Narrativa

Fred, Cabeza de Vaca

"Fred, Cabeza de Vaca" (Sexto Piso, 2017) de Vicente Luis Mora, que ha recibido el Premio Torrente Ballester 2017, es posiblemente la novela española más rompedora y exigente del año.

Cabeza de Vaca o la écfrasis de un espejo roto

/ por Cristina Gutiérrez Valencia /

No sé si te sigo.
—Entonces vamos por el buen camino.
(Ramiro Mecamp y Fred Cabeza de Vaca, p. 93)

Esqueje 8: ¿Cómo se cuenta una vida, cómo se destruye un relato existencial, cómo se levanta una biografía, con qué materiales? ¿Debe tender a la totalidad, debe detenerse sólo en los aspectos relevantes? ¿Debe ser un mosaico o una carretera? ¿Qué merece quedar dentro del recuento, y qué fuera de él? La biografía como relato de un relato.
(Natalia, biógrafa de Fred, p. 192)

“La biografía como relato de un relato”: Los géneros biográficos, como tantos otros, son, a diferencia de lo que aparentan, relatos metanarrativos. Su referente biográfico real, como todos los referentes, nos enfrenta al problema de nuestra conexión con él, al eterno problema de la epistemología y de las tres patas pa’un banco que son a veces el significado, el significante y el referente. Cuando ese género biográfico se trata además desde una obra marcadamente ficcional, la complejidad de esa terna se acrecienta; así ocurre con Fred Cabeza de Vaca, una novela sobre el hecho de contar una vida, o sobre el hecho de hacer una novela sobre el hecho de contar una vida, o sobre cómo destruirla. Los límites de la ficción y los límites del arte se tocan, como en la ilustración de cubierta, y se ponen en cuestión en lo que algunos han dado en llamar una “falsa biografía”, que no lo es más que cualquier otra, aunque esta sea ficcional. Esta novela se ha puesto en relación con Jusep Torres Campalans, biografía ficticia de un artista cubista amigo de Picasso que Max Aub hizo pasar por real, pero a diferencia de aquella, ésta, sobre “el artista más importante desde Picasso”, como dirá un político en la obra, no oculta, sino que propaga, su esencia ficcional, pues fue en el proyecto de Quimera 322 donde Vicente Luis Mora se/nos divirtió con el hoax. Además, si aquella se proclamaba como biografía cubista, ésta, en tiempos de un arte conceptual y postconceptual, no podrá ser otra cosa que una biografía performativa, un capítulo práctico de Cómo hacer cosas con palabras, actividad que será la especialidad del arte de Fred. Es esta apuesta por la ficción, esta apología de la libérrima actividad creativa, junto con la reflexión sobre sí misma, la que distingue esta biografía de esos relatos zahoríes de sentido y prestidigitadores de la unidad del yo que son estos géneros biográficos tan de moda.

