Gonzalo Díaz-Rubín y David Remartínez: «En algún sentido, Gabino de Lorenzo era muy parecido a Donald Trump».
/entrevista de Pablo Batalla Cueto/
Fotografía de portada de Mario Rojas
«Gabino fue un rey y un príncipe longevo, y un arzobispo y un magistral y una ínfula y una aspiración de humo hecha realidad. Gabino, durante veinte años, encarnó la pretensión secular de Oviedo de sentirse, de verse y de venderse como una ciudad importante, relevante, grande. Y si Oviedo fue capital del Paraíso, lo fue porque Gabino de Lorenzo la engrandeció». Así presentan sus autores, los periodistas Gonzalo Díaz-Rubín (Oviedo, 1975) y David Remartínez (Zaragoza, 1971), al protagonista del libro que acaban de publicar en Ediciones Trea, y que pasa satírica revista a los cinco lustros de alcaldía incomparable que el ingeniero Gabino de Lorenzo Ferrera logró encadenar para el Partido Popular en la capital asturiana entre 1991 y 2012. El título de la obra, en todo caso, no hace referencia al hombre, sino al fenómeno; no al nombre propio, sino al -ismo que este emperador local supo tricotar en torno a sí. Gabino llegó a obtener la mayoría absoluta más abultada de España, y lo hizo rompiendo las costuras sociológicas de su propio partido con una mezcla audaz de política nueva y antiquísima; del carisma televisivo del populista contemporáneo y las viejas maneras zarzueleras del cacique de siempre. «El mi Gabino» lo era por igual para irredentos conservadores y votantes de la izquierda por lo demás. «Oviedo está guapo», decían estos últimos encogiéndose de hombros; y en esa guapura derrochona y erizada de grúas; en ese ruido incesante de martillos hidráulicos, asentó su faraonato Gabino el Constructor, que llegó a obtener siete ediles más que la suma de sus rivales y sólo abandonó el trono municipal por propia voluntad, cuando aceptó ser el delegado del Gobierno de Mariano Rajoy. «Oviedo está guapo», y a nadie le importaban las hipotecas erarias y éticas de la belleza, ni que el Gran Ingeniero fuera un Gran Privatizador y un Gran Endeudador cuyo fantasma fuera a maniatar a futuras corporaciones. «Oviedo está guapo», y a nadie o casi nadie preocupaba el reverso siciliano de aquella manirrotura que regaba a grifo aceras recién llovidas, poblaba hasta la última esquina de farolas isabelinas, proyectaba una playa delirante, levantaba palacios sin congresos y auditorios sin audiciones o le erguía una estatua a Arturo Fernández. La historia que se cuenta en El gabinismo contado a nuestros hijos: crónica de una alcaldía incomparable es local y universal; una sustanciación concejil de un tiempo nacional de riquezas irresponsables y envidias provincianas; la recapitulación resacosa y arrepentida de una ignominiosa borrachera. Esta entrevista a sus autores se celebra en el café El Dólar, en pleno centro de Oviedo, no lejos de una muy fotografiada estatua de Ana Ozores, la protagonista de La Regenta.
¿Cómo le explicarían a alguien de fuera de Asturias, que no sepa nada sobre la política regional, quién es Gabino de Lorenzo Ferrera?
Gonzalo Díaz-Rubín: Yo creo que en todos los sitios ha habido un Gabino de Lorenzo. En La Coruña tuvieron a Paco Vázquez, en Valencia a Rita Barberá… La diferencia de Gabino de Lorenzo, lo que lo hace más singular, es que Gabino era relativamente un outsider. Gabino construyó en Oviedo un sistema piramidal muy cerrado como los que otros construyeron en otras ciudades, pero él venía de fuera y apareció de la nada; no era parte del establishment local ni un político tradicional.
En cierta medida, las grandes familias aristocráticas y burguesas de Oviedo desconfiaban de él: no era uno de los suyos, ¿no es así?
David Remartínez: Gabino fue un populista de los tiempos ricos; de los años de la explosión económica. Ahora ese estilo se ha vuelto relativamente habitual, pero él fue uno de los primeros en adoptarlo; en hacer una política que no tenía nada que ver con la política tradicional. Los políticos anteriores —los que lo rechazaban a él— venían de la Transición, tenían una ideología y, ya fueran de derechas o de izquierdas, hablaban de los grandes asuntos políticos. Gabino no. Gabino no hablaba: hacía. Llegó y se puso a hacer cosas, y eso le generó una simpatía instantánea. Hacía lo que hacen hoy los populistas: hablar el lenguaje de la calle. Y era de lo más chabacano, pero la gente veía que era un tipo como ellos que además tenía arrojo e ímpetu y hacía cosas. Y se lo perdonaron todo.
Díaz-Rubín: En Oviedo hubo una especie de borrachera, sí, pero ya digo: la hubo en todo el país.
Remartínez: Lo contamos en el libro: al hacer todas las obras que hizo, Gabino le devolvió el orgullo a la gente de Oviedo. La gente de Oviedo se sentía de menos. Vivía en una ciudad que era fea, donde no sucedía nada y donde no se arreglaba nada. Existía esa sensación. Y este tío les hizo una ciudad bonita.
No se puede negar que, más allá de faraonadas como el espantoso Calatrava, Oviedo quedó bonito con Gabino. La cuestión es cómo y a qué precio.

Díaz-Rubín: Con las obras de Gabino sucedía una cosa curiosa. Los titulares de La Nueva España nunca eran «Gabino hace». Era el Ayuntamiento quien hacía: el Ayuntamiento hará un campo de golf, el Ayuntamiento hará esto, el Ayuntamiento hará aquello, el Ayuntamiento diseña o estudia tal o cual cosa… Era cuando la cosa no salía bien cuando Gabino sacaba la pata y el titular pasaba a ser «el alcalde da marcha atrás». Sucedió por ejemplo con las Trillizas, tres rascacielos de Calatrava de 130 metros de altura y 39 pisos proyectados en 2007 para la zona de El Vasco: cuando salió mal, el titular pasó a ser que el alcalde daba marcha atrás; y el plan ya no era suyo, sino de [Alberto] Mortera [concejal de Urbanismo].
Remartínez: Eran todos iguales en esa época. Rita Barberá era así, Jesús Gil era así, Francisco Camps era así, Revilla era así… Gente que hacía cosas y que no se andaba con zarandajas ideológicas. Cuando hay dinero, no hace falta hablar de la unidad de España. Hablamos de la unidad de España cuando somos pobres, estamos todos en el paro y hay que buscar algún trapo que nos reafirme. Cuando hay dinero, se habla de quién hace más cosas, de quién las hace mejor y de quién las hace más grandes, más deslumbrantes. Lo que costaran o dejaran de costar esas cosas o si eran necesrias o no daba igual; a nadie le importaban esos parámetros en los que ahora sí nos movemos como ciudadanos.
Y las políticas sociales tampoco preocupaban.
Remartínez: Claro: no eran imperiosas. Y como el dinero no se iba a acabar nunca, porque no se iba a acabar nunca aquel esplendor económico en el que vivíamos, nadie se paraba a pensar en que igual aquello eran políticas cortoplacistas que a la larga nos iban a salir muy caras. Y no ya porque en sí mismas las obras fueran caras, sino porque fíjate todo lo que impiden hacer ahora que necesitamos políticas sociales. ¿De dónde sale el dinero?
Ustedes sostienen en el libro que, contra lo que se pueda creer, Gabino no es de derechas.
Díaz-Rubín: Gabino no es ni de derechas, ni de izquierdas. Gabino, cuando dice que es simplemente un paisano, en parte tiene razón. Un paisano de los de antes, claro: de los de Arturo Fernández, el chatín y las chavalas. Y un paisano que puede ser más conservador que Rivi [Sánchez Ramos, veterano concejal comunista de Oviedo], que era peón cuando él era ingeniero, pero que más allá de eso no tiene ninguna ideología. De hecho, en Ensidesa pasaba por ser un jefe excepcional con unas tasas de absentismo bajísimas, pero era a base de conchaveo con los trabajadores.
Remartínez: Y él mismo se ufanaba de eso. Tampoco tenía los atributos habituales de un político de derechas. No es un católico practicante que se oponga al aborto, que tenga una determinada concepción de la decencia o que sostenga que la seguridad tiene que primar sobre la libertad, pero es que ni siquiera tiene unas creencias económicas sólidas. Él, para financiar su alcaldía, utilizó todo lo posible. Y en su desempeño hubo desde ideas que eran aparentemente parte del programa económico conservador, como privatizar, hasta otras de bombero torero absoluto, como querer regalar los aparcamientos subterráneos.
Díaz-Rubín: Y cuando se acabó el dinero, lo primero que hizo fue subir el IBI. El catastrazo lo inventamos en Oviedo, y lo inventó Gabino. Gabino se comió todo el dinero que había dejado [el anterior alcalde socialista] Antonio Masip y seguidamente subió el IBI un cuarenta y siete por ciento. Y subir el IBI perjudica a todos, pero sobre todo perjudica a las familias que tienen quince pisos y siete bajos comerciales y que son las que en teoría lo auparon a él a la alcaldía.
Remartínez: Además, hay una cosa curiosa. Gabino nunca o casi nunca opinaba sobre asuntos de actualidad nacional o internacional, como sí hacían y siguen haciendo los alcaldes que sí tienen una ideología definida. Y entonces se atribuía a que él estaba a la espera de que llegara el momento de dar el salto, pero en realidad no era tanto una estrategia como que no tenía nada que decir sobre la mayor parte de las cosas, porque no era un político.
