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¿Unidad de las izquierdas?

Manuel García Fonseca, 'el Polesu' reseña una recopilación de artículos de Boaventura da Sousa Santos, que llama a democratizar la revolución y revolucionar la democracia y trabar una nueva Internacional entendida no como programa único común, sino como lugar de encuentro y aportación mutua de las izquierdas diversas del mundo.

¿Unidad de las izquierdas?

/por Manuel García Fonseca, El Polesu/

¿Qué es la izquierda? Boaventura de Sousa Santos ofrece esta respuesta a esa pregunta: todas las personas y colectivos que buscan una sociedad libre de las injusticias económicas y culturales; «el conjunto de teorías y prácticas transformadoras que, a lo largo de los últimos ciento cincuenta años, han resistido a la expansión del capitalismo y al tipo de relaciones económicas, sociales, políticas y culturales que genera» y creen posible otra sociedad más justa. De Sousa recoge esta definición en ¿Unidad de las izquierdas?, una recolección de artículos en las que este intelectual portugués hace un análisis de los aspectos generales de las tendencias del neoliberalismo en los últimos años, subrayando su tendencia creciente al fascismo social y su oposición creciente a la democracia liberal; y al tiempo, el fracaso de las dos opciones de izquierdas —la comunista y la socialdemócrata— y los problemas actuales de las izquierdas tanto en los aspectos programáticos como en las dificultades de lograr procesos unitarios, aunque diversos según países y circunstancias.

De Sousa nos invita en primer lugar a tomar conciencia de tres ámbitos de la dominación capitalista que es necesario analizar correlativamente: el capitalismo, el colonialismo (racismo, monoculturalismo, etcétera) y el patriarcado (sexismo, división arbitraria entre trabajo productivo y trabajo reproductivo, es decir, entre trabajo remunerado y trabajo no remunerado, etcétera). El actual sistema global produce una intensificación simultánea de la dominación capitalista, con el agravamiento sin precedentes de la desigualdad social; colonialista (racismo, xenofobia, islamofobia…) y heteropatriarcal, lo que traduce —dice De Sousa— «lo que llamo fascismo social en sus diferentes formas (fascismo del apartheid social, fascismo contractual, fascismo territorial, fascismo financiero, fascismo de la inseguridad)». Además, entre las características actuales del capitalismo hay que señalar el riesgo de guerras nucleares, el agravamiento de la crisis medioambiental y el decrecimiento de la tasa de ganancia, que provoca la crisis, conlleva la rebaja de las rentas salariales y la casi desaparición de las clases medias y hace que se agrave la lucha por los recursos naturales y la liberalización del comercio mundial.

En cuanto al modus operandi, De Sousa nos dice que

el imperialismo estadounidense ha cambiado entretanto su imagen y táctica. En vez de imponer dictaduras mediante la CIA y fuerzas militares, promueve y financia iniciativas de democracia amiga del mercado a través de organizaciones no gubernamentales libertarias y evangélicas y de desarrollo local; de protestas en la medida de lo posible pacíficas, pero con lemas ofensivos dirigidos contra las personalidades, los principios y las políticas de izquierda. En situaciones más tensas puede financiar acciones violentas que después, con la complicidad de los medios de comunicación nacionales o internacionales, se atribuyen a los gobiernos hostiles, o sea, a gobiernos hostiles a los intereses estadounidenses. Todo esto tutelado y financiado por la CIA, la embajada estadounidense del país y el Departamento de Estado de Estados Unidos.

En los últimos años, la actividad política en diferentes países y regiones del mundo ha adquirido nuevos contornos y se ha traducido en manifestaciones sorprendentes o desconcertantes. En lo que se refiere a Europa, hablamos por un lado del resurgimiento del colonialismo interno en Europa con un país dominante, Alemania, que se aprovecha de la crisis financiera para transformar los países del Sur en una especie de protectorado informal, lo que es especialmente flagrante en el caso de Grecia. Por otro lado, asistimos a la salida unilateral del Reino Unido de la Unión Europea y al colapso o crisis grave del bipartidismo centrista en varios países, como Francia, España, Italia y Alemania, con el surgimiento de partidos de nuevo tipo a partir de movimientos sociales, tales como Podemos en España o movilizaciones antipolíticas como el Movimiento 5 Estrellas en Italia. También a la constitución de un gobierno de izquierda en Portugal basado en un entendimiento sin precedentes entre diferentes partidos de izquierda y al resurgimiento de la extrema derecha en Europa con su tradicional nacionalismo de derecha, pero sorprendentemente portadora de la agenda de las políticas sociales que la socialdemocracia había abandonado.

