Mirar al retrovisor

La guerra siria y los mercaderes de sangre

Joan Santacana repasa en su columna 'Mirar al retrovisor' la intrahistoria de la guerra de Siria.

Mirar al retrovisor

La guerra siria y los mercaderes de sangre

/por Joan Santacana Mestre/

Escribí las líneas que suceden a este párrafo en 2016, cuando la ciudad de Alepo, la segunda gran ciudad de Siria, estaba a punto de caer en manos del gobierno de Bashar al-Ásad. Han pasado casi tres años y del análisis que hice entonces creo que, como el vino, ha ganado con el tiempo. Yo he visitado Siria en dos ocasiones. En las dos me paseé por el mercado de Alepo, subí a su cuidada ciudadela y gocé de los yacimientos arqueológicos del norte del país. Hoy, cuando veo las imágenes de la destrucción, me duele el alma. Mil veces me he preguntado por qué y he querido comprender cómo un país pacífico, ordenado y tranquilo se ha visto tan cruelmente martirizado. Algunos estudiantes en la Universidad me han preguntado por este tema y hoy, que hace 25 años de la caída de la Unión Soviética, me he decidido a escribir lo que pienso. No lo hago indocumentado: he leído previamente, entre otros textos, el impresionante estudio de Eugene Rogan Los árabes: del Imperio otomano a la actualidad y el relato vivido y documentado de George Packer La puerta de los asesinos: historia de la fuerra de Irak. He querido comprender el conflicto hundiendo el bisturí en su pasado. La historia de Siria es compleja, y sin conocerla es difícil comprender el presente. Una pieza fundamental de ese puzle es el partido Baaz.

El partido Baaz, cuyo nombre significa literalmente «renacimiento», fue fundado a principios de la década de los cuarenta por Michel Aflaq y Salah al-Din al-Bitar, e inicialmente se definía como un partido nacionalista panárabe. Su lema era «una nación árabe y un mensaje eterno». Su nacionalismo lo era de todo el pueblo árabe y no de alguno de los diversos Estados surgidos de la descolonización. Los baazistas querían un Estado árabe libre de las fronteras impuestas por el Tratado de Versalles en 1919, y su ideología se fue difundiendo por Egipto —patria de la mayoría de ideas fértiles—, Siria, Líbano, Jordania e Irak. A finales de los años cincuenta, era todavía muy débil en Siria. Sus partidarios, apenas un 15% del parlamento de Damasco en 1955, encontraron en Egipto un aliado. Para ellos, el gran modelo de gobernante era Gamal Abdel Nasser, antiimperialista, laico y panarabista. Por el contrario, los comunistas sirios eran cautos con él y no participaban del entusiasmo de los jóvenes baazistas de Damasco y Alepo. Pero Nasser había desafiado a Francia e Inglaterra en el tema del canal de Suez, y esto los unió a los baazistas, que proponían a Nasser unir los dos Estados en aras de poner una primera piedra en la construcción panárabe. Se trataba de construir una unión de tipo federal. En 1958, los generales sirios del Estado Mayor fueron a El Cairo para negociar la unión, sin tan siquiera comunicarlo a su propio Gobierno. Nasser era un militar, y ellos iban a hablar de militar a militar. Poco después, se producía la unión, y Siria pasó a ser gobernada desde la capital egipcia. A ese nuevo Estado se lo llamó República Árabe Unida (RAU).

Gamal Abdel Nasser (1918-1970)

La unión política no funcionó: los sirios no admitieron fácilmente someterse a El Cairo y después de muy poco tiempo, un golpe militar en Damasco rompió la unión. Esto ocurrió en 1961: la RAU había durado escasamente tres años. Fue un duro golpe para el panarabismo, pero el más fuerte se produjo en 1967, cuando los ejércitos combinados de casi todos los países árabes de la zona fueron derrotados por el ejército israelí en la guerra de los Seis Días. Como consecuencia del desprestigio que acarreó la derrota, Baaz inició golpes de Estado en diversos países, tales como Irak, Sudán, Libia, y en 1970 Siria. Háfez al-Ásad, un militar, derrocaba al presidente de Siria.