Díaz-Rubín: Gabino siempre fue muy cobardón. Él no quería decir nada que molestara a la opinión pública. Él era el alcalde que hacía cosas.
Remartínez: En algún sentido, era muy parecido a Trump. Estoy leyendo en este momento Trump: ensayo sobre la imbecilidad, de Aaron James, que es buenísimo, y me está recordando a Gabino en muchas cosas. A Gabino la gente le aplaudía muchísimo porque era muy bueno en el trato corto. Gabino explicaba la gestión municipal o su concepto de ciudad en unos términos que no eran los de un político. Para determinados votantes, eso ya tiene un valor en sí mismo por más que lo que se diga sean perogrulladas o mentiras, como sucede con Trump.
Díaz-Rubín: De todas formas, hay un Gabino de antes del catastrazo, que era el que andaba por la calle, y otro de después, cuando dejó de hacerlo.
Sobre el populismo gabiniano cuentan una anécdota ilustrativa: cuando fue elegido alcalde, salía a la calle a visitar obras y barrios con uno de los primeros teléfonos portátiles que se empezaban a fabricar en los años noventa. Cuentan ustedes que «pertrechado con ese prodigioso artefacto de la urgencia, el recién elegido regidor escuchaba las protestas, demandas o comentarios de los vecinos a pie de calle y, cual presidente de la NASA, descolgaba su teléfono para comunicarse con el supuesto responsable municipal (del socavón en la acera o la señal de tráfico vandalizada) y le ordenaba una pronta solución. Ni que decir tiene que los vecinos quedaban encantados, con esa satisfacción vicaria que provoca contar tus miserias íntimas en la radio en Hablar por Hablar y notar cómo las ondas las calman. Porque quizá el dramático teléfono de Gabino from Lorenzo no conectaba en realidad con ningún sitio, pero desde luego cumplía su verdadera misión: mostrar a sus votantes la imagen de un alcalde comprometido a cada segundo con garantizar su comodidad».
Díaz-Rubín: Era así. Él andaba por la calle con aquel teléfono-maletín hablando con todos los paisanos. Pero a partir del catastrazo se echó para atrás y se volvió más timorato. Seguía teniendo su red y sus contactos, pero ya no era lo mismo. Por cierto, otra cosa de Gabino era que no le podía el orgullo: cuando se equivocaba, rectificaba sin ningún problema.
Remartínez: Por eso dentro de su partido nadie le supo coger la medida.
Desconfiaban de él, pero por otro lado obtenía mayorías absolutas contundentes.
Díaz-Rubín: Claro. Les garantizaba cargos e ingresos. Una mayoría absoluta de diecisiete concejales, con sus correspondientes asesores, da mucho de ambas cosas.
Es interesante el contrapunto que puede hacerse entre De Lorenzo y el socialista Antonio Masip, su predecesor.
Díaz-Rubín: Sí. Masip es casi lo contrario de Gabino.
Si Gabino era el alcalde que hacía cosas, de Masip —que sí pertenecía familiarmente al establishment ovetense— había la percepción de que era al alcalde que no hacía nada. De hecho, legó a De Lorenzo un superávit multimillonario. Y sí hizo cosas, pero eran cosas en buena medida invisibles, como poner a punto la red de saneamiento de la ciudad.
Díaz-Rubín: Masip salía mucho a la calle y daba una cantidad asombrosa de abrazos y de palmadas en la espalda, pero por lo demás… Hombre, tenía un problema, que era una administración vieja, que venía de la Transición y que limitaba mucho las posibilidades de los Ayuntamientos. Cuando Wenceslao [López, actual alcalde de Oviedo] tomó posesión en 2015, lo primero que hizo fue acordarse de Luis Arce, que fue secretario del Ayuntamiento desde la época de Franco y hasta la alcaldía de Masip y era un señor de los antiguos; un paisano de corbata que fumaba en el despacho y que hablaba con el alcalde directamente. Todo ese tipo de personajes sobrevivía aún con Antonio Masip, y fue Gabino el que lo cambió. Gabino creó jefaturas con control de contratos y aumentó sueldos. De repente había treinta y cinco tíos por encima del nivel 28 y dos comisarios principales. Eso antes no existía. Los ayuntamientos eran pequeños, manejaban poco dinero y además había un paisano que mandaba, que era el secretario general. De repente, se pasó de eso a que todo el mundo tuviera control de lo suyo. La gente se volvió loca. No lo contamos en el libro, pero Avelino Viejo, que estuvo en el Ayuntamiento [fue concejal socialista y actualmente Síndico Mayor del Principado], recordaba hace no mucho que en una reunión, nada más llegar Gabino a la alcaldía, escuchó a un funcionario decir: «¡Esto, como dice el alcalde, hay que trincarlo por los huevos!». Quedó pelao, porque eso jamás lo hubiera oído seis meses antes.

Remartínez: Esto es una opinión muy personal, pero a mí me parece que Masip fue un gestor mediocre. Y no tanto porque lo que hiciera fuera mediocre: la verdad es que su gran actuación, que fue lo que hizo con el sistema de saneamiento de la ciudad y las piscinas del Parque de Invierno, estuvo muy bien. Él atendió problemas, pero fue mediocre, porque estaba más preocupado de la intriga política que de la gestión. Masip es de estas personas que no sólo son políticos sino que se creen políticos, un poco como esos escritores que no sólo escriben libros sino que se sienten escritores porque un día tuvieron la revelación de que llevaban ese arte dentro. Masip es así y por eso también ha sido un eurodiputado mediocre. Ha estado más pendiente de estar en el ajo que de hacer cosas y no supo hacer esa lectura tan sencilla que sí hizo Gabino de los tiempos que corrían y lo que la gente quería y lo que la ciudad podía.
Díaz-Rubín: A Masip le cogió tarde la ley de Haciendas Locales y la de Bases del Régimen Local que dieron muchísima autonomía a los ayuntamientos de más de cincuenta mil habitantes. Antes, las competencias eran pocas más que alumbrado, recogida de basuras y transporte público. Cuando cambió la ley, en 1987, Masip construyó las instalaciones deportivas de Otero, que Gabino privatizó, y las de San Lázaro, que Gabino privatizó. Pero claro, le cogió tarde. Esos cambios legislativos, junto con el ciclo económico, facilitaron mucho que estos alcaldes se eternizaran. Podías hacer muchísimas cosas que antes no podáis porque no eran competencia tuya. La promoción del deporte no era competencia municipal, la promoción económica tampoco lo era, todos esos auditorios y palacios de congresos antes no se podían hacer… Gabino sí pudo, y además se encontró con tres mil cuatrocientos millones de pesetas en la caja.
Remartínez: Eso sigue siendo un hito en la política española. Tres mil millones de superávit es una cosa increíble. Y eso da la medida de que Masip no concebía que fuera a perder la alcaldía. Él estaba convencido de que representaba la carambola perfecta: era hijo de un alcalde franquista, estaba casado con una gran burguesa de Oviedo y era del PSOE. Lo tenía todo para encantar a todos: a los de derechas y a los de izquierdas. Fuera de cuatro comunistas, todos los demás lo iban a votar.
Díaz-Rubín: Masip, además, tiene problemas en lo que respecta a las relaciones personales. Él da muchas palmadas en la espalda, pero no es una persona fácil en el trato corto para gente como la que había en Oviedo. Había mucha gente en los barrios que no conocía a Antonio Masip y sí conocía a Gabino, porque Gabino sí se pateó esos barrios. En la campaña de 1991 se pateó Oviedo entero.
Gabino sabía jugar muy bien la carta de identificarse con la ciudad. Era una especie de nacionalista ovetense, si es que tal cosa es posible.
Díaz-Rubín: Sí, sí. Quien estaba en su contra era enemigo de Oviedo.
Remartínez: Eso lo hace mucho la derecha, que ahora camina hacia la ultraderecha: el que está en contra mía es ETA. Y él lo hacía muy bien,sí. Todos sus eslóganes eran eslóganes sin partido: hacían referencia a él o a Oviedo.
Díaz-Rubín: Esa identificación es muy de los alcaldes de esa época. El Ayuntamiento podía meter la pata, pero el alcalde era la ciudad. El Ayuntamiento podía hacer una chambonada en cualquier lado, pero ya iba el alcalde a arreglarla. En Oviedo sucedió con la plaza de Trascorrales, para la que se hizo un diseño lleno de escalones y horroroso que supuestamente venía firmado por Paco Pol, y que después se rectificó y se rehízo transmitiéndose que esa rectificación era decisión del alcalde. Más tarde, Gabino acabó confesando que el proyecto lo había hecho él, que tiene el título de ingeniero.
Remartínez: Ahora estamos acostumbrados a esa autorrepresentación de los líderes políticos y al perfil que dibujan y que proyectan, pero en los noventa todo eso era nuevo. En las facultades de periodismo empezábamos a estudiar la política electrónica y cómo la televisión estaba haciendo que los candidatos se preocuparan cada vez más de su imagen. Pero era una cosa muy incipiente. Gabino supo leer eso muy bien.
Díaz-Rubín: Y tenía dos caras: estaba el Gabino serio que recogía firmas contra que el museo de la Fundación Príncipe de Asturias se fuera a Avilés y estaba el Gabino cachondo que lo mismo te iba a un mitin disfrazado de ferroviario accidentado por el tranvía de Paloma Sáinz que te hacía un chiste sobre su mujer en una rueda de prensa o comentaba en un pleno que él iba a cortejar a La Lloral y que de aquella no había acera e iba por lo segao. Esos dos paisanos convivían en Gabino, y no existía un término intermedio. No existía un Gabino de Lorenzo diseñando una política o anunciando que iba a estudiar tal o cual cosa. Estaba hecho o no estaba hecho; era bueno o era malo; no había más.
