Creación

Tres poemas inéditos de Xuan Bello

Xuan Bello gana el premio Teodoro Cuesta de Poesía 2017 con "Les isles inciertes".

/ por César Iglesias /

El hombre de Paniceiros, pero también de Veguín, de Ciudá Naranco, de O Pátio das Escolas, de la Piazza San Pietro in Montorio, de la Cai Escura, de Cimavilla… es hoy el hombre de Caces. Un hombre que ve crecer a su hija Lena, que abraza a su mujer Sonia, que pasea entre les viesques con sus perros, que se deja acariciar por el ronroneo de Prúa, una gata hermosa con nombre de lluvia. Xuan Bello es un hombre que sigue instalado en las incertidumbres, pero que, doblada la esquina de la cincuentena, mantiene el empeño de redimirse, de encontrar ese lugar en el mundo que nos haga ser ciudadanos de la ternura y del bienser. Con Nel cuartu mariellu (1982) abrió una ventana al universo para un adolescente que escribía poemas en una lengua desterrada por la infamia y la ignorancia. Ahora, veinticinco años después, es con Les isles inciertes, poemario galardonado en la última edición del premio Teodoro Cuesta, con el que otea valles, calles, pájaros, ríos… y, sobre todo, seres humanos que nutren una escritura capaz de engendrar unos objetos lingüísticos extraños con los que bucea en las distintas formas de conocimiento de lo que somos y de comprensión de dónde estamos.

Estos tres poemas, pertenecientes al libro inédito Les isles inciertes, muestran el compromiso de Xuan Bello con una escritura hecha a la medida del ser humano, donde conviven sin fórceps el entusiasmo y la decepción, el hallazgo y la pérdida, la sagacidad y la confusión. En definitiva, fonemas del desasosiego de la vida.


Les isles inciertes

Premio Teodoro Cuesta de Poesía 2017

Pomar, Tordu, Febreru

Inda llatiendo en muerte
pel ventanu enrexáu
veo les cañes del pomar.
L’agua que cai y l’aire de febreru
contrúin un meticulosu guindón
onde la mio mirada cai mentes el tordu
suaña la llombriz ente la tierra.
Embaida en procura
de la escura lluz presentida
la tierra esconsoña aduces
y suaña ser
pelegrines pisaes contra allá,
más allá del conceptu,
más allá de la cuévana existencia profunda
no fondero y fértil.
Tamién yo, que veo.
Tamién yo, que na piel de l’alcordanza
siento l’arna escariada del pomar,
el blincu famientu del tordu,
l’aire fríu de febreru y esta augua
terco que cai siguío
consumiendo’l día.
La mio fía
absorta nun programa de Mickey Mouse
grita allegre. Yo recuerdo:
el guindón, el poema.
Tamién n’iviernu
hai motivos abondos pa la celebración.
Una imaxe última, como una llaparada
que rellampa na brevedá del día: el tordu
saltó sobre la llombriz. Les cañes del pomar
ximiélguense tovía nel ansia de ser fuxitiva flor.

Yo miro: soi.

Manzano, mirlo, febrero

Aún latiendo en muerte
por la ventana en rejas
contemplo del manzano esas sus ramas.
La lluvia de febrero y sus aires
construyen una trampa minuciosa
donde cae mi mirada
mientras el mirlo sueña
la lombriz bajo tierra.
Absorta en el esfuerzo
de la luz tenebrosa y presentida
la tierra se despierta lentamente
y sueña ser pisadas peregrinas
contra allá, más allá de ese concepto,
más allá de la cóncava existencia
más profunda, en lo hondo y en lo fértil.
También yo, que veo.
También yo que en la piel de los recuerdos
percibo la reseca corteza del manzano,
del mirlo, el salto hambriento,
de febrero, este aire frío y esta lluvia
terca que cae sin parar, consumiendo el día.
Mi hija
absorta en un programa de Mickey Mouse
grita alegre. Recuerdo:
la trampa, el poema.
También en el invierno
hay bastantes motivos para celebraciones.
Una última imagen, como llama
que  relumbra en el día y su brevedad: el mirlo
sobre la lombriz salta. Las ramas del manzano
se agitan en el ansia de ser prófuga flor.

Yo miro: soy.

•••

El minotauro esconsueña

Tres el nublu buxu l’avesiga lluz
a poco y a poco la color del mundu
desvela. Yo miro, valoro, tantiguo
la superficie cierta. Templo la inquietú
verdadera y tasco la testera
pel valeru laberintu profundu
de la mio alma.
Esconsueño
mentes me tiento y m’entrego al llamáu
del instante que pasa y muda en sombra
la lluz entrevista al trevel del miedu.
Daqué que nun sé esti ritu noma.
Daqué que nun sé, daqué que’l mio cuerpu
y la mio tiesta de toro nun son a dicir
ensembre. Daqué que prefigura
una última palabra ingriente y mortal.

Daqué qu’olvido. Daqué que merezo.

El minotauro despierto

Tras el nublado gris la umbrosa luz
desvela poco a poco el color
del mundo. Miro y taso y acaricio
la superficie cierta. Apaciguo la inquietud
verdadera y me rasco la cabeza
por el vacío y hondo laberinto
de mi alma.
Despierto
mientras me tiento y me doy a la voz
del instante que pasa y muda en sombra
una luz que entreveo tras el miedo.
Algo que aún no sé este rito nombra.
Algo que aún no sé, algo que mi cuerpo
y cabeza de toro nunca podrán decir
de pronto. Ese algo que prefigura
la ardiente y mortal última palabra.

Algo que olvido. Algo que merezco.

•••

Atapecer en Caces

Esti intre quería que nun morriera,
que nunca’l cielu claru de noviembre
urdiera enantes del escurecer
una áspera lluz llena moliciones.

Pa que nun m’abandone la hora cierta
nun quiero que depués la nueche naza
ni que tras la lluna repunte sonce
la matinal selidá de los díes.

Quiero escaecer qu’eses murnies breves
al atizar el pensamientu grave
axunten solombres que me combaten.

Quiero escaecer que la muerte pica
a poco y a poco, sele y sollerte,
na puerta d’una casa albentestate.

Esti intre quería que nun morriera.
Solu, encesu, impuru. Sí: yo mesmu.

Anochecer en caces

Quería que este instante no muriese,
que nunca el cielo claro de noviembre
tejiese poco antes de anublar
una áspera luz plena en zozobra.

Para que no me deje la hora cierta
no quiero que después la noche nazca
ni que tras esa luna asome débil
la diurna mansedumbre de los días.

Quiero olvidar que la breve tristeza
al atizar el grave pensamiento
junta todas las sombras que me acechan.

Quiero olvidar que llama la muerte
poco a poco, muy suave y tan sagaz,
a la puerta de casa a la intemperie.

Quería que este instante no muriese.
Tan solo, encendido, impuro. Sí: yo mismo.


 

 

 

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