Háfez al-Ásad (1930-2000)

No pasaría mucho tiempo hasta que los árabes intentaran arrebatar a los judíos su vitoria. Un ataque por sorpresa cayó sobre Israel en un sábado, el 6 de octubre de 1973. En este conflicto bélico, la guerra de Yom Kipur, los soviéticos aprovisionaban al ejército sirio de armas y municiones, mientras que Israel siempre tuvo el apoyo occidental, singularmente norteamericano. Pero la guerra, después de un éxito árabe inicial, se torció y al poco tiempo el ejército israelí se hallaba a treinta kilómetros de Damasco y a menos de cien de El Cairo. La Unión Soviética intervino decisivamente para detener la aniquilación de los ejércitos árabes al amenazar con involucrarse directamente en el conflicto.

Aquella guerra demostró que la vía militar utilizada por los árabes para doblegar a Israel no era adecuada. Baaz había fracasado en la unidad árabe y en su lucha contra Israel. Se imponía negociar una paz, pero ello significaba para el dirigente árabe que la negociara una mancha de infamia. Ahora el péndulo se desplazaba a favor de otro movimiento ideológico, nacido en Egipto: los Hermanos Musulmanes. Uno de sus líderes, un maestro, había viajado a Estados Unidos y se había convertido allá en un crítico acérrimo de todo lo occidental; de su materialismo, su laxitud moral y la mezcla de sexos en sus iglesias. Esta ideología se extendió por Egipto rápidamente y de allí pasó a Siria. Su fuerza se extendió por el norte, en Hama, Homs y Alepo, y chocó fuertemente con los militares baazistas de al-Ásad, que reprimieron con enorme dureza al movimiento.

Hay que decir que al-Ásad era alauí —un grupo minoritario— y no sunní como la mayoría de los sirios. Debido a ello, cuando en 1973 quiso dotar a Siria de una nueva Constitución de carácter laico, que separaba la religión del Estado, los sunníes creyeron que pretendía unir a todas las minorías para impedir un Estado islámico sunní. Los Hermanos Musulmanes se revolvieron y la reacción de al-Ásad fue enérgica y cobró la forma de detenciones masivas de líderes. Los Hermanos Musulmanes se vengaron entonces atacando en Alepo una academia militar cuyos cadetes eran alauíes, y el contraataque del régimen fue brutal, especialmente en el norte del país, y sobre todo en la ciudad de Hama. El Ejército entró en ella y la población no opuso resistencia, creyendo que se trataba de una de tantas demostraciones de fuerza; pero no fue así: al contrario, se perpetró una auténtica masacre. Barrios enteros fueron reducidos a ruinas y se asesinó a miles de personas, sin que nadie haya sabido nunca a cuánto ascendió el cómputo, para el que se manejan cifras de entre dos mil y diez mil muertos.  Cuando muchos años después visité estas ciudades, el recuerdo de la matanza estaba vivo como el primer día; no habían olvidado. Los islámicos aprendieron la lección de que el laicismo era tan fuerte que no lo podían derribar mediante las armas. En todo este proceso de lucha interna, Baaz tuvo siempre el apoyo soviético.

El final de la guerra fría y la pérdida momentánea de poder de Rusia, principal heredera de la antigua URSS, dejó a los regímenes baazistas desconcertados: tenían mucho en común con los soviéticos, dado que eran regímenes de partido único y economías centralizadas con dirigentes con muchos años de control del poder, garantes del laicismo. La imagen de la caída de los regímenes comunistas, y particularmente el linchamiento del rumano Ceauşescu y su mujer, hizo a estos líderes temer una suerte pareja.