Era antiguo y moderno a la vez. Moderno en el sentido de que, como ustedes dicen, supo leer muy bien su momento y manejar las herramientas de la nueva política, pero antiguo en esas formas paternalistas y clientelares del viejo cacique de toda la vida.
Remartínez: La ciudad era así. Sólo con obras no ganas veinte años.
Díaz-Rubín: Los ayuntamientos son así en general. Oviedo puede ser un caso extremo, pero no es una excepción. En un ayuntamiento, el que controla los planes de empleo controla a la mitad del electorado. Aquí, a otra escala, era lo mismo: Gabino lo mismo colocaba a cuatrocientas personas en un plan de empleo, todos de mozo de cuadra en El Asturcón, que ponía a los alcaldes de barrio a repartir entradas para la zarzuela o los toros. Ese clientelismo es de los Ayuntamientos, no sólo de Oviedo. Gabino lo que hizo fue tenerlo muy organizado.
Remartínez: Lo que dice Pablo, esa aparente dualidad entre moderno y añejo o rancio, es tal cual. Moderno, Gabino lo era sólo hasta que uno rascaba un poco; y nada lo ilustra mejor que la política cultural, a la que dedicamos un capítulo del libro. La política cultural de Gabino era llenar Oviedo de estatuas de Playmobil y que todo el mundo tuviera su estatua de Playmobil.

Esa estatua espantosa de Arturo Fernández —con quien Gabino llegó a hacer un mitin-espectáculo— en Priañes.
Remartínez: Sí, sí. La política cultural de Gabino era ésa; era muchísimos conciertos de piano aunque no fuera mucha gente, que haya ópera aunque tampoco vaya todo el mundo y la zarzuela.
Díaz-Rubín: Y a Gabino no le gustaba la ópera: le gustaba la zarzuela.
Remartínez: Jo, y el golf y el hípico. O sea, que tus dos grandes apuestas deportivas sea un gran centro ecuestre en una ciudad sin tradición ecuestre (eso por no hablar del tema de la yeguada) y montar un campo de golf en un sitio que si hicieras un concurso para determinar el peor sitio de Oviedo para hacer un campo de golf te saldría ése…
Díaz-Rubín: Los que saben de esto dicen que el que juega en Las Caldas en Asturias va con un plus, porque hacer el par de Las Caldas es tela marinera.
Remartínez: Pero la reacción de la ciudad a eso era que diera igual. A la gente que no jugaba al golf ni tenía caballos le parecía bien que se hicieran todas esas cosas. Había una visión rancia de la ciudad en gran parte del electorado.
No pensaban en lo que ellos necesitaban sino en la imagen que la ciudad iba a proyectar.
Remartínez: Claro. Si tú como ciudadano no piensas qué ciudad quieres, con que se haga algo ya te parece que la cosa va bien. No te paras a pensar si es adecuado o no.
Díaz-Rubín: Yo creo que aquellas cosas también colaron en su día, en la época de la mayoría absoluta abrumadora, porque había otras distracciones: estaba la crisis interna del PP, había muchísima pasta, Cascos era ministro de Fomento y venía aquí y prometía el oro y el moro, estaba en obras el Auditorio… Hubo un año en Oviedo que igual estaban en obras a la vez La Losa, el Auditorio, el hípico, el campo de golf, cuatro aparcamientos y treinta y cinco calles. Era una auténtica chifladura; una ciudad repleta de grúas. Y eso aseguraba que cualquier fracaso quedara ahogado en medio de ese ruido. Por cierto, en Oviedo sí había cierta tradición hípica: se celebraban concursos donde el matadero. ¿Qué hizo Gabino? Privatizarlo y vendérselo a Carrefour y llevarse los concursos hípicos a un sitio a quince kilómetros al que hay que ir en coche por Llanera durante media hora o atravesando una carretera sin asfaltar en el Naranco. No va nadie, pero es que encima está mal hecho y peor acabado. Sólo celebró un concurso internacional.
Eso es muy de la época, también: los grandes y lujosos cascarones vacíos o infrautilizados. Los hay en toda España y también en Asturias: el Centro Niemeyer es otro ejemplo.
Remartínez: La ruta de los despropósitos de la que habla ese espléndido libro de Llàtzer Moix: Queríamos un Calatrava, cuya portada es justamente el Calatrava de Oviedo. Es el fenómeno de una época, sí. El problema es que cuanto más pequeña la ciudad, más tarde llegaba eso y le caía todo lo malo: el arquitecto de descarte con el proyecto de descarte y la peor ingeniería y justo cuando la burbuja empezaba a pinchar y el dinero a escasear.
Díaz-Rubín: Gabino hizo tantas cosas que era imposible para la ciudadanía media fijarse en todas. Uno abría cualquier día su periódico de cabecera y se encontraba con un proyecto, a la semana siguiente con otro, a la siguiente con otro y otro y otro, siempre con sus infografías, sus detalles…
Remartínez: Aquello fue un reto para el periodismo. Si tú tienes cinco páginas diarias de información local o un informativo de televisión o radio de diez minutos, y el Ayuntamiento te inunda literalmente de información sobre mogollón de obras en marcha, ¿qué cuentas? Sólo con lo que te llegaba ya dabas un informativo o cubrías tus páginas de periódico. No había nada más debajo. Y fue muy fácil para algunos justificar que no daban voz a los que estaban en contra porque no había espacio. Era todo tan relevante que había que enviar la opinión contraria o que cuestionaba a un despiece o a un baldonín.
Volviendo a la falta de ideología de Gabino, es significativo a ese respecto la «fascinación» que llegó a declarar haber sentido por Fidel Castro después de su encuentro en Cuba con motivo del hermanamiento entre Oviedo y Santa Clara.
Díaz-Rubín: Aquella reunión interminable con Fidel, sí. El Ayuntamiento fletó un avión con una delegación municipal infinita de trabajadores municipales, periodistas en abundancia, alguna amante…
Remartínez: La cuestión es que como votante es más fácil defender a un paisano o una paisana que a un partido. Y por todas estas cosas, que la gente de izquierdas votara a Gabino era perfectamente defendible.
Díaz-Rubín: El «yo en Oviedo voto a Gabino» era muy habitual. Había incluso gente que votaba a Izquierda Unida en todas las elecciones menos las de Oviedo, donde votaba a Gabino. Gabino sacaba siempre entre quince y diecisiete mil votos más que el candidato del PP regional, y el candidato socialista municipal sacaba siempre diez mil o doce mil votos menos que el autonómico.
Y hubo buenos candidatos del PSOE, como Leopoldo Tolivar Alas, a quien entrevistan en el libro, que se estrellaron contra el carisma gabiniano.
Díaz-Rubín: Sí, sí, daba igual el candidato. Tolivar fue el que más recortó, en 1999, pero la diferencia siempre existía.
Remartínez: Volviendo a lo de Fidel, él se enamoró de Fidel, sí. Se cogió un pedo de la virgen y quedó absolutamente arrobado, pero es que si lo piensas, en sus cuatro características principales, ¿cómo no va a ser Fidel su ídolo? Es el gran populista, sólo que encima con una pátina realmente intelectual que Gabino no tiene. Gabino es un iletrado.
Gabino y Fidel
[pasaje literal del libro]
El viaje a Santa Clara con paso por La Habana en la primavera del año 2000 constituyó uno de los momentos más psicotrónicos en la historia institucional de Oviedo. Generó un surtidor de anécdotas y chascarrillos inagotable y una foto de ambos líderes en guayabera que al verla dudas de si a Gabino le cayó un bisoñé negro desde el cielo mientras posaban para el diario Granma. Posteriormente se supo que a los responsables del periódico les pareció demasiado lampiño nuestro alcalde y que le retocaron el cebollo con un rotulador para rejuvenecerlo. No le importó. Al contrario, le pareció estupendo. Después de cenar, de fumarse un cajón de puros y de departir hasta las siete de la mañana, nuestro regidor se declaró «fascinado» con el revolucionario, «un auténtico seductor que te cautiva con cada una de sus palabras». Fijaos bien en este último entrecomillado porque parece el eslogan de un perfume masculino, de Varon Dandy o Farenheit. Gabino se endandiló tanto con el Barbudo que hasta protestó ante los micrófonos por el bloqueo comercial de Estados Unidos, cual Winston Churchill indignado hasta la punta del habano, como si en realidad hubiera viajado hasta la isla en representación de la otan o de las Olimpiadas en lugar de la capital asturiana. Ni siquiera le tuvo en cuenta a Castro que su madre hubiera nacido en San Andrés de los Tacones, o sea en Gijón.
Los «lazos de sangre» que, en sus propias palabras, estableció From Lorenzo con el castrismo se fortalecieron en 2004 con la concesión del título de Hijo Adoptivo de Oviedo a José Ramón Fernández, vicepresidente del consejo de ministros cubano. Este personaje de padres astures era conocido por el sobrenombre de Gallego Fernández y se le atribuía una abominable condición de verdugo que Best Mayor Ever supo obviar en pos de la amistad, que supera cualquier barrera. Hasta le rebautizó como Asturiano Fernández, lo cual indignó al diario ultraconservador Libertad Digital, que puso a nuestro líder a caer de un bananero: «Ha mancillado la memoria de todos los asturianos que la tiranía castrista ha fusilado o despojado de todo lo que era suyo y ahora es del ahijado del alcalde de Oviedo y de sus cómplices», se pudo leer en el citado medio de comunicación, evidentemente desnortado en sus, de normal, equilibradas valoraciones.