No seré la única lectora diletante que apunte el cansancio de la ficción y las tendencias actuales a sobrevalorar el yo. Es un lugar cada vez más común que las manifestaciones de la literatura del ego –diarios, memorias, autobiografías y todo tipo de autoficciones–, ha ido desplazando a la novela y haciéndose con la hegemonía de lo literario. El yo y todas sus variantes es uno de los grandes problemas de la Posmodernidad, que no se pone de acuerdo en si el yo implosiona en su saturación, como diría el constructivista Kenneth Gergen, en su paroxismo solipsista (esa idea del yo contra la que arremete Peter Sloterdijk), o explosiona en su fragmentarismo. En el ámbito del signo cultural del Posmodernismo, los estudios literarios se han ocupado de cómo ese gran problema nuestro del yo se ha trasladado a la literatura y ha cambiado el panorama de lo escrito en las últimas décadas. Aunque la literatura del yo ha existido desde siempre, Henri Peyre explicaba en 1969 en Literature and sincerity cómo el diario privado, que parecía estar convirtiéndose en el género favorito del siglo XX, absorbiendo vorazmente el ensayo filosófico y la propia novela, nació del ansia por la sinceridad, que causa modernos devotos de la literatura dispuestos a quemar su propio ídolo. Paul de Man publicó en 1979 un artículo titulado Autobiography as De-facement, donde se planteaba preguntas muy interesantes sobre la autobiografía y los estudios que ésta estaba suscitando en esos momentos, cómo si era posible hablar de autobiografía para obras previas al Romanticismo, cuando ni el sujeto ni el autor ni el yo literario se entendían de la misma forma, o si podíamos hablar siquiera de autobiografía en general. En esa misma década de los setenta, Philippe Lejeune, a quien de Man calificó en su artículo de stubborn, ya había comenzado sus investigaciones sobre la autobiografía, el género diarístico y el pacto de no-ficcionalidad. El escritor postmodernista William Gass publicó en 1994 en Harper’s un artículo titulado The Art of Self: Autobiography in an Age of Narcissism que comienza diciendo que “el ensimismamiento, según nos dicen, es la preocupación principal de nuestra época”. Más aún, David Shields dice en su polémico Reality Hunger. A Manifesto (2010) que la autobiografía y otras formas de no-ficción son la gran literatura de nuestra época (también que no existe ya diferencia entre la ficción y la no-ficción). La última versión del género, si hacemos caso de lo que nos dice Eva Illouz en La salvación del alma moderna, incluiría que las historias autobiográficas contemporáneas “son acerca del acto mismo de contarlas” (“La biografía como relato de un relato”, recordemos). En España, Vicente Luis Mora publicó hace poco La literatura egódica. El sujeto narrativo a través del espejo, que sirve de complemento indirecto a los abundantes trabajos sobre la autobiografía y la autoficción que han dado el yo de pecho en los últimos años.

Vicente Luis Mora (Córdoba, 1970)

Bajo el género del azogue deformado que es la ficción realista (en el más amplio sentido del término), Vicente Luis Mora acaba de publicar una novela que reivindica, desde su misma advertencia previa (que culmina con “Esto es una ficción”), tan irónica como crítica, la ficción y la imaginación, pero sin renunciar al asunto del yo y la creación del ser en la biografía. Lo hace con esa misma convicción de la que hablaba Illouz de que las historias biográficas son acerca del acto mismo de contarlas. El personaje central de la novela, el inventado crítico y artista Fred Cabeza de Vaca (1980-2031), no es el núcleo incandescente de la obra, sino que esta se configura en torno a un átomo que es el yo dialógico (quizá por eso la obsesión del personaje por la orgía), a través de una miríada de textos, propios y ajenos, que van construyendo y deconstruyendo a Fred en un tiempo esquizofrénico: [Materiales para insertar en esta parte], apuntes para memorias, diario, esquejes de la biógrafa, comentarios y glosas, artículos críticos (Cándido Pérez en Revista de Libros), conversaciones con Eckerman, diálogo recordado-recreado de memoria del artista Ramiro Mecamp, transcripción de una mesa redonda en la Universidad Autónoma de Madrid, borrador de e-mail, entrevistas, podcast de conversación con Rafael Argullol, informe de un abogado penalista dirigido a Fred, fragmentos manuscritos encontrados en la papelera del escritorio de Fred imposibles de fechar (el tiempo no importa, o se nos reta a una recomposición más difícil todavía de la historia del personaje), una postal sin destinatario y sin enviar firmada por Cabeza de Vaca (este fragmento puede entenderse como lo contrario a la práctica artística de On Kawara, con quien se juega en la novela, que utilizaba los telegramas a modo de postal como arte que afirma la existencia. Ver el proyecto “I am still alive”), mensajes entre Fred y 70 según el orden en el que se encontraron, 1200 comentarios que dan la razón a Fred (de manera calculada), recortes de prensa, fragmentos de la biografía no autorizada de Sara López Mencía (2027) con glosas al margen, artículo en la revista Eñe, conversaciones grabadas, etc.

