Arte

La gran ola de Kanagawa

Un grabado trascendental para la historia del arte

Hokusai Katsushika, considerado el artista nipón más reconocido del mundo, pintó y retrató hasta la saciedad el monte Fuji. La obsesión del artista le llevó a crear imágenes icónicas, como La gran ola de Kanagawa, en las que el pico más alto del país siempre estaba presente.


Un grabado trascendental para la historia del arte: La gran ola de Kanagawa y su autor Hokusai Katsushika

/ por Andrea García /

La gran ola de Kanagawa se concibe en el Periodo Edo, momento de la historia japonesa caracterizado por el gobierno de Shogunato Tokugawa, que fue un mandato político de carácter militar acaparador de toda la era, desde el año 1603 hasta el 1868; momento en el que se derroca al último Tokugawa. Durante el Periodo Edo se establece la capital en Edo, actual Tokio, y de este  hecho se denomina la época. En este periodo también es importante el blindaje del país al exterior, ya que el comercio estaba restringido básicamente a China y Holanda hasta el tratado comercial de Kanagawa en 1854, cuando Japón se abre a Estados Unidos y paulatinamente al resto del mundo, por ejemplo, Rusia, Inglaterra o Francia. Este clima favorece el apogeo de la clase urbana emergente (chonin); un tipo de burguesía, frecuentemente protagonizada por comerciantes enriquecidos, quienes permitieron proliferar tanto las urbes como la cultura de las mismas. Consecuentemente el arte cambia, pues el estrato chonin demanda el arte del mismo modo que lo hacían desde antaño los emperadores, señores feudales y samuráis, a los que estaba restringido hasta entonces. Dicha necesidad fomenta la creación de la escuela ukiyo-e, la cual utiliza como técnica artística el grabado con el propósito de crear múltiples estampas idénticas entre sí a partir de una sola matriz esculpida, lo que permite la realización industrializada del arte. El término japonés ukiyo-e es traducible como “mundo flotante”, pues se considera que los temas simbolizados, al pertenecer a la vida, son efímeros. El hecho de que surja una nueva clase social también logra que el arte cambie de manera progresiva. Se trata del mundo chonin, vinculado a la cotidianeidad y con un fuerte gusto por el entretenimiento. De este modo, predominan las escenas relacionadas con el teatro (yakusha-e), temas eróticos (shunga), el retrato de mujeres hermosas (bijin-ga), la literatura y la mitología, paisajes y los oficios de diversa índole, aunque tampoco se pueden dejar de lado los temas históricos y legendarios, sobre todo retomados en el último cuarto del siglo XIX.

En este panorama nace Hokusai Katsushika, original de Edo, que nace en 1760 y fallece en 1849 en la misma ciudad. Procedente de una familia de artesanos, ya en su adolescencia comenzó a trabajar en talleres de grabado ukiyo-e y se puede destacar el aprendizaje que recibió del artista Shunsho Katsukawa, que estaba especializado en imágenes teatrales. En todo caso, lo más trascendental es el contacto que tuvo con el arte de autores pertenecientes al estilo ranga, el cual pertenece al rangaku o aprendizaje holandés. Estos maestros estudiaban el arte venido de Holanda a través del comercio y aprendían a imitarlo. Esencialmente se trataban de grabados cuyas técnicas también podían aludir a las europeas. De este modo, Hokusai supo entender el arte foráneo y aplicarlo a sus creaciones, tratándose de toda una novedad para su tiempo.