Que Gabino quedase arrobado con Fidel era lógico: a ambos personajes les une una concepción muy concreta, muy caribeña, del populismo. En 2010, por ejemplo, From Lorenzo puso a parir a Vicente Álvarez Areces por viajar a Cuba como presidente del Principado y mostrarse así «cómplice de la dictadura». Porque una cosa no quita la otra. «Que aproveche para recitarle a Fidel Castro, que tiene a los presos muriendo de huelga de hambre en la cárcel, los mismos versos con los que cerró su intervención en el Archivo Provincial», le espetó a Tini, enlazando la visita a la isla con las obras del Gobierno autonómico en la antigua cárcel de Oviedo.
Eso es, precisamente, el populismo, queridos hijos. Ni más ni menos.
Ustedes sostienen en el libro que Gabino cosechaba entre sus feligreses un fervor con el que ni Álvarez-Cascos, ni Vicente Álvarez Areces, ni José Ángel Fernández Villa, otros tres líderes carismáticos de la región (el uno conservador, el otro socialista, el último sindicalista), contaron jamás. Para encontrar una figura similar durante la misma época hay que buscarla en el resto de España: Jesús Gil, Rita Barberá…
Díaz-Rubín: Hay un momento de Cascos, 2011, cuando se presentó como el candidato salvador de Asturias, en el que tuvo un empuje similar al de Gabino, pero no es comparable. Aquello fue casi religioso; más una aparición mariana que otra cosa. De Gabino, la gente se enamoró hasta las trancas durante veinte años. La gente lo adoraba. Las abuelas decían «el mi Gabino», y mis padres, que no han sido nada políticamente, iban con el autobús de Gabino a las inauguraciones y a las fabadas. Nadie provocó esa adhesión, ese afecto, en Asturias. Gabino tiene esa parte de pueblo que, junto con la gestión de los medios, le permitió arrastrar un voto obrero y hasta socialista que fue con el que construyó aquellas mayorías absolutas, y que perdió cuando empezó la crisis económica y esa gente de repente se encontró con los bolsillos vacíos. Pero antes de la crisis, en 1994, cuando se presentó después de cuatro años de obras que hinchaban el pecho a la gente, y la gente pasó de tener farolas del tipo de las de la Ronda Sur a una farola de cinco brazos con una fuentina delante y el jardín arreglado, Gabino arrasó: todo el mundo lo quería.
Remartínez: Con quien sí puede tener más que ver Gabino es con Villa, que también fue ese conseguidor y esa cúspide de una pirámide clientelar y manejó muy bien el «yo soy uno de los vuestros», cosa que Tini [Areces] y Cascos nunca pudieron hacer. Pero claro, lo de Villa es otra escala más pequeña.
Gabino, en ese juego de equívocos ideológicos suyo, llegó a coquetear con apoyar la oficialidad de la llingua asturiana, que es anatema en el PP.
Remartínez: Sí, sí. Él se siente muy asturiano, joder.
Díaz-Rubín: Y cuando su partido estaba en contra del matrimonio gay, él casaba a parejas homosexuales. Él no tenía ningún problema para eso.
Remartínez: Después de la supermayoría absoluta de los diecisiete concejales, hubo un momento en el que él se sentía por encima del bien y del mal; en que sabía que iba a permanecer ahí hasta que le diera la gana. Perdió el miedo por completo; sabía que sólo dejaría la alcaldía si le daba por intentar un salto fuera que intentó sólo cuando se presentó al Congreso en 2008, lo que más parecía una jugada para el aforamiento que otra cosa. Y en consecuencia empezó a contradecir a los suyos cuando le parecía bien.
Díaz-Rubín: Gabino creó un sistema que funcionaba a la perfección.
Remartínez: Date cuenta además de que Gabino, a partir de 1999, ya sólo hablaba con La Nueva España. Cuando tú, como político, tienes claro que lo que tú digas no va a salir distinto de como tú quieres que salga, puedes permitirte el lujo de decir determinadas cosas, porque controlas el canal. Eso también le permitía esa soltura. No tenía que ponerse a desmentir o a matizar, y si acaso desmentía a través de La Nueva España teniendo esa seguridad, mientras que si hablaba con todos los medios, se la jugaba a que alguno le saliera rana.
¿Cómo era trabajar en La Nueva España y cómo era trabajar en los otros periódicos boicoteados por Gabino: El Comercio y La Voz de Asturias?
Díaz-Rubín: En los boicoteados, dar palos de ciego y leer muchísimos papeles. Cuando te acostumbras a un sistema en el que alguien te trae un sobre, no lees papeles. La administración, incluso una administración tan poco rigurosa como la de Gabino, donde no se foliaban los expedientes, genera un volumen de papeles increíble, y para nosotros, el trabajo era consultar aquellos a los que podíamos acceder a través de la oposición o de algún funcionario y tratar de rascar algo. Lo bueno era que, si rascábamos algo, era oficial; no era una declaración de nadie, sino la actuación del Ayuntamiento, la decisión municipal o el informe que contradecía lo que el Ayuntamiento acababa de decir. Las valoraciones económicas, por ejemplo, siempre eran más caras que lo que el Ayuntamiento decía. En cuanto a La Nueva España (yo trabajé allí también), me acuerdo de situaciones como que teníamos una información que era buena para la página tres pero de pronto llegó un sobre mandado por el jefe de prensa del Ayuntamiento. Hubo una discusión en la que yo, por supuesto, no participé, porque no era el jefe de nada sino el último mono, y la información que era buena, pero no lo era para Gabino, acabó por abajo, en la página cinco o seis, y abrimos creo recordar que con un campo de golf de nueve hoyos en La Manjoya, que por supuesto no llegó a hacerse. En aquel sobre no había ningún informe; eran unos sobres con unas declaraciones no recuerdo de qué concejal y una infografía; la realidad estaba en los expedientes.
Gabino hacía chistes verdes de dudosísimo gusto con respecto a lo de los expedientes foliados y no foliados.
Remartínez: Para mí, trabajar en un Ayuntamiento como ése fue una auténtica escuela. No sólo me obligó a aprender cómo funciona una administración a base de echar horas (¡no había Internet, era todo con fotocopias!), sino que también me enseñó cosas como que la mayor parte de las veces, los concejales tampoco tienen mucha idea de cómo funciona la Administración. Creemos que los políticos son grandes especialistas en la Administración, pero sobre todo cuando bajas al nivel local, te encuentras, y te encontrabas entonces, con que hay muchos concejales que no tienen ni puta idea de cómo funciona la Administración. A veces te fiabas de ellos y lo pagabas. Y luego hay otra parte más deontológica, si lo quieres llamar así, que es aprender a hacer periodismo contra alguien. Tú no quieres estar contra alguien, pero el Ayuntamiento te declara literalmente la guerra, ordena que no te hablen, que no te pongan publicidad y que no estés en los locales públicos: ¿qué haces? Nos vimos en situaciones como or a alguna inauguración de Gabino a hacer una pregunta y sufrir auténticos placajes físicos de Enrique Güeyos, que era el jefe de protocolo, o de Rodolfo Sánchez, que era el de prensa, diciéndonos: «No, no, no le molestes». Y que hubiera que sacar la foto desde un tejado. Son cosas que ahora parecen raras, pero que de aquella eran normales.
En el libro cuentan la anécdota de un periodista que logró colarse en el cordón de seguridad de Gabino y al que Gabino despachó con una de sus gracietas verdes; algo así como «¡si por lo menos fueras una moza guapa…!».
Remartínez: Ése fue jefe mío, y lo era entonces. Ni siquiera era un periodista raso. Además, con El Comercio en particular, al ser un periódico con sede central en Gijón, sucedía que Gabino nos acusaba de ser una especie de quinta columna no ya de Gijón, sino del Sporting: una cosa loca. Pues bueno, cuando te declaran la guerra así, lo primero que te sale es dar una batalla, pero la opción que tomamos al final fue no ir en contra de Gabino ni del Ayuntamiento, sino simplemente hacer periodismo. Y periodismo de análisis, que es algo que faltó mucho en esa época y que creo que sigue faltando en Asturias. Ésa fue una de las razones por las que escribimos en libro: en Asturias los periodistas no publican libros sobre Asturias. Se publican libros sobre las playas de Asturias, o sobre el prerrománico, pero no sobre la evolución política o sociológica o socioeconómica de Asturias escritos por periodistas. Somos una región superpánfila en ese sentido; y en aquellos años nosotros teníamos esa ambición. Queríamos hacer algo que tuviera un poco más de perspectiva. Cogíamos cuatro o cinco temas y los seguíamos al milímetro; y a mí me gustaban mucho las piezas de domingo, cuando decíamos: «Un momento, vamos a ver qué ha pasado con la operación de los palacios, porque esto es un chanchullo que si echas la vista atrás…». Esos procesos periodísticos que ahora son más normales, hace diez o quince años no lo eran tanto, sobre todo en prensa local.
Otra de las dimensiones estrambóticas de Gabino era su diplomacia de los perritos, a la que también aluden en el libro.
Díaz-Rubín: Todo el mundo tenía un cocker de Gabino.