Natalia Santiago Fermi, la académica de la Universidad Complutense que presenta en la introducción la biografía de Cabeza de Vaca, tiene varios pasajes de carácter metadiscursivo: “los especialistas en literatura autobiográfica suelen recomendar el alejamiento aséptico respecto a la persona retratada” (p. 30). Es curioso, porque creo que hay aquí una errata, el “autobiográfica” por “biográfica”, que puede ser muy reveladora, pues viene a alumbrar el hecho de que quien trata de unificar y dar sentido a la vida de otro se va retratando a sí mismo y revelándose según descubre al otro al que trata de perseguir. En este caso Natalia va descubriendo sus sentimientos hacia Fred, que evolucionan según avanza su conocimiento sobre él y sobre la opinión que de ella tenía el artista. También al tiempo que avanza la biografía de Fred más se fragmenta esta, por medio de la adición de dispositivos narrativos, así como el objeto biografiado, cada vez más inasible, contradictorio, excesivo, inabarcable, y por último por la formación de sentido que va generando y lleva a Natalia a comprender y abandonar o dinamitar el proyecto, dejándolo inacabado, que es la única manera de ser, finalmente, de una biografía, entendida como discurso de una vida o una persona(lidad). Natalia abandona la biografía y Eckerman envía a Ramiro Mecamp todo el material que nosotros leemos, –el libro, la novela, desde este lado de la pared– con la aclaración: “ni ella ni yo nos hemos atrevido a montar las piezas, esto es, a crear con esta selva documental algo parecido a un libro” (p. 314). Fred había comentado antes el desorden en sus archivos y cómo para ordenarlo habría que imprimir, leer, catalogar y renombrar, a lo que Natalia escribe un comentario que el lector puede suscribir como parte activa del rompecabezas que le presentan in progress: “Qué me vas a contar” (p. 246).

La propia biografía, en algunos fragmentos incluso tachada –lo que nos resulta ya una pista–, nos habla de la Falacia biográfica en la crítica. Lo hace utilizando como anáfora en tres párrafos, que son tres borradores distintos de la respuesta de Fred a Ekerman, la siguiente oración: “Uno de los mayores errores críticos que pueden cometerse es la «falacia biográfica»” (p. 119). Esta triple escritura, ninguna definitiva, ninguna igual, nos muestra que quizá la falacia biográfica vaya más allá de la Nueva crítica de la que procede, y haga referencia al propio género biográfico en cuanto a la imposibilidad de su misma existencia.

Pero, ¿quién es este Fred Cabeza de Vaca asunto de la biografía, filósofo, crítico y artista y protagonista de la novela? Fred, con su pluralidad de identidades, sirve de puente entre los temas a tratar y es el hilo conductor (no hay puntada sin hilo en esta novela, a pesar de su esencia fragmentaria) entre los diferentes temas (el machismo sistémico, el agotamiento y absurdo del arte -cocina en vagina podría ser buen ejemplo- la venialidad del arte y el mercado artístico, el sexo y la sexualidad como forma de consumo y capitalismo desaforado, el robo y la corrupción ligados a grandes instituciones o bancos, y su traslación al ámbito personal y ciudadano, el campo cultural como campo de poder, los límites éticos del arte -obra con muertos, inoculados con enfermedades, rostros operados para ser gemelos del artista, el proyecto A-Siria-, la inteligencia artificial -el futuro en el que Amazon, como ente digital, escribe las propias novelas que publica y posee su propio mecanismo crítico, el proyecto “Cabezón” basado en “Bighead”-, la relación entre arte y política, el pasado reciente, el presente incierto -la realidad se trata desde el lado político o social, como con el tema de Cataluña, así como con la inserción de personas reales de nuestro presente, sobre todo cultural: César Aira, Zagajewski, Argullol, José Luis Brea, Arthur C. Danto, Félix de Azúa, Miguel Ángel Hernández Navarro, Méndez Rubio, On Kawara, etc.- y el futuro proyectado, etc., etc.). Su talento como pensador y crítico es inversamente proporcional a su capacidad artesanal,  es un ser tan abyecto y despreciable como interesante en sus contradicciones, excesos e ideas.

