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¿Por qué tiembla el patriarcado?

«En pleno siglo XXI, muchas mujeres y hombres hemos comprendido que para disolver el patriarcado es imprescindible la construcción de nuevos valores y nuevos símbolos, de una ideología que nos ayude a desplegar también nuevos hábitos de vida. Esa revolución humana ha comenzado ya: ¡dejad que el patriarcado tiemble! Su miedo es síntoma de una sociedad en proceso de cura», escribe Susana Carro.

¿Por qué tiembla el patriarcado?

/por Susana Carro/

Cuando un sistema de dominación está fuertemente establecido no necesita hablar de sí mismo, su estructura no se comenta ni analiza, sólo se transita y respira como algo naturalizado. Así sucede con el patriarcado; sistema de dominación por normalizado innombrable hasta el punto de que en el diccionario de la RAE patriarcado aparece definido como «organización social primitiva en la que la autoridad es ejercida por un varón jefe de cada familia». Inmemorial gobierno de los padres, ni rastro de la conceptualización realizada por el término en los años sesenta, avalada por su impacto en las ciencias sociales y su eficacia como herramienta de análisis sociológico, económico, político e histórico.

Durante décadas (me atrevería a precisar que desde los años ochenta hasta la primera década del dos mil) el término patriarcado desaparece del lenguaje ordinario y del discurso político, manteniéndose sólo en foros feministas acusados de evocar revoluciones trasnochadas. Simple pero perverso, sin coacción alguna se obstruye la comprensión de un problema, se impide la autoconciencia y autonomía de un grupo oprimido y se nos arrebatan los instrumentos conceptuales necesarios para la lucha cognitiva. Pierre Bourdieu lo denominaría violencia simbólica, pues quedamos despojados de las herramientas para la resistencia conceptual.

Pero sucede de un tiempo a esta parte que la voz patriarcado vuelve a ser pronunciada y con precisión para diagnosticar un fallo estructural del sistema. Probablemente la visibilización de la violencia de género ha sido la causante de la recuperación del término: el reconocimiento de la problemática y su posterior análisis condujo a ensayar con diversas variables explicativas pero ninguna de ellas lo agota (la clase social, el nivel de estudios, las relaciones afectivas, la educación, el paro…), pues la falla corta transversalmente las capas de nuestro sistema social y recorre longitudinalmente nuestra historia. Patriarcado es el diagnóstico; su etiología un entramado ideológico, económico, social y psicológico estructurado de acuerdo con el poder y destinado a conseguir el sometimiento de un grupo de personas (las mujeres) bajo el control de otro (los hombres).  El término se generaliza y el pasado ocho de marzo del dos mil dieciocho se gritó la vindicación de su disolución cohesionando a miles de hombres y mujeres.

Sabiéndose herida la bestia se revuelve; juzgados los hechos del patriarcado, el patriarcado mismo contraataca aliándose al neoconservadurismo detractor de la igualdad. Tal vez por eso Vox ha encabezado su agenda política con la derogación de las leyes de protección hacia las mujeres, tal vez por eso el PP prefiere hablar de violencia doméstica como si se tratara de una disquisición semántica en lugar de posicionamiento ideológico. Lo mismo que el patriarcado otorga, también arrebata y enseñando sus uñas nos recuerda que las mujeres sólo ganan lo que los hombres han querido concederles.

Pero nombrar el patriarcado supone no transigir con estos prejuicios: implica saber que a las mujeres los derechos no nos han sido otorgados, los hemos conquistado. Nombrar el patriarcado significa pensarlo, pues el signo no es una mera envoltura eventual del pensamiento sino el instrumento en virtud del cual ese contenido se constituye y define completamente. Decíamos al inicio de este artículo que un sistema de dominación no necesita hablar de sí mismo cuando está fuertemente establecido, pero cuando su estructura se comenta y analiza no sólo surgen discusiones sino también reformas que abren paso ¿por qué no? a la ruptura de paradigmas y a cambios revolucionarios.

Sí, es cierto que ya en 1970 Kate Millett conceptualizó el patriarcado y analizó los entresijos de la política sexual, pero, a juicio de la propia autora, la revolución sexual de los años sesenta concentró sus esfuerzos en la superestructura de la política patriarcal (su legislación, sus injusticias más flagrantes y sus modelos educativos) sin modificar los valores, actitudes y emociones que constituyen la estructura psíquica milenaria sobre la que se  asienta la sociedad patriarcal. En pleno siglo XXI, muchas mujeres y hombres hemos comprendido que para disolver el patriarcado es imprescindible la construcción de nuevos valores y nuevos símbolos, de una ideología que nos ayude a desplegar también nuevos hábitos de vida. Esa revolución humana ha comenzado ya: ¡dejad que el patriarcado tiemble! Su miedo es síntoma de una sociedad en proceso de cura.


Susana Carro Fernández (Mieres, 1971) es licenciada en filosofía y ciencias de la educación por la Universidad de Oviedo y especialista en ciencia, tecnología y sociedad por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED. Discípula de Sergio Givone, catedrático de estética de la Universidad de Florencia, ha trabajado como profesora agregada en la Escuela Universitaria de Educación Social de Oviedo y en la actualidad imparte clases de filosofía en el instituto Rosario Acuña de Gijón. Docente, desde 1998, de los cursos de Extensión Universitaria sobre educación para la igualdad, ha participado en el programa de formación del profesorado de la Universidad de Valparaíso, Chile. Es además miembro fundador de Paraíso, espacio de arte alternativo que, en la década de los noventa, aglutinó buena parte de la creación asturiana, y fue coautora de la videoinstalación No sólo hemos aprendido, expuesta en el Centro de Cultura Antiguo Instituto de Gijón durante el año 2002. Ha publicado varios libros, y entre ellos Tras las huellas de «El segundo sexo» en el pensamiento feminista contemporáneo (2002), Mujeres de ojos rojos: del arte feminista al arte femenino (2013) y Cuando éramos diosas: estética de la resistencia de género (2018).

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