Además de la fama que obtuvo su obra, Hokusai tuvo dos matrimonios que acabaron en tragedia, debido a que ambas esposas fallecieron. Fruto de estas uniones nacieron los cinco retoños del maestro, destacando Oi Katsushika, una de las pocas artistas del Periodo Edo. Hokusai debió resultar incomprendido por sus hijos, especialmente durante su ancianidad, aunque Oi, de personalidad similar, permaneció junto a él hasta su fallecimiento en 1849. El grabador también cayó en desgracia por la ruina económica que rodeaba a su familia debido a los cobros retrasados o al pago injusto por la misma. En cualquier caso, ninguna de estas trabas desmereció la figura de Hokusai. Al contrario, en vida disfrutó de la popularidad y el reconocimiento de su buen arte, sobre todo al alcanzar la tercera edad. Su introspectiva y chocante naturaleza, junto a la gran maestría artística, le permitieron la realización de series de grabados transcendentales no sólo para el arte japonés, sino para la historia del arte global, como las Treinta y seis vistas del monte Fuji (1830-1831) o las Cien vistas del monte Fuji (1834-1835). De hecho, a través de la primera serie se dio a conocer en París durante la Exposición Internacional de 1867, influenciando notablemente a los artistas de la época. Entre otras series, destacan Notables vistas de puentes en varias provincias (1827-1830), Cien cuentos de fantasmas (1831) y Un recorrido por las cascadas en varias provincias (1832). En la técnica del dibujo, resulta importante citar el Manga de Hokusai (1817).

La gran ola de Kanagawa se encuadra dentro de la famosa serie de grabados titulada Treinta y seis vistas del Monte Fuji (1830-1832). Se trata de un paisaje en el que se representa un fuerte oleaje el cual pone en peligro la vida de los marineros montados en esquifes, representándose el monte Fuji al fondo de la escena.

Hokusai concibió esta serie de grabados centrados en la simbolización del volcán Fuji debido a la importancia que tiene como emblema de Japón, además de su trasfondo religioso, pues también era un lugar de culto desde antaño. El mismo tema se repetirá en las Cien vistas del monte Fuji (1834-1835). A través de La gran ola de Kanagawa se perciben las características de la pintura europea que aprendió Hokusai gracias a los maestros del ranga.

La casa del té del padre, en Hiroo, de Shiba Kokan (1784).

Una de las figuras más ilustrativas del este estilo fue Suzuki Harushige (1747-1818), habitualmente conocido por su pseudónimo Shiba Kokan, quien trabajó en obras occidentalizantes como La casa del té del padre, en Hiroo; grabado al aguafuerte de 1784 que destaca por el excelente empleo de la perspectiva lineal y las gradaciones tonales (bokashi) para lograr un mayor naturalismo, junto a la creación de profundidad a través de la cuadrícula que se dibuja en el terreno. La propia técnica del aguafuerte, de origen europeo, enlaza directamente con el ranga.

Así, Hokusai Katsushika combinó las técnicas del arte occidental perceptibles en el ranga aquellas propias del ukiyo-e, como la ausencia de volumen, la perspectiva irreal, los contornos definidos y el empleo de los colores saturados. La primera serie en la que con mayor claridad queda patente la unión entre el arte occidental es la que encuadra La gran ola de Kanagawa: Treinta y seis vistas del Monte Fuji. En el caso de La ola, el uso de la perspectiva lineal se hace patente, sobre todo, en la forma de colocar las barcas de la derecha en paralelo y también mediante la representación de la montaña con un tamaño diminuto si se la compara con la marejada; ambas técnicas con el propósito pictórico de crear profundidad.

Detalles de La gran ola de Kanagawa donde se aprecian las gradaciones tonales y su ausencia, en el caso de los esquifes.

Las gradaciones tonales se trabajan con una gran calidad en el celaje, resultando más artificiales en el resto de motivos, especialmente en los esquifes. Resulta muy perceptible el uso de dos tipos de azules en la marea. Se trata de un juego realizado con el pigmento que se denomina azul de Prusia, de origen centroeuropeo, el cual obtuvo Hokusai a través del comercio. Se puede afirmar que el grabador innova no sólo en las técnicas artísticas del ukiyo-e, sino también en los materiales al incorporar pigmentos europeos, aunque no fue el primero; por ejemplo el estilo ranga fomentaba este tipo de originalidades. Apoyándose en las gradaciones, las olas transmiten profundidad a través de los contornos irregulares, sobre todo presentes en las crestas de las olas. Igualmente resulta importante la ausencia de formas simétricas, exceptuando el solapamiento de dos olas en la esquina inferior derecha.