Remartínez: Aznar tenía dos: Zico y Gufa; y la secretaria de Aznar contó en sus memorias, después de jubilarse, que le tenían una manía de la leche a Cascos, y le ladraban siempre que iba a ver a Aznar a la Moncloa. Tiene su gracia que los perros de Gabino odiaran a Cascos, que era el dóberman del PP (risas).
Díaz-Rubín: A mí me hace mucha gracia —es una anécdota idiota— que Gabino asistió a la boda de los reyes, a quienes también regaló casi a sus últimos cockers, y en la invitación se equivocaron de apellido y pusieron «Gabino de Lorenzo Perrera» en lugar de Ferrera. No sé si fue un lapsus o mala baba, pero me hizo mucha gracia (risas). Y sí, todo el mundo a cierto nivel tenía un cocker de Gabino. Formaba parte del juego de regalos de Gabino. Los de los niveles más bajos recibían entradas para los toros o los famosos geranios regalados a los vecinos del Antiguo, a los que Gabino visitó piso por piso, para matar el mal olor del mercado de pescado de Trascorrales. Todo el mundo recibía algo.
Remartínez: La palabra es horrible, pero es el caciquismo de toda la vida. El cacique siempre va con regalitos al votante al que quiere comprar.
Díaz-Rubín: Gabino fue muy hábil con eso. Para abajo repartía auténticas migajas, pero el que iba a los toros con una entrada que le había regalado el alcalde iba orgulloso de que el alcalde le había regalado a él unas entradas; y el que las distribuía en La Corredoria se sentía orgulloso e importante porque era el que distribuía las entradas el alcalde en La Corredoria.
Remartínez: Gabino no arrojaba pan desde el balcón: sabía leer la vanidad de cada cual y con qué contentarlo. A éste le colocaba a la hija de secretaria en un centro social y al otro le conseguía el abono de la temporada de los toros. Fue muy, muy listo; y es significativo que a Gabino, al propio Gabino, no le hayan pillado en ninguna. No ha habido ningún juicio en el que él se haya visto personalmente involucrado; no ha estado ni tan siquiera a punto de ser imputado por nada. De todas formas, eso no quiere decir que no fuera un corrupto. Hay una corrupción que es la del robo y hay otra que es la del mal uso del dinero público.
Díaz-Rubín: Hay una grabación del caso Enredadera en la que habla un responsable de la abogacía consistorial sobre un contrato que está denunciado y en revisión dentro del a operación y dice: «Es que desde tiempos de Gabino hemos perdido puentes con la Fiscalía».
Remartínez: Es buenísimo, macho. Puentes con la Fiscalía.
Díaz-Rubín: Todo el mundo tenía un cocker de Gabino, y también los fiscales y los jueces. La gente del PP, cuando ha dimitido y se ha retirado a los cuarteles de invierno, te reconoce estas cosas.

¿Creen que Gabino malversó dinero público para él; que se lucró directamente de algún modo?
Remartínez: No lo sé.
Díaz-Rubín: A mí un empresario me dijo una vez que me iba a dar los números de las cuentas suizas y que la que volaba era Rita María [Álvarez, su esposa], porque Gabino tiene miedo a volar, pero nunca supe más. ¿Era cierto? No tengo ni idea.
Remartínez: Tuvimos un anónimo, ¿te acuerdas? Y yo llegué a quedar con el que había mandado el anónimo, que nos quería contar cómo llevaba a Suiza dinero de [Pedro Sánchez] Arjona y de Gabino, pero tampoco apareció. No lo sé. Si te digo que sí, voy directamente a la cárcel, porque le va a faltar tiempo para ponerme una querella. Pero lo que es un hecho, y es a lo que iba antes, es que cuando en este país nos acostumbremos a que los políticos también rindan cuentas por tirar por la alcantarilla miles de millones, habremos asumido verdaderamente lo que significa la corrupción. Mientras las reduzcamos a si robó o no robó, que en realidad es si prueba la Justicia que robó o no robó, seguiremos siendo una sociedad tolerante con la corrupción. Lo que se hizo en Villa Magdalena es corrupción. Que tengamos una biblioteca que cuesta más que el Kursaal por absoluta incapacidad manifiesta no de un día que se hizo mal, sino de años tras años tras años de que no se quisiera asumir el error, o que tengamos un centro ecuestre de cuatro mil millones de pesetas, o que tengamos dos palacios de congresos que están los dos decrépitos, uno porque no cumple las medidas de seguridad y el otro porque antes de abrir ya estaba oxidado, es una indecencia y es corrupción. Estamos hablando de que esas tres cosas que he mencionado suman el presupuesto del Ayuntamiento para un año entero. Y eso es una gran corrupción desde mi punto de vista.
Díaz-Rubín: Y es que no es sólo lo que te hayas gastado en la obra, sino el mantenimiento disparatado y absurdo en base a contratos muchas veces no muy claros ni transparentes. La limpieza del Auditorio cuesta doscientos mil euros al año porque a nadie se le ocurrió pensar que poner mármoles finos y dorados y maderas nobles igual no era lo ideal para un edificio de uso intensivo. O las farolas. A seis mil euros la farola isabelina te puedes gastar lo que quieras, pero luego el mantenimiento de las farolas cuesta un millón de euros al año. El contrato de las farolas lo dejamos para otro día… El mantenimiento del Calatrava cuesta una salvajada. Climatizarlo es un disparate. Y no se puede utilizar ni para cine, ni para música: sólo se puede utilizar para congresos, y con dudas.
Se deja una hipoteca que maniata a los siguientes gobiernos, como está sucediendo ahora con el tripartito de izquierda.
Díaz-Rubín: Claro. La gente decía: ¿qué hacemos con El Asturcón? Pues por mí, que se lo coman las zarzas. Cualquier cosa que hagas a quince kilómetros de Oviedo tiene las mismas posibilidades de éxito y de servir a los ovetenses que hacerlo en el desierto del Gobi. Si encuentras a alguien que lo quiera comprar y convertirlo en un club pijo de algo, adelante. Pero, ¿quién va a ir?
El Asturcón —cuentan en el libro— fue presupuestado en cuatrocientos millones de pesetas y acabó costando cuatro mil: la mayor inversión conocida en España, y probablemente en Europa, en un centro ecuestre público. Estabular un caballo costaba sesenta mil pesetas, aunque el Ayuntamiento, explican ustedes, «resolvió subvencionar a cuantos estuvieran interesados en aparcar un caballo y lógicamente tuvieran los medios para comprarlo y alimentarlo y demás». Gabino se negó durante años a hacer pública la lista de personas y empresas que estabulaban caballos en el centro sosteniendo que era una información confidencial, pero Izquierda Unida llegó a hacer pública la lista, mostrando que estaba llena de apellidos ilustres de la ciudad (Buylla, Masaveu…) y de buena parte de las sociedades contratistas del Ayuntamiento de Oviedo. Casualmente, Gabino tenía una yeguada privada.
Díaz-Rubín: Criaba caballos de raza pura española, y lo explicaba diciendo que con su sueldo de ingeniero, el de alcalde y la pensión de Rita María compraba los caballos. A cualquiera que sepa lo que vale un caballo de raza pura española le puede dar la risa floja. Y luego no tenía medida: estando yo todavía en La Nueva España, supimos que un cuñado de Jaime Reinares [veterano político del PP ovetense, teniente de alcalde entre 1995 y 2003] que trabajaba en un garaje de Gijón tenía dos caballos a su nombre. Y un empresario de una empresa pequeña de construcción me contó una vez que haciendo una obra para el Ayuntamiento le llegó Gabino y le dijo: «Me enteré de que tienes caballos; tengo yo una potra para ti». Tenía caballos, pero de carne, y tuvo que comprarle a Gabino aquella potra. Gabino tenía un trato muy cordial con la gente y una gran facilidad para que la gente dijera: «Bueno, vale…».
Remartínez: Bueno, pero porque sabían que iban a cobrarlo. Si pagabas determinados peajes, sabías que luego ibas a cobrarlo por otro lado.
En Gabino —y la cuestión del centro ecuestre es la mejor demostración— se desdibujaban completamente los límites entre lo privado y lo político; el hobby y la gestión política.
Remartínez: El caso de El Asturcón es clarísimo: Gabino montó un centro ecuestre por afición y por negocio, porque los caballos que había dentro los había vendido él.
Díaz-Rubín: El negocio fue cuadrado, porque el matadero, que era un servicio público municipal, dejó de ser competencia del Ayuntamiento con la nueva ley y a poder cerrarse. De hecho, lo cerró Masip. Lo derribaron y Masip trasladó allí las actividades hípicas que se hacían en el canódromo, donde ahora están las pistas de atletismo de San Lázaro. Había concursos y bastante afición, pero Gabino lo privatizó, lo vendió a Carrefour y largó los caballos a quince kilómetros, pero además vendía los suyos. O sea, Oviedo perdió un espacio público enorme en el que cabía la Feria de la Ascensión, que ahora no hay donde hacerla, concursos hípicos y exhibiciones de tractores y lo convirtió en un centro comercial, viviendas y un aparcamiento. Y los caballos allí, pero no para hacer concursos, sino boxes y cuadras para estabular caballos. Y además, a un precio subvencionado que arruinaba todos los picaderos de los alrededores, que no podían competir.