De Sousa señala por otra parte que los tiempos actuales asisten a un cuestionamiento de las teorías y prácticas de izquierda que han predominado durante los últimos cincuenta años. Dicho cuestionamiento asume las formas más diversas; pero pueden identificarse algunos rasgos comunes. El primero es que el horizonte emancipador ha dejado de ser el socialismo para pasar a ser la democracia, los derechos humanos, la dignidad, el posneoliberalismo, el poscapitalismo; un horizonte simultáneamente más impreciso y más diverso. Por otro lado, el carácter de las luchas y reivindicaciones es, en general, defensivo; es decir, pretende defender lo que se ha conquistado, por poco que haya sido, en vez de luchar en pos de objetivos más avanzados en la confrontación con el orden capitalista, colonialista y patriarcal vigente. En tercer lugar, al no haber sido totalmente proscrita, la democracia obliga a que las fuerzas de izquierda se posicionen en su marco, por más desacreditado que esté el régimen democrático.

Movimiento 15-M

La agenda posmaterial

Por parte de las izquierdas —señala De Sousa— ha habido una negligencia de lo que se fue llamando política de clase (caracterizada por la distribución) a favor de las políticas de raza y sexo (caracterizadas por el reconocimiento). Y éstas, desprovistas de la voluntad anticapitalista o separadas de sus luchas, están encontrando muchas dificultades para resistir: «Las reivindicaciones sociales —dice De Sousa— se orientaron a las agendas llamadas posmateriales, los derechos culturales o de cuarta generación… Sin embargo, la manera en la que se orientaron hizo creer a los agentes políticos que las habían movilizado (movimientos sociales, ONG, nuevos partidos) que las podían llevar a cabo con éxito sin tocar el tercer eje de la dominación, el capitalismo».

Por otro lado —invita De Sousa—, con relación a la prioridad de la política de clase, en el futuro será necesaria una profunda reflexión. La dominación moderna está formada desde el siglo XVI por tres modos principales de dominación —el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado—, y se deben contemplar siempre las tres por la simple razón de que en ciertos contextos las luchas asumen versiones cambiantes. Por ejemplo, una reivindicación de clase se puede afirmar bajo la forma de reivindicación de una identidad nacional, y viceversa. Las fuerzas políticas que tengan éxito serán las más atentas a este carácter cambiante de las luchas sociales. Personalmente, pienso que éste ha sido el caso de Cataluña: en España, las identidades nacionales son transclasistas y las fuerzas de izquierda no pueden minimizarlas debido a este hecho. Éstas tienen que luchar contra las contradicciones para hacer funcionar el transclasismo a favor de una política progresista que fortalezca las posiciones y los intereses de las clases subalternas, populares, y encuentre uno de sus ejes (junto con el de clase y el patriarcal) en la lucha contra el colonialismo interno, perpetrado sobre los refugiados/inmigrantes/apátridas.

De Sousa se ocupa en su libro, de hecho, de la dificultad que las izquierdas españolas siempre han encontrado para gestionar las identidades nacionales y la configuración del Estado, lo que actualmente se ha convertido en un problema central que monopoliza el debate político y hace más difícil la unidad izquierdista, lo mismo a nivel de las naciones que del Estado. En España vemos cómo la vulnerabilidad de Podemos después de la crisis de Cataluña encuentra explicación en que la identidad nacional no es en España, al contrario que en otros países, una bandera inequívocamente de derecha, sino que lo es de muchos movimientos de ciudadanos y ciudadanas de izquierda, algunos de los cuales se coaligaron en las diferentes regiones autonómicas. Para ellos, era importante que Podemos distinguiera entre legalidad y legitimidad en el caso del referéndum de los catalanes y estuviera sin lugar a dudas del lado de los catalanes que desafiaban el centralismo conservador de Madrid para ejercer el derecho más básico de la democracia, que es el de votar. Sólo así se consideraría genuina la oposición del partido a la declaración unilateral de independencia tras el resultado del referéndum del 1 de octubre; declaración que, no obstante, se suspendió inmediatamente como señal de oferta de diálogo y solicitud de mediación internacional.

Personalmente, me parece muy importante diferenciar tres aspectos relacionados pero distintos del problema catalán: nacionalismo, derecho de autodeterminación e independentismo. En principio, en Cataluña, e incluso en el conjunto de España, hay una opinión mayoritaria a favor de los dos primeros, pero muchas variaciones con respecto al tercero. En mi parecer, los partidos independentistas operan de manera interesadamente equívoca. La independencia, que es el objetivo fundamental, es dejada como en penumbra a fin de acrecer el voto independentista en Cataluña en torno a un combate común contra la derecha nacionalista española. Tengo la impresión, en este sentido, de que el nacionalismo independentista catalán responde más al rechazo de la gobernanza real de los gobiernos del PP, que ha unido la indignación social y política general con la producida por la política españolista frente al catalanismo. El independentismo monopoliza, a mi entender para mal, la problemática política de este territorio diversificado que es España. De hecho, el independentismo ha pasado de ser muy minoritario a dominante en el seno del catalanismo; y ello ha provocado que las luchas sociales y democráticas en general pasen a segundo plano. A los gobiernos español y catalán les ha servido de tapadera; todo ello absolutamente incrementado por los medios de masas, de forma interesadamente deformada.