Cabeza de Vaca dirá “No tengo nada que ver con el conquistador” (p. 268), y aunque en el fondo sus numeradas y extensas conquistas sexuales lo desmientan (el hecho de que su pareja más estable y duradera fuera ciega no es un detalle desdeñable), podríamos dar otra explicación a su nombre que nos muestra cómo ese hilo que nos saca del laberinto que es la novela no es temático sino estructural o narrativo. Natalia expone que Fred habla en ocasiones de sus “loops recursivos”, “planteamientos mentales recurrentes, cuyo efecto era retrotraerle en una cadena de ideas incesante, ad absurdum”. La Cabeza de Vaca de Fred, con esos loops recursivos, es como esos cuatro compartimentos del estómago de la vaca que rumia: Fred va introduciendo y procesando su pensamiento, dejándolo fermentar, variándolo, mientras pasa de unas formas a otras, pero en su fragmentarismo y desorden temporal ese material vuelve convertido en otra cosa para ser rumiado y procesado de nuevo de manera diferente, de forma que se pueda extraer de él el máximo. Es así como Fred piensa, es así como nosotros lo leemos, en sus palabras y las de otros, a través de su Cabeza-Estómago de Vaca. No sería casualidad, entonces, que Fred escriba en uno de los fragmentos de su diario: “El cerebro tiene una importante dimensión física que a veces pasa desapercibida; ya sé que todo en él es físico y químico, pero me refiero a una sensación concreta, como la que se tiene del estómago durante una digestión pesada” (p. 283). Es al final de ese fragmento cuando, con Natalia, nos damos cuenta de que Fred es consciente en sus diarios de que estos serán leídos, de que los escribe con la intención de que sean leídos por otros, utilizando incluso la función apelativa del lenguaje. Además, la biografía, y con ello la novela, se va deshaciendo cuando Natalia inserta comentarios de duda sobre la fiabilidad de una entrevista a Cabeza de Vaca, pues las declaraciones parecen retocadas o editadas para parecer más polémicas, lo cual abre una puerta muy interesante para la interpretación de la biografía y su protagonista.

El elemento macroestructural que venimos comentando se va enlazando con el nivel micro, con el trabajo, el estilo y la perfección de cada parte y fragmento, pues el disfrute que proporciona la obra como conjunto de fragmentos que podrían ser independientes es fabuloso, y de un nivel imaginativo y de estilo muy por encima de otras novelas que conozca sobre arte (y en mi opinión, que su anterior novela, Alba Cromm). La tremenda ambición que podemos ver en estos “elementos cavezavacunos” (macro y micro) no está reñida con el humor, que es un gran elemento infiltrado con punta fina y que da, a veces, sentido reparador a ciertos pasajes surrealistas o de extrema inhumanidad, además de ser un elemento que unifica, en la mirada sonriente de un autor implícito no representado, toda la obra. El resultado, en suma, está a la altura de la ambición de una novela que es una gran construcción con unos acabados de máximo nivel. Frente al arte entendido como las cosas bonitas o “los ojos de los muertos que te cuentan cosas” de la señora que limpia la casa-obra de arte de Fred, el arte como “lo que rompe la convicción del bien desayunado” (p. 99). Ruptura, exigencia y reflexiva incomodidad, poco más podría pedir a una novela.


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Fred Cabeza de Vaca
Vicente Luis Mora

Sexto Piso, 2017
328 páginas, 19,90 €

 

 

 

 

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