El Gran Privatizador
[pasaje literal del libro]
[…] el Gran Ingeniero privatizó el cementerio, el abastecimiento de aguas, la recaudación de ingresos, los servicios asistenciales, la grúa, la gestión de los centros deportivos de barrio, las piscinas, el mantenimiento eléctrico, el mantenimiento informático, los aparcamientos subterráneos, la zona azul, las guarderías, el Palacio de los Niños, el campo de golf, el hípico, los comedores escolares, el Mercado de El Fontán, el Palacio de Congresos o la Estación de Autobuses. En total, más de veinticinco servicios o instalaciones entregadas bajo distintas modalidades de concesión a un compendio de sociedades donde se repetían a menudo siglas o apellidos. Por no hablar de alquileres, permutas y trueques de inmuebles.
Y no lo hizo al tuntún, aquello no fue un zoco. Gabino se armó de una biblioteca de informes favorables que encargó a distintas y respetables asesorías, cuyas conclusiones justificaban de una forma ineluctable la imperiosa necesidad de ir repartiendo cada uno de esos bienes públicos rápido y por doquier.
Todo empezó con un contexto. En 1993, el Ayuntamiento ya se había gastado los 3200 millones de pesetas del superávit de Masip, había pedido 3000 millones más a los bancos para cuadrar el último ejercicio y se disponía a suscribir nuevos empréstitos por otros 600 millones, bordeando el límite de deuda pública legal. «Gabino de Lorenzo y su equipo mantienen la teoría de que todo el dinero del que disponga y obtenga el Ayuntamiento tiene que gastarse», aclaraba una crónica periodística de la época. Esto, queridos hijos, es como si vuestros padres, para compraros los regalos de Navidad, se gastaran los ahorros, las nóminas, pidieran adelantos de todas las pagas extraordinarias, agotasen el crédito de las tarjetas, llamasen a Cofidis, rehipotecasen la casa, mangasen el cepillo de la Iglesia y os vaciasen la hucha mientras estáis dormidos. Todo con tal de ver al amanecer vuestra cara de felicidad bajo el árbol iluminado. Pues esa era la teoría del equipo de Gabino, más o menos. Sin embargo, el límite de deuda para los ayuntamientos impedía prolongar las navidades eternamente.
Gabino privatizó hasta la gestión del cementerio con la excusa de que los nichos saldrían más baratos a todos los ovetenses, pero los nichos acabaron costando más del doble que cuando eran públicos.
Díaz-Rubín: Las privatizaciones tenían que ver con no querer ver todo aquello por el Ayuntamiento. Es un sistema que permite que el funcionario no meta las narices en a quién contrata la empresa parte de la red de clientelismo. Si vas por Oviedo, verás a Berto, exjugador del Oviedo y después del ACF, trabajando en Aqualia. Yo no sé cuánto sabe Berto de tuberías y saneamiento. Me imagino que bastante a estas horas, pero no sé cuánto sabría cuando empezó a trabajar en Aqualia. Como ésa, catorce mil. Una vez privatizas algo, tienes el teléfono libre para solicitar al empresario que ayude a éste o al otro. Tienes mucha más autonomía que si ese servicio estuviera en el Ayuntamiento.
Y todo el trabajo del Ayuntamiento queda concentrado en las tres o cuatro cosas que uno quiere controlar directamente.
Díaz-Rubín: El lema de Gabino era «una Administración pequeña y bien pagada».
Remartínez: Con las privatizaciones también sucedió que no hubo un análisis periodístico de lo que estaba sucediendo. Ahora, si se produjera ese mismo fenómeno, la supervisión periodística sería mucho mayor, porque estamos acostumbrados. Pero de aquella uno no leía apenas artículos que concluyesen si los cinco años de privatización del agua habían redundado en que la factura fuera más sencilla, más barata o menos barata. Como además eran sistemas muy complicados, porque se pagaba un canon fijo, luego un canon variable en función de los resultados, etcétera, etcétera, al final uno no sabía qué parte del coste pagaba el sector público, bien fuera directamente a través del Ayuntamiento o de recibo, y qué parte pagaba la empresa. Hoy en día todo eso está más fiscalizado, pero de aquella daba igual.
Díaz-Rubín: La cuestión es que, debido a las privatizaciones —y a eso iba con lo de los funcionarios maleados—, el Ayuntamiento es tan pequeño que es incapaz de hacer todas esas cosas que hacía antes de privatizar por más que quiera remunicipalizarlas. La Administración se ha quedado tan en los huesos y los funcionarios llevan tantos años sin hacerlo que es imposible. Se privatizó tanto que se dio lugar a un cortijo cerrado con discrecionalidad absoluta: ningún problema hacia arriba y ningún problema hacia abajo. Te queda un Ayuntamiento en el que los funcionarios realmente no hacen nada. En un Ayuntamiento normal, con menos privatizaciones, hay un responsable de cementerios que tiene cuatro peones que limpian las tumbas, y si falla algo el responsable es él. Aquí el responsable es el contratista y, si aquello es muy gordo, el funcionario hará un informe diciendo que Funesa tiene que hacer algo, pero si no es muy gordo, pues bueno, que tiene que hacerlo pero que lo haga mañana.
Remartínez: La privatización, los beneficios que representa para alcaldes como Gabino, son tres. En primer lugar, te evitas problemas como gestor político: el Ayuntamiento llegó a dejar de intervenir los precios públicos de las cosas. En segundo lugar, te evitas conflictividad laboral. Y en tercer lugar, te financias. La privatización fue la segunda forma principal de financiación de los proyectos de Gabino después de la venta de suelo. Además, estableces un sistema en el que tienes contenta a mucha gente del sector empresarial. En todas esas empresas se colocaba al cuñado de no sé quién, al hijo de no sé quién más, a la fía que acaba de terminar la carrera… Y en una ciudad tan pequeña, no hay nada que se contraponga a ese sistema. Si hubiera habido al menos una información periodística que fuera servicio por servicio desentrañando si la privatización había sido buena para los ovetenses, otro gallo nos hubiera cantado. Aunque yo creo que ni así. Éramos tan ricos que no importaba que subiera la factura del agua.
Díaz-Rubín: Si la función pública o al menos el que adjudica el contrato lo controla, estás muerto. Pero no hubo ese control.
Remartínez: De hecho no había documentación sobre las privatizaciones. Recuerdo que había servicios en los que podía pasar que calculáramos el coste —el coste del agua, por ejemplo— en base a la documentación oficial y publicáramos que había habido una subida y al día siguiente tuviéramos al concejal de turno desmintiendo en La Nueva España con sus propias cifras.
Díaz-Rubín: Hoy al Ayuntamiento el agua le cuesta el doble que antes de la privatización.
Remartínez: Y buena parte de la deuda del Ayuntamiento es lo que se le ha pagado a las empresas para no subir los precios.
En el libro también se cuenta que las calles se regaban constantemente para mantenerlas limpias y que incluso se hacía de noche y aun lloviendo.
Díaz-Rubín: Sí, sí: eso pasaba. Una compañera nuestra de Jaén quedó asustada la primera vez que lo vio. Y ahora no se hace, pero la gente lo recuerda con orgullo; recuerda con orgullo que se baldeaban las calles por la noche, y cuando digo «por la noche» es muy por la noche: no dar un fregao a las diez, sino señores fregando a las tres de la mañana. Eso es tener una plantilla gigantesca en una contrata para fregar a grifo una ciudad en la que llueve ciento veintidós días al año.

Bajo el gabinismo hubo proyectos verdaderamente megalómanos, pero quizá ninguno lo fue tanto como el de una playa artificial. Ustedes lo cuentan con mucha gracia: «Gabino sacó el casco de ingeniero y miró el mapa de Oviedo en busca de la orilla del mar, sitio en el que desde antiguo se suelen poner las playas. Dicen que rodaron lágrimas por sus mejillas cuando constató que Oviedo, su Atenas de Oro y oropel, no tenía mar. Y se desmoronó, porque Gabino siempre ha sido muy de mar. De hecho, en tiempos de nuestro Carlos III, los oricios que se servían en los ágapes municipales tenían el doble de corales que los otorgados al animal por su naturaleza, pues así le gustaba ingerirlos al regidor. ¿Qué hay que sepa más a mar que un oriciu con el doble de corales? Nada. Pues los inventó él, con su mente ingenieril y científica. Con esa misma mente afrontó de inmediato la intolerable ausencia de playa, simplificando el problema: los ingredientes fundamentales de una playa son agua y tierra, a poder ser en modo arena. “Pues que se junten”, se dijo. El agua, así como concepto de grifo, ya la había privatizado para cincuenta años, pero existían otras opciones para el relleno llamadas ríos. Con el dedo de señalar, nuestro prócer eligió el Gafo, un río modesto y no muy limpio (cada verano se convierte en un resort de mosquitos), y allí les prometió a los ovetenses una playa, con su infografía adjunta».
Díaz-Rubín: La playa fue un invento para tapar el catastrazo. Y no lo compró mucha gente de aquella, la verdad.
Remartínez: Pero da la medida de lo desesperado que Gabino se llegó a ver; de lo que lo asustó el catastrazo.
Díaz-Rubín: Él había ganado las elecciones con la mayor mayoría absoluta de España, y de repente se encontró con miles de personas que lo habían votado protestando delante del Ayuntamiento. No tenía más remedio que perpetrar el catastrazo, porque necesitaba dinerito fresco para seguir a lo suyo, pero no sabía cómo salir de aquello.
Remartínez: Y entre lo que encontró, encontró lo de la playa, que es muy del populismo: una cosa delirante para desviar el debate político de donde no te interesa que esté concentrado.
