que se solidifica una imagen, algo que le impactó hace unos años, las líneas de su prototipo empiezan a dibujar aquel cinturón de urbanizaciones que rodeó todas las ciudades de España. De repente sacabas a pasear el perro, o a hacer un poco de deporte, y veías las calles perfectamente acabadas, las farolas, los alcorques. Sin embargo, algo pasó: una plaga egipcia se desencadenó sobre nosotros llevándose por delante la financiación en cómodos plazos, la zona residencial, los acabados de lujo. El Novelista nota un golpe de sudor, se retira del boceto, lo contempla con los ojos entornados: vamos bien, se dice.

El Novelista saca entonces de su caja de herramientas el metro, hace sus cálculos, comprueba la resistencia. Rascándose el cogote con gesto apreciativo, intuye que allí hay una pista, una historia. En aquel paisaje interrumpido se ocultaba una poderosa metáfora, el resumen de una trayectoria que se remonta al Lazarillo y cuya muy poco olímpica antorcha han llevado Goya, Buñuel y Berlanga, un fuego en el que hemos acabado abrasándonos todos. Como Fabricio del Dongo paseando desconcertado por Waterloo, el Novelista intenta encontrar una lógica en esos barbechos de cemento. Y su siguiente decisión técnica es seleccionar los personajes alrededor de los cuales va a montar su artefacto. De un cajón saca unos cuantos, los va probando, los más a la moda se le antojan demasiado acartonados, como salidos del No-Do, no le hacen mucha gracia, son tan dúctiles como los mediocampistas de un futbolín, los deja para otra ocasión. Al final escoge una pareja de mediana edad, ni glamourosa ni vulgar, una de las muchas que confiaron a ciegas en las promesas del sistema y se embarcaron en una rueda de la fortuna que, y desgraciadamente lo descubrieron muy tarde, tenía todos los números marcados. Lima un poco sus perfiles, repara sus magulladoras, les pinta con delicadeza la raya del pelo: ya tenemos protagonistas.

El martillo. Qué contundente es, qué adecuado. Un texto montado a martillazos suele funcionar más que bien (cómo les gusta a los críticos decir eso de “se trata de una novela muy sólida”), pero si se quieren abordar temas que pudiéramos calificar como “sociales” se puede caer con facilidad en el sermón, en la insufrible homilía. No está en el temperamento de este Novelista (persona de acendrada frivolidad y escasamente atormentado) acogotar al lector con hurañas jeremiadas, qué ganamos con eso. Por lo tanto, es mejor montar el andamiaje con ligereza, abandonar la certidumbre que te proporcionan los clavos y atarlo todo con el hilo sutil (aunque resistente) de un soterrado sentido del humor, dejar que la estructura se combe al dictado del viento. Con cuidado da las últimas puntadas, se retira unos pasos para contemplarlo, hum, masculla, no es exactamente lo que yo tenía en la cabeza pero me vale, tampoco hay que pasarse de exigente.

Cae la tarde, por las ventanas del taller entran las sombras: se me olvidaba la iluminación, recuerda el Novelista, el punto de vista. La tentación de llenarlo todo de bombillas (especialmente de los ubicuos faros Led) acosa al operario. Las listas de éxitos están llenas de artefactos narrativos para cuya contemplación deberían adjuntarse gafas de sol, tal es el resplandor que emanan. Pero la idea que palpita en su cabeza exige una iluminación sesgada, casi subterránea, llena de contrastes y claroscuros. Las bombillas de toda la vida (esas que usábamos en los trabajos de pretecnología) nos van guiando por las peripecias de Arturo, Victoria y el resto del elenco, despistados y confusos, marionetas de un tsunami de dinero y exaltación que puso a prueba nuestros valores. Conteniendo ligeramente la respiración, el Novelista pellizca el interruptor: más o menos era eso, peralta un par de párrafos demasiado oscuros, mejor así.

Queda el barnizado final, el envoltorio que ha de sobornar al lector para que se decida a invertir su dinero (y su preciado tiempo) en la adquisición del libro. El Novelista no es muy adicto a la purpurina tan en boga, ni al acabado brillante, qué sobriedad, así le va. Pero en un ataque de inspiración se decide a pegar un par de brochazos chillones, escandalosos, que no vienen mucho a cuento. Sin saber muy bien por qué, incorpora una subtrama de literatura fantástica, sobrenatural, como si quisiera descolocar a la crítica. Una carcajada casi animal sale de su boca, se ha permitido un capricho, con lo taciturno que es. Se aleja del artefacto narrativo, lo mira con interés, como se mira a una cosa que ha hecho otro: sí. Es tarde, el Novelista bosteza, por hoy ya vale. Sale a la calle contento, el día se ha dado bien, el inconsistente esbozo de la mañana se ha convertido en una Novela, y todos sabemos que si algo necesita el mundo con urgencia son más y más novelas.


Los-motivos-del-fuego

Los motivos del fuego
Juan Carlos Muñoz
Prólogo de Marta Sanz
Relee, 2017
Formato digital ePub y mobi: 5,95€
Formato en papel 17,00 €

Acerca de El Cuaderno

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