/ por José Luis Piquero /
Aunque procuro no tomarme muy en serio a mí mismo, me tomo muy en serio la poesía. Lo primero es pura higiene; lo segundo la consecuencia de haber leído mucho y habérmelo creído todo. Por eso, diría que he escrito siempre (y vivido) en busca de alguna convicción, una sola idea intacta. Y estando en esas, la posmodernidad pasó de largo ante mí.
Tienes que irte recoge los poemas escritos desde 2009, en un proceso sostenido (un tirón de ocho años, dije en alguna parte) que excluía cualquier tentación de ejercicio o tanteo: si me sentaba a escribir era con todas las consecuencias, dispuesto a gritarme silenciosamente la verdad, o lo que yo he confundido con la verdad. No me he guardado nada. Y si he descubierto algo, como era la intención, ahí os lo dejo en los poemas, por si a alguien le resulta útil.
La poesía es la mejor forma que conozco de otorgarle a la vida todo su valor. Vivir es ir perdiendo, ya lo sabemos. Pero aspiro —al menos eso— a una poesía sin merma.
Poemas de Tienes que irte
Respuesta de Lázaro
No merece la pena, no te empeñes.
Yo ya he cumplido e iba a disolverme, tan contento.
¿A qué viene esto ahora?
¿Otra vez los afectos y sudar por las noches y bregar
y la sed y el dinero? (Sobre todo el dinero).
No, gracias. Eso ya son cosas vuestras.
Se estaba bien aquí. Los gusanos no son muy exigentes.
Uno delega en ellos los detalles.
Por lo demás, me gusto. No es que huela muy bien
pero puedo estar solo. La gente es tan extraña…
Años llevo intentando comprenderla.
Aquí no hay amenazas, ni preguntas, ni se espera de ti
algo distinto a una quietud insólita.
¿Miedo a vivir? Lo mismo que vosotros,
pero sin aspavientos.
El mundo es más difícil: hacer lo mismo una y otra vez,
y encima Dios, que no te quita ojo,
diciendo “Has hecho daño” y “No te esfuerzas”.
Ya no hago daño a nadie. Podrido estoy más limpio
de lo que he estado nunca.
Conque puedes coger tu pequeño milagro y esfumarte.
Terrazas soleadas, inútiles banquetes.
Yo soy perfecto. Busca
a otro infeliz que aún se haga ilusiones.
—
Dinero
Lo tuve.
Y la llave del cofre del tesoro, toda de plástico,
leal como un amor adolescente,
con su leve chasquido de sexo maquinista.
Oh, cajeros, banquetes
del siglo XXI, que no sacian,
y la hermosura de las Matemáticas.
Entonces no le hacía mucho caso.
Era tan mío como mi nariz
o mi mano derecha.
El dinero no es sucio. ¿Acaso tu mascota o tu bebé son sucios?
¡Y hacía cosas, cosas!
Prodigios cotidianos: un mago de bolsillo.
Y su música enérgica, contante,
era la melodía de un mundo hermoso y lógico.
Ya no lo tengo.
A veces noto el hueco como una amputación de lo mejor de mí.
Y es curioso haber sido tan propicio
y ya no serlo. El nombre de su ausencia
es Intemperie.
Ahora sé lo que era
el dinero: un yo perfeccionado.
Y otra cosa: un espejo en el que se miraban los demás
y era a mí a quien miraban, conmovido
de aprobación, ligero de aflicciones.
Y el mundo proseguía,
como las cosas llenas, como lo que rebosa,
mientras yo abría puertas e iba alegremente a todas partes
cantando: cuánto, cuánto, no hay problema…
—
Hansel & Hansel
Hermano, casi fuimos una cosa junta,
casi fuimos como una misma cosa.
Y ahora dos muñones.
Quizá el bosque era demasiado espeso y me he perdido.
Como sea, da media vuelta, sigue las miguitas
y llegarás a casa.
En el mundo no hay sitio suficiente
para los dos. Éramos como bárbaros,
nuestra sangre de hermanos un chocolate tóxico
donde mojar las garras, ¿lo recuerdas?
Cuando los niños dejan de jugar
es cuando empieza el juego, la hora de la Bruja.
Soy la pequeña ardilla, no me muerdas, hermano,
no me arranques la delicada piel.
La parte de los dos que era yo: te la doy.
Ahora estamos en paz, hermano, mi enemigo.
Despídete: derríbame
de un puñetazo.
A Papá y a Mamá diles que sabe Dios
dónde se habrá metido ese hijoputa.
—
La conversación
Teme a la oscuridad, dijo la oscuridad.
Tu flanco vulnerable ya eres entero tú.
Este mundo sin formas está lleno de formas,
dije. Muy acertado.
Apuesto a que ya intuyes unas cuantas
y todas son del tipo
de las que no te dejan escapar.
¿Monstruos?, dije yo. No, nada de monstruos.
Soy muy real, puedes tocarme, ¿notas
cómo te abrazo?
Sólo eres aire negro, respondí. Te equivocas.
Mi opacidad contiene el mundo entero.
Incluso tú
eres algo hijo mío.
Ahora me acuerdo, dije. Hace ya tantos años.
Eras tú quien cantaba esa canción.
Ya lo has averiguado, dijo. Bésame.
Quiero irme de aquí. Márchate cuando quieras.
Tampoco irás muy lejos.
Tienes que irte
José Luis Piquero
La isla de Siltolá, 2017
96 pp.; edición en papel: 12.00 €
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