La derecha ha sido siempre muy hábil en esa estrategia de desviar la atención hacia debates intensos que hacen mucho ruido y galvanizan a la población pero no afectan a lo esencial y permiten eclipsar otras cosas que sí lo son. Se trata de escoger temas sobre los que absolutamente todo el mundo, por poca formación que tenga, tenga una opinión: el matrimonio homosexual, la unidad de España… Si era sensato que Oviedo tuviera una playa o no era uno de esos temas.
Remartínez: Claro, es como ahora con la unidad de España. Todos entramos a saco; todos tenemos una opinión. ¿Quién no tiene una opinión sobre la unidad de España? Y, ¿quién no tiene una opinión sobre la playa de Oviedo? Para los que creían que Gabino era Ramsés II era la prueba de que lo era y para los que pensaban que era un cacique de pueblo, también.
Díaz-Rubín: Aquello era incomprable. ¡Una playa alimentada por el río Gafo, que prácticamente se seca en verano! Era un disparate.
Remartínez: Gabino propuso tantas cosas… Al final nadie tenía un relato de qué era lo que se había hecho y lo que no. Era semejante batiburrillo que era imposible seguirlo coherentemente. Si cogiéramos ahora a diez personas que pasan por esta plaza y les preguntáramos las cinco principales obras de Gabino, seguro que no coincidirían en absoluto y que te dirían alguna que no está hecha. Estoy segurísimo de que alguien diría cosas que no están hechas o que están cerradas ya o que duraron seis meses, como el campo de tiro.
Gabino, por otro lado, nunca asistía a los plenos.
Remartínez: Eso fue la última época, a partir de 2003 ó 2004, cuando la líder de la oposición era Paloma Sáinz.
Díaz-Rubín: Él tuvo miedo de tener enfrente a una mujer y de tener que debatir con ella. Los debates de Gabino son debates de paisano; debates machistas. Gabino es un paisano antiguo, un machista de los de antes, y tenía miedo de debatir con ella.
Un poco como aquello de Arias Cañete de que debatir con mujeres es muy complicado.
Díaz-Rubín: Tenía miedo de pasarse. A él los plenos siempre lo aburrieron, pero en este caso además tenía miedo de pasarse y ver una respuesta en la calle. Siempre fue timidote y cobardote para eso, sobre todo desde el catastrazo. Y de aquella delegó en Isabel Pérez-Espinosa, puso en la presidencia a [Agustín Iglesias] Caunedo y dijo: «Hasta luego».
Remartínez: Yo creo que también fue porque fue en esa época cuando el Ayuntamiento empezó a pasarlas canutas de pasta. La deuda municipal había llegado a un punto muy crítico y todos los nuevos intentos de financiación que emprendía se le iban a pique: se le iban a pique los aparcamientos, después los spas… Y ya no podía aumentar más la deuda legalmente. En consecuencia, se metió en un embudo, y muchas de las cosas que se firmaron en aquellos años son legalmente cuestionables. No te digo corruptas, pero sí gravemente irregulares. Y para él, no ir a los plenos era no refrendar con su firma nada de eso.
Díaz-Rubín: Gabino no iba a los plenos de presupuestos por sistema.
Remartínez: Eso era así. A los plenos en los que podía haber algún problema nunca iba.
Díaz-Rubín: Bueno, tuvimos a dos habilitados nacionales, el interventor y el viceinterventor, que fueron a la Fiscalía y le dijeron al señor fiscal que las cuentas del Ayuntamiento de Oviedo estaban falseadas en dieciocho millones de euros. Y la respuesta del fiscal fue por supuesto no hacer nada. En los presupuestos, hinchaban la cifra de dudoso cobro para mantener la ficción de que cuadraban. No cuadraban ni de coña. Todo eso lo arregló Caunedo, y es algo que le hay que reconocer. Fue Caunedo quien convenció a Gabino de que había que sentarse y poner orden en todo aquello. Gabino anunció la economía de guerra y empezó a cortar, porque venía Cinturón Verde, que todos sabemos que acaba en 2013; venía Villa Magdalena, venía el Calatrava… Y las cuentas del Ayuntamiento de Oviedo bajaron de ciento cincuenta millones a ochenta en un mandato. Y aun así, Gabino gana las elecciones. Por inercia tal vez, pero las gana contra Cascos. El Ayuntamiento, si Gabino no hubiera escuchado a Caunedo en aquel momento o no hubiera aceptado, se hubiera estrellado, y hoy estaría como Jerez.
Quería preguntarles también por la relación de Gabino con Gustavo Bueno, a cuya fundación regaló el edificio del antiguo Sanatorio Miñor en 1998. ¿Era aquello una manera de paliar las carencias intelectuales de Gabino: vincularse de algún modo a un intelectual de prestigio?
Remartínez: Qué va. A Gabino, sencillamente, Gustavo Bueno le cayó bien y le regaló un palacio. En estas cosas era mucho menos estratega. Tú comías un día con Gabino, le caías en gracia y te hacía un regalo. Era así. Como ésas, cuarenta o cincuenta. Nunca encontrarás nada de Gabino hablando sobre el pensamiento de Gustavo Bueno ni sobre el de nadie. Gabino no debe de haber leído un libro en su puta vida. Y Gustavo Bueno le sirvió de apoyo para publicar artículos alguna vez en algún lado, pero nada más.
Díaz-Rubín: En Libroviedo cogía un libro y se hacía una foto con él, y ésa era toda la relación que Gabino tenía con los libros. Nunca lo oías hablar de un libro en ningún momento ni citar a nadie nunca. Sus frases políticas son de chascarrillo de paisano de pueblo; humoradas asturianas.
Remartínez: De la Fundación Gustavo Bueno, por cierto, estaría bien que alguien estudiara qué ha aportado a la ciudad regalarle uno de los edificios más bonitos de Oviedo.
Díaz-Rubín: Yo lo he visitado no hace tanto y está en bastante mal estado. Como no hay convenio, no se les puede exigir el mantenimiento ni nada que se parezca. Es una especie de cesión en precario que algún día se caerá y tendrá que arreglarlo el Ayuntamiento después de llevar quince años ocupada por esta gente.
Remartínez: Y si se les cae encima, podrán hasta llevar a juicio al Ayuntamiento (risas). Son okupas tolerados.
Díaz-Rubín: El caso es que la fundación ocupa sólo una pequeña parte del edificio. Es una instalación muy grande. Y llevamos años diciendo que hay que buscar sitio para la escuela de música municipal y que si se podría hacer un convenio con el Arzobispado para una cesión real de derech del edificio del martillo de Santa Ana en la que yo te pago, hago el edificio y dentro de veinte años te lo devuelvo. La Iglesia encantada, claro. ¡Coime, lo tienes ahí! En el centro de Oviedo y con el aparcamiento del Calatrava al lado, que es gratuito los primeros quince minutos, lo que viene bien para si tienes que dejar a los guajes. Bueno, pues no.
Remartínez: Y volvemos a lo de antes; a esa cosa como de pueblo: ¡con Gabino había dos palacios de congresos, el centro ecuestre más grande de Europa y un filósofo en un palacio! Vas sumando, te paras, y te preguntas: coño, y todo eso, ¿para qué servía? ¡Da igual! Estaba. Gabino hizo todo eso y Oviedo tenía todo eso. Y el votante que no hacía más que perder dinero de sus impuestos estaba encantado y orgulloso, porque lo que quería es que su ciudad fuera la más grande.
Todo esto nos habla de los límites y problemas de la democracia, sistema del que Churchill decía que era el peor de todos excluidos todos los demás.
Remartínez: Totalmente.
Díaz-Rubín: Con el mismo dinero y menos funcionarios, el actual Ayuntamiento da becas de comedor a cuatro mil setecientas personas. Es un montonazo de gente. Gabino no daba ni una, o daba doscientas o cuatrocientas; y también daba muy poquitas para libros de texto. Nadie se lo pedía; eran otros tiempos. La gente le pedía vidilla, obras, aceras levantadas, farolas…
Sin embargo, estoy seguro de que esas becas de comedor no le van a reportar electoralmente al tripartito de izquierda lo que las obras reportaron a Gabino.
Remartínez: Seguro que no. Detrás de todo eso, aunque sea el tópico, está La Regenta; está esa ciudad provinciana que vive de las apariencias. Sucede con cualquier ciudad provinciana, y no es una cuestión de tamaño: Barcelona es tremendamente provinciana en muchas cosas. Y en el libro intentamos reflejar un poco eso. El libro es sobre el gabinismo, no sobre Gabino; es sobre el fenómeno de una ciudad que durante veinte años estuvo encantada de vivir en esta burbuja y de encumbrar a este personaje. La gente decía: «Oviedo ta guapo», y le daba igual lo que costara el agua para limpiarlo.
Díaz-Rubín: Lo de la Escoba de Plata, que aquí es motivo de orgullo, es una cosa superentrañable. Seguimos recogiendo Escobas de Plata, que es un premio que da la asociación de las empresas contratistas de la limpieza. ¿A qué ciudades premian? Pues a las que tienen una contratista de la limpieza. Si te gastas más dinero, te dan la de platino. Pues bueno, la Escoba de Plata, que tenía esa credibilidad, abría el periódico cuando se recibía, y eso construye un relato; el relato de que Oviedo está limpísima. El año pasado, con la sequía, la gente decía: «Oviedo está sucio». ¡Pues claro que está sucio, porque no llueve y llevamos seis meses sin ver una gota de agua, tarados! La mierda de perro que se deshacía cunado llovía, ahora no se deshace. «Bueno, a lo mejor tienes razón», me decían. Hostia, pues claro que la tengo, coño. Para limpiar esto sin ayuda de la lluvia no hacen falta los quince millones de euros anuales que gastamos: hacen falta treinta.
