De rerum natura
Más perros que niños
/por Pedro Luis Menéndez/
Desde que somos una sociedad de datos, desde que los proporcionamos en cada minuto de nuestras vidas, los estudios, los análisis y la propagación de esos datos llenan constantemente las páginas de los medios de comunicación. Si usted teclea en Google «más perros que niños», se va a encontrar ya en la primera página un dato (procedente de titulares recientes de periódicos) al menos llamativo: «Una ciudad de perros: en Madrid hay el doble de canes que de niños», «En Asturias ya hay más perros que niños: el efecto colateral de la sangría demográfica», «Cáceres ya tiene más perros que niños menores de 5 años», «Vigo, casi el doble de perros que de niños».
Como la razón de ser de las modas, en sentido estricto, es justamente ésa, la de ser modas, si sigue usted indagando en las relaciones entre perros y niños, encontrará títulos como «Tener perro reduce el riesgo de asma en los niños», «Una dulce galería fotográfica de niños con sus enormes perros», o «Fotos entrañables de niños y perros». He querido centrarme en esta especie de mascotas y no, por ejemplo, en los gatos, porque el número infinito de fotografías y vídeos que circulan por las redes sociales a propósito de estos felinos domésticos dicen bastantes cosas de la condición humana, pero profundizar en ello lo dejo para mejor ocasión (Haga usted la prueba; a mí, la palabra gato en Google me proporciona «Aproximadamente 316.000.000 resultados»).
Volviendo al tema de los perros, o de los niños, casi todos los análisis avalan, como ocurría con el titular de prensa sobre Asturias, que estos datos se deben a la caída de la natalidad en la población española «en edad fértil». Y cuando intentamos encontrar razones para explicar esta bajísima natalidad, aparecen sobre todo cuestiones económicas y sociales. Así, la incorporación de la mujer al mercado laboral (que empieza a sonar tan antiguo como la idea mostrada), las dificultades para la conciliación entre la vida familiar y social, la tardanza de mujeres y parejas en decidirse a tener un primer hijo debida a la precariedad de contratos y sueldos, etcétera.
Sin negar ninguna de estas razones, que son tan evidentes (o deberían serlo) para cualquiera que sencillamente mire a su alrededor, quiero atreverme a aportar otra de la que muy pocas veces he oído que se mencione, y que gira en torno a los conceptos de lealtad y responsabilidad. Empiezo por este último. Parece más o menos claro que la carga económica y doméstica (o familiar) se aligera cuando hablamos de perros frente a niños; es decir, salen más baratos. Entre otras cosas, por eso de que una criatura humana se tiene para toda la vida (en ocasiones también en lo económico en sentido literal) y un perro no. Es cierto que puede sucederse la posesión de un perro tras otro y tras otro, pero siempre se puede decidir no hacerlo.
He afirmado que parece más o menos claro porque no se me olvida el gasto (¿abusivo?) que puede suponer el precio del propio animal según razas, las clínicas veterinarias y la proliferación de negocios (ya en formato de grandes superficies) dedicados a la venta de productos de todo tipo para las mascotas, que van desde la pelota de toda la vida hasta gadgets tecnológicos de última generación, como comederos inteligentes, collares con banda LED o arneses especiales para que puedan grabar con cámaras de aventura (se supone que su propia aventura).
Una de las paradojas que se nos presenta en relación con las dificultades de la conciliación entre la vida laboral y la familiar es justamente la de quién sabe qué número de perros pasan horas y horas en sus hogares urbanos esperando que sus propietarios regresen del trabajo para dedicarles un corto o largo paseo por los alrededores de su domicilio (algunos niños también, pero esa es otra historia).
El segundo de los conceptos, no sé si el más importante, sería el de lealtad, pero no cualquier lealtad. Vamos al diccionario de la RAE. Éste define fidelidad como «lealtad, observancia de la fe que alguien debe a otra persona», y lealtad como «cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien» (¿están seguros los señores académicos —y algunas señoras que hay— de que nuestro diccionario no necesita siquiera revisarse algo más?). Y en su segunda acepción, «amor o gratitud que muestran al hombre algunos animales, como el perro y el caballo». Aunque esta acepción es bastante evidente, quiero sin embargo adjetivar el sustantivo lealtad y utilizar el término lealtad perruna, expresión que al menos en dos ocasiones he encontrado en artículos de prensa de Rosa Montero, conocida de sobra por su defensa de los animales y no sospechosa de segundas intenciones con respecto al tema.
Y como no tengo respuestas claras, me quedaré por esta vez en las preguntas. ¿Preferimos a las mascotas que a los seres humanos porque su lealtad perruna no tiene aspectos críticos? ¿Resulta más gratificante la convivencia con un perro que siempre nos acepta antes que con otro ser humano que nos puede cuestionar, contradecir o defraudar en su lealtad? ¿O sólo buscamos una compañía afectuosa en una época de soledades feroces llenas de ruido mediático? O, más sencillo aún, ¿es otro fenómeno más de imitación social? ¿Tenemos perro como tenemos móvil, o conexión con Internet, o vamos a los mismos bares, o nos vestimos cada vez más parecido todos? No sé; ya he afirmado antes que no tengo respuestas ni (supongo) perspectiva para tenerlas.
Pedro Luis Menéndez (Gijón [Asturias], 1958) es licenciado en filología hispánica y profesor. Ha publicado los poemarios Horas sobre el río (1978), Escritura del sacrificio (1983), «Pasión del laberinto» en Libro del bosque (1984), «Navegación indemne» en Poesía en Asturias 2 (1984), Canto de los sacerdotes de Noega (1985), «La conciencia del fuego» en TetrAgonía (1986), Cuatro Cantos (2016) y la novela Más allá hay dragones (2016). Recientemente acaba de publicar en una edición no venal Postales desde el balcón (2018).
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