Manifestación independentista catalana

Democratizar la revolución

En sus conclusiones, Boaventura de Sousa considera la democracia como el tema fundamental para las izquierdas. Éstas deben perseguir un socialismo democrático y una democracia social por más insuficiencias y límites que le oponga la democracia liberal, porque el capitalismo neoliberal cada vez se hace más contrario a cualquier democracia y evoluciona hacia sistemas autoritarios parafascistas, si bien éstos no se presentan contra la democracia liberal sino que propugnan una democracia vacía, sometida a las fuerzas privadas. También debe perseguir la izquierda su propia unidad. Se «convoca con urgencia —dice De Sousa—la necesidad de que las izquierdas se unan para salvaguardar el único campo político en el que hoy admiten luchar por el poder: el campo democrático».

La unidad de la izquierda, qué duda cabe, es difícil. Como expone De Sousa, «las izquierdas están desde hace mucho divididas entre las que creen en la regeneración del capitalismo, de un capitalismo de rostro humano, y las izquierdas que están convencidas de que el capitalismo es intrínsecamente inhumano y por tanto irreformable, [y] no será fácil imaginar que se unan de forma sostenida». El intelectual portugués anima a «una sabiduría pragmática que sepa distinguir entre el corto y el largo plazo, pero manteniéndolos en el debate». En todo caso, históricamente, ha sido en la lucha contra los fascismos cuando la izquierda ha sido capaz de superar sus particularismos y lograr plataformas unitarias. Y el presente nos encamina hacia un nuevo advenimiento fascista al que no puede sino responderse del mismo modo. De Sousa es moderadamente optimista al respecto:

Las izquierdas han empezado a entender que las fuerzas antidemocráticas están secuestrando la democracia y que, cuando esto ocurre, el fascismo no está lejos, si es que ya no está entre nosotros. Esta sensación de peligro inminente es lo que explica mejor la nueva voluntad de articulación entre las fuerzas de izquierda. Y, teniendo en cuenta que los enemigos de la democracia actúan de manera global, será crucial que las fuerzas de izquierda se articulen no sólo a escala nacional, sino también globalmente. El socialismo como democracia sin fin podría ser el lema de una nueva internacional de las izquierdas.

En este sentido, la nueva Internacional, al contrario de las anteriores, no tendría como objetivo crear ninguna organización ni mucho menos definir la línea política correcta. Sólo pretendería crear un foro en el que las izquierdas de todo el mundo pudieran aprender unas de las otras los tipos de obstáculos que surgen cuando se busca articular luchas y unir fuerzas, en qué contextos puede ser deseable dicha articulación y qué ocurre cuando tal articulación o unidad no se da. En este sentido, podría acordarse el lema: «¡Izquierdas de todo el mundo, uníos!».

Hay que democratizar la revolución y revolucionar la democracia y, sí, trabar esa nueva Internacional, entendida no como programa único común, sino como lugar de encuentro y aportación mutua de las izquierdas diversas del mundo, para el que la defensa de la democracia constituya una preocupación central.


Manuel García Fonseca, conocido como el Polesu (Pola de Siero [Asturias], 1939) es un histórico militante comunista asturiano. Estudió filosofía y teología y se licenció en sociología por el Instituto de Ciencias Sociales de París y por la Universidad Complutense de Madrid. Fue cura, pero abandonó el sacerdocio a finales de los sesenta, en la misma época en la que comenzó a militar en el clandestino PCE tras una primera implicación política en la Juventud Obrera Católica. Trabajó algunos años como sociólogo de Cáritas y posteriormente como profesor de secundaria de filosofía. Fue viceconsejero de Transporte en el primer ente preautonómico asturiano, el primer director de la Universidad Popular de Gijón, diputado autonómico por el PCE entre 1983 y 1986, nacional por Izquierda Unida entre 1986 y 1995 y posteriormente de nuevo diputado autonómico. Entre 2003 y 2007 se implicó en la Consejería de Bienestar Social del Principado de Asturias, dirigida por Laura González. Actualmente, sigue implicado en diversas causas políticas y sociales.

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