Remartínez: Pues bueno, la idea del libro es ésa, y creemos que va a dejar insatisfechos a todos: a los gabinólogos que van a decir que no hemos llegado al fondo del asunto y a los antigabinólogos que van a decir exactamente lo mismo. La cuestión es que va a propiciar un debate que no hubo en su día.
Díaz-Rubín: Y a alguna gente de Oviedo le va a sacar un poquito los colores, en plan: «¡Madre de Dios! La verdad es que yo estaba encantado, pero ahora, viéndolo así todo junto…».
Remartínez: Uno de los exconcejales de Gabino con los que hablamos para proponerle una entrevista para el libro nos dijo que no y que además no veía pertinente el libro, y nos dijo esta frase exacta: «Oviedo ya ha superado eso». No, no: lo habéis superado vosotros. Vosotros habéis superado el trauma de que Gabino ya no esté en el Ayuntamiento, pero Oviedo no ha enfrentado todavía un debate sereno sobre el gabinismo. Lo hubo en su día, pero el debate útil es ahora, cuando ya ha pasado un tiempo.
Díaz-Rubín: En cierto sentido, yo creo que la ciudad está un poquito avergonzada.
Remartínez: Hay muchos gabinistas de pro de antaño que parece que jamás lo votaron.
Díaz-Rubín: Y que están avergonzados no hasta el punto de abrazar las coletas, pero sí avergonzados de la borrachera que agarraron. Las borracheras siempre dejan resaca. Yo lo veo en mi familia, donde hay mucha gente que se ha dado cuenta de que no es ya que no fuera oro todo lo que relucía, sino que debajo del oro había porquería a espuertas.
Al final del libro incluyen tres interesantísimas entrevistas con otros tantos personajes que conocieron, vivieron y padecieron de cerca el gabinismo. La que le hacen a la exconcejal comunista Asunción Rodríguez Lasa es verdaderamente sobrecogedora, muy esclarecedora sobre el reverso tenebroso del gabinismo y un contrapunto al tono satírico y humorístico del libro.
Remartínez: Nadie lo pasó tan mal como ella. Bueno, sí: Cuca Marcos Vallaure [edil del CDS durante las legislaturas 1987-1991 y 1991-1995 y concejala de Urbanismo en la segunda merced al pacto de su partido con el PP, hasta que fue expulsada por De Lorenzo], que también lo pasó fatal. De hecho, que Cuca salga tanto al principio es una cierta reivindicación de su figura, porque fue muy buena concejala, igual que Asunción Rodríguez Lasa [edil de Izquierda Unida entre 1991 y 2002]. Sí, había una parte del gabinismo que no era nada agradable. Yo recibí amenazas anónimas por teléfono como periodistilla que era, de unos tipos que iban probablemente borrachos diciéndome que me iban a partir las piernas si seguía con determinada información. Había una parte muy macarra del gabinismo que no hemos contado adrede precisamente porque el objetivo del libro es propiciar un debate, y éste es el tipo de cosas que se comen todo lo demás, porque la gente sólo va a hablar de ello si le das mucha importancia. Por la misma razón, el tono del libro es de sátira. No queremos ir de listos, sino reírnos de la ciudad y de nosotros mismos de una forma sana y saludable.
Díaz-Rubín: Es más fácil enfrentarte a tu pasado si estás dispuesto a reírte de él.
Remartínez: Exacto. Pero eso no quita que Asunción Rodríguez Lasa acabara en la cama con tratamiento médico, ni que asaltaran su casa por las noches, ni que hubiera un determinado tipo de personajes que en un momento dado tuvieron tal impunidad, tal protección, que hacían literalmente lo que les daba la gana y metían miedo, caso de Agustín de Luis [antiguo miembro de la Brigada Político-Social franquista y posteriormente jefe de la Policía Local ovetense durante años]. Agustín de Luis es como los grandes mafiosos: lo han encarcelado por una de las cuestiones más anecdóticas de su biografía; un expediente de sanción de alcoholemia que no tramitó. ¿Cuántos habrá levantado?
Díaz-Rubín: Y sigue sucediendo. ¿Cuántos coches se ha llevado la grúa este año? Todavía el año pasado un concejal del PSOE, Ricardo Fernández, se tuvo que esconder detrás de unos árboles para pillar in fraganti cómo los trabajadores de la grúa sacaban los coches que quedaban en el depósito para llevárselos al desguace.
Remartínez: Asunción era la primera vez que hablaba del asunto desde que dejó de ser concejala, y lo pasó mal. La entrevista está muy editada. A ella aquello le generó un trauma terrible, un problema serio, y para mí sacarla era una cuestión de justicia. Y luego hay otra cosa que sale ahí. Asunción estuvo una semana encerrada en el salón de plenos del Ayuntamiento para exigir que le mostraran las cuentas de Gesuosa y nadie le hizo ni puñetero caso. Si hoy se meten dos concejales en el salón de plenos, para empezar no aguantarían una semana, y para seguir irían rápidamente para allá la tele y la radio. De aquella, pasó sin pena ni gloria: una fotonoticia y poco más. No salía en ningún lado.
Había justos en Sodoma.
Díaz-Rubín: Pero tan pocos…
Remartínez: Tanto en el caso de Cuca como en el de Asunción, siendo de dos partidos diferentes, había una vocación pública, una genuina voluntad de ser buenas administradoras públicas, que pagaron muy cara. Asunción era la típica que tenía que ir al pleno a hablar de tal o cual tema y se pasaba una semana hablando con quien hiciera falta para ponerse al día y opinar con solvencia. Eran mujeres…
Díaz-Rubín: Sufrieron las dos muchísimo. Y a Asunción los periódicos la ningunearon, pero a Cuca la destrozaron en los periódicos, y eso que era una persona muy conocida de Oviedo, de una familia importante de la ciudad. La destrozaron y la gente le dio la espalda.
En el libro, ustedes aluden al conocido como pacto del duernu, un presunto arreglo por el cual el PP y el PSOE se repartían el poder en la región, y en cuya existencia se ha insistido sobre todo desde el Foro Asturias de Álvarez-Cascos y Podemos. A su juicio y en base a la información de la que ustedes disponen, ¿existió realmente ese pacto, o es una teoría de la conspiración que no merece ningún crédito?
Remartínez: Yo no creo que existiera tal y como lo presenta Cascos, sobre todo en la medida en que ese relato desemboca en Cascos convertido en Arturo Pendragón sacando la espada del yunque y liberándonos. Pero que ha habido un entendimiento de muchos años entre el PP y el PSOE de esta región para repartirse cuotas de poder creo que es absolutamente obvio.
Díaz-Rubín: Pero un entendimiento en la cumbre, no entre el PSOE y del PP, sino por encima.
Remartínez: Sí, un entendimiento de determinadas personas de esos partidos en determinados ámbitos para repartirse el dinero durante los años ricos.
Díaz-Rubín: Contrataban a los mismos.
Remartínez: Mira el caso Renedo. Mira Igrafo. Igrafo está condenada por sus relaciones con la Administración regional, pero anda que si te pones a mirar sus relaciones con el Ayuntamiento de Oviedo, madre de Dios… ¡Si no había nada en el Ayuntamiento que no fuera de Igrafo! Asturias es un sitio muy pequeño; somos muy pocos. Y lo del duernu no es una gran confabulación; no es que un día queden una serie de masones por la noche y pacten que durante los próximos quince años van a usar los Fondos Mineros así. No: van saliendo negocios sobre la marcha y se van acordand cosas. Tú no me metas caña en el traslado del Hospital Central y a cambio yo te dejo manga ancha con esto o con aquello o te doy licencias para esto o para aquello o a la campaña electoral de este año presento a un candidato malo, sin mucho apoyo, o dejo a Antonio Masip que le reviente la campaña a Leopoldo Tolivar.
Díaz-Rubín: Yo recuerdo un mitin de Leopoldo Tolivar en Las Caldas subido a una caja de sidra.
Remartínez: El otro día me acordaba de que al primer acto que Leopoldo tuvo en campaña le llevaron una pancarta enorme con su foto que ponía Tolibar con be, macho. Lo veías y decías: «Es imposible que se os haya pasado. Esto lo habéis hecho adrede. Sois unos hijos de puta de mucho cuidado» (risas). En fin, yo voy a ser muy duro con esto: hasta que los políticos no sean valientes y más decentes, en Asturias no tiraremos para delante. Las siglas son un escudo para, debajo de él, hacer negocio, y un agarradero para no salir de la rueda. Por eso es tan fácil a veces pasarse del PP a URAS, de URAS a Cascos y de Cascos al PP otra vez, o ahora a Ciudadanos; o ser del PSOE, ser tránsfuga y acabar en una sinecura en una empresa pública. Es muy fácil. Esta es una región llena de corchos donde la clase dirigente siempre flota suceda lo que suceda. Es una cuestión de ética y de comportamiento más que de confabulación.
Díaz-Rubín: Somos pocos, y todo se arregla comiendo, cenando o con una llamada. Lo estamos viendo ahora con lo de la multa a Ramón Argüelles, el coordinador de Izquierda Unida: «Llamé a mi amigo». Tú eres alcalde de Lena y el otro vive en Guimarán y fue jefe de la policía de Oviedo. ¿Fuisteis juntos a dónde?
Pablo Batalla Cueto (Gijón, Asturias, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, Neville, Crítica.cl y La Soga; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. En 2017 publicó su primer libro: Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’.
0 comments on “Gabino de Lorenzo, Best Mayor Ever”