Desaparecida la Unión Soviética, los elementos más reaccionarios de las élites norteamericanas —quizás con el consejo y aquiescencia de Israel— decidieron que era el momento de emprender una gran operación para eliminar lo que quedaba de una idea laica de Estado en el Próximo Oriente. ¡Era el momento ideal! Los rusos no podrían ayudar y esta vez podrían aniquilarlos. La osadía de aquellos regímenes de haberse intentado enfrentar a Occidente iba a pagarse cara. Además, estaba el petróleo.

Cuando Irak fue atacado por los Estados Unidos después de su aventura kuwaití, en lo que se conocería como guerra del Golfo, Siria se puso al lado de Estados Unidos contra su antiguo aliado baazista; y aquella situación de división y de debilidad fue hábilmente aprovechada por los sectores conservadores de la sociedad norteamericana y de los países occidentales. El ataque se preparó en todos los campos: en primer lugar, caída del precio del petróleo, lo cual debilitó sus economías; en segundo lugar, crear o ayudar a los movimientos de carácter religioso para que desestabilizaran a los regímenes dictatoriales y substituirlos por sistemas democráticos creados a imagen y semejanza de Occidente.

El 11 de septiembre de 2001 se produjo el asombroso atentado de Al Qaeda contra Estados Unidos, y ello proporcionó un casus belli perfecto para terminar lo empezado con la primera guerra del Golfo. El plan era que el derribo de Sadam Husein en Iraq proporcionara un apoyo masivo de la población a los libertadores norteamericanos. Los neoconservadores, además, contaban con la complicidad de los círculos financieros y del petróleo: la guerra sería financiada con el propio petróleo.

Sadam Husein (1937-2006)

Cayó Irak y los rusos se vieron burlados: dejaron caer a un antiguo socio y vieron como el petróleo iraquí cambiaba de bando; ahora estaría bajo control norteamericano. La estabilidad del nuevo régimen árabe —inestable, dividido, impuesto— poco importaba: era bueno para Occidente y perfecto para Israel. Después, fueron apareciendo movimientos diversos contra los diversos gobiernos árabes, acosados por los sectores religiosos e incluso integristas de su sociedad. Empezaron a caer algunos, como el de Túnez, el de Libia, el de Egipto y también el de Siria. En Libia, Muamar el Gadafi fue substituido por la anarquía en todo el territorio, excepto en los pozos de petróleo. Egipto también cambió de manos, pero el país del Nilo es una pieza clave para Occidente. Muy pronto los militares derrocados recuperaron el control y se inició una represión sangrienta. El resultado es también un país débil que en nada recuerda al peligro que para Occidente significó Nasser.

¿Y Siria? Aquí la revuelta se estimuló. Se prometió ayuda para derribar al tirano y la gente salió a la calle. Oficiales del Ejército cambiaron de bando y desertaron; el dictador se tambaleaba. Pero no ocurrió nada; Occidente no les ayudó. Se establecieron controles para que no recibieran armas mientras Vladímir Putin, el astuto heredero del poder del Kremlin, el sucesor de la URSS, esta vez no quiso dejar que ocurriera lo mismo que en Irak, y apoyó al régimen baazista. Occidente demostró su auténtica naturaleza de mercaderes de sangre. Si en el pasado, alguna vez, algunos confiaron en nosotros, desde ahora nunca más los árabes lo harán; ni los partidos religiosos ni los laicos. Occidente siempre acaba favoreciendo a la Estrella de David.

Que la guerra iraquí, siria o libanesa, tan astutamente inducida, ha provocado muerte es sabido. Ha generado también oleadas de cientos de miles de desplazados que han vagado por los campos de Anatolia, los Balcanes y Centroeuropa; y ha acelerado las muertes de náufragos que desde el norte de África querían llegar a nuestra casa. Pero nada de esto es importante. Para ello están las patrulleras en el mar o los Estados tapón, que cobran para hacerlos desaparecer en sus inmensos campos de concentración. La indiferencia es la nota. Creo que fue Einstein quien dijo que el problema no es que haya asesinos ni asesinatos ni tiranos: el problema es la buena gente que asiste a las ejecuciones y desvía la mirada hacia otro lado.


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

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