/ por José María Castrillón /
El poeta colombiano José Manuel Arango (El Carmen de Viboral, 1937-Medellín, 2002) hace suya ―dolorosamente suya en tantos casos― la contradictoria realidad circundante: el tablero de vida y muerte que son las calles de su ciudad, los sueños (truncados a menudo) de sus gentes, el farallón de montañas amenazadoras y fascinantes… Pero no es solo un rasgo esencial de la mirada al mundo de Arango, pues comparte principios con la manera en que el poeta supo conciliar la tradición simbólica, la de la palabra que apunta a lo invisible, y la contundencia del objetivismo de origen norteamericano, en una suerte de equilibrio revelador no muy distinto del que alcanza una obra que engasta en una dicción morosa, pausada y contenida un mundo bullente, exterior, que sale al paso de un poeta inquieto y caminante atento a todo, cerebral y contundente («la sien en el puño»). Profundo conocedor de las tradiciones poéticas propias y foráneas, logra José Manuel Arango diluirlas en un discurso propio, en una voz reconocible.

Poemas
los hombres se echan a las calles
para celebrar la llegada de la noche
un son de flauta entra delgado en el oído
y otra vez son las plazas lugares de fiesta
donde las niñas que cruzan con la espalda desnuda
las miradas de los cajeros adolescentes
repiten los movimientos de un antiguo baile
sagrado
y en la algarabía
de los vendedores de fruta
olvidados dioses hablan
•••
Asilo
1
sentados
en círculo, el rostro
cerrado por enigmática
sonrisa
los sordos
hacen signos extraños
con los dedos
2
y cuando la oscuridad
es silencio
oyen
con la sien en el puño
sus pensamientos
3
ardua vigilia de los sordos
en sus cráneos
los silenciosos hundimientos
de los valles del mar
los ojos
dolorosamente
abiertos
•••
en la mansa
familiaridad de las calles
la sombra de un árbol cuelga
inmóvil sobre el muro blanco
y
de pronto
sin raíz, el deseo
de quedarse en este día, siempre
•••
Augurio
repentina
la muerte canta
en los grifos
del agua
•••
muchacha
antiquísima
en el sabor a sal de los pechos
en los dedos curvados en torno a una fruta
en el pubis
herboso
•••
sus pechos crecen en mis palmas
crece su respiración
en mi cuello
bajo mi cuerpo crece
incontenible
su cuerpo
•••
Gallinazos
Junto a la carroña
del perro,
dos gallinazos,
como encapuchados
de negro.
Los espanto:
su vuelo
de recios aletazos
hace sonar el aire
como una carcajada.
•••
1 P. M.
1
En la cuneta el perro envenenado
muestra sus dientes amarillos. Verano.
Un sol de cobre
que aporrea la nuca
y las caras aniñadas de los soldados bajo los cascos.
Notarías, casas de putas, bancos, funerarias.
Los saltimbanquis,
con sus ropas ceñidas
como de bailarines o de mimos,
piruetean. Son los juglares
de hoy. Prepara una moneda
para echar en la gorra.
2
Mira a los que los miran.
Considera esos rostros
atravesados
por una mueca rencorosa.
Bajo la suela
sentirás el asfalto
quemándote la planta.
Respira la aridez del aire,
el olor a betún, el polvo.
3
El viento trae un olor nauseabundo de los basureros.
Mediodías como olas de fuego sobre los tejados.
Un gallinazo vuela siguiendo la curva del río.
4
Párate a oír cantar a las dos ciegas.
Sentadas en el borde de concreto
de la jardinera, remotas,
rasgarán sus guitarras.
Fija el dúo de voces
nasales, agudas,
el crotaloteo de las maracas.
5
En la acera de enfrente,
con el barboquejo pegado al mentón,
habrá un soldado inmóvil.
La sien en el puño. Antología poética
José Manuel Arango
Selección y prólogo de José María Castrillón
Eolas Ediciones, 2017; 156 páginas
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