Puede determinarse que Hokusai Katsushika descubre una nueva manera de representar el oleaje con un mayor naturalismo, aproximándose al arte europeo y diferenciándose mucho de su producción de marinas anterior a las Treinta y seis vistas del monte Fuji.

Esquifes que reman a través de las olas, de Hokusai Katsushika (1800-1805)

Una de las obras más populares que prefiguran La gran ola de Kanagawa se titula Esquifes que reman a través de las olas y fue realizada casi tres décadas antes del grabado sobre el que versa este artículo. Hokusai ya utiliza las gradaciones mediante la unión de dos tonos que, junto a las formas redondeadas y el carácter monumental de las olas, permite crear volúmenes, aunque el naturalismo pretendido es menor, sobre todo debido a la planitud de la cresta de las olas. Pese a que también emplea la perspectiva lineal, la estampa de 1800-1805 resulta más estática y menos natural. Pertenece a una serie sin nombre en la que el artista se dedicó a crear paisajes al estilo occidental, culminando en las Treinta y seis vistas del monte Fuji.

Vista de una tormenta de lluvia, Vistas del monte Tenpozan en Osaka, de Gakutei Yashima (1834)

Es llamativo comentar cómo Esquifes que reman a través de las olas alcanza una gran calidad pese a ubicarse en los inicios de Hokusai como estudioso del estilo ranga. Por eso, incluso la superposición de las olas resulta más veraz que en el resto de grabados coetáneos pertenecientes a otros autores, por ejemplo, Vista de una tormenta de lluvia, de Gakutei Yashima (1786-1868). En la década de La gran ola de Kanagawa, Yashima concibe la serie Vistas del Monte Tenpo en Osaka (1834), también con este gusto por el paisaje característico de autores del ukiyo-e como el dicho Hokusai o el famoso paisajista Utagawa Hiroshige (1797-1858) que se explicará a continuación. Incluso el protagonista es también un lugar particular, nuevamente un monte; el más bajo del archipiélago nipón. Aparece representado al fondo en esta marina, donde las olas se sobreponen toscamente, destacando su gran planitud pese a que el grabador usa, de igual modo, el bokashi, la perspectiva lineal y el dibujo curvilíneo de la cresta para intensificar su naturalismo.

Olas y rocas, de Kokei Yoshimura (sin fechar, 1769-1836)

Esta será la forma habitual de representar la marejada en tiempos de Hokusai, aunque no fue el primero en caracterizar la sinuosidad de las olas ni tampoco sus crestas con aspecto de garras. En la escuela Maruyama-Shijo, el artista Kokei Yoshimura (1769-1836) pintó con tinta china hermosos biombos como el titulado Olas y rocas (datación desconocida) donde se representa el aspecto dinámico y curvo del mar y las crestas ganchosas de las olas.

Tras la famosa La gran ola de Kanagawa, maestros como Hiroshige decidieron continuar con su postulado. Es interesante hacer referencia a dos imágenes de Hiroshige que demuestran dicho proceso.

Cueva en la Isla de Enoshima, en la provincia de Sagami, de Utagawa Hiroshige (1832-1839)

La primera de ellas se denomina Cueva en la Isla de Enoshima, en la provincia de Sagami. Otra vez se crea en tiempos de La ola pero la marejada resulta lisa e irreal, siendo además el único elemento desconcertante en toda la composición, caracterizada por su gran armonía.

El mar en Satta, en la provincia de Suruga, Treinta y seis vistas del monte Fuji, de Utagawa Hiroshige (1858-1859)

Sin embargo, Hiroshige mejora su técnica de representación en 1858-1859 a través de las Treinta y seis vistas del monte Fuji, que también es una de sus series más célebres. El mar en Satta, en la provincia de Suruga, no sólo imita la composición de La gran ola de Kanagawa, sino que también respalda la noción de volumen y evita la superposición directa entre las olas, combinando líneas paralelas y perpendiculares con el propósito de crear volumen y, consecuentemente, una mayor profundidad y verismo.


 

 

 

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